No tardaron en aparecer Seth y Hajime. Era la hora del descanso de clases, y en el resto del día no se habían dirigido la palabra. Se encontraban confusos, difíciles de mirarse a los ojos tras lo sucedido el día anterior. Roland dudaba incluso si había llegado a pasar. Pero estaba claro que no tendría esa suerte.
Sus dos amigos se acercaron y se sentaron junto a él en unas escaleras que daban a la entrada del instituto. Con esfuerzo, se dirigieron un breve saludo apenas audible y se quedaron callados. Roland siguió observando su sándwich, sin mirar a sus compañeros a la cara.
Tras cinco minutos callados, Hajime decidió romper el hielo.
—¿Qué tal…? ¿Ayer?
—Extraño —contestó Seth—. Fue un día raro en general.
Ambos volvieron a quedarse en silencio, sin decir nada.
—¿Creéis que esto es capaz de matarme si me lo meto en la boca? —preguntó Roland, mostrando el sándwich a sus dos compañeros. Hajime lo tomó y lo olisqueó para apartarlo inmediatamente de él y devolvérselo a su compañero.
—¡Joder, qué asco! ¿Qué contiene, veneno?
—Creo que una vez fue queso.
—¡Tira eso!
—Me ha costado 200 yens. Y tengo otro.
—Roland, como se te ocurra saborear lo más mínimo eso, que sepas que no iré a tu funeral.
Roland volvió a clavar su mirada en el sándwich, sin saber qué hacer con él.
—Creo que voy a tener que dar el primer paso —se lamentó Seth—. ¿Alguien aquí recuerda algo sobre un espejo que…?
—Joder, me había hecho ilusiones pensando que era un sueño —contestó Hajime—. Sí, lo recuerdo perfectamente.
—¿Y tú, Roland?
—Ajá.
—¿Recuerdas lo que te sucedió cuando…?
—Ajá.
—Vale —Seth suspiró—. No ha sido un sueño.
El silencio se hizo de nuevo entre los tres amigos durante dos minutos, en los cuales reflexionaron sobre ello. Seth volvió a tomar la palabra.
—¿Y qué hacemos?
—Olvidarnos de ello. Completamente —sentenció Hajime—. No queremos meternos en nada de… Todo eso. Casi nos matan. ¿Y recordáis aquel monstruo gigantesco? No, no. Lo olvidaremos y ya está.
—Pero hay tantas dudas… —argumentó Seth.
—Las ignoraremos.
—Y… Me sentí tan bien al…
—También otras cosas aquí sienten bien.
—Y…
—¡Lo olvidaremos, joder! —soltó Hajime—. No volveremos. Nunca. Y fin de la conversación.
—No estoy de acuerdo.
Roland había tomado la palabra, sin apartar la vista de su sándwich. Seguía enfrascado en él, como si tuviera algo muy importante que nadie más había visto.
—Si nos quedamos aquí de brazos cruzados, sucederán dos cosas —explicó—. En primer lugar, esos “Shadows” pueden tomar a más gente y a saber qué hacen con ellos. He oído que ayer apareció un muerto cerca de un espejo. No podemos permitir que suceda esto por mucho más tiempo.
—No es nuestro proble… —intentó señalar Hajime, pero Roland le cortó.
—En segundo lugar, jamás sabremos qué es ese sitio. ¿De dónde viene? ¿Por qué existe? ¿Por qué llegamos allí? ¿Por qué los Shadows saben tanto sobre nosotros, como aquel lo sabía de mí? Si no volvemos, esas dudas siempre las tendremos presentes. Siempre. Como este sándwich. Si no lo pruebo, jamás sabré cómo está.
Acto y seguido de decir esto, Roland dio un mordisco a su almuerzo. Cuando sus dos compañeros se dieron cuenta intentaron acudir a él para que lo escupiera, pero ya era tarde. Se lo había tragado.
—Y ahora que lo he probado, puedo decir que estaba delicioso a pesar de todo pronóstico —afirmó sonriendo y mirándoles a la cara—. Así que, ¿cómo sabremos que no será divertido investigar ese lugar?
Seth y Hajime se quedaron cabizbajos, pensando en silencio. Finalmente el primero levantó la vista.
—Estoy contigo —le apoyó Seth. Roland observó a su otro compañero.
—¿Y tú, Hajime?
—Voy a arrepentirme, pero… Qué demonios. También lo estoy.
Roland sonrió.
—Muy bien. Investigaremos ese “Mirror World”.
La campana sonó. Las clases se reanudaban.
La campana del final de las clases ya había sonado. Seth y Hajime decidieron ir a la biblioteca de la isla para ver si podían averiguar algo sobre el “Mirror World”, aunque dudaban del éxito en su investigación. Roland, por su parte, había decidido quedarse por el instituto para ver si encontraba algo por medio del alumnado, intentando no llamar la atención.
La gente salía tranquilamente del recinto, animada y esperando llegar a sus casas o zonas de ocio con sus amigos. Seth decidió sentarse un momento en las escaleras de entrada al edificio.
—Vamos, que no tenemos tiempo que perder —le ordenó Hajime, dándole una patadita en la pierna izquierda.
—Estoy cansado del día que hemos tenido. Dame un minuto.
El minuto solicitado se alargó a dos, en los que disfrutó levemente del sol que caía sobre ellos. Antes o después comenzaría a hacer un calor insoportable, por lo que disfrutar de aquellos días sería lo mejor que podía hacer.
Cuando finalmente se dispuso a marcharse, una suave melodía llegó a sus oídos. Giró su cabeza hacia uno de los cerezos del jardín y vio a un joven apoyado en uno de los árboles más altos mientras tocaba la guitarra tranquilamente, como si no hubiese nada más en el mundo de lo que preocuparse.
—Ey, Jack.
El muchacho giró la cabeza y vio a Seth en las escaleras. Le contestó con un saludo con la mano y los dos se acercaron a él mientras se levantaba de debajo del árbol.
—¿Qué tal, tío? —preguntó a Seth.
—Tirando. ¿Conoces a Hajime? Es de mi clase.
—Mucho gusto —se presentó Hajime, extendiéndole la mano. Jack contestó chocándosela animadamente.
—¡El gusto es mío! Soy Jack Osiris, guitarrista. He oído hablar de ti y tu inteligencia desorbitada.
—Eh… ¿Gracias? —Hajime no estaba seguro sobre qué pensar de aquel individuo, por lo que tendió a formular una pregunta—. Tu apellido me llama la atención. ¿Eres egipcio?
—Qué va, soy inglés —contestó despreocupadamente Jack—. Aunque creo que mis antepasados sí que lo eran. ¿Y qué hacéis por aquí a estas horas?
—Salir de clase —contestó algo seco Seth—. Más bien la pregunta es qué haces tú aquí.
—Relajarme. No voy a estresarme tocando la guitarra en mitad de la calle, ¿sabes? El jardín de este instituto es… Especial.
—Te recuerdo que tenemos que ir a la biblioteca —recordó Hajime. Seth suspiró y se despidió de Jack.
—Tenemos que irnos.
—Vosotros tranquilos, marchaos. Espero que nos veamos pronto, tengo ganas de quedar con alguien. Hace menos de una semana que llegué y todavía no conozco bien la ciudad.
—Ya lo haremos —le prometió brevemente Seth, sin muchas ganas—. Nos vemos.
Una vez fuera del recinto del instituto se dieron prisa en llegar a la biblioteca. Hajime lanzó una mirada extraña a Seth.
—¿Dónde conoces a esta gente tan rara? —simplemente le preguntó.
Roland suspiró, caminando por los pasillos del instituto sin rumbo exacto. Estaba a dos pasos de volver a la residencia al no tener ningún éxito en su búsqueda de información. Nadie hablaba sobre espejos que llevaban a mundos distintos. Tampoco sobre misteriosos asesinatos ni sombras malignas. Nada de nada.
Harto, se giró para volver definitivamente a su habitación. Se encontraba en el hall del instituto, completamente vacío, sin ningún alma por allí. Algunos alumnos que se habían quedado hasta última hora para las extraescolares y clubes, pero poco más. Se acercó a sus zapatos y los tomó, dispuesto a ponérselos.
Entonces, escuchó unos pasos detrás de él. Giró la vista, preguntándose de quién se trataba, y vio a una solitaria joven de piel oscura con gorra verde sin prestarle atención. La reconoció como Sheva, “la reina de las divinas”, una pija asquerosa que hacía que sintiera algo de asco por las pijas mimadas por papá.
Y la hubiese ignorado, si no fuera por una pequeña lágrima que brilló con la luz del sol cayendo por su mejilla.
Roland intentó contenerse. Odiaba ver a alguien triste, así, casi sollozando. Pero, maldita sea, era Sheva. Debería pudrirse de lo asquerosa que era. Ni siquiera le había saludado. Simplemente, se había agachado y comenzaba a colocarse los zapatos, mientras otra lágrima con un gimoteo resbalaba por su cara.
Roland se mordió el labio inferior. Acabaría odiando lo que iba a hacer seguramente, pero…
—Eh, ¿te pasa algo?
—¡Déjame en paz! —gritó ella, sin mirarle a la cara. Roland bufó, pero no hizo caso.
—Eh, venga. Nos conocemos. Mira, soy Roland, yo…
—¡Cállate! —gritó de nuevo entre lágrimas—. ¡Me tiraste al suelo hace unos días, te conozco perfectamente!
Roland se calló para sí mismo la frase “tú lo empezaste, zorra”. No iba a mejorar en absoluto la situación.
—Mira, siento lo del otro día. A veces puedo ser un poco… Borde y brusco…
—Y un idiota —añadió ella moqueando.
—Y un idiota… Pero de veras, yo no soy siempre así. ¿Me perdonas?
Sheva se secó las lágrimas. Miró de reojo a su compañero y bajó la mirada.
—Sólo porque eres algo mono —se burló ella, algo más animada. Roland sonrió levemente al ver que estaba logrando algo con todo aquello.
—¿Y por qué una chica como tú lloraba así? —preguntó. Sheva guardó silencio unos segundos.
—Es por un chico. Digamos que me ha… Utilizado.
—Menudo hijo de puta —soltó Roland, algo enfadado—. No juzgues a todos los hombres por marranos como él.
Sheva soltó una pequeña risita cabizbaja.
—Tranquilo. Se lo haré pagar con mis amigas.
Roland miró con algo de preocupación a la chica. Aquella Sheva era la que odiaba y la que volvía a aparecer tan claramente.
—¿Seguro que es lo que quieres?
Sheva guardó silencio. No sabía que contestar.
Finalmente, se levantó del suelo y se dirigió a la entrada sin decir nada. Una vez en la puerta, se giró a ver a Roland de nuevo, quieto en su sitio. Recordó quién era ese chico en realidad y lo que tenerle como amigo podía significar. Por lo que dijo lo que ella creía correcto.
—Esta conversación no ha tenido lugar. Si le revelas a alguien todo esto, acabaré con tu vida social y con tu propia vida.
Sin volver a dirigirle la vista, se marchó de allí, decidida. Roland volvió a quedarse solo.
Podría ser mejor. Podría ser peor. El caso es que avancemos.