D: Mi tercer relato en esta página. Espero no retrasarme con los demás... Y sin más, los dejo con el prólogo.
[center] The World Ends With Us [/center]
[center] Prólogo [/center]
Corría. Corría, abriéndose camino entre los oscuros y húmedos callejones. La noche cubría todo como si alguien hubiera puesto una manta sobre la ciudad, además de que las nubes empeoraban la visión. Seguía corriendo, esquivando variados obstáculos como tuberías y depósitos de basura. Saltó por encima de una caja vieja y cayó en un charco, mojándose la parte baja de sus pantalones. Finalmente dio vuelta en una esquina y pudo ver una calle transitada. Agitó los brazos y gritó, buscando ayuda, pero ningún conductor se detenía. Nadie le dirigía ni una mirada, nadie se preocupaba, sólo pasaban a toda velocidad, lanzando ráfagas de aire. El pequeño niño se giró y vio cómo el hombre se acercaba lentamente, saboreando el momento. El reflejo de los charcos se distorsionaba con cada paso de aquél individuo. El pequeño se quedó plantado donde estaba, paralizado por el miedo, mientras el criminal se acercaba más y más. El hombre sacó un cuchillo de su bolsillo y apuntó hacia el niño. Caminó hasta quedar frente a éste, luego alzó el cuchillo, con una sonrisa macabra en el rostro. Repentinamente, aparecieron dos sombras y se interpusieron entre el niño y el asesino.
Gritos, golpes…
Y ese espeso líquido carmín.
Kenji se despertó con un sobresalto. Otra vez el mismo sueño. Los horribles recuerdos del asesinato de sus padres aun rondaban por su cabeza. Aunque ya habían pasado más de cuatro años, Kenji no era capaz de sacar de su mente aquella terrible escena. Sabía que algo así jamás podría olvidarse, pero si tan sólo pudiera deshacerse de aquél sentimiento de culpa.
Ésa era la razón. La razón por la que no se acoplaba con la gente. Todas las personas, por más que lo negaran, tenían sentimientos horribles que los carcomían por dentro. Incluso Kenji, aunque intentaba deshacerse de ellos. Él sería distinto.
No. “Era” distinto. Desde hacía unos cuántos meses había empezado a sentirlos. Esas extrañas presencias que rondaban alrededor de él cada vez que estaba molesto o deprimido. Muchas veces le estresaban y le hacían sentir mucho peor. Eran como moscas, moscas horribles y ruidosas que te siguen todo el día pero que no eres capaz de aplastar. Como un zumbido en la oreja, como una comezón en la nariz… Eran, simplemente, una molestia.
—¿Kenji? ¿Quieres que te llevemos a la escuela? —la que le llamaba era su tía. Su molesta y estresante tía, hermana de su madre. Tenía una voz chillona que, o te arrullaba, o te hacía enojar. Muchas veces ella intentaba animar a Kenji, pero éste sólo se ponía más molesto.
—No, iré caminando. Ya pueden irse. —contestó Kenji, sentándose en el borde de la cama. Se levantó en cuanto escuchó la puerta principal cerrarse. Fue al baño y se miró en el espejo. Era un chico alto de catorce años, de cabello liso, corto y de color negro; sus ojos eran negros y no eran pequeños, al contrario que los de la gente de su país. Se dio un baño en menos de cinco minutos, caminó hasta la puerta y salió sin desayunar.
Kenji estaba poniéndole el cerrojo a la puerta cuando un muchacho le habló:
—Hola, Kenji. —era un muchacho alto, de unos dieciséis años, con un extraño cabello naranja, ropa holgada y unos llamativos auriculares de color morado.
—Neku. —dijo Kenji, a modo de saludo, mientras emprendía camino a su colegio. Neku llevaba viviendo allí varios años, en la casa contigua a la de Kenji. Era un buen chico y a veces invitaba a Kenji a varios lugares, pero éste casi siempre se negaba. Neku había tenido una larga depresión después de la muerte de un buen amigo suyo, pero finalmente parecía haberse repuesto.
—¿Tienes la cuarta hora libre? Parece que nuestra clase coincide con tu receso. Si quieres, podemos salir. Los chicos y yo planeábamos…
—No. —interrumpió Kenji. No tenía ganas de salir. Eso implicaba que mucha gente le viera. No. No iba a hacerlo. Tal vez era miedo, tal vez timidez, pero algo le impedía salir al público.
—Podemos ir a comer algo. Parece que el Hotdog Mexicano tiene nuevas salchichas.
—Dije no. —Kenji se detuvo, giró la cabeza, fulminando a Neku con la mirada. —Y pensaba que te habías deshecho de esos viejos audífonos.
—Ahora sí los uso para escuchar música. —respondió Neku, mostrando el cable de éstos conectado a un pequeño aparato. —Vamos, Kenji. Beat irá también.
—¿Sabes, Neku? Te has vuelto irritante últimamente. Si no quiero es que no quiero. Ahora déjame en paz. No sé que te ha pasado. —gruñó Kenji y apresuró el paso.
—¡Ahora soy diferente! ¡Ahora tengo gente que me aprecia! ¡Tengo amigos! — gritó Neku, antes de que Kenji diera vuelta en una esquina.
La campana que anunciaba la salida para el almuerzo se escuchó por sobre las animadas voces de los alumnos. Varios sacaron comida de sus mochilas, mientras otros revisaban sus bolsillos en busca de algunas monedas. Kenji simplemente se quedó donde estaba, esperando que los demás salieran del aula.
En cuanto los pasillos se vaciaron, Kenji emprendió camino hacia los jardines. Llegó a su lugar preferido. Un cerezo, con varios arbustos alrededor, quedaba cerca de un edificio en construcción. La gente generalmente no se pasaba por allí y por lo tanto nadie veía a Kenji, y menos si se metía al hueco entre el árbol y los arbustos, donde quedaba completamente oculto.
—¡Raro! ¡Búscate unos amigos! ¡No, mejor haznos un favor y muérete! —escuchó que gritaban. Simplemente les ignoró y se recargó en la pared, para que nadie le viera meterse en su escondite. Le llamaban “raro”. Él no era raro, era prudente. Le hacía enojar que lo llamaran así. Recordó todos los insultos que le habían dicho y lo molesto que había sido Neku esa mañana. Seguramente estaría divirtiéndose con ese tal Beat y aquella Shiki.
Y de nuevo las sintió. Esas extrañas presencias que sólo lograban hacerlo sentir aun más enojado. No pudo evitar lanzar un grito al aire:
—¡Largo! ¡Malditas cosas! ¡Váyanse!
Vio como dos chicas se daban la vuelta para esquivarlo y las escuchó susurrar:
—Dicen que es esquizofrénico. Al parecer tiene problemas de doble personalidad.
No pudo evitarlo más, y sin importarle que lo vieran, saltó los arbustos y se acostó en el fresco césped. Todas las personas eran así de estresantes. Incluso las chicas que parecían tan dulces tenían sentimientos terribles en el corazón.
—Niñas, está prohibido estar en esta zona. Esta es un área de construcción, es peligroso.
Kenji ignoró la voz de su profesora de álgebra y cerró los ojos, esperando deshacerse de toda esa ira y de esas extrañas presencias. Escuchaba muchas cosas desde allí: La gente que caminaba y conversaba en la calle, los balones botando en la campo, los trabajadores construyendo aquél edificio. Escuchó cómo uno de ellos gritaba.
—¡¡La polea se rompió!!
Kenji miró hacia arriba y vio montones de bloques cayendo. No fue capaz de moverse lo suficientemente rápido, sintió un horrible dolor en el cráneo y luego… oscuridad.
Abrió los ojos y vio a un montón de personas rodeándole. Estaba tirado en el suelo, ahora fuera de los arbustos.
—Bueno, sí era un poco raro, pero supongo que lo extrañaré.
—No sé ustedes, pero yo sí iré a su funeral.
—Cuando le dije que se muriera no pensé que iba a suceder esto.
Kenji se sentó y observó a toda la gente que le rodeaba.
—¿Qué creen que hacen? Si no estoy muerto. Estoy aquí.
Pero ninguno de los presentes parecía haberle oído. Giró la cabeza y lo que vio lo conmocionó: Una bolsa gris descansaba debajo de Kenji. No tuvo que abrirla para saber lo que contenía. Vio también cómo el césped estaba manchado con enormes charcos de sangre.
—Soy… ¿Soy un fantasma? No, no estoy muerto. ¡No puedo!
—Lo estás, sin duda alguna.
Alguien hablaba detrás suyo. Kenji se puso de pie y vio a un hombre con una camisa de invierno de color rojo, con la capucha puesta. Kenji se sorprendió al ver unas alas huesudas, sin piel, saliendo de la espalda de aquél individuo.
—Varios bloques de construcción cayeron sobre tu cabeza. Moriste al instante. Aunque por desgracia no fuiste el único…
—¿No fui el único? ¿Quién más…?
—No me interrumpas, muchacho. Tienes dos opciones. Irte al Mas Allá, como ustedes lo llaman, o volver a la vida.
—¡Volver a la vida, por supuesto!
—Pero tiene un precio, claro. Te daremos una misión por día, que debes cumplir durante una semana entera. Si sobrevives, te daremos una segunda oportunidad, borrando la memoria de cualquiera que conozca sobre tu muerte; pero, en cambio, si no lo logras, te convertirás en un Ruido.
Kenji no pudo evitar soltar una carcajada, la cual intentó disimular como un ataque de tos, sin éxito. —¿Un Ruido? ¿Eso es todo? ¿Y cómo haré? ¿Bip bip o tac tac?
—Esos son sonidos. Esto es un Ruido. —dijo el hombre, señalando detrás de Kenji. El chico se giró y se sobresaltó. Unas extrañas figuras sobrevolaban las cabezas de muchas personas, en especial la de Kenji. Las reconoció de inmediato, eran las presencias que lo seguían casi todo el tiempo. Así que se llamaban “Ruido”.
—Si te conviertes en uno de ellos, estarás condenado a convertir a otras personas. Para siempre. —el hombre hizo énfasis en las últimas palabras. —Pero que pena que ya has elegido. Eso te pasa por interrumpir.
—¡Espera! —pero Kenji no pudo hablar. Lo último que recordó fue haber visto una chica corriendo hacia él.