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Villa Crepúsculo se había convertido, de la noche a la mañana, en una correría de rumores, que pululaban desde los portales hasta los balcones. A nadie le cabía ninguna duda de que la noticia había causado furor, sobre todo entre los cotillas. Al final del día, no había ciudadano que no hubiese oído alguna versión de la historia.
Resultaba que, meses atrás, sin que nadie se enterase, la mansión abandonada al otro lado del bosque había sido comprada por un propietario anónimo. Ni se sabía quién era, ni si se trataba de un ciudadano de Villa Crepúsculo, aunque al atardecer ya todos estaban convencidos de que tenía que ser un extranjero ricachón, puesto que nadie en la ciudad tenía tanto dinero.
Tampoco se les había pasado desapercibido el detalle de que dos fornidos guardias custodiaban la verja e impedían dejar pasar a nadie. Todo era muy, muy sospechoso, y ya habían surgido habladurías referentes a famosos que iban a usarla como segunda residencia, investigaciones científicas que habían escogido un lugar apartado, local de muy dudosa moralidad…
Le interesasen o no las noticias al joven Hitori, tuvo un día algo movidito, con tanto cotilleo a cada esquina. Al atardecer, seguramente se encontrase en dos estados: o harto de tanto maruja, o curioso por el misterio, como los demás.