Un techo blanco. El sonido de la lluvia golpeando los fríos cristales de las ventanas, empañados debido a la temperatura exterior. Hitori apartó un mechón de pelo que tapaba parcialmente uno de sus ojos y se incorporó, dejando de mirar el techo. Dirigió su vista hacia el reloj; llevaba ya media hora tumbado en su cama. Suspiró, rascándose la cabeza, y se acercó a la ventana. Tras limpiar la empañada superficie, miró al exterior. Desde su habitación sólo podía ver las calles, ahora empapadas por la lluvia, y los edificios cercanos.
—Bueno... no tengo nada mejor que hacer. - Pensó, mirando el anillo que siempre estaba en el dedo corazón de su mano izquierda. Suspirando nuevamente, abrió uno de los cajones azules de su mesilla de noche, apoyando la otra mano en el inmaculado escritorio blanco que estaba a su lado. Cogió un MP4 un tanto desgastado del cajón y, tras ponerse los cascos, retiró sus llaves del mismo cajón y las metió en su bolsillo. No había nadie más en casa, por lo que las necesitaba si no quería quedarse unas cuantas horas bajo la lluvia. Tras cerrar el cajón, se dirigió a la puerta de la habitación y, echando una última mirada a ésta, rodeada de muebles azules y blancos, la cerró.
Atravesó el pasillo, pasando por delante de un paragüero sin coger nada de él, mientras seleccionaba una canción de la lista en su MP4. Finalmente, escogió el Canon de Johann Pachelbel. No tenía demasiada música clásica en la lista, debido a su falta de costumbre de escucharla, pero aquel día sentía la necesidad. Finalmente, llegó a la puerta que daba a las escaleras del edificio donde vivía. La atravesó, cerró con llave y bajó las escaleras con el ritmo tranquilo de la música. Vivía en un tercer piso y, aunque en el edificio había ascensor, él siempre bajaba por las escaleras. No le gustaban los ascensores.
Llegó finalmente al portal, donde uno de sus vecinos sacudía su paraguas empapado. Un hombre joven, al que Hitori apenas conocía, pero que siempre le sonreía cuando le veía. Sin duda, ese hombre atraía enormemente a Hitori, pero por desgracia, no tenía ninguna posibilidad con él. Estos pensamientos inundaron la mente de Hitori, como era costumbre cada vez que el hombre le sonreía, pero los eliminó rápidamente tras atravesar el portal y llegar a la calle.
—Deberías llevar paraguas, llueve mucho. -Escuchó a su espalda, antes de cerrar las puertas metálicas. Hitori se dio la vuelta y sonrió al hombre, que a su vez le devolvía la sonrisa.
—Estaré bien, la lluvia y yo nos solemos llevar bien. - Dijo, cerrando las puertas. A pesar de esta afirmación, tenía propensión a resfriarse con lo mínimo. Sin embargo, le gustaba caminar bajo la lluvia, era algo que le relajaba. Echó a andar bajo el cielo cubierto de nubes grisáceas, a través de las calles mojadas rodeadas de altos edificios que compartían el color del cielo en esos días lluviosos.
Después de caminar por las calles, que estaban casi vacías a excepción de gente bajo sus paraguas, se metió por un callejón que desembocaba en una larga vía cercana a la playa. La vía, hecha de baldosas con formas hexagonales, permanecía vacía, como era natural. En verano solía estar llena de gente, tanto habitantes como turistas, que caminaban, corrían y descansaban a lo largo de ella. Pero en aquellos meses lluviosos, lo único que se veía por la vía eran riachuelos formados por la lluvia que morían en las alcantarillas. Dirigió la mirada al mar, que mantenía el color grisáceo del cielo. Bajó por las escaleras de piedra que conectaban la vía y la playa, sin dejar de mirar al horizonte, y pisó finalmente la arena húmeda. Era una sensación agradable, algo que le gustaba desde que era pequeño por alguna razón que desconocía. Quizás era la costumbre.
En su MP4 ya no sonaba el Canon, sino una de sus canciones favoritas, titulada Promises. Dejó que la voz profunda y grave del cantante le inundase, acompañada de las suaves notas de piano, sin dejar de mirar al inmenso mar. Un torrente de pensamientos le llenaba cuando observaba esa inmensidad. Su madre solía decir que al observar el mar, era como si éste se tragase los problemas. Hitori experimentaba esa sensación cada vez que estaba frente a él, como si todas sus preocupaciones se desvaneciesen y se hundiesen en las profundidades del mar. Justo como aquel hombre. El hombre al que odiaba. El hombre que le hizo sufrir.
—Él también se hundió en las profundidades del mar... Como el resto de los problemas.- Susurró, sin poder evitar esbozar una ligera sonrisa. La primera vez que dijo eso, recibió una bofetada de su madre. Le había dolido, pero aún así seguía pensando lo mismo. Su madre nunca había vuelto a mencionar la frase que solía.- El mar se traga los problemas...
—Tienes toda la razón. - Hitori se sobresaltó, pausó su MP4 y miró a su derecha, donde un hombre con un aspecto un tanto cómico sonreía al mar. Vestía una camisa hawaiiana desabrochada, con una camiseta blanca debajo, acompañada de unas bermudas y unas sandalias con calcetines por debajo que le tapaban los tobillos. Hitori se sintió ofendido por el inadecuado aspecto del hombre, puesto que la ropa era una de las cosas hacia las que sentía mayor interés. Sin embargo, pasó por alto la ropa del hombre y le miró a la cara, no sin antes hacer una mueca final de desaprobación al ver un sombrero de pescador en su cabeza.
—Estás de coña... parece sacado de una comedia... En fin... - Pensó, sin dejar que su expresión delatase sus pensamientos. El hombre le sonrió y volvió a dirigir su mirada al mar.
—A pesar de lo peligroso que puede llegar a ser, el mar nos ofrece una paz interior muy curiosa. - Dijo el hombre, afirmando con la cabeza repetidas veces. - Es curioso, incluso conociendo los peligros del mar, el hombre se empeña en desafiarlo, cruzándolo en barcos o mismo capturando la vida que habita en él. No es distinto de lo que hace con el resto del planeta. Llega a resultar triste, incluso cuando se pierden vidas humanas en el proceso... ¿No te parece?
—¿Qué se supone que es esto, la clase de Filosofía del día? - Pensó Hitori, dirigiendo su mirada al hombre. Sin embargo, contestó con una simple afirmación. El hombre volvió a sonreírle y, despidiéndose con la mano, se alejó subiendo las escaleras que llevaban a la vía. Hitori miró nuevamente al mar y cerró sus ojos verdes. - Qué tío más raro...
Tras permanecer durante un tiempo frente al mar, escuchando nuevamente las canciones que sonaban en su reproductor de música, miró su anillo. Se sonrojó ligeramente y sonrió, acariciando el anillo plateado con sus dedos. Todavía recordaba el día en que su mejor amigo, Ben, le hizo aquel regalo. Al principio le resultaba un tanto extraño, nunca imaginó ese regalo de él. Sin embargo, le gustó desde el primer momento. Igual que él.
—Ben... - Susurró, cerrando los ojos mientras seguía acariciando el anillo. Finalmente, con un suspiro, decidió que era hora de volver a casa.
Mientras subía las escaleras de piedra, Hitori observó que había un pequeño dispositivo tirado en ellas. Lo recogió y lo observó. Era un pequeño Pendrive de color negro, con una etiqueta pegada en uno de sus lados. En ella estaba escrita el nombre “Nexus”, con letras un tanto borrosas y con un estilo de graffitti extraño. Hitori comenzó a caminar de camino a casa, sin dejar de mirar el Pendrive.
—¿Tendrá algún programa...? O quizás es un juego... aunque nunca lo he escuchado. Podría ser un proyecto fan-made. No estaría mal... O quizás es simple porno, a saber. - Pensó en voz alta, mientras caminaba por la calle. La lluvia le había empapado por completo, pero no se percató hasta que llegó al portal y dejó de mirar el Pendrive para dirigir la mirada a sus propios pantalones, que goteaban por todo el suelo. Soltó un simple bufido y subió las escaleras del edificio corriendo. Tenía curiosidad en saber qué secretos guardaba aquel Pendrive. Llegó al tercer piso y se plantó delante de la puerta de su casa, buscando en el bolsillo las llaves. Como siempre, estaban en el bolsillo contrario. Finalmente las sacó, abrió la puerta y se metió en casa, quitándose los zapatos.
—¡Ya estoy en casa! Oh, si estoy solo... - Murmuró, dándose cuenta de lo absurdo que había sido su saludo, que sólo habían escuchado las paredes. Quitándose la ropa mojada, se dirigió al salón, donde estaba el ordenador viejo. Encendió la CPU, de color blanca y llena de polvo y, acto seguido, hizo lo mismo con la pantalla que, a pesar de ser relativamente nueva, estaba sucia y llena de huellas. - No puedo meter este Pendrive así como así en mi ordenador, si tiene algún virus, a la mierda todo...
Mientras el cochambroso ordenador se encendía, Hitori se dirigió al baño para secarse el pelo. Cogió una toalla y frotó rápidamente su largo pelo castaño, alborotándolo. Tras sacudir la cabeza unas cuantas veces, el pelo recuperó una forma más adecuada. Hitori sonrió al espejo y corrió hacia la habitación, donde se puso algo de ropa seca. Acto seguido, atravesó el pasillo en dirección hacia la cocina. Allí rebuscó entre las cajas de cereales, las galletas y otra clase de bollería industrial, y se decidió finalmente por una magdalena con trozos de chocolate. Satisfecho, volvió al salón, donde el ordenador comenzaba a cargar el antivirus.
—Bah, para qué tendrá antivirus, si está más petado de virus que de programas... - Se quejó, cerrando ventanas de error que saltaban por varios puntos de la pantalla. Tras deshacerse de los errores, cogió el Pendrive y lo conectó en uno de los puertos USB de la torre. Una ventana apareció en la pantalla, preguntando qué opción escoger. Hitori seleccionó la opción de abrir la carpeta, donde había un único archivo en formato .exe nombrado “Nexus”. Decidió analizarlo con el antivirus, mientras le daba un mordisco a su magdalena. Tras unos segundos de espera, el antivirus determinó que estaba limpio. - ¡Bien! Hora de instalarlo en mi ordenador. Aunque no me fío demasiado de ti, antivirus de los horrores.
Tras señalar el icono del antivirus con una mirada de odio, apagó el viejo ordenador, retiró el Pendrive y se dirigió a su habitación, mirando todavía el pequeño dispositivo. Llegó a la habitación, donde el ordenador estaba encendido desde que se había despertado, horas antes de su paseo por la playa. Encendió la pantalla, que tenía mejor aspecto que la del otro ordenador, y conectó el Pendrive. Abrió nuevamente la carpeta donde estaba el programa y procedió a abrir el instalador. La ventana habitual de instalación se abrió, y Hitori pasó a gran velocidad las opciones pulsando el botón “Aceptar” repetidas veces. Para su asombro, el programa no pidió ningún tipo de serial, contraseña o siquiera que se confirmase que se leyeron las condiciones del programa. El ordenador empezó a instalar el programa, mientras Hitori acababa de comer la magdalena. La barra de progreso avanzaba a un ritmo normal.
—97... 98... 99... -Contó, según el porcentaje que marcaba la barra.- Y... ¡Listo! A ver qué eres...
Ningún acceso directo apareció en la pantalla, por lo que Hitori tuvo que buscar entre los programas de la lista. Al encontrarlo, seleccionó el icono, y una ventana que ocupaba el centro de la pantalla apareció. En ella sólo ponía “Nexus”, con las mismas letras que la etiqueta del Pendrive. Sin embargo, nada más ocurrió. El joven intentó abrir el programa nuevamente, pero seguía sin ocurrir nada.
—Qué porquería... y para eso me emociono.- Molesto, quitó el Pendrive del puerto USB y lo metió en un cajón del escritorio, a la vez que se quitaba los cascos del MP4 y lo metía en el mismo cajón, junto al Pendrive.