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Pocas veces llegas a sentir algo así. Esa sensación que te invade y te provoca en último término la Felicidad, no es algo que debes ignorar. Deberás dejarte llevar, arrastrarte por la dura corriente y hacer lo que mejor sabes hacer, nada.
Amor,odio,miedo. Todo es lo mismo. Todo se repite de forma lineal, aburrida, creando cadenas infinitas que provocan la Depresión y la Muerte. El mundo puede desmoronarse ante ti o simplemente te elevará en un pedestal.
En fin, algo así es especial e irrepetible. Pero, ¿No te has parado a disfrutar el inigualable y pasional sonido de sus pulsaciones, su melodioso andar o la eterna sonrisa que adorna su boca?
Hazlo.Disfruta.
Resoplé inconscientemente y, algo exhausto, volví mi mirada hacia la empañada ventana. Pequeñas gotas de lluvia correteaban por el cristal iluminadas por una casi perfecta luna llena. Soplaba una leve brisa que hacía mover las copas de los árboles. La oscuridad había bañado todos los resquicios bajo los enormes pinos, ofreciendo una lúgubre visión de aquel pequeño bosque que se extendía cerca de mi casa.
Deseaba salir, empaparme de aquella débil llovizna, sentirme amparado por la sombra, gritar, olvidar todos los problemas y aquellas cartas. Deseaba morir.
—Hijo, es tarde. Vete ya a dormir...— susurró una delicada voz tras de mi, mi madre.
No respondí, no quería. Pensaba seguir allí, intentando descifrar lo que esa carta podría significar, lo que debía hacer y lo que pretendía el anónimo autor, así que me limité a asentir y tras unos segundos, suspiré de nuevo.
Amor,odio,miedo. Todo es lo mismo. Todo se repite de forma lineal, aburrida, creando cadenas infinitas que provocan la Depresión y la Muerte. El mundo puede desmoronarse ante ti o simplemente te elevará en un pedestal.
En fin, algo así es especial e irrepetible. Pero, ¿No te has parado a disfrutar el inigualable y pasional sonido de sus pulsaciones, su melodioso andar o la eterna sonrisa que adorna su boca?
Hazlo.Disfruta.
Resoplé inconscientemente y, algo exhausto, volví mi mirada hacia la empañada ventana. Pequeñas gotas de lluvia correteaban por el cristal iluminadas por una casi perfecta luna llena. Soplaba una leve brisa que hacía mover las copas de los árboles. La oscuridad había bañado todos los resquicios bajo los enormes pinos, ofreciendo una lúgubre visión de aquel pequeño bosque que se extendía cerca de mi casa.
Deseaba salir, empaparme de aquella débil llovizna, sentirme amparado por la sombra, gritar, olvidar todos los problemas y aquellas cartas. Deseaba morir.
—Hijo, es tarde. Vete ya a dormir...— susurró una delicada voz tras de mi, mi madre.
No respondí, no quería. Pensaba seguir allí, intentando descifrar lo que esa carta podría significar, lo que debía hacer y lo que pretendía el anónimo autor, así que me limité a asentir y tras unos segundos, suspiré de nuevo.
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El suave traqueteo producido por mi compañera me hizo despertar de mi ligero sueño. Tras esbozar una sonrisa restando importancia al asunto volví mi atención a la explicación del profesor. Líneas prolongadas hasta el infinito, ángulos que se me antojaban imposibles, un puñado de puntos sin relación alguna…Cualquiera se dormiría con algo así.
Suspiré y apoyando la palma de mi mano en mi mentón, miré de reojo a aquel chico de la primera fila, Gabriel. Sin duda, se trataba de uno de los mejores alumnos de todo el instituto. Con apenas 17 años, se había ganado el cariño de todos los profesores, que no dudaban en sorteárselo. Las chicas babeaban a sus pies y los chicos admiraban su destreza para los deportes. Todo el mundo le quería, menos yo. No dejaba de ser el típico ególatra que tarde o temprano se enfrentaría a los verdaderos problemas sin la ayuda de toda esa gente. Quizá era envidia o simplemente un odio irracional fruto de todos aquellos años en los que lo había visto triunfar. Cerré los ojos, rechazando aquella realidad que me aprisionaba.
El timbre que marcaba el fin de clase emitió su clásico sonido estridente. Una marabunta de alumnos se formó en la puerta de salida. El profesor regañaba y gesticulaba en el aire, a sabiendas de que no conseguiría nada. Tras un par de minutos, la clase quedo en un perpetuo silencio.Unos delicados rayos de sol se desplomaban en los vacíos pupitres.
No solía faltar a clase, aunque la situación lo requería.
Me asomé disimuladamente a la ventana y me aseguré de que mis compañeros se encontraban en clase de educación física. Me apresuré a cerrar la puerta y tras mentalizarme de una posible pillada regresé a mi mesa. Encontré aquella carpeta negra en el mismo lugar, escondida entre los libros de Filosofía y Ciencias, nadie rebuscaría en aquel lugar. Dentro de esta guardaba todas las cartas que había recibido, unas 18 en total. Las coloqué en orden, añadiendo la que había recibido la noche anterior. Pretendía encontrar algo en común entre ellas, algo que me diera alguna pista sobre el autor. Lo más fácil hubiera sido tirarlas, olvidarme de todo aquello y seguir el transcurso de los acontecimientos, pero no quería algo así. Mi vida no valía nada. Notas mediocres, apenas algún amigo, gustos extravagantes, un físico que dejaba mucho que desear, una personalidad rara…Quizá fue el impulso de algo nuevo lo que me hizo guardar aquellas cartas.
Cerré los ojos y dejé escapar una cristalina lágrima que se deslizó delicadamente por mis mejillas y produjo un vacío eco al caer en el papel.
Absorto en aquel mundo de letras, no logré escuchar el crujir de unos nudillos tras de mi.
Suspiré y apoyando la palma de mi mano en mi mentón, miré de reojo a aquel chico de la primera fila, Gabriel. Sin duda, se trataba de uno de los mejores alumnos de todo el instituto. Con apenas 17 años, se había ganado el cariño de todos los profesores, que no dudaban en sorteárselo. Las chicas babeaban a sus pies y los chicos admiraban su destreza para los deportes. Todo el mundo le quería, menos yo. No dejaba de ser el típico ególatra que tarde o temprano se enfrentaría a los verdaderos problemas sin la ayuda de toda esa gente. Quizá era envidia o simplemente un odio irracional fruto de todos aquellos años en los que lo había visto triunfar. Cerré los ojos, rechazando aquella realidad que me aprisionaba.
El timbre que marcaba el fin de clase emitió su clásico sonido estridente. Una marabunta de alumnos se formó en la puerta de salida. El profesor regañaba y gesticulaba en el aire, a sabiendas de que no conseguiría nada. Tras un par de minutos, la clase quedo en un perpetuo silencio.Unos delicados rayos de sol se desplomaban en los vacíos pupitres.
No solía faltar a clase, aunque la situación lo requería.
Me asomé disimuladamente a la ventana y me aseguré de que mis compañeros se encontraban en clase de educación física. Me apresuré a cerrar la puerta y tras mentalizarme de una posible pillada regresé a mi mesa. Encontré aquella carpeta negra en el mismo lugar, escondida entre los libros de Filosofía y Ciencias, nadie rebuscaría en aquel lugar. Dentro de esta guardaba todas las cartas que había recibido, unas 18 en total. Las coloqué en orden, añadiendo la que había recibido la noche anterior. Pretendía encontrar algo en común entre ellas, algo que me diera alguna pista sobre el autor. Lo más fácil hubiera sido tirarlas, olvidarme de todo aquello y seguir el transcurso de los acontecimientos, pero no quería algo así. Mi vida no valía nada. Notas mediocres, apenas algún amigo, gustos extravagantes, un físico que dejaba mucho que desear, una personalidad rara…Quizá fue el impulso de algo nuevo lo que me hizo guardar aquellas cartas.
Cerré los ojos y dejé escapar una cristalina lágrima que se deslizó delicadamente por mis mejillas y produjo un vacío eco al caer en el papel.
Absorto en aquel mundo de letras, no logré escuchar el crujir de unos nudillos tras de mi.
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Tras frotar mis ojos enérgicamente, intenté incorporarme. Mis miembros permanecían entumecidos aunque a duras penas conseguí levantarme. Un agudo dolor se extendía por todo mi cuerpo, alguien o algo me había golpeado y posiblemente me había arrastrado hasta aquel lúgubre lugar. Una oscuridad infinita se extendía por todos los resquicios de aquella sala, impidiendo que la luz invadiera su territorio. No conseguí encontrar una explicación de porque estaba en aquel lugar o quien me había llevado. Lograba escuchar un eco lejano, una serie de voces casi espectrales que parecían agonizar y que produjeron en mí un sentimiento de melancolía.
Amparado por la inerte oscuridad y a duras penas, logré encontrar una pared en la que apoyarme. Me dejé caer, aguantando aquel dolor que vagaba por mi cuerpo y desee que todo terminara. Si había de morir, que fuera cuanto antes.
—No vas a morir. No hay de que preocuparse.
Aquella infantil voz produjo una extraña reacción en mí. Era lo último que podía esperar en una situación así. Me quede quieto, víctima de un miedo que se extendía por todo mi cuerpo. Solo podía esperar, esperar a que algo me librara de aquella visión que me aprisionaba.
Las voces que hasta ahora se habían apoderado de mi conciencia comenzaron a apagarse lentamente, sustituidas por el eco de unos pasos que se aproximaban a mí. Eran pasos apenas audibles, sin apenas resonancia, que parecían ser provocados por unas pequeñas patas.
Lentamente y accionado por aquellos pasos, unas débiles luces comenzaron a iluminar la sala. Unos extraños símbolos que se alternaban por el suelo emitían una débil estela de luces doradas que producía una atmósfera incluso más oscura que antes. Una pequeña figura me observaba a escasos centímetros. Iluminado por aquella tenue luz, únicamente logré distinguir el brillo de sus enormes ojos.
—¿Qué haces? – volvió a resonar aquella voz, emulada por aquella extraña criatura.
No logré encontrar algo con lo que responder. El silencio reinó durante unos minutos. Aquel ser movía constantemente se diminuta cabeza como buscando el ángulo perfecta para observarme. El resplandor de las luces emitidas por los símbolos comenzó a intensificarse alrededor de aquella especie de monstruo, lo que permitió que me hiciera una idea de su aspecto físico. A simple vista parecía un gato aunque sus rasgos pertenecían a los de un peluche. Un pelaje grisáceo recorría su cuerpo, salpicado por unas manchas doradas. Su cara estaba coronada por unas simpáticas orejas de gato y adornada por dos pequeños círculos rosáceos en los extremos. El resplandor de sus oscuros ojos me produjo un respingo, incentivado por aquella sonrisa que se clavó en mi mirada. El conjunto de aquel ser me producía un terror sobrenatural aunque a la vez disipaba todos mis miedos.
—No tengas miedo, aquí estarás a salvo. – me tranquilizó con aquella delicada voz.
Suspiré. No me quedaba otra que creerle, así que baje la guardia e intenté relajarme. Todo aquello parecía una simple pesadilla o quizá una alucinación después del fuerte golpe que creía haber recibido. De cualquier manera, la solución para volver a despertar era aquella intrigante criatura, o eso pensaba.
—¿Qué…Que eres? – dije lentamente, articulando cada una de las vocales que se escapaban inconscientemente de mi boca.
Aquel extraño animal se acercó sonriente hacia mí. Se movía lentamente, aunque con una gran delicadeza, acariciando y mimando aquellas extrañas marcas. Pude observar que una delgada y fina estela formada de diminutos granos de arena cubría todo su pequeño cuerpo. Tras alcanzar una de las piernas que, en un intento por calmar mi dolor, había extendido, aquella criatura adoptó una posición relajada.
<< Mi nombre es Neburi, aunque eso no importa. Puedo ser un ángel para ti, o simplemente un demonio más. Desde el comienzo de la humanidad nosotros nos hemos encargado de cuidar de vuestra especie luchando contra la oscuridad que os aprisionaba y liberándoos de las tinieblas que se cernían sobre vuestro futuro. Vosotros lo llamáis ‘progreso’, nosotros ‘ciclo’. Desgraciadamente, soy uno de los últimos descendientes de mi raza. Nuestra labor se ha complicado y muchos han caído en combate. El mundo, como lo conocíamos antes, ha cambiado. Lo que calificáis de mal, se ha apoderado de este mismo. La muerte ha invadido a cada una de vuestras generaciones y se ha propagado como una infección. Habéis priorizado vuestros sentimientos y olvidado la razón, creando así multitud de Dioses falsos que se han encargado de destruiros. Vuestra sombra se ha estado alimentando de vosotros mismos y os ha nublado el entendimiento. Por eso necesitamos de vuestra ayuda, de la ayuda de humanos en el filo de la oscuridad que sean capaces de comprender lo que ocurre, de eliminar los deseos erróneos de la gente, de combatir el incierto futuro que se cierne sobre vuestra estirpe y de crear luz. >>
Las palabras fluían libremente por su pequeña boca. Una esencia de él mismo se escapaba con cada una de ellas y era recuperada por las siguientes. No tuve tiempo de preguntar nada, ni siquiera de digerir aquellas palabras ya que la imagen comenzó a evaporarse mientras aquellos símbolos se apagaban lentamente. Una sensación cálida me invadió y se extendió por todos mis miembros. No sentía ningún dolor ahora sino un placer inigualable. Me creía ajeno a la realidad, una especie de ente superior al resto que yacía tontamente en aquella sala de la que no podía escapar. Las luces se habían extinguido y la oscuridad volvió a cubrir cada uno de los símbolos. Mi cuerpo no respondía a mis súplicas y permanecía inerte aunque mi mente, influida por aquella aura, vagaba por toda la sala buscando un lugar por el que escapar. Lentamente y sin apenas notarlo, comencé a caer en el influjo de Morfeo.
Amparado por la inerte oscuridad y a duras penas, logré encontrar una pared en la que apoyarme. Me dejé caer, aguantando aquel dolor que vagaba por mi cuerpo y desee que todo terminara. Si había de morir, que fuera cuanto antes.
—No vas a morir. No hay de que preocuparse.
Aquella infantil voz produjo una extraña reacción en mí. Era lo último que podía esperar en una situación así. Me quede quieto, víctima de un miedo que se extendía por todo mi cuerpo. Solo podía esperar, esperar a que algo me librara de aquella visión que me aprisionaba.
Las voces que hasta ahora se habían apoderado de mi conciencia comenzaron a apagarse lentamente, sustituidas por el eco de unos pasos que se aproximaban a mí. Eran pasos apenas audibles, sin apenas resonancia, que parecían ser provocados por unas pequeñas patas.
Lentamente y accionado por aquellos pasos, unas débiles luces comenzaron a iluminar la sala. Unos extraños símbolos que se alternaban por el suelo emitían una débil estela de luces doradas que producía una atmósfera incluso más oscura que antes. Una pequeña figura me observaba a escasos centímetros. Iluminado por aquella tenue luz, únicamente logré distinguir el brillo de sus enormes ojos.
—¿Qué haces? – volvió a resonar aquella voz, emulada por aquella extraña criatura.
No logré encontrar algo con lo que responder. El silencio reinó durante unos minutos. Aquel ser movía constantemente se diminuta cabeza como buscando el ángulo perfecta para observarme. El resplandor de las luces emitidas por los símbolos comenzó a intensificarse alrededor de aquella especie de monstruo, lo que permitió que me hiciera una idea de su aspecto físico. A simple vista parecía un gato aunque sus rasgos pertenecían a los de un peluche. Un pelaje grisáceo recorría su cuerpo, salpicado por unas manchas doradas. Su cara estaba coronada por unas simpáticas orejas de gato y adornada por dos pequeños círculos rosáceos en los extremos. El resplandor de sus oscuros ojos me produjo un respingo, incentivado por aquella sonrisa que se clavó en mi mirada. El conjunto de aquel ser me producía un terror sobrenatural aunque a la vez disipaba todos mis miedos.
—No tengas miedo, aquí estarás a salvo. – me tranquilizó con aquella delicada voz.
Suspiré. No me quedaba otra que creerle, así que baje la guardia e intenté relajarme. Todo aquello parecía una simple pesadilla o quizá una alucinación después del fuerte golpe que creía haber recibido. De cualquier manera, la solución para volver a despertar era aquella intrigante criatura, o eso pensaba.
—¿Qué…Que eres? – dije lentamente, articulando cada una de las vocales que se escapaban inconscientemente de mi boca.
Aquel extraño animal se acercó sonriente hacia mí. Se movía lentamente, aunque con una gran delicadeza, acariciando y mimando aquellas extrañas marcas. Pude observar que una delgada y fina estela formada de diminutos granos de arena cubría todo su pequeño cuerpo. Tras alcanzar una de las piernas que, en un intento por calmar mi dolor, había extendido, aquella criatura adoptó una posición relajada.
<< Mi nombre es Neburi, aunque eso no importa. Puedo ser un ángel para ti, o simplemente un demonio más. Desde el comienzo de la humanidad nosotros nos hemos encargado de cuidar de vuestra especie luchando contra la oscuridad que os aprisionaba y liberándoos de las tinieblas que se cernían sobre vuestro futuro. Vosotros lo llamáis ‘progreso’, nosotros ‘ciclo’. Desgraciadamente, soy uno de los últimos descendientes de mi raza. Nuestra labor se ha complicado y muchos han caído en combate. El mundo, como lo conocíamos antes, ha cambiado. Lo que calificáis de mal, se ha apoderado de este mismo. La muerte ha invadido a cada una de vuestras generaciones y se ha propagado como una infección. Habéis priorizado vuestros sentimientos y olvidado la razón, creando así multitud de Dioses falsos que se han encargado de destruiros. Vuestra sombra se ha estado alimentando de vosotros mismos y os ha nublado el entendimiento. Por eso necesitamos de vuestra ayuda, de la ayuda de humanos en el filo de la oscuridad que sean capaces de comprender lo que ocurre, de eliminar los deseos erróneos de la gente, de combatir el incierto futuro que se cierne sobre vuestra estirpe y de crear luz. >>
Las palabras fluían libremente por su pequeña boca. Una esencia de él mismo se escapaba con cada una de ellas y era recuperada por las siguientes. No tuve tiempo de preguntar nada, ni siquiera de digerir aquellas palabras ya que la imagen comenzó a evaporarse mientras aquellos símbolos se apagaban lentamente. Una sensación cálida me invadió y se extendió por todos mis miembros. No sentía ningún dolor ahora sino un placer inigualable. Me creía ajeno a la realidad, una especie de ente superior al resto que yacía tontamente en aquella sala de la que no podía escapar. Las luces se habían extinguido y la oscuridad volvió a cubrir cada uno de los símbolos. Mi cuerpo no respondía a mis súplicas y permanecía inerte aunque mi mente, influida por aquella aura, vagaba por toda la sala buscando un lugar por el que escapar. Lentamente y sin apenas notarlo, comencé a caer en el influjo de Morfeo.