En una pequeña y acogedora habitación de una ciudad muy nevada, un hombre de “músculo ancho”, leía una lista a la luz del fuego de su chimenea. Mientras hacía unas anotaciones en su papel, las llamas alumbraban los nombres de los niños sin rostro que en ella había escritos.
—¿Selphie? Mmm, no ha sido un gran año, pero ha ayudado mucho a sus padres —hizo un tic al lado de su nombre—. ¿Queiri? Claro, siempre es muy buena. ¿Solo? ¡Uhm! Si no fuera por lo que ha ido contando por ahí sobre mí…
Aún estaba murmurando cuando una joven, de aproximadamente dieciséis años, albina, sonriente y de carmesíes ojos, salió de la habitación contigua. Estaba llena de hollín, y apenas se daba cuenta de ello, pues ni siquiera había intentado limpiárselo.
—¡Ya vuelve a estar lista la máquina! —exclamó, orgullosa, haciendo el saludo militar, muy erguida y repentinamente seria—. ¡Todos están en su posición, señor! ¡Los últimos regalos se están ultimando en este momento, señor! ¡Esperamos sus órdenes, señor!
—Muy bien —respondió, con tranquilidad, e ignorando el tono juguetón de la chica—. Estoy acabando la lista. Ya temía que este año no llegásemos a tiempo. Con todos los problemas que ha habido últimamente, ha sido una suerte que tengamos al fin todo listo. Gracias por tu trabajo, H…
Un estruendoso ruido de la calle silenció las siguientes palabras del hombre. Ambos se giraron hacia la puerta principal, sabiendo que eso sólo podía significar una cosa: los “problemas” habían regresado.
La muchacha estaba boquiabierta. Porque, al otro lado, le parecía oír varios ruidos que le resultaban más familiares que el anterior.
—¿Akio…?
Axel y Yagami
Cada uno de los aprendices hacía su vida cotidiana en Bastión Hueco. Ya fuera entrenar, hacer misiones, vaguear… Sin embargo, tal y como suelen empezar los grandes acontecimientos, aquel no se predecía como un día fuera de lo normal.
Axel fue el primero en advertirlo, en el momento en el que vio, al final del pasillo que atravesaba (fuera por la razón que fuese), la figura de Diana, mirándole fijamente. Esperándole. Seguramente ya se había topado con ella en otras ocasiones, y no le habría pasada desapercibida su increíble belleza. Sólo miraba hacía que le palpitase el corazón, y ya no hablemos del férreo sentimiento de acercarse a ella, tocarla, olerla y… ¿por qué no? Besarla como nunca antes había deseado besar a otra chica.
Hasta qué punto habían llegado o no esas sensaciones, así como la influencia que tenían sobre Axel, eran cosa suya. ¿Cuánto podría resistir el chico?
—¿Axel, verdad? —sonrió, abordándole cuando se acercó—. El Maestro Ryota me ha dado un recado para ti. Quiere que vayas junto a otros dos aprendices a Ciudad de la Navidad. Sólo me ha dicho que te reúnas con ellos en la entrada principal.
Se echó para atrás un mechón suelto del pelo, en una pose francamente sexy. Luego, se despegó de la pared y le lanzó un guiño a Axel, mientras pasaba a su lado en dirección contraria.
—Buscas poder, ¿verdad? Qué mono —otra vez volvió a ensanchar su sonrisa—. El Maestro lo sabe y te ayudará a conseguirlo. Obedécelo. Todo lo que hagas será bajo sus designios, y por tanto, en tu provecho. Realmente adoro los hombres fuertes...
Enseguida se perdió por el largo pasillo, siendo sus últimas palabras un ligero murmullo, y dejando a Axel encantado con su aroma sin igual.
En cambio, fue Shinju quien visitó a Yagami, buscándole en su habitación, en la sala de entrenamiento, en el comedor… Allí donde estuviera en ese momento, Shinju lo asaltaría.
—¡Tenemos misión! ¡Vamos, ven, que no se va a resolver sola! —exclamó, echando a andar, sin hacer más caso a Yagami, salvo por una última advertencia— ¡Te esperamos en la entrada principal! ¡No tardes, o me chivaré al Maestro!
Yagami podía decidir, entonces, si hacer una paradita en su habitación (en el caso de no estar en ella), o ir directamente tras Shinju, quien ya parecía completamente preparada. Desde luego, avisar a su compañero había sido su última prioridad.
Shinju les esperaría a ambos en el punto de reunión, con los brazos cruzados y el ceño levemente fruncido. En cuanto estuviesen todos reunidos, comenzaría a despotricar (nada que ver con la actitud que había mostrado ante Yagami):
—¡Menudo morro tiene! ¿Por qué tengo que hacer una misión de Ryota? No soy su aprendiza. La Maestra Ariasu hace cosas más divertidas. Aunque… —sonrió de una manera un tanto siniestra—. Esta vez va a ser muy, muy divertido —soltó una sonrisilla—. El Maestro Ryota me hizo llamar para hacerme un encargo, y quiso que vosotros dos me acompañarais. Eso le restará emoción, pero mientras no estorbéis, no importa. El caso es que nuestra tarea es…
Mientras lo decía, invocó su Llave Espada, de nombre Ruido Esquelético, y la lanzó al aire, volviendo ésta en forma de Glider, con la forma de un auto en el que Shinju se sentó tranquilamente. Además, se acopló también la armadura, que tenía forma de un encantador vestido de lolita como el que normalmente solía llevar.
—¡… robar la Navidad!
Zait, Hiro, Mei y Nadhia
La Navidad se palpaba en el aire de Tierra de Partida. Había árboles navideños en cada rincón que se apreciase, decoración en forma de bolas y serpentina, así como moguris cómicamente disfrazados de Santa Claus, al grito también de “Ho-Ho-Ho”, cuál enanitos, en realidad.
Además, el día 25 estaba terriblemente cerca. Si estaban pensando en tener un detallito con alguien, antes de que Santa Claus lo hiciese, aquella era su oportunidad de comprar los regalos. No obstante, fueran cuales fuesen sus planes, éstos quedaron frustrados.
Akio les esperaba. Un moguri, vestido ésta vez de reno, les había dado la notificación de que el Maestro les requería (en unos diez minutos) en los Jardines. Últimamente parecía más asqueado de lo habitual, metiéndose cuánto podía con los aprendices y siempre molesto. Ninguno de los Maestros le había preguntado la razón, a suponer porque ya la supieran, pero ésta se desveló en cuanto Derhe Yeno le soltó la cuestión un día en el comedor.
—Odio la Navidad. Es una época absurda y tonta. Y límpiate esa barbilla, que pareces un babuino comiendo con esas manos tan grasientas.
Quizá lo hubiesen escuchado, o quizá no. En cualquier caso, lo mejor para todos era mantener alejado el temita.
Cuando llegaron, le verían sentado en un banco, pensativo. En Tierra de Partida no había nevado (aún), ni tampoco hacía tanto frío, pero llevaba puesto un largo abrigo rojo, seguramente bien calentito, e incluso asfixiante con aquella temperatura.
—¿Qué miráis, so lelos? —les soltaría, en cuanto se aproximaran a él—. ¿Y qué hacéis con esas pintas? —frunció el ceño—. Le dije a ese Rudolph de pacotilla que debíais llevar ropa de abrigo. Vamos a un lugar muy frío, y no quiero cargar con ningún idiota al que le haya dado una hipotermia.
Sí, definitivamente, estaba de mal humor.
Akio volvería a esperarles para que fueran a coger todo el abrigo que quisieran, o algo más que precisaran, antes de partir. Para cuando regresaran (salvo si alguno había decidido hacerse el machote e ir tal cual), tendría el vehículo y la armadura listos.
—Venga, que no tenemos todo el día —les regañó—. Esos sincorazón no se van a exterminar solos.