Las cortezas de los árboles acabaron en el río, pero de poco servía hacer aquello. Si bien era cierto que con su poca profundidad se podían amontonar fácilmente y que así se podría bloquear el agua en la teoría, no tenía fuerza suficiente como para lanzar tantos objetos al otro extremo del río, ni tampoco una velocidad sobrehumana para bloquear tan rápido el curso del río. El veneno, por tanto, seguía extendiéndose con facilidad, y los árboles seguían en llamas.
—¡Oh, qué chicarrón más sexy! —piropeó Kefka al ver a Hiro sin camiseta trabajando tan arduamente, sudando con el calor de las llamas y su propio ejercicio—. ¿Sabes? ¡Tengo un amigo al que le gustarías mucho! ¡Pero se siente, creo que no le va la zoofilia!
El payaso volvió a reírse a carcajada limpia, mofándose de joven aprendiz como si no fuese nada importante. Aquello le obligó a detener su caballo, por mucho que quisiera ir de un lado a otro para evitar posibles ataques: era completamente incapaz de dirigir al animal cuando se reía, al parecer.
Hiro invocó su Llave Espada y la ocultó tras su espalda, pero era demasiado grande para no verla: el payaso enmudeció y se dirigió hacia él, con los ojos abiertos como platos.
—¿¡Qué!? ¿Eras uno de ellos todo este tiempo? —el payaso se agarró del pelo, histérico—. ¡Perro estúpido, estúpido!
En ese momento llegaron, por fin, dos jóvenes que Hiro en principio no podría reconocer a su rescate. Quizás por algo que dijeran (o una posible bronca de Fátima) pudiese identificarlos como aliados, pero hasta ese momento no vería más que un chico joven del ejército imperial y un joven de armadura que marcaba los pectorales, al parecer muy fuerte físicamente.
—¡Nadie engaña a Kefka y sale de rositas! ¡Nadie! —aseguró el payaso, dirigiendo con violencia su montura y dirigiéndola hacia los tres jóvenes, furioso y marcando su objetivo en Hiro—. ¡Te convertiré en comida de gato, Hiro Inukai!
El caballo salió a todo correr hacia el joven mientras Kefka soltaba una carcajada, pretendiendo atropellarlo. Quizá Axel esquivase por poco el ataque, y Fátima recibiese solo un golpe en el tobillo por parte del galopateante animal, ambos por llegar más tarde y estar a los lados. Pero Hiro fue incapaz de esquivar el ataque por completo: el caballo empujó con fuerza al joven dándole directo en el pecho, dañándolo y haciéndole pasar por encima de su Llave Espada clavada y arrojándolo hacia los pocos árboles en llamas. Con sus pocos reflejos no pudo esquivarlo ni tampoco sacar el revólver para defenderse.
Sin embargo, parte de la estrategia del chico se vio cumplida para su suerte: el caballo continuó su trayectoria tras atacar al aprendiz y acabó tropezándose con el arma clavada en el suelo del muchacho, lanzando a Kefka directo hacia uno de los árboles en llamas y llevándose un buen golpe. El payaso cayó de espaldas, pero no tardó en ponerse de pie en cuanto vio que su ropa estaba en llamas.
—¡Ardo! ¡¡Ardo!! —gritó, corriendo en círculos histérico cerca de Hiro.