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La Torre no era más que un avatar. No era extraño que la Corrupción se viese atraída por los avatares, ni tampoco que lo más alto de esta hubiese sido anteriormente su guarida: se encontraba entre el mundo digital creado por Eileen y la infinita oscuridad que simbolizaba lo que quedaba todavía por crear. La oportunidad.

Una oportunidad, en principio, perdida por el Corrupto. Su calavera descansaba en el asiento desde el cual había pasado años conspirando contra Eileen, esperando su oportunidad para apoderarse de su mundo. Había perdido la fuente de su poder, su sombrero: había sido dado la espalda por la propia Corrupción. Y la copia virtual Nadhia Hoghes, aquella que le había derrotado, se alejaba en un tren de vuelta con sus amigos. Para ella, todo en aquella torre había terminado.

O quizás no tan rápido. Una sombra tapó la luz a la calavera del Corrupto, deteniéndose frente a la ventana para ver cómo el tren abandonaba su estación. Una vez este desapareció, la figura se acercó al asiento y se inclinó para tomar la calavera con la mano derecha y colocarla frente a él, observándola fijamente. El desconocido rió en alto y dejó esta sobre la mesa, dejando el asiento libre para él solo.

Se sentó en él, y juntó los dedos de sus manos, cruzando sus piernas y observando directamente hacia la puerta de salida. El libro frente a él mostró dos imágenes: la joven Nadhia en el tren y un grupo de Jugadores enfrentándose contra Ariasu en la mansión. Sonrió para sí mismo y se acomodó en su nuevo asiento. Volvió a tomar la calavera y la giró en su mano, recreándose en la situación.

—Es hora de tu jugada, Eileen.