[Evento Global] Datastream - Ruta de la Perdición
Publicado: Dom Mar 30, 2014 2:16 am
Spoiler: Mostrar
Quorra se había marchado con premura, pero corriendo tras ella, los aprendices tardaron apenas unos minutos en alcanzarla, siguiendo los gritos de los programas que estaban siendo cruelmente perseguidos por el ejército de Erased.
La encontraron en uno de los pasillos tras las gradas, arrodillada frente al cuerpo de un hombre al que estaba cerrando los ojos, antes de que éste desapareciese. Hasta entonces, habían avanzado por una serie de largos y anchos corredores, llenos de puertas deslizantes que, o bien estaban destruidas sobre sus goznes, o habían sido bloqueadas con fuerza bruta para romper el mecanismo de apertura.
En su camino, lo único que iluminaba sus pasos eran lámparas portátiles, alargadas y finas, que los programas solían llevar encima, como moda o necesidad, colgadas del pantalón. Estas colgaban aún de la hebilla de la mayor parte de los cuerpos con los que se cruzaron, tirados como sacos en el suelo, moribundos y desapareciendo al cabo de unos segundos, cubiertos de formas cúbicas, que eran la sangre de aquel mundo. Ninguno había luchado, sino que todos tenían su herida letal en la espalda, donde les habían alcanzado cuando huían despavoridamente del enemigo.
La mujer alzó los ojos para mirarlos y, si le pareció raro que Stelios cargara sobre su hombro a Albert, no lo mencionó. Fue directa al grano:
―Ya se han encargado de toda esta área ―transmitió el mensaje del programa muerto, haciendo caso omiso de los gritos que aún les llegaban―. Pero están cerca. Se han detenido para mantenerse a la espera de las órdenes de su líder.
Quorra se puso en pie, sacando su propia lámpara de luz para iluminar el camino que tenían delante. Les indicó que cogieran una de cualquier moribundo que encontraran, si no lo habían hecho ya, por si se separaban.
Como antes no había podido alcanzarla, Xefil procedió a hacerle sus preguntas, ante las que asintió y respondió, con solemnidad:
―Un día. Sólo un día ―miró el sitio que había ocupado el cadáver―. Y mira lo que ha sucedido. Y nadie más, del que tenga conocimiento.
Retomaron el camino hacia delante, guiados por Quorra, que avanzaba prácticamente corriendo. En algún momento, los gritos cesaron y todo quedó en un absoluto silencio. Los pasos de la mujer, los suyos propios y las respiraciones entrecortadas eran lo único que se escuchaba, como si fueran los únicos seres vivos en el estadio.
Al final del pasillo, Quorra se acercó a la puerta, que se abrió de manera automática, evidenciando que era una de las pocas aún no rotas. La sala a la que accedieron era, indiscutiblemente, la entrada. A su izquierda, verían un largo mostrador, separado por ventanillas, para la venta de entradas del estadio; y a ambos lados de éste, dos puertas, cuyos caminos habían sido controlados por cordeles, al igual que el de las ventanillas. A su derecha, un par de portones por los que se salían del recinto al exterior. Y enfrente (lo que sería ir a la derecha, en vez de a la izquierda como estaban ellos) había otra puerta más.
Quorra se encaminó hacia el centro de la habitación para observar con mayor detenimiento su alrededor, en silencio. Los sofás que había cerca de la puerta, para amenizar la espera, estaban desgarrados; y las mesitas de cristal, destrozadas. Sin embargo, ningún cuerpo. La mujer se agachó para coger algo a sus pies, que enseñó a los demás: un solitario pendiente de plumas.
A su alrededor, verían también unas riendas y una silla de montar gigantes apoyadas en una pared, desentonando con la sala; y si pasaban por una puertecita lateral a la zona trasera de las ventanillas, verían que había preparado todo un festín: bambú, pan, nueces, algunas frutas y verduras… Además de ovillos de lana y pelotitas de colores, aunque era de suponer que eso no se lo comían. Debían de tener una celebración antes de que empezaran el ataque y… todos huyeran.
―Deberíamos…
Entonces, sonó un ladrido lastimero y, con recelo, salió algo de detrás de uno de los sofás. A pesar de que algunas zonas de su pelaje eran oscuras, los reflejos rubios permitieron a todos distinguir su forma en cuanto se hubo expuesto un poco a la luz, a cuatro patas y con las orejas y la cola agachadas. Sus llamativos ojos verdes claro brillaban con tristeza. Era un cachorro de pastor alemán.
Spoiler: Mostrar
En cuanto hubo llamado su atención, agachó la cabeza, emitiendo sollozos, y vagó la mirada alrededor, buscando a alguien. Al no encontrarlo, acrecentó sus llantos y se sentó sobre sus cuartos traseros.
Quorra se acercó a él, agachándose a su lado, pero sin llegar a tocarlo.
―Se habrá perdido ―¿había lástima en su mirada?―. ¿Cómo no le ha llevado el instinto a seguir a los demás? ¿Quién será su dueño?
El perro volvió a mirarlos a todos con aquellos ojitos de pena que intentaban emitir un mensaje que no podía dar por el habla. Levantó el hocico, movió con inquietud las orejas, y olfateó en dirección a las puertas que tenía enfrente.
La mujer siguió la dirección, se levantó y se dirigió de nuevo hacia los chicos.
―El ejército debe de estar cerca, pero no concibo aún cómo no hemos podido localizarlos. Si son tantos como creemos, su presencia tendría que ser más evidente. Sea la manera que sea la que usen para ocultarse tan bien, si se desplazan o hieren a más gente volveremos a estar tras su pista fácilmente ―dedujo―. Por el momento parecen haberse calmado. Sabemos que están cerca, por lo que ampliaremos la búsqueda para dar con ellos rápidamente. Y en cuanto los localicéis... ―hizo una pausa, recorriéndolos con la mirada― no luchéis solos: volved para buscar a los demás.
Tenían, por lo tanto, tres lógicas opciones para avanzar: la puerta enfrente de ellos (la que estaría a la derecha si acabaran de entrar en el estadio) o una de las dos a su izquierda, situadas a cada lado de las ventanillas. Por supuesto, no eran los únicos caminos: también tenían los portones de la derecha, la salida, que Quorra les advirtió que no habría tomado el ejército para no alejarse de Erased; y la puerta por la que acababan de pasar.
También podían ignorar la orden de Quorra. ¿Quién era ella para darles tantas indicaciones? ¿Se habían convertido acaso en subordinados suyos? Podían ir a cualquier parte juntos y cubrir menos terreno, pero estar más seguros.
―¿Y si no hay ningún ejército? ―dijo una voz a sus espaldas.
Shinju cruzó la puerta, ataviada con un vestido mezcla entre los atuendos de la Red y su habitual de lolita, rosa fosforescente. Les había seguido mucho después de que ellos hubiesen tomado el camino. Estaba de un evidente malhumor y llevaba en cada mano una barra de luz.
―Este ridículo Juego es una completa tomadura de pelo ―refunfuñó la aprendiza―. Al igual que todos esos… recuerdos. Por supuesto que nada de eso pasó. Y ahora nos tienen aquí encerrados porque nos toman por ¡completos idiotas!
Al parecer, a la chiquilla no le gustaba en absoluto la aventura que estaba viviendo. Ya no sólo se resistía a creer en su veracidad, cruzada de brazos y con una mueca gruñona en sus labios, sino que no le gustaba la idea de que estuvieran jugando con ellos. ¿Ironía?
Si se acercaban un poco a cada puerta, aparte de abrirse automáticamente para revelar un espacio de profunda oscuridad, escucharían… cosas. En una de las puertas de la izquierda, la más próxima a ellos, era la única silenciosa. En la siguiente de la izquierda, en cambio, se podía escuchar a alguien cantando, quien acompañaba su voz en ocasiones con una armónica. Y en la de enfrente, por último, un llanto…
¿Qué era menos aterrador?