A manera de castigo, Exuy se dio de lleno en la boca con el duro y frío riel de metal. Incluso me pareció ver cómo su cabeza rebotaba un poco. ¡Ja! Bien merecido se lo tenía; con suerte, aquel golpe le ajustaría lo que fuese que se le había movido dentro de la cabeza.
Gritó de dolor y, por alguna razón, lo disfruté. Me hizo sentir extrañamente... feliz. Me llenó de un repugnante y asqueroso regocijo del que pronto me arrepentí. ¿Era aquello lo que llamaban "el furor de la batalla"? No me sentía como yo mismo... Otros ojos miraron a Exuy arrodillarse frente a la barandilla, y fue la sonrisa de alguien más la que se dibujó en un rostro desconocido. Sosteniendo penosamente su mandíbula con la mano, como si tuviera miedo de perder algún diente, el chico regresó a mi posición inicial, en el centro de la sala. No hice nada para impedírselo.
—No fue mi intención; nunca he peleado con nadie, lo siento —se excusó, realmente arrepentido por dejarse llevar. Claro que... no lo supe en aquel momento. Dijo algo más, pero al igual que con su primer frase, yo hice oídos sordos. No me interesaba.
Me lancé hacia él, corriendo más rápido de lo que alguna vez me creí capaz, y sosteniendo mi Cadena del Reino en una postura diferente: con la punta detrás, como si estuviese constantemente preparándome para asestar un primer golpe. En mi carrera me permití serpentear un poco, como disfrutando el momento, esperando que pudiese durar más aquel extraño placer, aquella felicidad, aquella sucia euforia.
Yo era mucho más fuerte. Iba a demostrarlo. Y lo sabía: me iba a encantar hacerlo.
—¿Qué pasa? ¿¡Acaso no vas a defenderte!? —rugí, burlón, sujetando con más fuerza el arma que llevaba en la mano, mientras me acercaba peligrosamente a Exuy. Por un momento me imaginé victorioso, mientras el pequeño salía despedido hacia atrás por la fuera de mi golpe. Caería al suelo entre gemidos de dolor, sintiendo una o dos costillas rotas; y Kazuki, Yami y Hikaru me contemplarían horrorizados, preguntándose qué me había poseído para que en mi rostro se dibujara una sonrisa tan sádica y temible.
—Honor ante todo...
Pero me detuve. Con una precisión inhumana, mi Cadena del Reino paró al instante a unos centímetros del rostro de Exuy, como recién sujeta por una fuerza mágica o como estrellada contra un muro invisible. Y luego, con los ojos cerrados, intentando mantener dentro las lágrimas del arrepentimiento, la desmaterialicé.
—No puedo seguir luchando. Me duele mi estómago por el golpe. Exuy es el ganador.
Esperaba que aquella fuese una mentira convincente para los otros cuatro presentes en la sala.
Una mentira convincente, como la esfera de gravedad que ahora nos envolvía a Exuy y a mí, levantando hacia el cielo nuestras cabelleras y prendas, y que, además, me había ayudado a detener mi ataque de una manera tan súbita. Una pseudo-gravedad.