Phoenix

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Phoenix

Notapor Deja » Dom Abr 01, 2012 4:13 pm

Phoenix:



Historia editada estilísticamente.

Prólogo:
Spoiler: Mostrar
Quienes tengan mi misma edad, y quienes no, también, recuerdan dónde estaban y qué hacían la primera vez que oyeron hablar del proyecto. Cuando en el canal de vídeo apareció un flash informativo anunciando que los científicos comenzaban ese mismo día, yo me encontraba en mi habitación con mi portátil. Recibí la noticia a través de un correo electrónico.
No era la primera vez que oía hablar del proyecto, claro. Todo el mundo sabía qué era: el experimento que iba a revolucionar el mundo y que, gradualmente, evolucionaría la raza humana hasta convertirla en otra con distintas condiciones. Los antiguos informes habían conseguido un éxito sin precedentes entre muchos de los investigadores, los cuales habían corroborado toda la información y habían dado el visto bueno. Todo aquello lo convertía en el tema de conversación de personas de todas las edades. Al igual que el ansia de conocer más y más sobre él.
Al principio no entendí, ni yo ni nadie, por qué los medios de comunicación concedían tanta importancia a aquella nueva y descabellada idea. Como si los habitantes del planeta Tierra no tuvieran otras preocupaciones. La crisis energética. El catastrófico cambio climático. El hambre, cada vez más generalizada, la pobreza, las múltiples enfermedades nuevas y sin vacuna. Una docena de guerras. Ya se sabe, lo de siempre: «perros y gatos juntos, histeria colectiva». Por lo general, los informativos no interrumpían las comedias de costumbres interactivas, ni las telenovelas, a menos que hubiera sucedido algo muy grave. Como el descubrimiento de un virus asesino o la desaparición de alguna ciudad bajo una nube atómica. Cosas así.
La verdad es que nuestro comportamiento podía tacharse de lógico ya que en un primer momento únicamente anunciaron lo planeado, es decir: el fin; pero sin los medios. Podía tratarse de un campo de pruebas, entrenamientos forzados o incluso drogas. Pero solo habían mencionado su finalidad y lo que constituiría para la humanidad. Un cambio muy radical, sin duda alguna.
La gente, escéptica, no se podía creer que estuvieran invirtiendo millones de euros en una aspiración tan utópica como era aquella. Nunca hicieron pública la cantidad exacta de bienes económicos, pero los cálculos citaban una suma de por lo menos mil millones. Investigaciones, materiales para la creación de nuevas máquinas, dinero para pagar a sujetos reales en los que confirmar un buen funcionamiento sin virus extraños y, claro, satisfacción personal.
Así que la nueva información revelada prendió como una llama en una gasolinera y recorrió todo el mundo en cuestión de minutos. Todas las cadenas de televisión interrumpieron las series que emitían en aquel momento y lanzaron el vídeo de un empleado que expresaba, hasta el más mínimo detalle, de lo que iba a consistir el proyecto del que tanto se había hablado. Al mismo tiempo ya había usuarios por Internet que grababan la televisión y subían en directo el vídeo, con streamings y capturadoras. Pocos minutos después una usuaria de sobrenombre poco importante colgó el vídeo en la máxima definición de audio y resolución de pantalla. Luego muchos otros copiaron su vídeo y lo subieron en el menor tiempo posible, como si se fueran a hacer famosos por ello. Aunque, lo cierto es que sí recibieron considerables visitas al perfil.
En aquel mismo instante estaba a punto de apagar el ordenador y otorgarme el resto del día libre para descansar cuando un inoportuno sonido atornilló mi cabeza. Lo reconocí, era el que tantas otras veces había escuchado acompañado de una publicidad engañosa, la del correo. Aunque compacto, el expresivo asunto captó mi completa atención durante un buen rato. Me rasqué la barbilla pensativo, intentando averiguar qué había detrás de aquel “Ver de inmediato” sin entrar en él, como un reto. Ni siquiera me detuve a conocer el nombre del emisor, no importaba demasiado.
Sumido en mis pensamientos, no me acordé de que el link del aviso desaparecía en diez segundos si no entrabas directamente por él, por lo que tuve que perder unos minutos entrando manualmente al correo.
Un suave trago de saliva fue el primer efecto que provocó mi acierto. El asunto se alargaba hasta leer “el ambicioso proyecto de científicos locos”. Coincido completamente con ambos adjetivos.
El vídeo estaba designado como “Invitación a Géminis”. Géminis era el nombre del proyecto con el que nos habían atosigado tanto tiempo, cosa que se explicaba en él.
Este se inicia con el sonido de las trompetas de los primeros compases de una canción antigua, de la época romana. Indagando un poco más en el tema pude asociarla con sus victorias. Suena durante unos segundos sobre un fondo negro. Se escucha un redoble de tambores de fondo para conmemorar la aparición de un hombre algo decrépito. Una prominente barba adorna su inexpresiva cara, y le da el toque oscuro que le falta al cabello rubio. No es un hombre de cincuenta años, lleno de sabiduría proveniente de un par de carreras universitarias. Es un hombre, quizás con diez años encima más que yo, bien vestido y peinado para que la gente vea en él un tipo elegante. Por su aspecto, pude deducir que era una de esas personas que no dormían bien pensando en si alguien pensaba mal de ellos. Se viste con una bata blanca de médico que le tapa hasta las rodillas, sin ni una mota de polvo en ella. El vaquero desgastado conjunta bastante bien con ella, aunque no sería mi elección para aparecer en un vídeo visto por millones de personas, tampoco se dejaba en ridículo.
Es el prototipo de los jóvenes de entre veinte y treinta años: alto, atlético y guapo. Mi primera impresión fue de molestia. Tantos cuidados y tanto gasto para transmitir un mensaje. De todas formas, la importancia del mensaje no se mediría en absoluto por la carisma y forma del emisor. En mi opinión.
La situación inicial es esta: el joven, mirando profundamente hacia el horizonte, es grabado por una cámara inmóvil de frente. Hace sol, pero el ángulo está previamente colocado y preparado para enfocar su cara. De fondo se puede ver una colina alta, era un poco extraña, como irreal, digamos. Ni me paré a meditar si conocía el lugar en el que se encontraba. Deduje que todo era un montaje, creado por lugares que habían sido escogidos de la red, siendo así ficticios o retocados.
En el ángulo inferior izquierdo de la pantalla aparecen unas líneas que indican el nombre del grupo, el de la canción, la casa discográfica y el año de aparición del tema, como si se tratase de un videoclip emitido en algún canal musical. Pero la ventana del vídeo es tan pequeña que no soy capaz de leer las letras. Qué poco cuidaron el vídeo antes de subirlo.
Entonces, intercambiando miradas con la cámara, imita con sus dedos una tijera y detiene la canción al momento. En ese preciso instante desaparece la colina y todo a su alrededor cambia de pronto, excepto la cámara. Cortando y copiando escenas. No era difícil, hasta yo lo podría hacer con el programa específico y un par de noches entregándome a ello.
Ahora el tipo se encuentra dentro de un laboratorio. Saluda con gesto militar y fija la vista en la cámara. Deduje que trataba de expresar confianza y disciplina. Luego baja la mirada, como distraído o arrepentido, buscando palabras para expresarse a una audiencia que sobrepasaría los límites previstos. Abre su mano, esperando a que ocurra algo, y aparece un pergamino enrollado tan largo que se sale de la cámara. Parece arcaico y escrito con letras desconocidas de una lengua muerta. Él no leía, se limitaba a contar lo que hubo practicado antes de comenzar a grabar. Se le daba bastante bien fingir.
»Estoy presente en este cortometraje para comunicar al mundo la función del llamado Proyecto Géminis—. Sigue leyendo, cada vez más deprisa, pasa sobre varios párrafos de jerga legal hasta que las palabras me llevan a lo interesante del vídeo, al porqué de tantas reproducciones y visitas en tan poco tiempo.
»Permitid que os adelante lo más destacado. Para comenzar, el Proyecto Géminis fue bautizado con ese sobre nombre por varias identidades que lo llevan a cabo. No es un esquema, ni un boceto de un experimento, ni un plan. Es un proyecto que se llevará a cabo durante el próximo mes. El “géminis” es una simple coincidencia, tanto yo como mis compañeros nacimos bajo ese signo zodiacal.
»¿Por qué fue esta idea tan descabellada concebida en nuestras mentes? Pues bien, por unas razones que nos afectan a todos por igual y que hasta un ciego podría darse cuenta de ellas. El mundo está sumido en la más profunda de las crisis que han sido datadas hasta ahora. Los combustibles fósiles, ya casi nulos, escasean y se utilizan de formas irresponsables. El cambio climático es aún más preocupante. ¿Por qué llueve en julio si el proverbio dice “en abril aguas mil”? ¿Por qué nos azota el invierno en las últimas semanas de marzo?
Levantó la vista y observó la cámara con esa mirada que pone uno cuando quiere convencer a alguien y que está dispuesto a lo que sea por conseguirlo. Fue fácil descubrir sus intenciones parando el vídeo y atendiendo concienzudamente a todos los aspectos de su constante expresión facial.
»Pues bien, todos queremos que esto cambie, ¿me equivoco? Fácil y compacto: hemos conseguido potenciar algunos de los cromosomas humanos mediante elementos óxidos en la materia sanguínea de los sujetos.
Su cara decía “¿Me entendéis? Lo he sintetizado mucho para que sea apto para todos los públicos, y me ha costado muy poco hacerlo” adornada con una sonrisa congruente con el pensamiento. Ese comportamiento me sentó como un jarro de agua fría. No era de mi agrado que gente así se considerara más lista que el resto solo por haber estudiado una carrera y creerse el centro de atención.
»Es muy simple a mi modo de ver las cosas. El trabajo lo haremos nosotros, por lo que los sujetos no tendrán ni que mover un dedo. Dicho esto y, con no muchas más cosas que aclarar por el vídeo, doy por abiertas las puertas para todo aquel que quiera probar. Necesitamos gente adulta, con un mínimo de dieciocho años
Abre las manos considerando la oferta, diciendo entre líneas “os trataremos como en vuestra casa”. La mirada ahora expresa confianza, entornando los ojos. Asiente con la cabeza y remata susurrando que es algo muy importante, algo grande que cambiará el curso de la historia. Un punto y aparte. Se tomó muy en serio hasta el último detalle en la puesta en escena del corto. La mirada en cada frase, el trago de saliva en el punto de inflexión. Conocía perfectamente las maneras para dirigirse a un público extenso y era consciente de que aquel vídeo lo verían desde jóvenes hasta ancianos. Deduje que en algún momento de su vida había aprendido oratoria, o por lo menos que sabía algo del tema.
Pasados unos segundos de expectación, se vuelve negro y desaparece el chico. Pensé que se acabaría el vídeo. Me equivoqué al estudiar la nueva escena. Una oficina con diseño rústico es ahora el lugar escogido para continuar. Una gran mesa rectangular es lo primero a lo que se va la vista debido al efecto producido por el barniz y la luz del sol. La resolución es inmejorable, diría que han cambiado la cámara. En este punto juraría que era lo más real del vídeo hasta el momento. Mueve una especie de silla con ruedas, se sienta lentamente procurando no caerse e inca los codos durante unos segundos. La pared derecha, pintada de un naranja oscuro para provocar un efecto más rústico si cabe, está decorada con diplomas. En la parte izquierda se encuentran las ventanas abiertas, dejando fluir el aire para refrescar la habitación.
En frente de él se encuentra unos cuantos objetos menos llamativos, pero que le dan un aspecto cálido de relleno. Una lámpara de bajo consumo apagada que apunta hacia unos documentos desordenados y esparcidos por toda la mesa. James coge uno al azar y continúa con la invitación. Esta vez pude asegurar que a juzgar por el movimiento de sus ojos en torno a las líneas del texto, sí leía.
»Los que vengáis dar por seguro un buen alojamiento y una buena asistencia durante el tiempo que haga falta. En cambio, no volveréis a vuestros hogares hasta terminar con Géminis —“lo cual es lógico” añadió con la mirada.
Pausa dramática. Ese tío me gustaba cada vez más por su forma de hablar, pero al mismo tiempo odiaba sus aires egoístas.
»Estamos investigando un caso erróneo que se da en las personas que comparten el grupo sanguíneo cero negativo. No sabemos el por qué de esto, pero intentaremos solucionarlo. De todas formas, pueden venir igual, pero no estoy apto para confirmaros nada.
Pausa, como buen orador que es, para recitar algo que no está escrito en ninguno de los documentos.
»Para acudir a esta serie de pruebas, hemos formado una cadena de centros, dedicados única y exclusivamente a esto, en todos los núcleos urbanos de todos los países de Europa, América y Asia, exceptuando el país nipón. Esto significa que podéis acudir a la capital de vuestra provincia si estáis interesados.
Al final del vídeo, James incluía un link a la página web oficial del proyecto Géminis, donde se encontraba un enlace al vídeo y la explicación más detallada en letra, así como mapas y localizaciones de cientos de empresas repartidas por todas las provincias de medio mundo. Poco después me daría cuenta de que ese hombre llevaba los planes en Internet y atendía personalmente los comentarios, aunque eso era solo la teoría, porque en la práctica no había visto ni una respuesta suya. Me resultó bastante extraño que ya hubiera medio millón de usuarios registrados en ella, como si tuvieran acceso a más información por tener cuenta. A pesar de todo, la página no estaba muy trabajada ni decorada. Tampoco era necesario.
“Así va el mundo”, aventuré a decir cuando acabó el vídeo.
Lo cerré y eliminé el correo, no necesitaba ese vídeo, sabía que lo vería muchas más veces en la televisión, incluso por la radio. Estaba más que seguro de que nadie iba a aceptar la Invitación a Géminis, sería de locos.
Pero me equivocaba.
Transcurrió una semana. Una semana caótica en la que los minutos parecían horas, las horas días y los días semanas. Para mí transcurrieron casi dos meses en ese corto plazo de confusión. El mundo tardó en derrumbarse por completo una semana. Dios creó el mundo en siete días, bueno, se tomó uno para descansar; nosotros lo destruimos en el mismo tiempo. O, mejor dicho, lo terminamos por destruir en el mismo tiempo.
Quizás exagero un poco, pero es que me sentí muy mal en aquel momento. A lo mejor fue por mi inútil existencia. Éramos tan frágiles y débiles que cualquiera podía aparecer en un vídeo con un mínimo de poder de convencimiento, un par de pensamientos utópicos y una cara bonita para plantar una pequeña semilla en nuestras mentes y dejar al tiempo el resto.
Nueve de cada diez personas aceptaron la Invitación a Géminis y participaron en el experimento. Mi madre también fue.
Esa semana fue horrible, entre exámenes de final de curso (que la mitad se cancelaron por falta de personal docente), discusiones en casa entre mis padres para decidir el futuro de la familia y tantas noticias devastadoras en la televisión. Cumplí los dieciséis años, fue el único motivo por el que mi madre aguardó tanto tiempo sin irse de casa. Días después tomó un avión hacia Madrid y la perdimos para siempre.
Aquel día fue horrible para mí. Me metí en la ducha y lloré desconsoladamente mientras el agua aguijoneaba mi espalda. Nunca me había sentido tan apesadumbrado como entonces, ni siquiera con la muerte de mis abuelos. ¿Se nota que cuando se fue la di por muerta? Consideré que una parte de mí se había ido con ella. Para siempre.
Que yo recuerde, el planeta Tierra nunca estuvo en peor estado que en la primera semana de julio. La pobreza, un tema muy interesante que azotaba a casi toda la población, estaba en su máximo auge, provocando la muerte de miles de personas. Los que tenían algún bien económico, se lo fundían en el viaje hacia los puntos designados por James. Estos habían dejado su trabajo, reduciendo a un mínimo preocupante la producción de comida.
Mi padre tuvo suerte en este punto. Siendo trabajador de una creciente y prometedora empresa que permitía a sus usuarios entrar en la red desde cualquier parte y en cualquier momento. También fue útil para mí: conectarme con mi teléfono vía Internet era uno de los pequeños caprichos que me permitía en aquellos tiempos. Me servía para matar el tiempo y pasar un buen rato, poco a poco se fue convirtiendo en rutina. Después lo utilicé como terapia para las depresiones.
La escasez de víveres, quizás lo peor y más importante, ya no había agricultores, ni pescadores, ni granjeros, ni nadie que trabajase para producir comida. Fue como una vuelta al pasado, a nuestros orígenes, mi padre compró animales para criarlos en nuestra gran finca, pero no salió del todo bien la operación y terminamos por comprar mucha fruta justo al recibir toda aquella información. Fuimos precavidos.
Nació una nueva subcultura, aunque en foros la llamasen secta, la palabra correcta era subcultura. Los herejes, todos los que hasta el momento tenían las cartas para formar la nueva especie eran denominados por ese nombre. En los foros con más usuarios registrados también se notó una escandalosa pérdida de actividad, casi todos los odiaban por motivos de envida o rabia. Conocer a alguien de mucho tiempo y que de repente te cambie por salvar el culo, quieras que no, da rabia. Pero, la verdad estaba oculta detrás de todos ellos, cada vez desaparecían más personas registradas y todos sabían que se habían convertido en herejes.
Transcurrió una semana más.
Empezamos a perder todo rastro sobre nuestros familiares y colegas herejes. La gente empezó a dar por supuesto que aquello era solo la estafa excéntrica de unos locos millonarios. Otros opinaban que, aunque el proyecto y la formación funcionasen, el mundo ya no estaría allí para conceder una segunda oportunidad. Entretanto, yo seguí aprendiendo y creciendo como un chico normal en un ambiente extraño.
Invitación a Géminis y Géminis fueron desplazándose, gradualmente, al territorio de la leyenda urbana. Los científicos que mantenían a millones de personas y lo llevaban a cabo no contactaron de ninguna forma con el resto de la población de humanos, no lo hicieron hasta que se dieron cuenta de su error. Un error que convirtió lo malo en peor.
Fue entonces, la noche del 15 de julio de 2014, el nombre de James Kart apareció en la pantalla de nuestra televisión y su persona, muy diferente en todos los aspectos, nos puso al tanto de lo que había ocurrido. Fue, para nuestra desgracia, como si alguien nos rociara con agua fría durante cinco duros y tensos minutos.
Aparece el joven James en pantalla, tras un fondo real en el que se encuentran otros dos empleados del laboratorio, va vestido con una bata negra, unos pantalones de pana con un color rojo muy llamativo. Sus ojos azules se fijan en la cámara y no pestañea durante diez segundos.
»El experimento ha fallado. No hemos obtenido los resultados deseados. En lugar de ello, lo que sí hemos hecho ha sido desatar una plaga de hombres y mujeres que están dispuestos a morir por carne humana. Los llamamos... herejes. Pero no os preocupéis, la situación está controlada.
Pausa y pienso que yo ya había advertido aquella posibilidad. Me quedé boquiabierto llevando las manos a la cabeza como gesto de sorpresa. Pensé en mi madre, y en todas las demás personas que conociese y que hubieran aceptado Invitación a Géminis. ¿Podría caber la posibilidad de sujetos exentos? ¿O simplemente que no hayan llegado a los puntos? Para qué pensarlo. Para torturarme día a día con los suplementos de la sociedad. Para vivir con aquella estúpida esperanza de encontrar a mi madre en una esquina, sentada, con el rostro manchado y un aspecto desgarrador y triste, implorando el perdón de Dios y pordioseando a toda la gente que pasara por su lado. No y mil veces no. Mi madre estaba muerta, lo había aceptado. Era capaz de vivir con aquello. “Por favor, Jeff, no guardes ninguna esperanza”, me dije. Pero sabía, aunque me costara reconocerlo, que en el fondo de mi corazón existía una lucecilla que velaba por el recuerdo de mi madre día tras día, noche tras noche, tal y como había hecho ella conmigo quince años atrás y durante toda mi vida.
James abre la boca por última vez, suelta un hilillo de voz y se ve incapaz de continuar. El vídeo se apaga y la sociedad queda sentenciada.
«Nos habían cargado el muerto». Mi padre se levantó bruscamente del sofá y en un arrebato de ira le pegó un puñetazo a la televisión y la apagó. Gritó unas palabras realmente confusas que en absoluto entendí y se encerró en su cuarto durante las siguientes horas.
Quizás no sea el tipo perfecto para sobrevivir a una sociedad apocalíptica, pero yo no escogí mi destino.
Son muchos los libros, los dibujos animados, las películas y las miniseries que han intentado contar la historia de lo que sucedió después, pero ninguno acierta. Así que he decidido aclararlo, de una vez por todas.


Cap. 1:

Spoiler: Mostrar
El portazo que dio mi padre al salir de la estancia me devolvió a la realidad como sacado de un trance instantáneo, de estos en los que entras durante unos segundos y te quedas varado mirando a un punto fijo. En un acto inconsciente, me levanté y volví a encender la televisión con la esperanza de recibir más noticias sobre los herejes, sin embargo, en pantalla solo apareció un hombre adulto presentando el telediario y comentando otras pequeñeces en comparación con el proyecto.
Me recosté en el sofá y me evadí de la realidad escuchando la profunda voz del señor hablando sobre unas trivialidades que no le importaban ni a él mismo. Que si cerraban un par de mercadillos allá, que si moría un torero por aquí...
Intenté ordenar mis pensamientos y hablar conmigo mismo llevándome las manos a la cabeza y echándome hacia delante. En un principio no quería creerme que realmente había herejes sueltos por las ciudades. Sonaba todo tan poco convincente en el vídeo que si no fuera cierto lo del movimiento masivo de personas a las capitales no me lo creería. Además, estaba mi madre allí. Si hubiera ocurrido algo fuera de norma o algún contratiempo, nos lo habría dicho inmediatamente. Y daba rabia eso. Una ira se apoderaba poco a poco de todo mi cuerpo al sacar conclusiones inapropiadas. Preguntas afiladas como cuchillas se clavaban en mi mente.
¿Y si era cierto?
Aquellas cuatro palabras volaban haciendo círculos alrededor de mi cabeza. Pasaban por delante de mis ojos apremiando una respuesta simple y rápida. Parecía un rompecabezas macabro creado por un profesor de universidad aburrido de pasar horas muertas. Poco a poco fui encajando algunas piezas del puzzle, respondiendo pequeñas incógnitas con pequeñas explicaciones.
Todo surgió de una necesidad. La necesidad de supervivencia, como en tantas otras épocas del ciclo temporal. Pero en este caso se antojaba mucho más superficial. ¿Para qué buscar una solución pudiendo crearla? Allí estaba el quid de la cuestión. “Crear soluciones” fue lo que consiguieron o intentaron los investigadores. Entrar en un laberinto y cortar por lo sano, atajando, destruyendo y creando un camino directo hacia la salida, en vez de romperse la cabeza tanteando los múltiples caminos creados por la naturaleza. ¿Y si quizás no existieran esos caminos? Es decir, ¿y si ya lo habían intentado por otros medios menos peligrosos?
Dejé de darle vueltas al tema. ¿Tanta importancia tenía? Cogí mi móvil del bolsillo y accedí rápidamente a los vídeos del científico para repasar sus últimas palabras. “Hemos soltado una plaga”, “tenemos todo controlado”. Me formulé otra pregunta. ¿En serio lo tenían controlado o era solo para retrasar la desesperación de la humanidad?
Pero, como si me hubiera escuchado, el hombre de la televisión pasó página, cambió tema y respondió a mi pregunta. “Nos informan de que los llamados “herejes” siembran el pánico en Madrid”, dijo con un gesto de amargura en la cara. “Por suerte, podemos confirmarlo con esta grabación.”
Al instante apareció en pantalla lo que era un vídeo casero grabado por un estudiante universitario en el que, aparte de que no se entendía nada de lo que decía, se veía todo un poco borroso. De todas formas, se podía apreciar un cúmulo de personas gritando y escapando en la misma dirección perseguidas por lo que vienen siendo más personas. A primera vista no se podía ver mucha diferencia, pero cuando las enfocó pude notar que estaban a tres cabezas de altura del resto, así como con un cuerpo proporcional. Gritaban y estiraban los brazos para alcanzar a los rezagados y comérselos. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver el rastro de sangre y destrucción que dejaban a su paso.
“Esto ha sido todo por hoy, buenos días” terminó el tipo encargado de despedir el telediario. Luego anunciaron una serie de zombis y demás productos durante unas interminables horas. Me fui de la habitación y, aprovechando la ausencia de mi padre, me dirigí al dormitorio de mi madre.
Ellos dormían separados algunas noches, es más, aquel año creo recordar que solo se habían acostado juntos el día de su aniversario de bodas. Y eso que era mi madre la que no quería dormir con él Dios sabe por qué. Sus pertenencias también estaban separadas en las habitaciones, y eso era lo que me interesaba buscar en aquel momento a mí. El diario de mi madre. Era conocedor de que escribía notas desde que, por lo menos, yo había vuelto de mis vacaciones veraniegas del año anterior.
Apresurado y omitiendo al hombre de la televisión, introduje la mano en uno de los cajones de la mesilla verde del salón, justo debajo de ella, para coger las llaves del dormitorio de mi madre. Allí estaban, entre un par de tarjetas de memoria, móviles viejos en desuso y, eso sí, miles de cables sabe Dios con qué utilidades. Lo cerré procurando no hacer ruido aunque, de todas formas, nadie me oiría. Después salí de la estancia con paso firme y decidido al pasillo.
Mi casa es gran cosa, he de decir. El salón, en el que solíamos ver la televisión y pasar el rato en familia con juegos de mesa o naipes, podría decirse que está en la parte central del edificio. Bueno, para empezar decir que tiene dos pisos; mi habitación ―compartida con mi hermana― y una sala tipo almacén o sótano en el de arriba, y los dormitorios de mis padres, dos baños, el salón y la cocina. Unas escaleras color azabache unían las dos plantas. Desde que se había ido mi hermana, mi habitación había estado a mi total disposición, convirtiéndose así en una sala de videojuegos muy bizarra. Total, que cuando se fue mi madre, la casa fue desmejorando poco a poco. Entre que mi padre estaba “ocupado” y yo apenas cuidaba mi parte, en el momento de buscar el diario se podría decir que aquella era la única parte de la casa ordenada.
Seguí el pasillo y me giré a la derecha. A unos pasos de mi se encontraba mi padre, detrás de la puerta, tirado en su cama leyendo alguna revista o llamando a sus “contactos”. Metí las llaves, abrí el pestillo y entré. A diferencia del resto de la casa, aquella era la única habitación que estaba igual que cuando mi madre aún vivía en casa. Su cama, bajo unas sábanas blancas, permanecía hecha. A su lado estaba la pequeña mesilla en la que guardaba sus objetos importantes, como era el diario, y una novela para las noches. Cinco minutos después, tras buscar y rebuscar por entre aquella maraña de objetos, encontré el diario.
No veía la hora de abrirlo, por lo que, a lo mejor destruyendo el patrimonio familiar, me acosté en la cama de mi madre sin reparo y levanté la portada. Sus letras estaban muy juntas y eran muy pequeñas y minuciosas, apenas existían espacios entre las palabras, y tenían ese estilo particular que tantas veces había visto tintar de los bolígrafos de mi madre. Lo mejor de todo fue que en las páginas estaban fechadas y seguían un orden normal. Perfecta armonía, lo llamaría ella con su voz más dulce y poética.
1 de julio.
“He empezado a escribirte porque cada vez me siento más alejada del mundo exterior”
Querido diario:
Me llamo Diana. Lo sé, la de “naturaleza divina”. Cuando era adolescente tenía una pasión un tanto extraña sobre la proveniencia de los nombres. Pero qué. Pero qué más da eso ahora.

Estamos en una época veraniega demasiado calurosa. Esto viene a cuento de que mis dos hijos, Jeff y Soraya, disfrutan de la playa todas las tardes; mi otro componente familiar, Dave, se limita a viajar por ciudades distribuyendo propaganda y solucionando problemas de red.

Me siento una autómata, y no me gusta. Cierto es que siempre declino las ofertas de mis hijos de llevarme con ellos, porque no me gustaría entorpecer sus tardes juntos. Estoy muy alegre por ambos respecto a su vida escolar, Jeff ha sacado notas casi sobresalientes y Soraya encuaderna su expediente con una no muy pequeña lista de matrículas.

Lo peor está por llegar, sin duda. La chica se hace mayor y se va a Japón en busca de trabajo y el chico se apunta a un campamento de verano que dura un mes.

A medida que iba leyendo no pude esconder el sentimiento de dejadez y pesadumbre que compartía mi madre. Cada palabra cargaba con un tono desganado y jocoso el peso que mi madre había llevado a cuestas todo el día.
Escrito así, parecía que la vida de mi madre fuera un simple aspavientos que gira y gira sin cambiar de dirección. Pero es que en realidad lo era. Me sorprendí a mí mismo al sacar esta conclusión y aparté la vista observando el horizonte por la ventana. Observé unas aves volar, unidas y despreocupadas, surcando los cielos. Sacudí la cabeza y me centré en lo que estaba haciendo. Pero poco tardó un imprevisto en entorpecer y obligarme a cambiar mis planes.
Mi padre golpeó la puerta desde fuera e interrumpió mi lectura de la siguiente página de lo poco que quedaba de la vida de mi madre. Me lo guardé rápidamente en el bolsillo trasero con miedo a que, de un momento a otro, el tipo entrara hecho un fiera y me viera con él entre las manos. Luego me levanté y alisé un poco la cama para borrar cualquier rastro de mi presencia. No conté con un detalle: mi padre. El hombretón se plantó frente a mí y me miró a los ojos buscando explicaciones. No las encontró.
Una de mis virtudes inapreciables era la manipulación de los gestos faciales al relacionarme. Era capaz de no mostrar sentimientos, por lo menos en cierta medida y con ciertas personas. De todas formas, cuando algo salía mal, no dudaba en hacerme el distraído y mirar al horizonte. Cada uno tiene sus puntos débiles y sus fuertes, supongo. Aquel era mi fuerte.
El caso es que tras cinco segundos vocalizó lo que ambos tuvimos en mente desde que había entrado en el dormitorio y, con su vozarrón de árbol muerto ―cosa que, por desgracia, había heredado―, me lo hizo saber casi escupiendo en la cara.
―¿Qué coño haces en el dormitorio de tu madre? ―Parecía que le iba a estallar una espinilla de la frente a causa de la rabia que llevaba encima.
―No es motivo para ponerse así. Tan solo venía a coger su pulsera. Ya sabes, mamá y Soraya guardaban las joyerías en el cajón de esa mesilla ―mentí señalando el mueble en el que hacía varios minutos estaba escondido el diario. Mis ojos recorrían de arriba a abajo el cuerpo de mi padre, como si realmente estuviera valorando las posibilidades de enfrentarme a él.
―¿En serio? Nunca he visto a tu hermana con pijadas así, pensé que ella era más... rústica, por así decirlo ―comentó, un poco más calmado, intentando descubrir la verdad.
―Claro, tú no sabes una puta mierda de tu hija porque hace años que no hablas con ella ―estuve a punto de decir, enfadado con él. En cambio, bajé la vista y callé, haciéndome el resignado. Total, de poco servía conversar con mi padre.
Para que os hagáis a la idea de a qué me refiero me retornare al año anterior, cuando la familia vivía al completo en casa. Por aquel entonces mi relación como mi hermana era infinitamente óptima, siempre juntos: como si fuéramos pareja. Mi madre, sin embargo, apenas salía de casa con nosotros (y eso que insistíamos mucho). El caso es que mi padre se pasaba por casa una vez al mes, y parecía que pisar el felpudo le volvía más estúpido. Cuando hablabas con él sentías como si estuvieras hablando con una máquina programada. Cosa que nosotros notábamos más porque al pobre le importaba demasiado poco la familia como para preguntarnos que qué tal nos va la vida, u otras camaraderías que cuentan los padres a sus hijos. En fin, que cuando le daba por hablar, hablaba de trivialidades súper estúpidas y nos contaba “historiacas” ―así las definía él― que le ocurrían durante sus viajes de aquí a allá. Cada una más aburrida que la anterior.
Cuando quiso seguir hablando, me adelanté y pasé por su lado sin tocarlo, saliendo de la habitación. Engulló sus palabras y, el muy bruto, me sujetó por la espalda y me espetó al oído sin cuidado.
―¡Eh! ―Noté como si en aquel momento estuviera tomando una dura decisión por sus gestos ―. Mañana nos vamos, prepárate.
―¿Adónde? ―pregunté omitiendo su brusquedad, interesado.
―Improvisaré —respondió pensativo, llevándose la mano a la barbilla.
Me llevé las manos a la cara para ahorrarme mis siguientes palabras, a lo que mi padre entendió por una mala idea. Me apartó de su camino apoyando su mano en mi pecho y echó a andar lentamente mientras decía:
―Aunque lo más seguro es que vayamos a Santiago.
Última edición por Deja el Dom Sep 09, 2012 3:24 am, editado 7 veces en total
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Re: Phoenix

Notapor EspeYuna » Lun Abr 02, 2012 8:18 pm

Bueno Deja, voy a comentar la primera parte de tu prólogo. Me ha dado mucha pena que hayas hecho borrón y cuenta nueva con Phoenix - La ciudad Zombie, puesto que ya me estaba gustando. Pero bueno, eso es decisión del autor.

Puedo decirte que me ha gustado el principio, pero tienes algunos fallos. Alguna tilde como vídeo, sería las de ortografía.
Parece que subiste con mucha prisa esta parte, puesto que no la has revisado (creo, no lo sé XD) y repites algunas palabras, por ejemplo, en esta frase:
Deja escribió:El éxito sin precedentes de los antiguos informes convertía lo convertía en el tema de conversación de personas de todas las edades


Me he quedado un poco traspuesta con algunos comentarios del muchacho que lee el mensaje que le envía ese tal James.
Te contradices con lo de los requisitos. Al principio James dice que no hay muchos requisitos, sólo mayoría de edad. Pero después salta con lo del grupo sanguíneo. Se podría decir que existen dos requisitos, no sólo uno. Aunque lo del dinero también me parece otro... ¡en fin, opiniones mías, tampoco quiero ser muy estricta! xD

Me gusta el nuevo enfoque de Phoenix, pero te recomiendo que revises unas cuantas veces tu relato antes de subirlo para evitar al menos esos pequeños errores. ¡Seguiré leyendo con ganas!

Un saludo ^^
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Re: Phoenix

Notapor Deja » Lun Abr 09, 2012 6:21 pm

Corregido, muchas gracias por leer~~

Subido el prólogo completo.
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Re: Phoenix

Notapor EspeYuna » Jue Abr 12, 2012 1:08 am

¡No me había dado cuenta de que habías subido el prólogo entero! :O

Y EspeYuna devoró el prólogo, tal como lo haría un zombie (¿irónico, eh?)

Me ha gustado mucho el resto del prólogo, pero hay una parte que me ha dejado un poco trastocada... ¿billetes de 500 euros? ¿Los bancos de ese mundo seguían funcionando? XD (en fin, paridas mías)

Y creo que la definición de la ropa que solía usar debiera ser un poco más breve (la física, sin embargo, está muy bien detallada y pega con la situación, el verse por última vez en el espejo antes de salir a la supervivencia).

Seguiré leyendo con ganas ^^
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Re: Phoenix

Notapor Deja » Lun Abr 23, 2012 7:31 pm

Capítulo 1 subido. Recomiendo Issuu por los cambios de tipo de letra y la cursiva.

Capítulo 1: http://issuu.com/dejagow/docs/phoenix1
Spoiler: Mostrar
1

Levanté la vista confuso buscando alguna respuesta en la pared. En el coche esperaba mi padre junto a todos los útiles necesarios para sobrevivir ahí fuera. Además de ello, yo había escogido un portátil, su ratón y su cargador para llevármelos conmigo. Ajusté el reloj a mi muñeca y presioné un pequeño botón que tenía en la parte posterior, justo encima del número que marcaba las doce, para encender la pequeña luz roja y fijarme en la hora. Sin duda esa función era totalmente prescindible pero aun así la usaba cada vez que me disponía a mirar en qué momento del día me encontraba.
Eran las cuatro de la tarde. El sol golpeaba duramente con sus rayos en nuestra zona, sin ninguna nube de por medio. Hacía tanto tiempo que no veía una nube en el cielo que, de no fuera ser por Internet, ya no las recordaría. Existe gente que rumorea por la web que hace una semana han caído lluvias torrenciales en la parte sur de África. Rumores sin fundamento. La televisión no había emitido nada sobre la lluvia, ni nada sobre África, ni nada sobre Oceanía, y poco de Asia. Los únicos continentes que mantenían contacto en aquel momento eran América del norte (el sur semejaba una ruina) y Europa, en concreto el occidente.
Japón era un caso aparte, sin duda alguna el país más adelantado en cuanto a todo. Apartado del resto del mundo, había aguantado el duro golpe de la sequía y conseguía mantener el orden y el control sobre sus ciudadanos así como repartir las tareas y trabajos para el perfecto funcionamiento. Avanzaba y avanzaba mientras dejaba atrás a Norteamérica y a los países occidentales de Europa.
Salí de mis pensamientos de una manera un poco brusca, con un grito de mi padre. Desde fuera, apresuraba mi salida mientras se peinaba fijándose en el retrovisor del descapotable rojo. Los gritos de mi padre no eran inusuales, pero aun así crearon celeridad en mí. Cogí mi mochila escolar, bastante desgastada por el tiempo, y metí dentro un par de barritas energéticas, un botellín de agua de medio litro, una tableta de chocolate y dos manzanas. Lo suficiente para aguantar hasta el día siguiente, a sabiendas de que mi padre también llevaba comida consigo. Cogí el pen drive en el que guardaba todo lo necesario de importancia y lo introduje en el bolsillo pequeño de la mochila.
Aún quedaba sitio, pero no se me ocurría nada más. Hice un pequeño repaso tocando mi cuerpo en busca de objetos. Llevaba puesta una camiseta blanca, escogí ese color para repeler el calor, sin mangas y un pantalón vaquero corto, un tanto desgastado, de color negro. En él había cuatro bolsillos, dos por delante y dos por detrás, en uno de ellos poseía mi teléfono móvil, totalmente prescindible e inutilizado. Al tocarlo recordé la batería, miré cuanta le quedaba y me informé de cuánto duraría gracias a una aplicación. Apenas dos horas encendido.
En ese mismo instante pensé en el amuleto de mi hermana, una pequeña pulsera fabricada con piedrecitas verdes, se lo “robé” literalmente, ya que se había ido de casa meses atrás, en busca de un buen trabajo en Japón. Por último, cogí el último periódico que había salido a la venta y un mechero, pretendía quemarlo en caso de necesidad.
Abandoné mi hogar dando un portazo mientras respondía con más gritos a las indirectas de mi padre. Corrí hacia el coche y solté la mochila en los asientos traseros, salté un poco torpe pero entré sin necesidad de abrir la puerta. Era una de las cosas que más me gustaba hacer a la hora de entrar en el coche. Mi padre me lo reprochó los primeros días, cuando era nuevo, pero al ver que no surtía efecto, me lo permitió.
—¿Qué hacemos con el perro? No me parece nada justo dejarlo aquí.
—Allá tú papá. Es tu perro, es tu problema —respondí en tono algo brusco. No me gustaban nada los perros, ni los animales en general. Eran mucho más bonitos en fotos o por Internet que en la realidad, siempre lamiéndote o sobándote.
—Bah, pues ahí queda el pobre. No podemos prescindir de comida ni nada, sabe dios qué nos espera ahí fuera. Va, pues arranco ya.
—No seas pesimista, seguro que la situación está mucho mejor que como la pintan en la televisión. Esos chalados creyentes en Géminis, supe desde un principio que iba a fallar.
—¡Ja, ja! No te lo crees ni tú chaval, venga hombre, vas a decidir tú el destino de la humanidad. Te digo yo que no llega a ser porque formo parte del grupo sanguíneo cero negativo habría participado, gracias a dios que sí lo compongo.
—Lo creas o no, ya lo sabía.
Y calló como si sólo pudiese hacer una acción al momento. Calló para meter las llaves en el coche y arrancarlo. Quizás esta fue la conversación más larga que tuve con mi padre hasta separarme de él. Por causas desconocidas, se había vuelto muy distante con todo el mundo tras la muerte de mi madre. Un tema que siempre evitaba al hablar conmigo.
No conocía el destino al que nos dirigíamos ni tampoco me interesé por ello, mi padre no quería hablar y cuando alguien, en concreto él, no quiere conversación, es mejor no tentar a la suerte. Saqué el portátil de la maleta con un par de maniobras y en el acto me senté en la parte trasera. Apoyé los pies en el respaldo del asiento izquierdo y en una posición recostada encendí el ordenador.
Sonó un redoble de tambores, mi tono preferido y predeterminado. Justo después pronunció la palabra bienvenido bastante alto, me había olvidado de bajar el volumen y mi padre me miró con un gesto extraño en la cara. Me pidió la contraseña, un método de seguridad que yo mismo había instaurado. Tecleé la palabra “erson443” para iniciarlo del todo, la validó en apenas cinco segundos.
Mi página de inicio de Internet me llevaba directamente a El Asteroide, uno de los foros de mensajes para humanos más populares. La interfaz del sitio estaba diseñada para que su aspecto y su funcionamiento recordaran al viejo sistema BBS, anterior a internet, lo que producía una rápida entrada y salida con cortos tiempos de carga entre páginas. Pasé varios minutos revisando los hilos de discusión recientes, enterándome de las últimas noticias y rumores de Géminis. Yo era, sobre todo, espectador pasito, rara vez comentaba algo en los muros, aunque no dejaba pasar un día sin consultarlos. Aquella mañana no encontré nada de mucho interés, sólo opiniones y comentarios de foreros. Era lo que más me interesaba porque los temas más usuales los tenía todos en la cabeza y contaba con una gran información sobre todo lo relacionado con los científicos y el proyecto Géminis. Sobretodo, los últimos días entraba para buscar información de los Herejes (se hablaba mucho más de ellos que de los Bienaventurados en la web) y de lo que acabara de ocurrir. Pero aquello llevaba tiempo sin cambiar. A falta de avances reales, la subcultura online había ido convirtiéndose en un reducto donde reinaban la chulería, las payasadas y una sucesión de absurdas luchas intestinas. Qué triste. Desde la salida del último vídeo el foro se dividía en temas sobre chorradas, discusiones, comentarios y chulerías (la mayoría de las veces la gente se chuleaba de tener mucho dinero o estar a salvo de los Herejes).
Mis hilos favoritos eran los dedicados a la información, investigación y opinión de los científicos y su obra maestra. Me gustaba conocer lo que pensaba la gente sobre ello y, engañarme a mi mismo de que el mundo no iba tan mal como lo hacían ver los medios de comunicación. La verdad, y a la vista de la situación desde el coche, el mundo no tenía remedio, pero tampoco estaba todo en llamas ni deshabitado. Es más, había sitios en los que todo el mundo estaba concentrado, así como hospitales y supermercados. Sólo las personas de clase alta, ricos, empresarios se permitían vivir en una casa, como lo hacíamos nosotros. En el caso, las discusiones se dividían en tres partes, los miembros que formaban cada una de esas partes creaban clanes y discutían entre ellos. Estaban los que defendían el proyecto, los que estaban en su contra y los que no se apoyaban ni en un bando ni en otro. Yo no formaba parte de ninguno, tan sólo me remitía a leer lo que comentaban y pensarlo. Pero, básicamente, me esforzaba por entender la postura de los que lo defendían.
Cuando estaba a punto de terminar la lectura apareció en mi campo de visión (abajo a la izquierda) una ventana de mensajes instantáneos. Había uno de mi mejor amigo, Pablo. Su nombre en el foro era Pabl0 (pronunciar Pablo). Pablo era, con creces, uno de esos chavales a los que se pueden llamar amigos. Aparentaba dieciocho años pero en realidad ya había cumplido los veintiuno. Nos habíamos conocido hace mucho tiempo, en su instituto. Fue un día engorroso: mi clase había planeado hacer una excursión al instituto de secundaria en el que íbamos a acabar todos el año siguiente. A pesar de la diferencia de edad, él nos atendió a todos nosotros y yo en particular entablé algo más de conversación con él. Tras eso, hubimos mantenido contacto durante años, y cuando yo cumplí los quince ya habíamos empezado a quedar.
Pabl0: Muy buenos días, amigo.
J3ff: Hola, compadre.
Pabl0: ¿Cómo andas tío?
J3ff: Con los pies. Aquí, no sé por qué, pero tengo la sensación de que dejo mi casa para siempre.
Pabl0: ¡Ja, ja! ¿Algo importante que contar?
J3ff: Que va, mi padre un poco angustiado como siempre, supongo que será por mi madre. Le ha chocado bastante el último vídeo, lo de los zombis.
Pabl0: ¿Zombis? Por el foro los llaman Herejes, conservan el nombre que les habían puesto antes. Y, ¿adónde coño vas ahora?
J3ff: Adonde me lleven, mi padre conduce. Ya sabes, tengo dieciséis años y no puedo controlar el coche. A este paso nunca conduciré uno. Eh tío, ¿tú que tal?
Pabl0: Estaba esperando a que me lo preguntaras, señor educado. Increíble, he ido junto con mi familia materna, ya sabes lo que le ha pasado a mi padre. He conocido al resto de mi familia. Tengo dos primitas, una que es pequeña, de seis años, y otra que es un poco menor que tú, está…
J3ff: ¿Buena?
Pabl0: Bastante, muchísimo. Se parece a su primo. Además, es un poco menor que tú, vive por ahí. Corrijo, vivimos.
J3ff: Siéntete afortunado de estar vivo, compañero. ¿En qué parte vivís? Yo ahora mismo estoy en una autopista, sin rumbo fijo.
Pabl0: Mmm, a juzgar por el viento, creo que esto es Suor. Sí, sin duda, Suor noroeste. A lo mejor podrías venir a hacernos una visita, ya que se acaba el mundo y todo eso que cuentan…
J3ff: No te creas, yo no estoy tan seguro de eso. Japón está en su esplendor económico y parece que no está dispuesto a dejar de ser la primera potencia del planeta. Estados unidos y Europa son un caso a parte, la gente vivía tan mal que ven una posibilidad ficticia de salvarse y ya ves lo que ha pasado…
Pabl0: Ya… Oye, de África, el resto de Asia y Oceanía, ¿se sabe algo? Por aquí por El Asteroide nadie habla de ello, y en la televisión (la cuál no veo casi nunca) no suelen sacar el tema. ¿Tú estás al día?
J3ff: Estaba, ahora que no tengo televisión en el coche no estoy dispuesto a agotar la batería de mi portátil en las chorradas que cuentan los medios de comunicación. Lo único que me interesa ahora mismo son noticias sobre Géminis, saber algo de mi madre y hablar con mi hermana. Necesito hablar con alguien, mi padre me agobia con tantas estupideces.
Pabl0: Bue, cada uno que aguante con lo suyo. Yo no puedo con mi madrina, es tan estúpida y tan irritante. Siempre dice que yo y mi madre somos un estorbo en su casa, que sobramos y que se arrepiente de habernos dejado vivir aquí.
J3ff: Y la relación con tus primas, ¿es buena?
Pabl0: Va yendo. Es decir, ni bien ni mal. Siempre que me aburro juego con mi prima pequeña y le ayudo a resolver puzles o cosas así, ciertamente, me gusta tratar con niños pequeños. En cuanto a la mayor…
J3ff: Di, di. Que yo no se lo cuento a nadie, ¡ja, ja!
Pabl0: No es por eso, pero es que la mayor es una pasota. Hablamos pocas veces, quizás también crea que somos un estorbo, como la madre. Vaya familia que tengo.
J3ff: No eres el único, de la mía se salva mi hermana mayor que es tan… perspicaz, por así decirlo, además que es la única que me comprende…
Pabl0: Entiendo… Ah, ¡ya puedo conducir!
J3ff: Ya me lo habías dicho… Ya sabes, me vienes a buscar y esas cosas, ¿no?
Pabl0: Recemos porque no haga falta colega. Recemos porque no haga falta. Bueno, te dejo, mi primita pequeña me reclama.
J3ff: Chao niñera, a divertirse mucho ¿eh?

Cerré la ventana de mensajes instantáneos y consulté el reloj. Todavía quedaba media hora para que marcase las seis. Sonreí pensando en todo el tiempo que me había quitado el ordenador. Pulsé un icono pequeño situado en el ángulo inferior derecho de la pantalla y comprobé la batería. Me quedaba poca, pero la suficiente como para tenerlo activo y en pleno funcionamiento durante tres horas.
Yo era J3ff (pronunciar Ief) en el mundo virtual, todos los que me conocían me mencionaban con ese nombre. En la realidad, yo era Jefferson Rokston. Un día mi madre me dijo que habían decidido ese nombre porque sonaba a detective privado o superhéroe imaginario, “Jeff Rok”.
—¡Quita eso ya! No sé ni por qué te dejé traerlo chico —inquirió mi padre desde el asiento del conductor. Parecía que reducía la velocidad del coche para observar mejor el panorama —. Chico, esto era la avenida cuatro esquinas. Ahora es mierda.
Pulsé el botón de apagar y cerré el portátil para evitar que se enfadara y me lo quitara. Vi el lugar y supe que tenía razón. Estábamos varados en una rotonda, había frenado hasta llegar al mínimo y mostrarme todo. De la rotonda continuaban cuatro calles en las diferentes direcciones, norte, sur, este y oeste. Nosotros habíamos entrado por la sur.
Mirando hacia el este, se podía observar un cartel suelto en la parte derecha que quedaba inclinado sostenido por unas cuerdas a punto de romper. En letras grandes y blancas sobre fondo rojo (en el que parecía que había tenido algún día bombillas de color dentro) estaba escrito: VIDEOCLUB. Tenía escaparates con películas viejas y mal cuidadas. Un asco.
Arranco el coche y avanzó un poco hacia el norte pasando por el lado del videoclub. En la esquina noroeste había un gran centro comercial. Aparcó justo al lado en una plaza destinada a personas minusválidas. Generalmente, todo tenía parquin subterráneo para aparcar, pero las plazas para los discapacitados estaban arriba, cerca de la entrada, para facilitar la entrada a dichas personas.
Mi padre, ni corto ni perezoso, estacionó el coche al lado de la entrada del supermercado y me ordenó que bajara. Sin más, abrió la puerta y salió. Yo, por mi parte, introduje mi portátil en la mochila y la cargué a mi espalda. No era buena hora para perder mis cosas, y mucho menos lejos de casa. Luego, abrí la puerta para salir mientras encendía el teléfono móvil con la otra mano.
Entramos en silencio, a primera vista allí no había nadie. Ni dentro ni fuera del supermercado. Las puertas del edifico funcionaban con electricidad, se abrían al notar presencia humana en su visor. Estaban rotas, por eso, y sólo por eso, supe que no había electricidad en todo el lugar. Mi padre dio el primer paso y comenzó la búsqueda entrando de primero. Yo lo seguí procurando pisar en los mismos lugares y accedí por la misma puerta.
Dentro, se dividía en tres grandes partes. A la izquierda se encontraba la sección “de primera necesidad”, en el medio “otros” y a la derecha el mostrador para pagar los artículos comprados. El techo estaba en mal estado, las lámparas, a parte de no alumbrar, amenazaban con caer con el mínimo soplo o con una pequeña brisa. Las plaquetas del suelo estaban en buen estado, sin grietas ni roturas, pegadas unas con otras. En las paredes, pude observar que había grafitis de todos tipos y colores. Casi ni se distinguía el color inicial de éstas.
—Me voy a buscar agua, la necesitamos. Tú si quieres busca por ahí o espérame en la entrada. No busques problemas, chico.
—Vale papá, como digas.
Un aire fresco inundó mi cara, lo que agradecí con creces en mis pensamientos. No aguantaba con el calor que hacía fuera. Penetré en la sección “otros” en busca de complementos para el portátil y objetos útiles que me servirían para el resto de mi vida, literalmente.
Encontré un estante lleno de cascos para escuchar música. Casi todos superaban la cifra de cuatrocientos euros, deduje que el más caro sería el mejor pero como me sobraba el tiempo consulté todos los aspectos de cada uno de ellos. Encontré unos Sennheiser, que por la relación calidad-precio semejaban los mejores. Equipados con unos transductores dinámicos de cincuenta y seis milímetros (poco después, investigando por internet, descubriría que eran unos de los más grandes que existen), sobre una malla de acero inoxidable que minimizaba al máximo las vibraciones. Según la descripción, posibilitaban una respuesta de frecuencia de entre seis y cincuenta y un mil hercios, con trescientos ohmnios de impedancia y una presión de ciento dos decibelios. Vamos, una pasada de cascos. Los cogí sin preguntarle a nadie y salí de aquella sección. En caso de comprarlos, tendría que haber pagado mil euros. Les quité el envase y los metí en mi mochila, junto con los demás objetos que cargaba.
Me dispuse a desandar lo andado pero una vibración en mi bolsillo me interrumpió. Era el móvil, lo había puesto en silencio para que no consumiera la batería de una forma excesivamente rápida. No reconocí el número por lo que descolgué sin más.
—¿Diga?
—¿Mi pequeño genio? ¿Eres tú?
Reconocí a la primera la voz de mi hermana. Ella solía llamarme “pequeño genio”, como gesto de cariño y alusión a mi inteligencia. Por lo menos alguien en toda mi familia reconocía que era listo y, me alegraba que esa persona fuera mi hermana.
—¡Soraya! —grité alegre—. ¡Cuánto tiempo hermana! ¿Qué tal va todo por ahí?
—Increíble. He encontrado trabajo en apenas un mes, Japón es muy diferente, aquí todo el mundo trabaja y hace sus quehaceres diarios. La economía va bien, no hay tantos problemas con el proyecto Géminis ni nada por el estilo, tantas cosas que no podría contártelas por teléfono porque se me acabaría la batería.
—Me alegro un montón hermanita, nosotros ahora mismo estamos en un supermercado, hemos dejado la casa y no tenemos noticias de mamá, lo más probable es que… —hice una pausa dramática, no me brotaban las palabras de la boca—. Que… esté muerta o caminando por ahí sin sentido.
Yo la solía llamar hermanita, como símbolo de cariño. Pero nada parecido con la realidad, ella tenía seis años más que yo y había acabado la universidad el año anterior. Residía en Japón, la ciudad de la tecnología, y daba clase de inglés en la educación primaria. Había aprendido el japonés durante su etapa en la universidad, sobre todo porque ya había indicios de la decadencia económica Europea.
—Lo suponía. Vaya idea han tenido con el proyecto, es increíble. ¿Cómo está papá al respecto? En un principio quería llamarlo a él pero o tiene el móvil apagado o está fuera de cobertura, ¿está por ahí?
—Está fatal, casi ni hablamos, siempre borde y frío. Sigue pensando que soy un tonto, hermana. ¿Por qué lo hace? —recorrí el lugar con la mirada en busca de mi padre, no lo vi. Empecé a andar hacia la entrada, me di la vuelta para confirmar que no estaba detrás. Lo que vi no me gustó nada. Un hombre, creo, miraba fijamente al mostrador recostado contra la pared. No se inmutó y deduje que no me había visto. Seguí mi camino lentamente procurando no hacer ruido, también hablé con un tono más bajo—. No, lo he perdido, pero ya lo encuentro ahora mismo.
—No pasa nada, nunca está de más una conversación entre hermanos, ¿no? Sobre todo con el panorama. ¿Qué tal tú?
—Bien, bien. Llevo todo al día y estoy muy pendiente de El Asteroide. Poco más pude hacer en todo este tiempo. Papá me tacha de imbécil y dice que no sé hacer nada, pero bueno, tampoco le hago mucho caso. Casi siempre estoy pensando en ti o en mis amigos, me molesta hablar con él.
—Vamos a ver, no te preocupes por lo de que te tome por un tonto. Tu inteligencia es tuya, no hace falta que te preocupes por que los demás no la detecten. ¡Ánimo hermano! Un día te tengo que enseñar todo Japón, te va a gustar mucho. Aquí todo es tecnología.
—Gracias, a veces sí que sabes dar ánimo Soraya —sonreí. Aunque ella no me estuviera viendo, sonreí por dentro y por fuera. Para mí, mi hermana era una gran persona, muy inteligente y perspicaz, y también era muy guapa—. Te quiero mucho hermanita, me gustaría muchísimo que estuvieras aquí con nosotros. Sería una experiencia impresionante, ¡y nos lo pasaríamos muy bien!
—¡Seguro que sí! Mira, te prometo que si ocurre algo en Europa, no tardaré ni un solo día en ir a buscarte y a traerte conmigo, cogeré el primer vuelo y te sacaré de allí, vendrás a Japón y viviremos juntos —lo que me acababa de decir me alegró el resto del día y estuve pensando en ello, aunque no lo parezca, medité seriamente la proposición—. Pero de momento, intenta sobrevivir.
—Gracias hermana… en serio, sabes dar ánimo. Lo que acabas de decir ha sido muy serio. De verdad, te quiero mucho —casi lloro con la escena.
—Yo más pequeño. ¡Oye! Me creé una cuenta hace poco en El Asteroide, esa página de la que tanto hablas. Quiero que me agregues y que chateemos por ahí, si no funciona el móvil ni nada de eso, además, es gratis. Soy Soraya en el foro.
—¡Vale! En cuanto pueda te mando un mensaje. Ahora se pone papá —lo vi a lo lejos mientras se lo comentaba a mi hermana. Luego me quité el móvil de la oreja y lo pegué a la camiseta, por si me decía algo mi padre que no quisiera escuchar mi hermana. No lo hizo.
Mi padre andaba lentamente por la entrada, se hacía el desinteresado mirando los escaparates pero le entusiasmaba la idea de hablar con su hija mayor. Me había oído hablar con ella pero para asegurarme le dije en un tono muy bajo que era Soraya. Él asintió con la cabeza y cogió el teléfono mientras me ordenaba ir a por un par de botellas de un litro de agua. Seguí mi camino sin escuchar lo que le comentaba a mi hermana. A saber que se le pasaba por la cabeza en aquel momento.
Ya había olvidado completamente el hombre extraño y me dirigí a por las botellas de agua. Me susurré que había sido mi imaginación para tranquilizarme.
El extremo izquierdo del supermercado era totalmente diferente a los demás, este se dividía a su vez en otras tres partes. Higiene, comida y bebida, y ropa. Antes de ir a por el agua me dirigí a la sección de ropa en busca de una gorra que me quedase bien y que me protegiese del sol. Entre los pequeños estantes había pequeños montadores con gafas de sol de distintos modelos. Cogí las que, a la vista, me parecieron más llamativas y más bonitas. Poseían una pasta gorda de color rosa y unas listas negras por el medio, formaban un conjunto bastante atractivo para mí.
Procedí a ponérmelas y a mirarme a un pequeño espejo que sólo mostraba la cara. Me quedaban estupendas, pero luego, mientras estuve dentro, las tuve apoyadas en la cabeza porque se veía muy poco con ellas en la oscuridad. El local tenía muy pocas ventanas y aberturas para que entrase la luz solar.
Pasé de largo observando de reojo la ropa, la mayoría era ropa de verano. Y no se vendían chaquetas ni paraguas. Deduje que el supermercado fue lo suficiente moderno como para quitar de su catálogo todo lo relacionado con la lluvia y el mal tiempo. Por el contrario, sí había muchas gafas de sol y gorras, también abundaban las camisetas de manga corta y los pantalones cortos. Vi unos como los míos pero de otro color, pensé que me quedarían bien pero no los cogí por falta de tiempo. Llegué a la sección de gorras y viseras, entre las primeras encontré una negra que tenía una gran jota inclinada. «La jota de Jefferson», no dirigí la vista a ninguna más y la cogí en el acto. Me dispuse a ir a por el espejo que había usado antes con las gafas, pero esta vez para mirar mi nueva gorra. «La gorra de Jeff; mi gorra».
Conjuntaba bastante bien con mi camiseta blanca y mis vaqueros negros. Pero sobretodo destacaba el color de las gafas de sol en mi cara. Me gustaba mucho el color rosa, pero la gente, tan machista y anticuada, siempre refería que el color de rosa era para las chicas y los demás para los hombres. Muy triste. Luego decían que la civilización está mejorando y siendo más tolerante. En el machismo y la homosexualidad se caían todos los cimientos de la humanidad y todas las leyes escritas a favor de ellos.
Dejando mis pensamientos de lado, seguí mi camino hacia la sección de comida y bebida. Mi hermana era una de esas personas con las que podía discutir todo esto y aprender, con los demás, una acción inútil. El agua estaba en el primer estante de la sección, cogí una botella pero alguien me interrumpió.
—Chaval —una voz grave y desconocida se dirigió a mí —. Eso hay que pagarlo… No es tuyo, ni tienes el más mínimo derecho para llevártelo. Tiene un propietario.
— ¿Q-qué? —tartamudeé mientras preguntaba. Había oído perfectamente cada una de sus palabras, pero necesitaba ganar tiempo para pensar en algo y salir de allí.
—Tranquilo, no te voy a pedir que lo pagues porque sé que no tienes dinero —respondió el hombre, en un tono un poco más suave mientras se llevaba un cigarro a la boca—. Pero eso no se hace, cada uno tiene su propiedad y no se puede invadir la de los demás —me echó un vistazo de arriba abajo mientras seguía hablando—. Veo que llevas tus cosas en la mochila. Dime, ¿te gustaría que te las robara?
—No, señor —dije nervioso mientras aferraba mis manos a ella. Él lo notó, y prosiguió con su discursillo.
—Tranquilo, chaval. No te la voy a quitar. No soy de esas personas que acorralan a chiquillos como tú y los roban y violan —dio otra calada al cigarro mientras echaba el humo por toda la sala. Mi padre no se enteraba de nada, y yo maldecía su incapacidad acústica por no oírnos. Cerré los puños apretando la hebilla de la mochila, estaba muy nervioso—. Eres inteligente chaval, me gusta. Al parecer no saliste como tu padre, ¿eh? El pobre ha dejado el coche fuera sin vigilancia. Es como si un ladrón entra en un domicilio a robar todo lo que encuentre y entretanto viene la policía y se lleva su coche. ¿Qué hace el ladrón? Incrédulo, busca su coche como si se hubiera movido solo e intenta recordar dónde lo había aparcado. Ahora mismo, mira por la ventana y rubrica cada una de las palabras que he dicho.
Tan pronto como lo dijo, miré alrededor para buscar un foco de luz y su respectiva ventana. Lo encontré a mi izquierda. Con acciones cuidadosas, con cautela y siempre con la vista fija en el hombre, me alejé lentamente hasta llegar a la ventana. Antes de darme la vuelta volvió a hablar el hombre extraño.
—Tranquilo, chico. No te voy a acuchillar ni a robarte mientras te das la vuelta, pero está bien que seas desconfiado.
Me di la vuelta, tal y como dijo. Fuera, no estaba el descapotable rojo. En su lugar, unos metros atrás se encontraba una furgoneta mal cuidada y rayada de color marrón. Con un espray alguien había escrito en el lateral derecho, el único que veía desde mi posición: Estúpidos. La furgoneta tenía los cristales de ese mismo lateral rotos y las ruedas medio deshinchadas. Los focos también estaban rotos, así como los asientos estaban deshilachados. «Sacado del desguace».
Sólo tardé unos segundos en ver la escena y darme cuenta de lo que suponía aquello. Aun así, seguía desconfiando y me di la vuelta, mi mente podría procesar la información y pensar del mismo modo, la imagen de la furgoneta se grabó en mi mente. El hombre se había puesto justo detrás de mí, pude ver perfectamente su rostro. Parecía ser árabe, más que nada por la prominente barba blanca que poseía. No fumaba un cigarro, era un puro. Tenía la cabeza tapada con una capucha negra y por encima de la ropa llevaba un velo negro. Sin duda, tenía todas las papeletas para que lo tacharan de árabe. Soltó todo el humo del puro en mi cara, me molestaba mucho el humo de los cigarros, odiaba a la gente que fumase. Me parecía un acto estúpido.
—Increíble, ¿no? Os han robado el coche —calló unos segundos para disfrutar del momento—. Al parecer, no fueron tan buenos como lo fui yo.
—Gracias señor —pude articular nervioso, deseando salir de allí.
—Venga chaval, ahora vete a contárselo a tu padre, seguro que pensara que se han dejado gasolina o que funciona el coche. Inepto…
«Seguro». La gasolina era otro problema, en nuestro coche quizás hubiera la suficiente para cincuenta o sesenta kilómetros más. Pero ya no era nuestro coche, y todo por culpa de mi padre. Me imaginé lo enfadado que se pondría al darse cuenta. Generalmente, cuando mi padre se enfadaba, yo me escondía en mi habitación o usaba el ordenador para evitar una conversación con él. Pero cuando se enfadaba conmigo ya era otro cantar, le duraba semanas el enfado, cosa que a mí me molestaba mucho.
Observé al señor por última vez, estaba recostado contra la pared fumando su puro y disfrutando del humo. Me echó una ojeada despectiva y se fue caminando hacia otra zona aun más interna del supermercado. Por lo que había dicho deduje que sería el propietario del edificio y de la empresa. Yo, por mi parte, esperé un momento hasta que desapareciese, me ajusté la gorra y salí corriendo en busca de mi padre. Me di cuenta que por el suelo había abundantes copias del mismo catálogo, todas con el mismo logo y los mismos productos. También había botellas de agua vacías o bolsas de plástico rotas que anteriormente fueron usadas para transportar la compra por la clientela.
Encontré a mi padre un poco distraído con mi móvil en la mano. Supuse que ya había terminado la conversación telefónica con mi hermana, por lo que hablé con él distendidamente, esperando que no causara un efecto demasiado negativo el robo del coche. Mientras conversábamos le arrebaté el teléfono móvil y le entregué las botellas de agua, él, se dejó llevar por mis acciones y no impuso fuerza.
—Papá —hablé en un tono bajo y triste—. Ven, nos han robado el coche.
— ¿Qué dices? Es imposible, hijo. Tengo aquí las llaves —ni siquiera se fijó en mi nuevo look, no parecía importarle lo más mínimo su hijo en comparación con el coche.
— ¿Y qué? En su lugar hay una furgoneta que parece haber salido del desguace.
No dijo nada más, se limitó a seguirme hasta la entrada, lenta y silenciosamente. Yo, por mi parte, quería conocer la posible reacción de mi padre y saber si coincidiría con la del hombre. Al llegar, mi padre salió de primero por las puertas del supermercado y exploró el coche mientras maldecía todo lo viviente. Por un momento pensé en que no iba a comprobar si tenía el depósito de gasolina lleno, o por lo menos con lo suficiente para transportarnos unos kilómetros. Lo hizo.
Yo esperé fuera. A juzgar por la situación, los ladrones no habían dejado huellas ni marcas en el espacio, todo estaba tal cual lo recordaba, menos el coche. Después de maldecir y soltar tacos, mi padre comprobó la gasolina y se dio cuenta de que no habían dejado ni gota, soltó un “que listos son los cabrones” en un tono sarcástico. Yo pensé que no es que fueran ellos los listos, que él era el tonto.
—Papá, nadie tan tonto como para, en estos tiempos, dejar gasolina al primero que la encuentre. Aun por encima, a nuestro coche le quedaba poca. ¿Cómo pudimos dejarlo sin vigilancia…?
—Olvídalo, ahora el problema es cómo vamos a llegar a nuestro destino.
— ¿Adónde tenías pensado ir? —dije reiteradamente, pensaba que lo mejor era que compartiese todo el plan conmigo.
—La verdad, lo único que intentaba era estar en constante movimiento para que no nos atrapasen esas cosas.
—Pues… —me dieron ganas de pegarle con todas mis fuerzas, pero se me ocurrió una idea que podía solventar nuestro problema, por lo menos por un tiempo—. Tengo una idea, Pablo, un colega mío, ha sacado el carnet de conducir y supongo que estará dispuesto a recogernos. Vive con su madrina en Suor noroeste, a pocos kilómetros de aquí, hablaré con él por el ordenador.
Mi padre asintió silencioso mientras me invitaba a subir al coche, lo hice antes de encender el ordenador y sacar todo el equipo, pero no aguanté ni dos minutos dentro de la furgoneta. Olía muy mal, a sudor, a meadas. Definitivamente, aquella furgoneta era una mierda (no me gustaba nada utilizar esa palabra, pero era la que mejor que definía el momento y el automóvil) comparada con nuestro descapotable, siempre limpio. A mi padre le faltaría inteligencia, pero en cuestiones de limpieza y cuidado me valía de ejemplo, porque yo lo intentaba, pero nunca llegué a ser tan pulcro como él.
—Chico, ¿de dónde has sacado la ropa?
—En el supermercado, en la zona de útiles de primera necesidad y en la sección de ropa.


Espe, el dinero lo tenían guardado en casa.
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Re: Phoenix

Notapor EspeYuna » Mar Abr 24, 2012 5:40 pm

Ya leí el capítulo.

Está bien narrado, pero hay algo que no me cuadra. Es el comportamiento de Jeff y de su hermana Soraya, no sé. No me transmiten para nada que haya una invasión zombie XDD

Por ejemplo, la hermana, si tanto quiere a su hermano y a su padre, ¿por qué no se los llevó a Japón? ¿Y por qué no hace un intento de ir a buscarlos? Me parece muy egoísta por su parte decir: "¡Ojalá estuvieses aquí para ver esto!", cómo si estuviese de vacaciones, mientras que su padre y su hermano luchan por sobrevivir... ¡no me cuadra, sorry! x__D

Aún así, seguiré leyendo.
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Re: Phoenix

Notapor Deja » Lun May 07, 2012 6:52 pm

¡Buenos días a todos! ¿Qué tal os va? Después de dos semanas ya iba tocando Phoenix, ¿eh? Que sé que lo esperabais...

Bueno, subido el capítulo dos. ¿Habrá Jeff encontrado un coche? ¿O quizás el viejo afgano lo ha acuchillado por la espalda?
La verdad es que se clavó un cristal de la puerta en la pierna y ahora está infectada, se acabo la historia y no hay segundo capítulo.

Comentarios a la lectora:
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¡! Eso no se puede decir, Espe.

Para empezar, no sabemos si hay una verdadera invasión zombi, Jeff lo anda repitiendo todo el rato. Luego que, por lo que se puede entender del texto, la hermana se ha ido a trabajar a Japón, porque es la máxima potencia.

Sé que tengo que pulir los diálogos, a lo mejor en este segundo capítulo másmolarán pero todo eso son cositas que le dan gracia y misterio. ^^


:D Capítulo 2: http://issuu.com/dejagow/docs/phoenix2
Spoiler: Mostrar
J3ff: Buenas, colega.
Pabl0: Hombre, ¡cuánto tiempo!
J3ff: Ya, bueno. Es porque… nos han robado el descapotable de mi padre.
Pabl0: ¿¡Qué dices!? ¿Cuándo?
J3ff: Hace diez minutos más o menos, fue que lo robaran y que me conectara para pedirte ayuda.
Pabl0: A ver, pide por esa boquita.
J3ff: ¡Ja, ja! Vamos a ver, tú me habías dicho que ya podías conducir, ¿me equivoco?
Pabl0: Exacto, puedo conducir.
J3ff: ¿Y tu coche tiene gasolina suficiente para un par de kilómetros?
Pabl0: De sobra, tiene el depósito lleno. Da para unos… cincuenta kilómetros más o menos
J3ff: Vale, pues, ¿sabes donde está la avenida cuatro esquinas?
Pabl0: Tío, ese sitio lleva por lo menos un mes hecho una mierda. Yo lo vi poco después de que lo construyeran y te aseguro que no era nada así. En efecto, sé donde está, pero nunca he ido desde la casa de mi madrina.
J3ff: Bueno, ya sabes: vienes y nos recoges cuanto antes. Estamos justo en el centro de la rotonda, bueno, estoy, mi padre está dando vueltas por ahí buscando cosas.
Pabl0: Entendido. Una cosa más…
J3ff: Dime, dime.
Pabl0: ¿Tienes móvil?
J3ff: Sí, tengo. ¿Para qué?
Pabl0: Te apunto en la agenda, mi móvil es 804547454.
J3ff: Apuntado, el mío es 804847595. Pero haz el favor de responder a mi pregunta.
Pabl0: Ah, si tienes un portátil a mano, y me pierdo, podrías descargar un mapita e indicarme la zona, ¿no?
J3ff: Puedo, pero más te vale no perderte.
Pabl0: Vale… Voy a llevar a mi prima pequeña, que en el coche caben cuatro, a ver si quiere venir.
J3ff: Okey, nos vemos por aquí, acuérdate, la fuente, en el centro.
Pabl0: Sí, ahora salgo, cuídate marica. Que no te pillen los zombis.
J3ff: Ni a ti por el camino, inteligente.

Cerré la ventana de mensajes instantáneos de la página El Asteroide, mientras lo hacía, mi mente pensaba y calculaba rápidamente. Los sucesos pedían a gritos y orden en mi pensamiento, después de todo, no había sido tan negativo. Pablo nos recogería en la avenida cuatro esquinas, justo donde nos encontrábamos, y seguramente nos llevaría a la casa de su madrina. ¿Qué mejor plan que tener a un compañero que te recogiese donde tú quisieses y te llevase consigo? Levanté la vista para buscar a mi padre, no lo vi. Grité para que me oyese. No me oyó. Cesé mis intentos en contactar con él y simplemente volví a conectarme al ordenador, a Internet.
Me acordé de mi hermana Soraya y me dispuse a agregarla. El proceso de agregar amigos (o enviarles una petición de amistad) era bastante simple. En la parte superior de la página aparecían los títulos “Índice” y “Chat”, pinché en el segundo para ir a la página que me llevaría. Casi siempre aparecía un fondo negro en la página, sobre todo para conseguir un funcionamiento liviano de todo el foro. De momento, eso ya era todo un logro. Después mostraba en el centro dos opciones, “Chat” y “Opciones”, la segunda era para agregar personas, enviar mensajes privados, que se utilizaban por si tu receptor no estaba conectado al chat. Tecleé el nombre de Soraya y al instante apareció un aviso que decía: Persona agregada, por favor, esperé a que acepte.
Mi hermana era una persona muy ocupada. Trabajaba en un colegio de educación infantil y primaria. Su principal devoción eran los niños pequeños, enseñar y transmitir conocimientos e información básica, así como nombres de animales y colores. Emplear el ordenador para ella era lo más parecido a perder el tiempo. Sí que se le hacía útil en cuanto a búsquedas de lugares o incluso nombres. Pero para chatear, ni en broma. Yo sería una excepción, como siempre. Por hablar conmigo sí que se conectaría, pero lo más probable era que no escatimara en gastos y que me llamara directamente a mi número de teléfono.
Volví a levantar la vista y no detecté a mi padre por todo el lugar, me preocupé un poco por si llegaba Pablo y mi padre no estuviera aquí para irse con nosotros. El aburrimiento hizo mella en mí, y me dispuse a volver a internet.
Tras echar un vistazo a otros varios foros del proyecto, pulsé el icono de una de mis páginas favoritas, el blog “Cartas a una adolescente desesperada”, de una mujer llamada R0se. (Pronunciar Rose.) Lo había descubierto hacía unos tres años y desde entonces era uno de sus seguidores incondicionales. R0se publicaba unas parrafadas geniales sobre el proyecto géminis, que ella llamaba “la decadencia enloquecida del ser humano”. Escribía en un tono inteligente y adorable, y sus entradas estaban llenas de ironía hacia sí misma, sentido del humor y comentarios sardónicos. Además de publicar sus (muy a menudo alocadas) interpretaciones de los informes géminis, también incluía enlaces a libros, películas, series de televisión y músicas que estudiaba como parte de la investigación sobre Géminis. Yo daba por supuesto que todas aquellas entradas eran pistas falsas destinadas a confundir, pero aun así resultaban de lo más entretenidas.
Creo que no hace falta que diga que estaba perdida y cibernéticamente enamorado de R0se.
Yo sabía que mi amor por R0se era a la vez tonto y nada recomendable. ¿Qué sabía de ella? Nunca había revelado su identidad, claro. Ni su edad, ni había otorgado una dirección exacta de su lugar de residencia. Muchos seguidores dudaban incluso de que fuera mujer; yo no. Seguramente porque no habría soportado la idea de que la chica de la que, virtualmente, estaba enamorado, fuera un tipo bajito de avanzada edad llamado Juan, calvo y con tres pelos en el bigote. Personalmente, prefería vivir en la ignorancia sobre ese tema.
Desde que había empezado a leer las Cartas a una adolescente desesperada, el suyo se había convertido en uno de los blogs más populares de internet, con miles de visitas al día. Y R0se era una especie de personaje famoso, al menos dentro de los círculos foreros y de internet. Pero la fama no se le había subido a la cabeza. Sus textos seguían siendo divertidos, se burlaba de sí misma. La mujer, también escribía pequeñas misivas hacia sí misma. Su última entrada se titulaba Hasta otra, baby y en ella aparecía un pequeño relato en el que se hacía pasar por un hombre y se despedía de la mujer perfecta, señalando todos los rasgos físicos y psicológicos que más le atraían de la mujer. Fue la misma noche en la que se publicó el vídeo del apocalipsis y del fallo técnico de géminis en la que colgó dicha entrada, la última.
Al igual que yo, mucha gente dudó de que siguiera viva, pero mientras que ellos lo seguían haciendo, yo ya contaba con que sí seguía viva y tardaría poco tiempo en hacerlo saber al mundo cibernético. Además que, revisando fielmente y hasta la más simple palabra su última entrada, había descubierto que daba pistas sobre cuando iba a volver. Sin sufrir cambio alguno, la página seguía siendo visitada por mucha gente que aguardaba por una nueva entrada.
—Hijo, mira que he encontrado —comentó mi padre.
Sonó la voz desde dentro del videoclub de la esquina. El eco y el portentoso volumen de voz de mi padre ayudaban a descubrir desde qué lugar me había hablado. Sentí un pinchazo de curiosidad. Pocas veces se oía a un padre decir que había encontrado algo interesante en un videoclub, excepto alguna película americana de acción, con explosiones y miles de efectos especiales.
—Ven aquí papá y enséñamelo. Tengo que hablar contigo.
Mi padre se apresuró a salir por la puerta principal del videoclub en mi dirección. Sonreí al darme cuenta de que había acertado. En sus manos traía una Glock, una pistola bastante simple y que producía poco daño, pero el suficiente como para dejar inválido a alguien o matarlo si no recibe hospitalización. Mientras la traía, radiante, cerré el blog de R0se y busqué en la web información sobre la pistola. Ésta poseía un cargador de diez balas, manual, contenía un sistema de seguridad que permitía accionarla única y exclusivamente al poseedor, todo esto controlado por huellas dactilares que se guardaban al empuñarla. Aun así, como para todo, existía una forma de borrar las huellas ya guardadas y cambiarlas por otras.
—Papá, una Glock 177, una gran pistola que posee diez balas en el cargador, lo malo es que es manual y tiene una débil potencia de impacto.
—Ah. Yo creo que está estropeada, porque no consigo apretar el gatillo.
Se la pedí y cambié las huellas dactilares. El proceso consistía en mantener el cargador mitad dentro y mitad fuera de la pistola, pulsar el botón de extraer cargador durante diez segundos y apretar fuerte la zona de las huellas durante doce segundos, ni uno más ni uno menos. La sostuve un rato sin inmutarme y siempre sin mostrar reacciones, aparentando observar su diseño y los materiales con los que estaba creada, cuando acabé se la devolví acompañada con un “ya debería funcionar”, pero como no lo hacía, decidí guardármela. No funcionaba porque tenía mis huellas, no las de mi padre.
—Pues ni idea, pero me la quedo, ya la arreglaremos más tarde con internet —observé—. Oye, he hablado con Pablo y nos viene a recoger en poco tiempo, habrá salido hace media hora así que en poco tiempo estará aquí, no te alejes mucho.
Mi padre asintió con la cabeza mientras se sentaba a mi lado, cogía una cajetilla de tabaco y sacaba un cigarrillo. Me molestó que lo hiciera a mi lado aun sabiendo que yo odiaba el humo. Me llevé una mano a la nariz y la otra al bolsillo para sacar el teléfono móvil. Mi plan era prestárselo para mantener su boca lo suficiente ocupada con la llamada como para dejar de fumar un rato, en el que pedí a dios que ojalá llegase Pablo.
Giré la bolita de mi BlackBerry hasta que me pidió la contraseña que había puesto desde el primer momento que fui su propietario. Me gustaba tener las cosas ordenadas y con claves o códigos para que nadie se entrometiera en asuntos privados. Siempre se te escapa algo por ahí, alguna conversación confidencial o algún correo, que te puede poner en un aprieto si lo encuentra la persona inadecuada.
Después de insertar la contraseña apareció el fondo de mi pantalla. Una fotografía tomada el verano anterior. En ella aparecíamos cuatro compañeros que habíamos coincidido en un club de verano. A la izquierda, con una visera blanca, gafas de sol y ropa apretada estaba Marcos Sibero. Compañero de habitación de Zack Nicolson, a la derecha. Yo estaba en el centro, agachado, el primero del grupo. Llevaba puesta una camiseta roja y un bañador verde muy corto. En el centro, encima de mí y entre Nicolson y Sibero, estaba David Hyren, mi compañero de habitación.
El campamento de verano constaba de un mes lleno de sorpresas y actividades para fortalecer la amistad del grupo. Por supuesto, yo, David, Sibero y Zack éramos unos completos desconocidos. Unos desconocidos que acabaron por convertirse en un cuarteto tan unido como los cuatro fantásticos. Sin duda aquel mes de Julio fue excepcional. Allí pillé mi primera borrachera, mi primera novia (y mi respectivo primer polvo con ella), las primeras “putadas” con aquellos chavales. Llegamos a un punto en el que casi nos expulsan del campamento. Pero nada. David poseía un potente don para convencer a la gente. Todo lo que salía por su boca sonaba muy convincente y razonable.
Mi padre miraba al cielo mientras disfrutaba de su cigarrillo. Fumar no era bueno para la salud, nada bueno, a sabiendas de ello, mi padre lo hacía. Vale, una cosa es que beba alcohol, que hasta yo lo tengo bebido alguna vez, pero fumar es muy malo. Yo nunca fumé, ni tenía pensado hacerlo, ni el tabaco me interesaba ni lo haría.
—¿Quieres hacer una llamada, papá?
—Sí, gracias.
—¿Quién tendrá el placer?
—¿Te refieres a la llamada? —afirmé con la cabeza—. En ese caso, estoy telefoneando a la empresa, seguro que hay contestan.
Repetí la acción y me centré en el portátil: el símbolo de la batería estaba a punto de vaciarse, lo que no suponía nada bueno; el ordenador se apagó al instante. En general, cuando ocurría eso, yo le insertaba el cargador y lo enchufaba a la corriente eléctrica, pero en aquel momento no tuve la oportunidad. Lo cerré y levanté la vista al cielo, ya había llegado la noche y se podían divisar algunas de las pequeñas estrellas, tan alejadas de la Tierra. La situación estaba paralizada, mi padre sujetaba el móvil con la mano derecha y esperaba una contestación, pero no la tuvo. Yo miraba el cielo estrellado cuando vi una luz en la carretera.
Desde el primer momento supe de donde venían aquellas iluminaciones, ante nosotros apareció el majestuoso vehículo de Pablo. Para ser sincero, no me esperaba un coche tan grande ni tan lujoso. Imaginaba un descapotable como el nuestro, que era la moda, o un furgón barato y sucio, pero tampoco conocía la cantidad de dinero disponible de la familia de Pablo. Al ver el coche, deduje que poseían mucho. Dentro, un hombre alto, de pelo corto y rubio, iba al volante y conducía el automóvil con soltura. El asiento era de color negro, así como la pintura de la que estaba hecho el exterior. Era Pablo, mi amigo Pablo. El hombre al que le había pedido que me salvase. Aunque no lo veía bien desde mi ángulo, os puedo contar como era Pablo porque me lo había dicho varias veces por chat y hasta había visto fotos de él. Un adulto de veintiún años, pelo corto y rubio, delgado, alto y musculoso, de ojos azules y de tez morena. Además, estaba seguro de que aunque él no me lo dijera, poseía algunos rasgos holandeses. Se le notaban por el acento y por el aspecto.
Sonó un claxon bastante agudo mientras el coche aparcaba en frente nuestra, al lado de la fuente. Las ventanillas estaban tintadas por lo que de lado no se podía observar nada del interior. Al instante, empezó a descender la ventanilla del conductor y apareció Pablo, mirándonos fijamente.
—¡Bienvenidos! —su voz sonaba grave, casi no la recordaba debido a que había transcurrido bastante tiempo tras nuestro último encuentro—. Señor… Póngase cómodo en los asientos de atrás, y tú Jeff siéntate aquí conmigo.
—Hombre, ¡Pablo! ¿Qué pasa colega? —dije mientras le daba una palma a mi padre y subía al coche, me coloqué en el asiento del copiloto, tal y como había dicho.
Al principio pensé que la relación iba a ser mucho más tensa durante los primeros minutos, ya que, a decir verdad, había visto pocas veces a Pablo en la “vida real” y de esas pocas, la mayoría habían sido de reojo o habíamos coincidido en algún supermercado o por la ciudad. Siempre hablábamos por el chat de El Asteroide o, en muy pocos casos, chat por voz. Pero, el hombre, ni corto ni perezoso, comenzó la conversación con unos cuantos insultos —típicos entre nosotros— para romper el hielo y no tardamos en charlar como en los chats.
—¡Hijo puta! ¿Qué tal lo llevas todo cabronazo? —rio. Se mostraba bastante amistoso conmigo, como siempre, por lo que decidí hacer lo mismo—. Aquí estoy, bien. Lo único malo es que nos estamos quedando sin… ya sabes, dinero.
—A nosotros nos acaban de robar el coche, que contenía miles de euros…
—Ya, ya sabes, me lo has contado antes. Para que veas que sí que hago caso cuando me hablan.
Pisó el acelerador del coche y lo arrancó para dar la vuelta y conducirnos hasta su casa. En ese instante, escuché una voz dulce y suave de una niña pequeña. Era su hermana. Una mujer de apenas cuatro o cinco años que se incorporaba de una silla para bebés y tiró de los pelos de Pablo a través de un espacio en la silla. En vez de hablar, ella susurraba y pronunciaba mal el nombre de Pablo.
—Pabo, ¿Adónde vamos?
—Pa —dijo Pablo para intentar ayudar a que lo pronunciase bien—, blo. Se dice Pablo. Tú te llamas Sara y yo me llamo Pa-blo.
—Vamos a vuestra casa Sara —interrumpí—. Yo soy Jeff, encantado de conocerte.
En el acto, levanté mi brazo y le tendí la mano a la chiquilla para mostrarme como uno de los buenos. Ella, instintivamente y mostrando sus actitudes infantiles, aplaudió y rio.
—Jeff, Jeeeeeff, me gusta tu nombre —chocó las palmas fuerte y rio.
—¡Flipa, colega! Hay gente que dice que te llamas Treff, o algo así, como tienes un tres en lugar de una e en el foro…
—¿Cómo sería Pablo?
—Ni idea, ¿Pacero? ¿Pablero? —respondió sin ofenderse. Parecía estar de buen humor.
Miré hacia mi padre. Su cara de póker atravesaba el cristal de la ventanilla y observaba detenidamente el lugar. A gran velocidad dejábamos atrás la ciudad y nos adentrábamos en un bosque. Supuse que la casa de Pablo sería de campo, de estas de tres o cuatro pisos, con un sótano gigante lleno de polvo y muebles antiguos y deteriorados; habitaciones en las que caben decenas de personas; un súper salón con una televisión gigante y un equipo impresionante de música, o quizás un pequeño tocadiscos de vinilo con unos grandes sofás de tela. Después de todo, a uno no le falta imaginación en un coche.
—Atento —susurré para que solo me oyese Pablo. Lancé una mirada de reojo a su prima y a mi padre para asegurarme de que estaban entretenidos con otras cosas y desenfundé la pistola—. Bonita, ¿eh?
—Vaya, vaya. Una glock, sin duda. Bonita pipa, ¿de dónde la has sacado?
—De la funda —e hice un sonido chirriante con los dientes, luego sonreí y bajé el arma—. Oye, ¿queda mucho?
—¿Mucho?
—Ya sabes, joder —golpeé su hombro con algo de fuerza—. A ver si así te gusta… ¿Cuánto tiempo queda para llegar a tu casa?
—¿Mi casa?
—La casa de tu madrina, o de quien sea.
—Poco, casi nada —y pisó el freno del coche.
Ante nosotros (a nuestra izquierda) se alzaba un pequeño edificio. Dos pisos. Una chimenea. Dos ventanas en la fachada. Una puerta de madera bien pulida. Cortinas con un verde muy fuerte. Una gran lámpara de estilo arcaico, marrón, destacaba bastante porque la casa estaba pintada de blanco. Un gran campo recientemente cortado. A la derecha del recinto había una gran explanada y su respectiva carretera hacia la parte trasera, a la izquierda había un pequeño camino hecho por piedras que conducía a la puerta de la casa.
A nuestra derecha, había un bosque oscuro y profundo. Caía ya la noche y ver aquel lugar imponía y daba bastante miedo. Pero no perdí los nervios, ajusté mi arma y me dispuse a abrir la puerta. La dura voz de Pablo me interrumpió de repente.
—¡Cuidado! ¡Un Hereje en tu ventana! ¡Jeff!
Al instante, desenfundé mi arma y me di la vuelta. Apreté el gatillo y el proyectil salió a una velocidad increíble. En aquel momento no me importaba si mi padre se diese cuenta del truco de la Glock. La bala atravesó el cristal, que estalló en mil pedazos expulsados con fuerza, y se perdió en el aire. Observé la pistola y me dispuse a cruzar una mirada agresiva con Pablo pero su prima empezó a berrear y a gritar.
Un sonido chirriante y muy molesto era emitido por la niña. Pablo, sin ni siquiera mirarme, fue hasta su lado a consolarla. Él sabía mejor que nadie la bronca que le caería si la chiquilla le dijera a su madre lo que acababa de suceder. Por eso mismo intentaba por todos los medios posibles hacerla callar. Fue imposible. Una mujer alta y robusta de mediana edad hizo su aparición estelar provocando que se corriese el portal de hierro. Su cabello era rubio y canoso. Nosotros (sobretodo yo) dábamos una imagen pésima a primera vista, había roto un cristal del coche de Pablo y había hecho llorar a su hija.
Bajé del coche y me até el cordón de la zapatilla. Mi padre hizo lo propio. Se incorporó lentamente y se coloco a mi lado. Llevaba el pelo un tanto despeinado y sus dientes estaban muy amarillentos, como si hubieran transcurrido meses desde la última vez que se cepillara. Su aspecto se encontraba entre un estado somnoliento y frustrado. Quizás fuera porque estaba medio dormido o porque no importaba en aquel momento, pero no me preguntó el porqué del disparo. Sin embargo, sí que me dio a entender su sorpresa.
—¿Conoces a esa? —susurró para que únicamente fuera audible para mí—. Vaya pintas.
—Es la madrina de Pablo —miré alternamente a los dos, buscando algún rasgo facial parecido que los uniese, pero no lo encontré—. Creo…
La mujer pareció no vernos, o por lo menos lo aparentó. Fue directa hacia Pablo y le reprochó todo lo que había hecho. Gritaba muchísimo, parecía enfadada. Lo estaba. Sus brazos se levantaban y bajaban como si quisiese volar. Era una situación bastante cómica desde mi punto de vista. Aunque aguanté la risa.
—¡Pablo! ¿Qué haces? ¿Por qué está llorando la niña?
—Es que… se disparó sin querer un arma.
—¿Qué dices? ¿Una pistola? ¿Qué haces tú con una pistola, Pablo? Si aquí estuviese tu madre te iba a poner bonito. Incluso te pegaría.
—La pistola no es mía, madrina…
—¿Y de quién es? ¿Por qué coño hay una pistola en tu coche?
—Es…
—¿Y ese cristal? ¿Cómo has hecho eso? ¿Por qué está roto el cristal? ¿Quieres contestar Pablo? Me estás poniendo nerviosa —y era cierto.
—La pistola es suya. Ha disparado porque le he dicho de coña que había un enfermo de estos golpeándola. En definitiva, todo es culpa mía.
—¿Suya? ¿Y quién es él? —y subió la vista para observarnos, dejó de agitar los brazos y mojó su dedo metiéndolo en la boca.
—Soy Jeff, encantado. Este es mi padre Dave —interrumpí porque vi la oportunidad. Mi padre bajó la mirada cuando lo mencioné como saludo.
—No hablaba contigo —habló con una voz gélida—. Pablo, me habías dicho que ibas a buscar a una persona. No a dos. Aquí sólo cabe una persona.
—¡Pero madrina! No tienen casa. ¿Un día? ¿Pueden quedarse un día?
—No pueden. Sólo puede entrar uno.
—Podemos dormir en la misma cama —ofrecí sin contar con la opinión de mi padre.
—Imposible. Uno fuera. No es negociable. No podéis quedaros los dos.
Mi padre agarró mi brazo y se alejó de la escena. Me miró fijamente de arriba abajo y me apretó los hombros con sus grandes brazos. Estaba a punto de contarme algo importante, siempre hacía los mismos movimientos, me lo había aprendido. Apretón de hombros, mirada fija, pasar su mano por mi pelo y beso en la frente. Tras peinarme con su mano, bastante ensuciada, me besó la frente y me miró fijamente.
—Hijo… —quedó pensativo durante unos segundos—. Tú te quedas. Creo que ya eres los suficiente mayor. Y también creo que estarás mejor ahí dentro. Con esa gente.
—Papá —una lágrima recorrió mi cara—. Gracias… No sé qué decir…
—Hijo, no sabes qué decir porque no tienes que decir nada. Pero esto no es un adiós, ¿eh? —me agarró la barbilla e hizo que le mirase a los ojos—. Es un hasta luego. No quiero que llores, ¿vale? Hasta la próxima, Jeff.
Cuando acabó de hablar y se giró para irse rompí a llorar como nunca lo había hecho antes. Mi padre se había sacrificado por mí. Por mucho que el dijera que era un hasta luego, parecía imposible sobrevivir con los Herejes. Me limpié las mejillas con la camiseta y observé como se alejaba mi padre. Si querer, toqué la pistola al adecuar mi ropa. Se me ocurrió prestársela a mi padre. Tal y como iban los sucesos, a él le haría mucho más falta.
—¡Papá! ¿Quieres la pistola?
—No, colega —levantó el dedo pulgar—. No me hará falta.
Sonreía, pero lo hacía sólo para no preocuparme. A él también le caían lágrimas, pero no a borbotones como me ocurría a mí. Parecía nervioso. Dave se alejaba poco a poco sin rumbo fijo, aunque cogía el camino por el que habíamos venido con Pablo en coche. Posiblemente volvería a la ciudad y allí buscaría su coche, o a alguien. Pensé que quizás encontrara a aquel extraño afgano que hace poco tiempo había hablado conmigo. No tenía pintas de asesino ni nada parecido, incluso ni de ser una persona agresiva, pero nunca se sabe.
Escapé de mis pensamientos al escuchar un grito de la prima de Pablo. Pero esta vez no era su prima pequeña, era la mayor. La adolescente salió tal que su madre, agitando los brazos y apresurada. Pablo no sabía qué hacer. Las dos estaban a su lado gritando y riñendo sus formas. Todo por culpa de la broma de la pistola y el Hereje. Yo no guardaba parte de la culpa, es de sentido común disparar si hay ahí un zombi. Una broma de muy mal gusto, pero total, aquel coche era de Pablo. Si tuviese la ventanilla abierta no hubiera provocado daños, pero no estaba abierta. Lo peor de todo es que Pablo no pudo disfrutar de ella.
—¡Pablo! ¡Tú eres tonto! Aquí no se va a quedar ese chaval, ¿me oyes? —dijo la chica adolescente.
—Sí que se queda. Y punto.
Esta vez Pablo se impuso sobre su madrina y su prima. Físicamente era superior. Se mostró enfadado con ellas. Para enfatizar su enfado, soltó a su prima pequeña en el coche y se fue camino a su morada. Me lanzó un gesto con la mano para que lo siguiese. En unos minutos, estábamos en su habitación. Una sala de diez por quince en la que había una litera, un armario y una televisión con una videoconsola.
Acabamos la noche con tequila y videojuegos clásicos (y modernos) de zombis.
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Re: Phoenix

Notapor Light » Mar May 15, 2012 10:40 pm

Bueno, como ya te he dicho me he leido el prólogo.
Lo que mas me gusta es la trama en sí, lo de los experimentos (nazis?), los herejes, y bueno que mas... que el 90% del planeta ahora no estan en sus casillas xD. La cosa esta bastante caldeada...
Fallos no he visto, de hecho me das un poco de envidia, yo no podría escribir en 1º persona, es algo que simplemente no podría hacer.
Y bueno, con esto he revivido fan place (?)
Suerte y sigue asi
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Re: Phoenix

Notapor Tsuna » Sab May 26, 2012 7:53 pm

Deja, me he leído el prólogo y los dos capítulos, que decirte, me ha gustado como has introducido la trama y el hecho de que sea actual, es decir, con Internet y demás, pero ten cuidado, que si pasa mucho tiempo vas a terminar copiando "The Walking Dead", en una granja sin recursos prácticamente, aparte de eso... sigue así, me ha gustado y me ha hecho gracia la actitud de la madrina esa :)

Alguna que otra crítica más... pues, puede que me esté adelantando a algo pero ese tipo del supermercado fue un poco, como decirlo, extraño, así tal cual se adentró en el establecimiento y no apareció más, sin mediar palabra con nadie ni nada, repito, puede que me esté adelantando a algo así que prefiero no especular sobre ello.
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Re: Phoenix

Notapor Deja » Dom Jun 24, 2012 3:45 pm

¿Y si posteo después de un par de meses?

¡Buenas! ¡Capítulo 3 disponible!:
[center]

3

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«Madagascar, 06:00 de la mañana. A punto de conseguir mi DNI falso. En cuanto puedas, llámame.» escribió el chico en su teléfono móvil. Envió el mensaje al único contacto que tenía registrado, el cual carecía de nombre. Su intención era la de avisar al que estuviera al otro lado de la línea su situación, localización y en qué momento del día se encontraba. La última información era relativa, el mensaje siempre informa de a qué hora ha sido enviado, pero en este caso era diferente. El mensaje era internacional, con lo cual, habría un horario diferente.
—¿Tengo que esperar mucho más? —objetó el chico.
Cerró la página de los mensajes y fue al menú principal. Allí tenía pocas funciones; entre ellas, enviar mensajes y llamar. Presionó una tecla durante diez segundos y el móvil se apagó. Lo guardó en el bolsillo derecho del pantalón, que estaba bastante sucio, viejo y mal cuidado. Su camisa no era diferente. De color blanco grisáceo, el típico desteñido que le sucede al hombre que no sabe lavar la ropa. Todo aquello no le importaba lo más mínimo.
—Hecho. ¿Qué le parece? —Respondió un hombre mientras abría la puerta—. Señor Luis Rivero.
—Luis Rivero, sí, ese soy yo —observó el chico mientras arrebata de las manos del otro su DNI falso—. Muchas gracias. ¿Cuánto es?
—Diez euros y… —señaló la metralleta que había encima del mueble—, mantener la boca cerrada. ¿Entendido?
—Aquí tiene. —Luis Rivero sacó del bolsillo izquierdo un billete diez euros.
—Un placer, Luis.
«Ya soy mayor de edad», fue lo primero que apareció en la mente del hombre. Salió del local y buscó su coche. En Madagascar era fácil conseguir un DNI falso, lo que suponía un reto era sacar el carnet de conducir de coche, el vehículo más usado. El sistema era el siguiente: te examinaban a unas pruebas muy complicadas para luego no tener que andar por las calles vigilando si se producía algún altercado. Total, que si conducía un coche sin carnet nadie le iba a parar porque no había nadie por ahí fuera autorizado para ello.
Metió las llaves en la abertura de la puerta del coche y giró a la derecha. La puerta se abrió automáticamente y entró. Volvió a meter las llaves, pero esta vez para arrancar el coche. Sin mirar atrás, encendió las luces y salió lo más rápido que pudo hacia el aeropuerto. Con suerte cogía una velocidad de sesenta, por lo que no tuvo que preocuparse de pisar hasta el fondo. Era un chico sin preocupaciones que había vivido la mayor parte de su vida en Madagascar por capricho de sus padres. Ya habían transcurrido por lo menos doce horas desde que el vídeo de los aparentes “zombis” se había hecho público. Aquello era una preocupación, quizás la mayor preocupación que tuviera en su vida. Nacido en una familia de clase alta, nunca había conocido la negación ni la palabra “no”. No estaba acostumbrado a que le pusieran límites ni a que se interpusieran en su camino. Fue un mimado toda su vida, aunque, por el contrario, no parecía tener problemas para sobrevivir solo. Desde que sus padres habían ido a participar en aquel maldito proyecto, él trazaba un plan en su mente para salir de allí. El segundo vídeo lo había dejado descolocado unas horas, no durmió aquella noche.
—¡Tú! Ale, a currar, guárdame el coche, ¿vale? —espetó a un hombre que parecía ser uno de los muchos aparcacoches del aeropuerto.
—Claro.
Salió del coche, cogió su maleta y lanzó las llaves al aparcacoches. El hombre subió al coche, arrancó y se fue por donde Luis había venido.
No le hacía falta facturar para conocer el peso de su maleta, probablemente serían veinte kilos. Llevaba lo necesario para sobrevivir en una España dominada por el caos y la desesperación. La chica lo atendió despacio porque no había más pasajeros y se aburría. Era joven, de cabello pelirrojo, seguramente teñido, de ojos azules escondidos tras unas gafas negras de pasta fina. No le preguntó en toda la conversación nada relacionado con el DNI, el plan iba viento en popa.
—¿Sucede algo? —preguntó al ver que los ojos de la mujer como platos.
—Espere, por favor. ¡Se ha quedado la pantalla en blanco!
Parecía una treta, miró de reojo a los dos guardias que había en la puerta. Se acercaban hacia ellos. Hacia él en concreto. Pensó que lo de la pantalla era para ganar tiempo, estaba convencido de que habían descubierto lo del DNI falso. Los guardias estaban cerca, se resignó y decidió no correr ni mostrar nerviosismo y actuar como si el DNI fuera real.
—¿Ocurre algo?
—Señor, al parecer ha habido un problema con el ordenador al insertar la información de su DNI. ¿Cuánto tiempo hace que lo tiene?
—Lo renové hace poco, hoy —era una tontería mentir—. Debería ser válido.
—Por favor, cójalo y venga con nosotros —después se dirigió a la mujer—. Carmen, no dejes que pase la maleta, ahora mismo lo solucionamos.
Eran dos grandes hombres, fornidos y anchos. Si quisieran, lo podrían partir a puñetazos. Ambos llevaban el uniforme reglamentario que imponía el aeropuerto, una camisa blanca por debajo de otra verde de manga larga, unos pantalones negros, zapatos negros y una gorra con tres estrellas al frente, también negra. No mostraban sentimientos, como si lo que estaban haciendo fuera el trabajo de cada día. Pillar a un criminal día a día sonaba muy heroico, pero imposible.
—Entre, por favor —dijeron. Uno abría la puerta y el otro entraba, querían que él entrara en el medio por si acaso. Encima de la puerta había un marco que citaba “Sala de Seguridad”.
—Entendido —respondió mientras entraba.
El espacio interior era muy diferente al exterior. En este, las paredes estaban fabricadas con hierro y de otro material que provocaba un aislamiento acústico. Allí sería donde mataban a la gente, supuso el chico. Luis se inventó algo rápido que no funcionó.
—Tengo prisa, el vuelo sale dentro de veinte minutos.
—Tranquilo, usted no va a coger ese vuelo hoy.
Se le cayó el mundo al suelo. La expresión de su cara cambió por completo e hizo una mueca de angustia. El hombre que había contestado rio a carcajadas. Claro, allí nadie los oiría, podían hacer lo que quisieran con él. En cuanto al otro, no mostraba ninguna expresión facial y estaba apoyado en la esquina superior derecha de la habitación. Miré hacia él con los ojos de quien busca ayuda pero no se percató, y si lo hizo, me sentenció pasando completamente de mí. Cogió una pistola y me apuntó a la cabeza.
—Adiós, señor… ¿O debería decir chico? —comentó el que no tenía la pistola.
El otro, en la esquina, con la pistola en alto, apuntando a su cabeza, callaba y delimitaba los márgenes del cerebro de Luis para no fallar el tiro y gastar una sola bala. Impaciente, su compañero empezó a gritar y a presionar a su colega para que disparara ya, que si el chico lo merecía o n que si que serviría como castigo por el DNI falso. Luis vio la oportunidad.
El hombre que poseía la pistola se la entregó a su compañero susurrando algo demasiado bajo para que lo escuchase. Mientras se peleaban, Luis sacó su pistola, una M7 semiautomática. La llevaba sujeta con un pequeño cordón alrededor de su tobillo, un buen sitio para que nadie la detectara. Disparó dos rápidos proyectiles a los dos hombres, aunque hubiera un fuerte aislamiento acústico, Luis corrió hacia ellos y sujetó uno con cada brazo para amortiguar la caída. Uno todavía jadeaba, el disparo no había sido perfecto, pero el otro tenía el cerebro atravesado por la bala, que había ido a parar al techo.
—Licencia para matar, Señores —y volvió a disparar al primero.
Guardó las dos pistolas, una en el bolsillo del pantalón y otra de vuelta a estar sujeta por el cordón del tobillo. Se serenó pasando su mano por la cara y salió de la habitación sin malgastar el tiempo, no quería llegar tarde al vuelo. Se acercó rápidamente a aquella chica llamada Carmen. Intentó mostrarse lo más natural que le era posible para que no sospechara. De todas formas, si Carmen estaba al tanto de lo que le iban a hacer los guardias, sería cuestión de tiempo que llamasen a más. Se la jugó y habló con ella.
—Solucionado, me han dejado pasar. ¿Puede devolverme un momento mi maleta?
—Por supuesto.
La chica no sospechó en ningún momento y le devolvió su maleta verde. Luis, tapando la visión de Carmen con la espalda, abrió el bolsillo pequeño y depositó allí sus pistolas. En el avión no le harían falta, y, de todas formas, se las hubieran quitado en el escáner, hasta lo habrían detenido por llevar armas.
—Tome.
Carmen mandó la maleta por la cinta transportadora y preparó el ticket para el viaje. Cobró a Luis la generosa cifra de quinientos euros y le entregó el pase. Le había tocado el 7A, al lado de la ventana. Tenía vértigo, no le gustaban los aviones. Había ido bastantes veces en ellos, todas con dirección a España o de vuelta a Madagascar. En todas había vomitado. Pero en este viaje sería diferente, tenía pensado ir en el baño durante la trayectoria. Era mucho más espacioso que un mísero asiento y se lo pasaría mejor. Si alguien quisiera entrar, no saldría.
Caminó hasta un ascensor en el que ascendió un piso. Justo en frente de él se encontraban los escáneres, con dos guardias para comprobar que nadie llevaba atuendo con piezas metálicas, droga o armas. Depositó los dos móviles, el cinturón y la cartera en el recipiente plástico que usaban para pasar por la cinta metálica. Tras eso, se dirigió al escáner deseando que no pitara, no lo hizo. Recogió sus cosas y siguió con su camino. El guardia no había ni mirado para él. Todo un alivio en el trabajo. Que la gente traspasase sin activar el sistema producía aparte de menos trabajo, no meterse en problemas.
El aspecto de Luis no ayudaba a que se hiciera pasar por una persona mayor de dieciocho años, tenía diecisiete recién cumplidos y era mediano. Pesaba alrededor de setenta kilos pero tenía poco músculo, aunque algo sí que se le marcaba en los brazos. Su pelo era rubio, un rubio muy llamativo y atractivo para las mujeres de su edad. Su tez era blanquecina. Era un chico muy guapo, su madre se lo decía siempre, pero no se lo decía por ser su madre, se lo decía en serio.
Cuando era pequeño, su padre lo había llevado a un campamento de tiro, allí había aprendido a usar las armas, algo útil en el resto de su ámbito diario. Se le daban bien las pistolas y los fusiles de asalto, no era el típico francotirador que siempre atacaba a traición y desde lejos, sin peligro. Ni tampoco era el tipo que va con un subfusil a lo loco como cebo, no, su especialidad eran los uno contra uno y la cobertura con fusiles. Pero claro, aquello era Madagascar, no se podían usar fusiles. Tampoco era propietario de uno. Costaban un dinero que se podía permitir, pero el dependiente era mucho más precavido que los asistentes del aeropuerto, él comprobaba el DNI, la foto y corroboraba la información buscándote en la base de datos del país. Vamos, un asunto chungo.
Antes de entrar en el avión, tuvo que esperar un rato en una gran sala. No quería conversar con otras personas. Cuando alguien le decía algo el respondía con monosílabos, para terminar cuanto antes. Tras estar un rato jugueteando con su móvil, sonó una voz digital de aviso para entrar en el avión. Se repitió la grabación tres veces, las suficientes como para que todo el mundo corriera apresurado, pensando que no iban a tener sitio, hacia el avión. Todo el mundo se tomaba el vuelo como algo importante que no podía esperar, en el primer tono de la grabación, ya corrían todos hacia el pasillo. Algunos hasta se peleaban en la cola por llegar primero. ¡Qué prisas! La vigilante se mostró simpática con todos menos con Luis. Era joven y parecía mucho más espabilada que la otra.
—Perdone, ¿usted tiene dieciocho años?
—Ese no es su trabajo, señora. Ya lo ha comprobado su compañera de trabajo Carmen, sí que los tengo.
Se sintió molesta, al verlo, Luis sonrió para sí mismo. Simplemente, se limitó a arrancar una parte del ticket de avión y lo dejó entrar. Era guapa. Luis no era homosexual, le gustaba mirar el culo de las mujeres. Que fue exactamente lo que hizo mientras se alejaba por la pasarela. Llevaba una falda, un atuendo bastante inapropiado para su trabajo. Ella no tenía que llevar puesto un incómodo traje como los otros dos caídos en combate. Embelesado con su ropa no se jactó de que había un hombre al final del pasillo, justo al lado de la puerta del avión. El vigilante lo observó con cara rara y decidió sacarlo de sus pensamientos.
—Caballero, por aquí.
No estaba acostumbrado a que lo llamaran caballero, por lo que ni se enteró. En aquel instante la mujer guardaba una especie de cartera con los nombres de las personas que habían abordado, Luis adoraba como se tocaba el culo meter la cartilla en el bolsillo. El asistente se dio cuenta y se dirigió con motivo de amonestarle, pero no lo hizo. El hombre se giró al ver la sombra del tío con uniforme y continuó hacia el avión.
Al entrar notó algo extraño, había algo diferente. La última vez que había ido en un avión fue en el verano del año anterior, concretamente a España y con la misma compañía con la que había concertado este viaje. El avión en el que había ido era diferente a este. Los antiguos estaban formados por dos filas, una a la derecha y otra a la izquierda, en las cuales había tres asientos; los nuevos, formados por tres filas, poseían dos asientos por fila. En éstos, la fila central correspondía a las letras C y D, justo donde le había tocado a él.
Después de crear una explicación más o menos creíble en su mente, Luis se dispuso a analizar la situación, saltando imaginariamente de asiento en asiento y de fila en fila. Comenzó del uno al treinta. Un hombre y su hijo… consuelo de divorciado, cuatro mujeres con gafas de sol y sombreros… lugareños, un grupo de dieciséis personas distribuidas en matrimonios… resaca en Madagascar, dos hombres con ropa playera… lugareños, un matrimonio con su hija pequeña… turistas, dos quinceañeras, una rubia y otra morena, bastante guapas… ¿turistas? ¿Lugareños? Cuatro chicos de aproximadamente dieciocho años, con ganas de fiesta y juerga… turistas.
El que más miedo le daba era el hombre de la 7D. A pesar de haber estado un buen rato observándolo de reojo, había conseguido muy pocos datos sobre él. Era un cuarentón bien peinado, con el cabello excesivamente mojado, un uniforme limpio, lavado y pulcro, unas gafas negras de sol, unos mocasines elegantes, una especie de documento entre sus rudas manos. Era de piel morena, se le notaba a la legua. En cuanto a la cara, imposible de describir; las gafas eran enormes y le tapaban la mayor parte de ella.
Estaba sentado al lado de Luis.
Nada más sentarse, Luis se acomodó como pudo en el asiento, molestando al tipo con uniforme, y pulsó el botón para que lo atendieran las azafatas, a lo mejor alguna tenía buen tipo.
—Me temo que no le atenderán hasta que el avión esté volando —resopló el de las gafas.
—Ah, es bueno saberlo, gracias —contestó Luis mostrándose lo más simpático posible.
Tardó poco en despegar. Después de Luis entró un chico que parecía formar parte del grupo de los juerguistas del fondo. Su entrada fue acompañada con gritos y bromas de sus amigos, tal que “Allan, ¡cagón!” o “¿Te limpiaste bien el culito?”. Poco más tarde sonó la voz de la azafata comentando que el vuelo duraría nueve horas y que nos pusiéramos el cinturón. El señor lo conectó suavemente, mientras que Luis se peleaba con la cinta para que entrara en la hebilla esa.
—Ostia puta, ¿no podían ser como los de los coches? —preguntó, sin ánimo de recibir respuesta.
Cuando la nave alcanzó la postura horizontal y el vuelo recto, Luis volvió a presionar el botón para la azafata. En unos segundos apareció una mujer vestida con un uniforme azul oscuro, demasiado delgada para el gusto de Luis. Presionó el mismo botón que el chico para recordar que lo había atendido. Pidió un café cargado, el tipo del uniforme se apuntó al café y pidió otro para él. Antes de ir a por ellos, la mujer atendió a las dos quinceañeras que estaban en la seis. Una tenía una voz bastante dulce, atractiva y calmada, la otra parecía más burlona y a veces soltaba risotadas escandalosas.
Luis necesitaba mantenerse despierto para cuando aterrizara el avión, no se podía permitir perder tiempo. Ya habría tiempo para dormir la semana posterior, o incluso por las noches, si el trabajo lo permitía, claro…
—Tranquilo, pago yo. Ya me darás luego el dinero —ofreció el hombre al ver que Luis no encontraba su cartera.
—Muchísimas gracias —respondió Luis observando a la azafata. Cuando estuvo lo suficiente lejos como para ser incapaz de oírle siguió hablando—. Cinco euros por un puto café, y aun encima es pequeño. ¿Te parece normal?
—Ya estoy acostumbrado —respondió sin quejarse—. La verdad es que en los aviones aprovechan que la gente no pueda traer comida desde fuera, y te clavan un dineral por cada cosa que compras. A ver si este café hace efecto… —Bebió un sorbo bastante largo, a juzgar por la cuantía de líquido, se lo pudo haber bebido todo.
—¿Me harías un favor? —preguntó Luis amablemente.
—Si está en mi mano, no hay cosa que no fuera a hacer por ti —Luis supo perfectamente que era mentira, sólo lo decía porque sabía que era lo que quería escuchar.
—Gracias. Se trata de despertarme un poco antes de aterrizar, a ser posible una hora antes. Aunque espero no dormirme —acabó el café de un trago largo.
El agente aceptó. Transcurrió una hora bastante entretenida para los dos. Comentaron una entrevista que habían hecho en una de las revistas que había en los asientos. No tocaron el tema del proyecto géminis, a ninguno de los dos parecía interesarles. Luis se mostraba contrariado cuando la gente hablaba de ello, y siempre cambiaba de tema. El del uniforme, simplemente no sacaba el tema a la luz. Al acabar la hora, la conversación se hacía algo más pesada, pero ninguno de los dos quería dormir. Al poco tiempo surgió un desprevenido, los chicos del fondo.
—¡Ese Allan! —gritó uno—. Danos de lo que solo tú sabes dar, mamonazo.
Se insultaban con cariño, o eso pensó Luis. Los cinco estaban lo suficiente borrachos como para no ser capaces de mantener un diálogo normal. El tipo llamado Allan, bajo, rubio de pelo corto, un poco gordo y no muy espabilado, bailaba encima de una mesilla como un poseso. Era una situación bastante desagradable para los viajeros, ya que también recibían algún insulto. Cuando le tocó a Luis, éste se levantó del asiento para poner orden, pero el del uniforme no se lo permitió y lo volvió a sentar con el brazo. Poseía una fuerza inmensa.
—Yo me encargo —dijo sacando una pistola. Era una M7, semiautomática, dieciséis balas, bastante potente, como la de Luis. El arma corta preferida de los polis. Rápida, potente y con cargadores amplios.
Se levantó apuntando hacia Allan. Tres de los chicos se callaron, pero uno seguía apremiando a su compañero a seguir bailando y a quitarse la ropa. La gente se asustó al ver la pistola. Luis dedujo que aquel era un tío importante, si no, no habría entrado con la pistola en el avión.
—Baja, Allan. Ven aquí.
—¡Ni de coña! Cabrón —respondió el chico.
—O bajas o disparo, tú decides. ¿Arriesgas?
—No dispararás, sabes que si disparas la bala atraviesa el techo del avión. Nos estrellaríamos todos. ¡Ja, ja! Poli cagón.
Lo que acababa de decir el chaval era bastante cierto. La bala perforaría su cabeza pero saldría con fuerza y atravesaría el avión. Buena observación por parte del borracho.
—Uso balas especiales. Baja de ahí.
La cara de Allan se transfiguró completamente. Pasó de ser el borracho con buen ánimo y mofletes como tomates a ser presa del miedo. Miró a sus compañeros y pensó que no podía dejarse ganar por un simple tipo con uniforme. Tenía que mostrarles que él valía mucho más.
—¡Ja! Dispara si tienes huevos.
—Ahora mismo, ya me da igual atravesar tu cráneo que no hacerlo. Total, ya me he ganado una semana de papeleo.
El chico gritó algo inteligible y señaló al tipo del unirofmecompañero de asiento. Al parecer, cuando levantó el brazo, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Tuvo la fatalidad de tropezar con la nuca en una barandilla metálica. Quedó inconsciente durante el resto del viaje, nunca ninguno de los dos supo si había sobrevivido, tampoco les importaba.
Luis se fue al baño, allí se quedó dormido una hora. Se despertó porque la azafata había golpeado la puerta para que saliera. Había mucha gente esperando para entrar y hacer sus necesidades. Él soltó un “ya voy” que sonó con la voz somnolienta de alguien que lleva durmiendo días. Se mojó la cara y salió.
—Caballero, usted no puede utilizar tanto tiempo el baño.
—Lo sé, lo sé.
Volvió a su sitio con ganas de seguir durmiendo, pero no podía. Aunque lo necesitara. Tendría que buscar un sustituto para hablar, el hombre de uniforme estaba completamente dormido. La posición era cómica, tenía la boca abierta a más no poder. Decidió no despertarlo, en vez de eso, hablaría con las dos chicas que había delante. Las miró de reojo mientras pasaba por su lado. Ambas estaban despiertas y charlaban sobre qué harían al llegar a España.
—¡Hola chicas! —interrumpió, ya en el asiento. Metió la cabeza entre sus asientos para que me vieran.
—¡Hola señor-que-está-dos-horas-en-el-baño!
—¡Hola! ¿Te conocemos?—contestó la de la voz dulce. Era mucho más guapa que la otra, por lo que Luis no tardó en fijarse solo en ella.
—Lo haréis si me dedicáis cinco minutos de vuestro tiempo. ¿Admitís a este hombre en vuestra conversación?
Ya estaban coladas por él.
—Claro, ya habíamos acabado de hablar entre nosotras —contestó la guapa—. Soy Laura. Encantada.
—Yo soy Luis. Hispanas, supongo, ¿no?
—Exacto, yo soy Helena. Fuimos de viaje a Madagascar.
—No tenéis dieciocho años. ¿Cómo es que os dejaron entrar en el avión?
—Sí que tenemos dieciocho años —dijo Laura, la rubia.
Luis intentó no mostrar su asombro, las tenía en el bote y no quería perderlas, por lo menos a Laura, la rubia. La había metido hasta el fondo pensando que no tenían dieciocho años. Pensó en cómo arreglarlo.
—¿Ah, sí? ¡Igual que yo!
—¿Sí? —Dijeron al unísono—. Aparentas dieciséis o diecisiete, pensábamos que ibas acompañado del tipo ese con uniforme.
Tenían razón, tenía diecisiete años, pero no valía la pena contarles nada sobre el DNI falso ni de su verdadera identidad.
—¿Diecisiete? No sabía que me cuidara tan bien. —Su cara mostró una amplia sonrisa.
Rieron. Lo había conseguido. No sabía si reían por hacer el cumplido, porque les había hecho gracia o porque estaban coladas por él. Laura poseía un largo cabello lacio y rubio muy bonito y atractivo, le gustaba. No las había visto de pie, pero supuso que no serían muy altas. Más o menos de su altura. Perfecto.
—¡Jo! Me acaban de entrar unas ganas locas de ir al baño —dijo Laura mientras se quitaba el cinturón y se dirigía al baño—. Ahora vengo.
Sonrió. Luis no sabría decir si fue imaginación suya o si fue real, pero Laura le había guiñado un ojo. Aprovechó para levantarse e ir al baño con ella, excusando su ida con que iba a ir a buscar a la azafata. Fue veloz, no otorgó ningún tiempo para que Helena le contestara. La chica quedaba allí sentada, medio aburrida, y el encuentro de Laura y de Luis presentía ser largo.
Un fallo, en este caso un milagro, en aquel avión era que los hombres y las mujeres usaban el mismo baño. No era muy grande, cabrían como mucho cuatro personas muy apretujadas.
Luis tocó la puerta por si acaso, a lo mejor lo había imaginado y no le había guiñado un ojo, en aquel caso ya se había ilusionado lo suficiente como para terminar el trabajo él solito. Laura soltó un “¿Quién va?” para conocer al personaje, pero sabía que quién era, estaba segura de que era Luis. Abrió la puerta sin esperar respuesta y agarró a Luis para meterlo dentro y volver a cerrar. Activó el pestillo y miró a Luis a los ojos mientras él permanecía pasivo observando sus movimientos. Era mayor y más alta que él, todo un logro habérsela ligado. Aunque sabía que había sido bastante fácil. La ropa antigua restaría a su aspecto, pero a él no se le escapaba ninguna.
—Eres muy guapo —dijo Laura mientras acariciaba su pelo.
—Y tú, Laura, me encanta tu pelo.
Luis acarició su cabello y la agarró de la cintura para acercarla a él. Ella se acercó todavía más, guiada por Luis.
—Luis… Nos acabamos de conocer, no sé si esto estará bien…
—A mí ya nada me une a la sociedad —mentía—, si quieres paramos. Nunca nos volveremos a ver, Laura, aprovechemos esta oportunidad.
Laura mantuvo una posición pensativa durante unos segundos. Luis solo pensaba en cautivarla, no podía parar ahora. Después de pensárselo, ella lo besó en la boca. Los dos desconocidos se fundieron en un beso apasionado. Ninguno se sentía obligado a hacerlo. Luis le tocaba el culo suavemente mientras Laura acariciaba su pecho. El chaval no era un musculitos, pero tampoco estaba gordo, él se definía en un término medio, pero a las chicas las atraía igual. Laura poseía un increíble cuerpo adolescente, delgado y con unos pechos firmes, como le gustaban a Luis.
—¿Eres virgen? —Preguntó ella al separar su boca de la de Luis.
—Para serte sincero, te diré que no.
—¿Y lo has hecho con una mujer que era virgen?
—No, perdí la virginidad con una que ya no la tenía.
—Vaya problema…
—¿Por qué lo dices? —preguntó Luis algo desconcertado.
—Es que —se separó del—… yo soy virgen. No creo que pueda dar el paso así, sin más, con un desconocido.
Luis se dio un bofetón mentalmente. Pudo haber mentido y haber dicho que sí que era virgen, pero no. No había caído en la cuenta. Ahora se maldecía por ello. A Laura se le enrojecieron un poco los mofletes, todavía estaba más guapa.
—O sea, ¿es culpa mía? ¿Es porque soy un desconocido?
—¡No, no! —respondió para no ofender a Luis. Era sincera, él no era el motivo—. Es que me va a doler mucho… y no es buen sitio…
—Comprendo. Pues, bueno, de esta forma, será mejor que nos olvidemos —y la besó intensamente.
Ella calló por unos segundos y después finalizó el encuentro tal y como lo había comenzado, con un guiño. Sumado a esto, puso su dedo en la boca de Luis para indicarle que no dijera nada.
—Prométeme dos cosas, Luis. —La mujer entornó los ojos—. Primero, esto no lo va a saber nadie, sobre todo lo que me preocupa es que lo descubra Helena. Por favor no menciones nada de esto. Segundo… prométeme que no te separarás de mí.
«¿Qué dices? » pensó Luis, pero no cambió su expresión, en cambio, asintió con la cabeza y habló como en una iglesia.
—Te lo prometo.
—Lo prometido es deuda —sonrió la chica.
«Lo prometido es deuda» resonó en la cabeza de Luis. Esa oración suponía mucho. Una promesa, la deuda que conllevaba cumplirla. En aquel momento Luis no pensó mucho en aquello, no parecía muy importante y lo pasó por alto. La mujer, por su parte, no lo hizo y grabó en su mente a fuego la conversación. Después de un silencio ahogador, Luis comentó un pequeño plan para mentir a Helena y que nunca supiera lo que había sucedido allí. Tal y como habían planeado, primero salió Luis y cerró la puerta tras de sí. El baño estaba bastante lejos de la fila número siete, ya que se encontraba detrás, al lado de la treinta. Helena no miraba en aquella dirección, por lo que no lo vio.
Luis se sentó en su lugar. El tipo del uniforme que se encontraba a su lado seguía en un sueño profundo. Helena arqueó las cejas y observó como el chico se recostaba en la silla, no preguntó nada sobre Laura ni sobre su charla con la azafata. Laura recorrió el mismo camino que Luis y se plantó ante ellos contenta.
—No me lo puedo creer. En el cuarto de baño no tenían papel higiénico, menos mal que me he dado cuenta con tiempo y he conseguido que la azafata me diera un rollo.
—¿Ahora hay? Creo que me toca ir —dijo Helena levantándose del asiento.
—Sí, quedaba bastante —afirmó Laura.
Helena se fue veloz hacia el baño, necesitaba ir urgentemente. También estuvo bastante tiempo allí metida, quizás fuera porque desde fuera se hacía más lento. O no. Pero Luis se quedó dormido las siguientes cuatro horas. Lo despertó el agente unos minutos antes de que el avión preparara el aterrizaje. Al hacerlo, Luis se desperezó un poco y se pasó las manos por los ojos. Se dispuso a despertar a las chicas, que también dormían, pero el otro lo detuvo.
—Chaval, tenemos que hablar.
—¿Qué ocurre? —respondió Luis algo desconcertado.
—¿Eres mayor de edad?
—Sí. Si no lo fuese, no me hubieran dejado entrar.
—Chico —se acercó a él y lo miró a los ojos—, si dices la verdad podría salvarte la vida.
«Salvarme la vida» repitió Luis en su mente antes de responder… Al final, dijo la verdad mientras afirmaba con la cabeza.
—Tengo diecisiete años, pero no lo cuentes —y giró la vista hacia las chicas—. Me meterías en un lío.
—¿Has oído hablar del proyecto Géminis? —preguntó dejando de lado el tema de la edad.
—Sí. Se ha llevado a mis padres consigo.
—Bueno, pues que sepas, por mucho que digan en la radio o televisen, no son zombis. Son algo así como personas deficientes. Es decir, no hablan ni nada. Sólo comen. Nunca se cansan. Estoy bastante seguro de que siempre tienen hambre y, por desgracia, comen lo que sea.
»Cuando digo lo que sea, me refiero a que prefieren la carne humana o animal a cualquier vegetal. Miden alrededor de dos metros y pesan una barbaridad, pesan mucho porque son como bolsas de sangre. Les metes un tiro y la sangre sale a chorros, pero no parecen inmutarse. Un tiro en la cabeza tampoco los desasosiega, no.
»Lo bueno, para nosotros, es que se toman las cosas con mucho tiempo, andan muy despacio si no están furiosos, y no oyen nada. Puedes hacer el ruido que quieras que no te van a escuchar. Ellos se mueven por el olfato, si les hueles a comida, van a por ti. No sé si responden a la vista o al tacto, pero creo que no. En definitiva, un peligro.
—¿Por qué sabes tú todo eso?
—No te lo diré. Chaval, me quedo con tu cara. Pronto nos veremos, ahora, adiós —calló.
Luis todavía digería todo lo que él le había dicho. Primero pensó si a sus padres les habría pasado aquello, imaginárselos caminando dos veces más altos de lo que eran y gordos llenos de sangre le sentó fatal. También odió al agente por habérselo dicho. Luis recordó sus últimas palabras, «me quedo con tu cara», ¿sería bueno o malo? ¿Por qué aquel señor sabía todo eso relacionado con el fracaso del proyecto? ¿Acaso había visto alguno de ellos? Imposible, una persona normal no sabría decir si oyen o huelen. Era misterioso. Decidió no seguir hablando con él, por lo que había dicho. Tampoco quería que todo el mundo supiera lo de los diecisiete años. Ni Laura, ni la otra chica, ni ningún empleado del aeropuerto. Por el contrario, despertó a Laura.
—Laura, que ya llegamos. ¡Despierta! —susurró al oído.
Nada. La chica dormía como un tronco. Tras varios intentos fallidos, Luis intentó despertarla tocándole el cuello. Sopló ligeramente en la oreja mientras la palpaba. Al final se despertó de golpe.
—¡Ah! ¿Qué haces? —chilló Laura al incorporarse. Luis quitó las manos del cuello asustado—. Ah, eres tú Luis.
Ambos sonrieron, aunque primero lo hizo Laura, como diciendo que no importaba que la hubiese tocado. A pesar del chillido de Laura, Helena seguía durmiendo.
—Es que la pobre no durmió en toda la noche —comentó Laura—. Ahora la despierto —se dirigió a ella y habló entre susurros—. Helena… ¡Hemos llegado a Madrid! ¡Despierta! Chica, que hay que irse. ¡Levanta!
El aterrizaje los pilló desprevenidos. Helena se despertó de una forma muy brusca y abriendo la boca. Era lo recomendable en los cambios de presión, abrir la boca y taparse los oídos. Se mantuvieron expectantes ante ella. Laura rio al ver su boca abierta de par en par, Luis no lo hizo por respeto. Ambos se preguntaban si al llegar a Madrid continuarían sus caminos juntos. Pese a todo, un poco antes de que frenase completamente, el tipo del uniforme se levantó para abandonar de primero el avión. Cogió su maletín y metió dentro los documentos que llevaba en el asiento. Luis no pudo analizarlos, ni siquiera le dio tiempo a fijarse en el título, pero supuso que estaban relacionados con el proyecto géminis. Antes de salir, el agente se dirigió a Luis.
—Chaval, a veces las apariencias engañan. —Al terminar la frase, se dirigió a la puerta y se fue, sin escuchar la respuesta de Luis.
«A veces las apariencias engañan», repitió Luis en su pensamiento. Posiblemente, para lo que él era un agente que conocía las secuelas de géminis, para los demás podía ser un hombre normal, o incluso un policía, porque había sacado su pistola. Recordó al chaval que se había caído, miró hacia atrás y observó a los otros cuatro, seguían borrachos. Las apariencias engañan. No le dio muchas vueltas a la frase, simplemente, se imaginó al hombre sentado en su casa buscando información en internet. En su interior luchaban las ideas que el hombre le había transmitido y sus sentimientos, quería creer que le había mentido, simples conjeturas de un loco, pero sabía que era verdad y no la admitía. No. Su madre no podía estar muerta, se repetía constantemente. Sus padres no estaban muertos, tan solo… esperando por él.
Laura se levantó y apremió a Helena y a Luis con un golpecito a hacerlo.
—¿Ahora qué toca? —preguntó Luis.
—Tú te vienes con nosotras, chico.
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Re: Phoenix

Notapor Tsuna » Lun Jun 25, 2012 11:32 pm

Me ha vuelto a agradar bastante el capítulo, aunque tengo algunas cosas que destacar porque me han dejado mal sabor de boca:
Spoiler: Mostrar
-La chica, Laura, fue demasiado fácil... El argumento de "nunca nos volveremos a ver" si podría haber funcionado, pero al aterrizar le dicen las dos féminas a Luis que vaya con ellas, por tanto, ¿dónde queda el argumento del baño?

-"Luis no era homosexual", bueno, principalmente destacas la homosexualidad de entre todas las variantes que hay (Zoofilia, Bisexualidad, Asexualidad, etc.). Lo tomaré como algo... ejem, como un ejemplo para indicar que era Heterosexual y no como un ejemplo en concreto cuyo significado en un segundo plano es mostrar cierta "distancia" (por no mencionar términos más fuertes) hacia la Homosexualidad.

-¿Zombies gordos y rechonchos? Bueno, habrá que tener cuidado en las montañas a que no bajen en plan avalancha rodando D:
No sé si esta última crítica la captaste, pero no soy nadie para hablar puesto que aun no he leído lo que sucede después, solo que me parece un poco cutre eso de que sean lentos y gordos xD
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Re: Phoenix

Notapor Deja » Mié Jul 11, 2012 11:30 pm

Ya que estamos, os voy a dejar los próximos dos capítulos. Así completaré la primera parte de mi historia =), os los dejo aquí y en el post principal.

Capítulo 4:

Spoiler: Mostrar
Me gustaba el café de mala manera, hasta se podría decir de mí que era un adicto al café. Cargado o con leche, me gustaba cualquiera de los dos. Siempre con dos cucharadas de azúcar y la taza llena. Siempre que tenía la oportunidad, me bebía dos en vez de uno. Hubo días que bebí seis cafés, pero nunca seguidos. Lo hacía después de la comida, antes de la cena, para estudiar, mientras jugaba con los videojuegos… A todas horas. Me encantaba el café. Era tal mi adición por él, que mi padre me prohibía beber muchos al día, pero yo no podía pasar uno sin beber por lo menos una taza.
Desayunaba café todos los días, pero desde que habían sacado el proyecto a relucir, había estado intentando dejarlo, o por lo menos reducir mi adición a uno al día. Sabía que en poco tiempo tendría que dejarlo por siempre. Podría vivir sin él. Pero, en casa de Pablo, a las dos del mediodía, con un hambre de perros, leve resaca y sin comida, me apetecía un café.
—Yo quiero un café. Eh, Pablo, ¿me lo haces tú? —Pregunté algo dormido.
Estaba sentado en una banqueta de madera que sobrepasaba un poco la mitad de la altura de la mesa. La posición era perfecta para apoyar los codos en la tabla de piedra y observar la televisión de frente. Hasta ese momento, no me había fijado mucho en la casa de Pablo, y eso que había pasado allí toda la noche. En la primera planta, donde estábamos, había una sala rectangular con dos sofás, una televisión grande, una mesa de piedra acoplada entre la pared un una columna, al otro lado, una televisión pequeña, el horno, la nevera y el microondas. Yo miraba la televisión desganado, no televisaban nada interesante. Series de zombis súper repetitivas.
—Que sí tío, espera un momento que sepa donde están mi madrina y mis primas. ¿Adónde habrán ido?
Me fijé en la nevera. Entre notas de exámenes, de aviso, de recuerdo, había una hoja grande, un folio entero, con dos líneas y una firma. Cabía la posibilidad de que fuera de la familia de Pablo. Se habían ido y no habían avisado. Nosotros nos habíamos despertado hacía poco porque el día anterior nos habíamos acostado bastante tarde, entre alcohol y videojuegos. Si jugar a los zombis se me daba mal, jugar borracho se me daba mucho peor. Se notaba a la vista que era el peor de la partida. El juego consistía en resistir oleadas infinitas de ellos, se podían comprar armas para matar más rápido. Sabía jugar, pero simplemente no se me daba bien lo de resistir. Me gustaba más ir a lo loco y acabar rápido con la oleada (cosa que funcionaba sólo en las primeras, cuando eran débiles).
—Tío, hay una nota aquí pegada con metal en la nevera.
—Ya, ya, pero esa ya estaba ahí.
—Que no, hombre. Mira, te leo lo que pone —me levanté de la silla para acercarme a la nevera. Quité el cuadrado metálico y cogí la hoja con las manos. Estaba escrita a ordenador—. A ver… “Pablo, nos hemos ido a Madrid porque un primo mío ha llegado a España. Lo vamos a recibir, espero que no ocurra nada.” Y como firma: “Te quiere, Claudia” ¿Es tu madrina?
—Sí, joder, ¿te crees que mi prima me quiere? Si soy un estorbo para ellos.
Escuché su voz algo lejana, se encontraba en la habitación, vistiéndose. Yo seguía con mi ropa, mi vaquero negro con su cinturón y la calavera, la camiseta de manga corta y las zapatillas que me había prestado Pablo. Me quedaban un poco grandes, pero no me podía quejar. Mis gafas y mi gorra estaban encima de la mesilla de la habitación, pero no fui a por ellas porque le había prometido que no entraría hasta que saliera él.
—A ver, préstame eso —dijo saliendo de la habitación.
—Toma. Ahora me toca a mí entrar en la habitación, espérame fuera, marica.
A pesar de tener la puerta cerrada, el aislamiento acústico era pésimo, se oía perfectamente lo que decíamos. Cogí la gorra y las gafas y me puse la primera. Las gafas las coloqué en la cabeza, algo inclinadas hacia arriba. Iba demasiado chulo, sí, pero era el fin del mundo, y me habían salido gratis.
—Calibri del quince.
—¿Qué?
—La letra, es Calibri del número quince.
—¿Cómo lo sabes?
—No sé, será de tanto usar el ordenador, me conozco la mayoría de los tipos de letras. Llámalo don, o llámalo costumbre.
Analizó la carta con la vista mientras preparaba un café para los dos. Gran hombre, era capaz de hacer dos cosas a la vez. Yo seguía con el proyecto géminis en la cabeza, pensando posibilidades, realidades, circunstancias, secuelas, sucesos.
—Tío, ¿qué comemos? Tengo hambre.
—Ni puta idea —me sirvió el café y abrió la nevera—. Aquí no hay ni leche, ¿te vale cargado?
—Sí. Joder. ¿Tú madrina no tenía comida? ¿Qué comíais?
—Tío, pues no sé de dónde sacaba mi madrina la comida.
Recordé que tenía algo en mi mochila, dos manzanas. Perfecto, una para cada uno, las repartiríamos. No me importaba gastar mis víveres alimentando a Pablo, total, estábamos juntos en aquello. También tenía agua y una barrita energética. Fui a por la mochila y se las ofrecí a Pablo.
—Tío, tengo aquí dos manzanas, una barrita energética. ¿quieres?
—Va, comemos una cada uno. La barrita si quieres quédatela tú, que es tuya.
Recordé que aquel era uno de los comportamientos que más admiraba de mi compañero. Era bastante generoso, por lo menos siempre lo había sido conmigo. También su madurez era motivo de mi impresión, siempre se comportaba de una forma algo extraña para mí, pero después de todo, ya me había demostrado la mayoría de veces que sí guardaba razón. Su voz infundía tranquilidad y sosiego, además, pronunciaba perfectamente, sin trabarse. Lo que más envidiaba era la forma que poseía de utilizar las palabras en el momento perfecto. Gracias a él, había aprendido bastante vocabulario.
Le ofrecí la manzana con la mano abierta, él, por su parte, la cogió y le arrancó un pedazo con los dientes. Manifestó su gratitud asintiendo con la cabeza a la vez que comentaba entre dientes su sabor.
—Está buena. Acaba ya que nos tenemos que ir, tío —imploró
—Que sí, que sí, déjamela degustar.
En cosa de cinco segundos sonaron diez disparos seguidos. A una distancia corta alguien había de estar practicando el tiro, matando a alguien, o simplemente descargando su arma.
—¿Qué coño…?
—¡Vamos, vamos!
—¿Y mi arma?, ¿dónde están mi arma?
—En la habitación, J3ff, supongo que estará donde la habrás dejado. No creo que la que suena sea tu arma.
Entré rápidamente en su habitación, como no la divisé me puse nervioso y comencé a abrir cajones y buscar entre las mantas.
No era una habitación muy grande, que digamos. Por lo menos no comparada con la mía. La suya estaba compuesta por dos camas individuales, una pequeña mesilla entre ellas y una cómoda en frente, en la que estaba la televisión. Poca cosa. Las camas estaban deshechas, nos acabábamos de levantar. Encima de la mesilla había una fotografía enmarcada en la que aparecía el agarrando por una cintura a una mujer. Dicha mujer era un poco más joven que él, sonreía. Se lo pasaban bien en la playa, casi desnudos, y con un solazo típico de verano. No la conocía.
Cogí el arma de entre las sábanas de la cama en la que había dormido Pablo, la suya, según me había dicho. La cargué y salí afuera.

Todo fue rápido: al salir observamos un cuerpo andante que sostenía una pistola. Cruzamos una mirada y nos acercamos hacia él agachados. Cada uno se puso tras una de las dos columnas que aguantaban el portal abierto. La pistola tenía todas las cartas de ser la disparada antes, más que nada porque salía humo del gatillo.
—¿Es un Hereje?
—Es un Hereje —respondí.
Lo era. Un Hereje. La muerte en “persona”. Un incansable retrasado. Un deshecho de la población. Una persona que había confiado en los científicos y que se había entregado en cuerpo, mente (nunca mejor dicha esta segunda) y alma. Un pobre desalmado que vagaba sin rumbo. No oye, o eso parece. Tampoco huele, eso aparenta; tan solo camina despacio, apretando su gatillo.
—¡Señor! ¿Puede decirme la hora? —gritó Pablo tras la columna.
Pero el señor no respondió. En cambio, siguió caminando, como si nada hubiese ocurrido.
Moví la mano e hice ese gesto mundialmente conocido para que actuara con cautela. El zombi ese chungo ya estaba entre medio y medio del portal, y seguía avanzando poco a poco, hacia mi lado. Iba muy lento, a doscientos metros por hora, diría yo, o un poco más. Pero no andaría muy lejos.
—Es inofensivo, tío —grité y me levanté para ir a junto del Hereje.
Al estar al lado del me di cuenta de que era gigante; no únicamente en cuanto a altura, si no también en cuanto a dimensiones de extensiones. Para que os hagáis una idea: una de sus piernas pesaba como las dos mías, y era el doble de grande que una mía. Con los brazos ocurría lo mismo. No era que estuviera muy fuerte de entrenarse y hacer ejercicio, que va, es que tenía el doble de grasa que una persona normal. Me sorprendió bastante. Miré sus pies, más de lo mismo, los zapatos estaban rotos por la punta y por el talón, aquello más que un zapato era una capa cilíndrica de plástico. Calculé que calzaría un sesenta, en caso de querer unos zapatos normales.
Medía dos metros cincuenta y pesaba doscientos kilos, por aproximación. Su nariz me hizo bastante gracia en un primer momento, era enorme. Una nariz que quizás no cupiese en una cara de una persona normal. Además, el ruido que provocaba al respirar era parecido a un aspirador a máxima potencia. Bueno, no tanto, pero algo parecido. Las orejas estaban muy heridas, por así decirlo, eran un poco más grandes que las nuestras, sí, pero estaban taponadas y encogidas.
El tío tenía rasguños por los brazos y por las piernas, como si le hubieran cortado con un cuchillo. No se detuvo a mirarnos, ni cuando nos pusimos delante de él.
—Hostia tío, vaya mierda. Pensé que los Herejes iban a ser más peligrosos y tal, no sé por qué la gente se pone tan histérica con esto.
—Pégale un tiro.
—¿Qué?
—Que le pegues un tiro —respondió Pabl0—. Pégale un tiro para ver si lo matas, o cómo reacciona. Más que nada por si nos encontramos con miles de estos.
—Va, va. Comprendo.
Cogí la pistola y apunté hacia la cabeza. Antes de que me diera tiempo a disparar, Pablo me señaló el hombro, para no matarlo de un tiro. Apreté el gatillo y el proyectil salió para alcanzar su presa. Estábamos cerca, no falló.
Lo siguiente sucedió muy rápido.
El Hereje soltó un grito desgarrador que provocó que unas cuantas pegas salieran volando. Alzó los brazos, lo que provocó que nos echáramos hacia atrás. Sus piernas sonaron como cuando abres un cajón viejo de polvo, un crujido bastante peculiar. Tras eso, las movió lentamente, pero únicamente en un primer momento.
Al ver que se movía, escapamos hacia dentro de casa de Pablo. Mirábamos hacia atrás, pudimos ver como respiraba cada vez más fuerte para orientarse. Tardó poco en seguirnos a un paso mucho mayor veloz que el nuestro. Era debido a sus piernas, mucho más grandes y largas.
—Corre, tío. Dispárale a la cabeza o algo, joder, a ver si muere.
Me fije en que el hombro chorreaba sangre. Muchísima sangre. Parecía como un grifo abierto, sangre y más sangre fluía de su brazo. En poco tiempo dejó un rastro de sangre tras de sí.
Me di la vuelta y apunté a la cabeza: fallé el primer tiro. Me puse nervioso y apreté el gatillo dos veces más. Le dio el primero. El zombi siguió caminando pero se desequilibró y cayó al suelo chocando de frente.
—Vaya hostiada —dijo Pabl0 mientras reía—. Increíble, cuatro balas para un puto hereje. Como vengan muchos… la tenemos cruda.
***
Más tarde anunciaron en la televisión una actualización de la página que habían adjuntado con el vídeo de los zombis. En esa actualización aparecían las zonas infectadas. En esas zonas infectadas, aparecía España.
Aparte de ello, también anunciaron que se había perdido el control de varios (cientos) de líneas aéreas y que habían muerto miles de personas, cayendo los aviones sin posibilidad de ser salvados.
Apareció un señor hablando sobre los herejes y comentando un poco cómo son y las formas de combatirlos, poco después, la televisión dejó de emitir programas o vídeos. Poco después, gracias al internet de mi móvil, supimos que ya no funcionaba.


Capítulo 5:

Spoiler: Mostrar
Hereje. "Persona que niega alguno de los dogmas establecidos por una religión", o, incluso,
"Dicho de algo grande, abundante e intenso; que resulta desagradable, perjudicial y pernicioso". Sin
duda dos de los significados que cuadran con los herejes. El primero fue el que, en un principio, se
optaba por apodar a los que se habían ido al famoso proyecto géminis; el segundo, concordaba más
con las inmensas criaturas en las que se convirtieron aquellos. Ser llamado hereje para luego
convertirse en un verdadero hereje.
Una de aquéllas que habían participado en el proyecto murió a mis manos. La culpa cayó
sobre mí como un jarro de agua fría el peor día de invierno. Nunca antes había matado a nadie, ni
me hubiera propuesto hacerlo.
—Buah, tío, qué mal sienta matar a alguien.
—¡No jodas! Si ese murió cuando subió al helicóptero para participar en el proyecto. Tú no
te lo cargaste, ya vino muerto.
—Buah tío... Yo no quería —me saltó una lágrima—. En serio... Pero es que... era su vida o
la nuestra.
—Cállate y deja el tema. Nos acabas de salvar a los dos la vida, ¿no te llega? —respondió
Pabl0 sacando importancia al tema. Decidí hacerle caso—. ¿Sabías? Tengo una escopeta en casa.
—¿No jodas?
—Sí tío, la tengo en la maleta de coche, junto con la rueda de repuesto.
Fuimos hasta su coche. Volví a ver la ventana rota, reí un poco, para recordar la broma. Él,
en cambio, siguió su camino y sacó una escopeta recortada de dos cañones. Estaba muy bien
cuidada y parecía nueva. Miré a su cara: mostraba satisfación. La sabía usar bastante mejor que yo
mi pistola.
—Voy al baño, vengo ahora —repuse.
—Vale, apúrate, no vaya ser que aparezcan más herejes.
Herejes: ¿personas, o monstruos? Tanteé la idea mientras meaba. Miré hacia mi alrededor
observando el cuarto de baño de Pablo. Era bastante bonito, con azulejos marrones hasta la mitad, y
con blancos desde la mitad hasta el techo. Al lado de la ducha había un plástico algo gordo de
colores, pequeños, formaban pececitos. También observé un carcaj colgado en la pared.
Decoración. Extraña decoración.
Ring, ring, ring escuché saliendo de mi bolsillo, era mi móvil con el tono que le había
venido de la tienda.
—¿Quién soy?
—¡Hermana! —la reconocí por la dulce voz que sonaba.
—¡Pequeño genio! —respondió, como solía—. ¿Qué tal lo llevas?
—Bien, bien, ¡acabo de ver un hereje!
—¿Qué? ¿En serio? ¿Dónde estás, te has movido?
—Me pillas en el baño de la casa de Pablo —reí—, en cuanto al hereje, lo hemos matado a
balazos, con una pistola. Además, Pablo ha cogido una escopeta que tenía guardada en el maletero
de su coche.
—Cuidado con las armas, pequeño, no vaya ser que te me desgracies. Y, eso, mucho
cuidado también con los herejes. ¿Estás con papá?
—No, nos hemos separado. Me ha dicho que estaría mejor con Pablo, porque tenemos armas
y eso. Además de que cuando papá se fue, también estaba la familia de Pablo con nosotros, pero
ahora ya no están.
—¿Qué les ha pasado?
—¡No sé! Han dejado una nota que dice que se han ido a buscar a un primo de Pablo.
—Bueno, pues... iros de ahí. Es decir, si habéis visto un hereje, es probable que haya más
merodeando por el lugar.
—Lo haremos, Pablo tiene coche.
Arranqué un trozo de papel para limpiarme. Para no perder la conversación, torcí el cuello
para sostener con él el teléfono. Cuando hube acabado, volví a hablar con ella.
—¿Tú qué tal, hermana?
—Pues... ¡perfecta! He acabado hace poco las sesiones de evaluación, y, por lo tanto, ¡ya
estoy de vacaciones!
—Qué buena noticia, de veras, me alegro por ti.
—En condiciones normales iría de visita a allí, a España. Pero ya sabes...
Escuché la voz de Pablo a través de la puerta, gritaba. No supe entender lo que decía porque
me hablaban los dos a la vez. Decidí despedirme y colgar.
—Me llama Pablo, ¡nos vemos!
—Llámame cuando puedas.
Pulsé el botón rojo para colgar, me puse los pantalones y abrí la puerta. Al no ver nada, me
moví hasta la puerta de entrada de la casa, donde pude ver perfectamente la situación y entender por
qué gritaba Pablo.
Fuera, más o menos por donde estaba el hereje tumbado, se encontraba Pablo con su
escopeta. Repartiendo cartuchos a todo aquel que se acercaba. Reaccioné cuando me di cuenta de
que se le había acabado el cargador y corría hacia mí desesperado.
—¿Has acabado todas las balas?
—¡Dispara! —soltó.
Saqué la pistola y vacié el cargador disparando hacia el que estaba más cerca de Pablo, para
salvarle la vida. Al ver que, en efecto, lo había salvado, no sentí nada extraño al tumbar al hereje.
Tras eso, confié en que Pablo llegaría sano a la parte de atrás del campo y atravesé la casa. No me
percaté de que también hubo algunos que tomaron mi camino hasta que salí afuera.
Se apiñaron ante nosotros, sedientos de sangre. Apoyados contra el cercado de la finca, no
pudimos hacer mucho más que disparar.
*
—Es el momento, ahí está uno de los sujetos.
—Lo sé —respondió acompañado de una risa sardónica.
*
Estábamos a punto de morir cuando, de una manera muy oportuna, llegó un helicóptero.
Ambos levantamos nuestros brazos para hacer señas, funcionó.
Lo que sucedió a continuación fue espectacular. Yo quería que nos salvasen, que nos
sacaran de allí, pero no de aquella manera. En el fondo, me dolió un tanto lo que provocó el
hombre.
Un tipejo alto y delgado se asomó desde el helicóptero. Por su atuendo, parecía ser de
aquellos que trabajan para series cómicas de televisión. Portaba una capa roja enorme, que pude
comparar con la de “batman”, también llevaba puesto un sombrero a juego, que terminaba en pico,
como si fuera un mago o algo así de las películas. Para finalizar, una máscara que poseía una eterna
sonrisa en su faz.
Observó la situación riendo, como si no fuéramos importantes. El vehículo se separó de
nosotros para ponerse encima de la última fila de herejes. Al llegar allí, el de la capa saltó. Saltó
como impulsado por algo, porque llegó perfectamente a nuestra posición. Pero aquello no fue todo,
en el aire sujetó con cada mano un lado de su capa para hacer caer seis granadas. Nada más y nada
menos que seis granadas “Semtex”, que son las que explotan al adherirse a una superficie.
Después, sacó dos revolver de su cinturón, los cuales puso a disparar cuando estuvo delante
nuestra.
Vaya masacre, casi me saltan las lágrimas. Las seis granadas tumbaron a todo el que se
encontró por delante, y los cuerpos salieron volando por el impacto. Si con suerte alguno había
sobrevivido a ellas, allí estaba el enmascarado para rematarlo de un tiro en la cabeza. Eso sí, tenía
una puntería endemoniada, no como la mía.
Muertos los zombis, el hombre se volvió para encararnos. Nosotros, pletóricos, no supimos
como darle las gracias.
*
Un año y ya andaba en conciertos la chiquilla. Quizás la mitad de aquel público fuera nuevo
en esto, pero el caso es que estaban allí, contemplandola. Estaba en el cenit de su carrera. Giras por
aquí y por allá, espectáculos, conciertos... y miles de seguidores. Su fama había subido como la
espuma, su cara aparecía en anuncios, productos, ropa... Las entradas se vendían en cuestión de
horas. Y lo mejor de todo, yo me hacía de dinero.
Cuando la encontré no era más que una niña quinceañera y liberalista, con sus ideales y todo
eso. ¿Qué mejor que una mujer joven que lucha por lo que quiere para captar la atención del
público? La música, eso era la clave para transmitir los sentimientos. ¿Qué tipo de música? El rap.
Una pega: odiaba a los hombres. Pero... ¿y qué más da? Los adolescentes a los que les mola
el rap se fascinarían al tener aquel ejemplo a seguir en su móvil o ordenador. Era cierto que la
mayor parte de su público era adolescente, pero aquello no era lo importante, cuesta lo mismo una
entrada para un jovenzuelo de dieciséis años que para un viejo de setenta.
Y todo esto parecía no tener final. De arriba a abajo, de punta a punta pasando por todos los
pueblos. La energía de la rapera era inagotable, cantaba y cantaba para su público. Ella misma había
confirmado que adoraba los aplausos y la fama. Incluso había dejado sus estudios por ello. Había
encontrado su función, yo se la había enseñado, y por ello me estaba agradecida de por vida.
Nuestra relación poco importaba ya, yo poseía el contrato que la ligaba a hacer lo que hacía.
A ella le gustaba y yo cobraba, ambas partes recibíamos lo suficiente como para seguir adelante con
el “proyecto” que yo había ideado. Simplemente, atraer más y más público, para cobrar más y más
dinero. Sin ánimo de dañar a nadie. Después de todo, sólo hacía mi trabajo.
Aquella noche fue la gota que colmó el vaso. Estábamos en la caravana, tratando sobre un
nuevo contrato, en el que yo todavía recibía más dinero, pero era lógico, yo era el se encargaba de
todo. De los instrumentos, de escribir las canciones (algunas), hacer la publicidad, crear las
entradas, buscar lugares en los que tocar, hablar con sus respectivos dueños, vamos, todo...
Me sacó de quicio, no me contuve. Ya había sucedido varias veces y la había avisado. Le
golpeé un guantazo en la cara tan fuerte que hasta mi mano se enrojeció. Salió corriendo de la
caravana y se metió en el primer callejón que encontró. “Se lo merece” pensé para no sentirme
apenado. Si en el fondo yo tenía razón, el dinero sería para mí.
—Recuerda que debes dar el concierto, Flora —grité por la ventana.
Supuse que habría miles de fans en el bar esperando por su intervención, lanzando tomates
al escenario como seña de desagrado. A mí me daba bastante igual, total, la entrada ya estaba
pagada y el dinero bien guardado en mi cartera. ¿Y ella? Bueno, ella lloraba al fondo del callejón.
“Ir a consolarla” pensé, pero el pensamiento se desvaneció al convencerme a mi mismo que ese no
era mi trabajo y que no iba a ser remunerado por ello.
Lo que no tuve en cuenta fue el factor de la probabilidad. Era cierto que el número de ventas
había descendido notablemente con razón del proyecto ese raro que a nadie le importaba, pero
¡herejes!, imposible. Pues que yo miraba poco las noticias., asi no tenía tiempo y en la caravana no
había televisiones portátiles, y me di cuenta del estallido de los herejes bastante tarde. Tarde para
salvarme.
Sin quererlo ni beberlo, cinco minutos después de haber echado a Flora de la caravana
alguien golpeó la puerta interrumpiendo mis pensamientos. Algún listillo que se habría escabullido
del bar para hablar con ella en persona, o incluso conmigo. No paraba de golpear la puerta, me
ponía nervioso.
—Ya voy, joder, ¿quién es? —pregunté al aire. Nadie contestó.
Me adelanté unos pasos. La persiana estaba baja, para que nadie observase lo que hacíamos
dentro, por lo que no se me ocurrió la idea de mirar hacia fuera desde dentro para saber quién era el
desconocido. Llegué hasta la puerta y quité el pestillo con mis llaves, el resto ya sucedió solo.
Tan pronto como quité el pestillo, algo empujó la puerta desde fuera con mucha fuerza. Me
asusté al verlo, era un hereje.
Busqué la pistola en mis bolsillos, pero me percaté que la había dejado en la mesa mientras
hablaba con ella. Estaba perdido. Me quedé paralizado por el miedo, mientras el hereje se echaba
encima mía. No tengo muy claro qué ocurrió después, pero se puede resumir así.
Un hombre enmascarado de capa y sombrero rojos lanzó una potente flecha con su ballesta
desde el tejado del edificio que estaba en frente de la caravana. La flecha, a la velocidad de la luz,
atravesó la cabeza del hereje de lado a lado, destrozando su cráneo y troceando su cerebro. El
medio-vivo medio-muerto cayó encima de mis brazos, inerte. Sin decir una sola palabra, el hombre
saltó para situarse en frente mía. Me observó de arriba abajo, como buscando algo especial en mí.
Después, insensible, sacó la portada de un anuncio en la que salía Flora. La estaba buscando, eso
deduje. Señalé con mi dedo hacia el callejón por el que se había ido. Él asintió con la cabeza y se
dirigió corriendo hacia allí. Lancé el cuerpo del hereje al suelo y observé la escena.
Flora lloraba desconsoladamente arrodillada contra la pared. Él, tan pronto la vio, le tendió
la mano para ayudarla a ponerse en pie. En aquel momento vestía una camisa de manga corta de
cuadros rojos oscuros cortados por rayas negras, y un pequeño vaquero corto también de color rojo.
Sus cara está adornada con unos ojos verdes que acechan entre su largo pelo azabache. Llevaba una
pulsera de oro en la muñeca derecha, y caminaba sobre unas chanclas azules. El hombre la agarró
por una mano, sin ser agresivo, y la sacó del callejón. Al salir, miré hacia los lados y me di cuenta
de que tras el hereje que casi me había atrapado, venían cientos de ellos, al verlos, el hombre se
dirigió hacia el lado contrario, donde un helicóptero esperaba en marcha y preparado para salir de
allí. Escuché preguntar a Flora “¿adónde me llevas?” pero el enmascarado no respondió. Los
herejes se acercaban a trote, tenía que hacer algo rápido. Salí de la caravana y me dirigí hasta donde
estaban ellos, pero el vehículo tomó viento antes de que llegara. Qué cabrones eran. Desesperado,
entré por la puerta por la que debía haber entrado Flora para dar el concierto, me planté ante cuatro
mil personas y grité “¡que vienen los herejes!”.
*
—Que lo lleve Carlos, no te jode —apeló el chico que parecía ser el líder del grupo
señalándome con el dedo. Vaya una gente me había tocado en el campamento, vamos, para tirarse
desde un cuarto piso.
Estábamos en la habitación decidiendo quién llevaría las provisiones para las pistolas de
paintball, claro, él me apuntaba a mí, la oveja descarriada del grupo. Si ya me dejaban solo en las
actividades grupales, pues aquí tenía que cargar con el peso de todo el equipo. Sin embargo, aún
quedaba una posibilidad para que no me tocase a mí, todo dependía de él, el león.
—¿Y si las llevas tú? —respondió David.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Por que lo digo yo y punto —se levantó y cogió la mochila en la que guardábamos las
bolas rellenas de pinturas y se la lanzó al otro—. Ahora te jodes tú y las llevas.
David era lo más parecido a un amigo que tenía dentro del campamento, pero era verdad que
a veces me protegía porque todos los demás se echaban encima mía y se metían conmigo, daba
pena. Él era el chico al que todos respetaban, nadie movía un dedo cuando el hablaba, y nadie
rechistaba cuando él contradecía. A Daniel, el que me había imperado que llevara las cosas, le daba
muchísima rabia que David fuera en su contra, sobre todo cuando se reía de mi con sus insensibles
bromas. Pese a todo, cogió la mochila con la cabeza gacha y se la enganchó a la espalda, para
tenerla bien sujeta y que no se le soltara al correr.
—Va tío, es que no sé por qué lo haces —siguió David—. Tranqui, que cuando lleguemos al
centro del bosque la podrás soltar.
Dani no respondió. De hecho, bajó de la cama, abrió la puerta y asintió con la cabeza para
que llamásemos al resto del grupo. Cuatro personas por habitación. Tuve bastante suerte de que a
mí me había tocado con David en ella, porque conociendo a Daniel, él me habría hecho muchísimas
putadas por la noche. Admiraba a David, era como un súper-hombre, aquel tipo de personas que son
simpatiquísimas y extrovertidas, que hacen amigos en cualquier parte y que se llevan bien con todo
el mundo, además de ser guapo y estar muy musculado.
Fuimos llamando de puerta en puerta, bueno, fueron llamando de puerta en puerta, yo iba de
último en el grupo, como siempre. Todos los tíos salían con sus pistolas de paintball en mano,
preparados para la batalla que nos tocaba aquella noche contra las chicas. Nuestra estrategia era
simple, alcanzar la parte superior y acercarnos hasta su campamento para pillarlas por la espalda.
Pero ellas eran mujeres, ¡a saber qué habían pensado! Estaba segurísimo de que se habían currado
una táctica demoledora, de estas que te quedas boquiabierto al verla, y luego pugnas por conocerla y
apropiarte de ella.
Para hacer la competición más interesante, los monitores nos habían prohibido la relación y
contacto con ellas en todo el día.
—Al caso —comentó Borja, otro chaval de nuestro equipo.
Todos sacamos nuestras armas a relucir y salimos afuera, perparados para lo que se nos
viniese encima. Miré mi reloj, daban las doce menos diez de la noche. A medianoche fue cuando
habíamos quedado, pero por lo que vi a ninguno le importó. Y yo no era quien de ir en contra del
grupo.
Tan pronto como nos dirigimos a efectuar nuestra táctica, apareció una chica por el medio,
gritando “son de paz” para que no descargásemos las armas en ella. La pude identificar, era Noelia,
Noe para las amigas, una niña dentro del cuerpo de una mujer, la pobre era muy infantil. Pues eso,
que todo apuntamos en un primer momento, pero bajamos las armas al darnos cuenta de que no
quería hacer daño. Después de decirlo, ya calmados, gritó “hay herejes en nuestro campamento” y
siguió corriendo atravesando nuestras filas.
—Oh dios, qué mentira —comentó Daniel.
—¡Ja, ja! Que vaya Carlos a comprobarlo —rió Borja, y todos lo hicieron con él.
—Vete a la mierda —dije apretando el gatillo de mi pistola de paintball y disparando cinco
balas a su cara para luego salir corriendo. Tuve suerte, justo cuando escapé una chica produjo un
grito desgarrador desde el otro lado del bosque. En efecto, había herejes.
Aparte del grito de la mujer, Borja, el capullo, también chillaba de dolor y de rabia,
profiriendo contra mí, llamándome de todo menos guapo, es decir, insultándome con todas las
palabrotas que formaban su no muy extenso vocabulario. Me di cuenta de que David me seguía,
bueno, tomaba mi mismo camino, corriendo, saltando y tomando grandes zancadas, mucho más
rápido que yo. Me alcanzó en poco tiempo, cuando llegó a mi lado, cogió mi ritmo y comenzó a
hablar.
—Ven conmigo, vamos a joderles, ¿los odias? Ven.
Ambos nos quedamos quietos un momento. A mí ya no me importaba, porque ya estábamos
a salvo de los disparos de los otros chavales.
Le seguí porque tenía razón, los odiaba con toda mi alma, ellos eran los culpables de pifiar
mi mes de vacaciones en el campamento, según David “era hora de darles de su propia medicina”
Me llevó de vuelta a donde se encontraban ellos, pero fuimos por un camino diferente, agachados y
silenciosos, rodeamos claro del bosque. Los muy inútiles se planteaban ir o no ir a la guerra, ni que
Noe estuviera loca o algo, además estaba el grito, qué tristes eran sus formas...
—Mira, ahí vienen los herejes —dijo David, impasible.
Y era cierto, yo no me había dado cuenta porque andaba atendiento a las conversaciones de
los chavales, por si hablaban de mí, pero el caso es que uno, dos, tres, hasta veinte herejes pude
contar, luego ya se me escapaban de la cuenta. Eran más rápidos que nosotros y en poco tiempo
pillaron a uno de los chavales y le desgarraron el cuello de un bocazo. El sonido que hacían con la
nariz era atronador cuando estaban juntos, quizás aquella fuera una de las formas de identificarlos.
Todos comenzamos a escapar, todos menos David.
El chico, David, sacó una pistola y disparó a los herejes que se le acercaban, eran
demasiados, era sabido hasta por él, pero a pesar de ello, retrocedía lentamente hacia atrás mientras
repartía certeras balas a las cabezas de los herejes.
—Esto estaría más chulo con Jeff —dijo.
Y luego, justo cuando un hereje iba a atraparlo, apareció un tipo con un sombre rojo y una
cuchilla en cada mano. Como si cotara viento, comenzó a rebanar las cabezas de los herejes a una
velocidad de vértigo. Apoyaba sus pequeños pies en el frondoso suelo y daba grandes zancadas.
Caídos ya diez, agarró bruscamente la mano de David y se lo llevó consigo a otra parte del bosque.
Entonces fue la última vez que lo vi.
*
Una sequía meteorológica, así llamaban a la falta de lluvia en todo el planeta. Llegados a un
extremo, Japón inventó unas bombas de hidrógeno que exprimían literalmente las nubes hasta que
descargaran su agua. Los demás no nos podemos quejar, por lo menos no eran tan avaros como
habían sido los americanos y la compartían con nosotros a un precio no muy exagerado. Pero, como
todo, la sequía también tenía su parte buena, y era la de poder ir a la playa a tomar el sol todos los
días.
Como tantos días anteriores, mi plan era el de leer toda la mañana e ir a la playa toda la
tarde. Suerte que mi padre había sido un lector al que nunca le llegaban los libros que teníamos en
casa, y compraba más y más hasta que llegó el día en el que dejó de leer y todos sus libros quedaron
como propiedad familiar en mi posesión, porque vivía sola. Dedicaba la mayor parte de la mañana a
la lectura, probablemente terminaba un libro cada dos días, y todavía los que me quedaban de mi
padre, que no eran pocos.
Hacía ya bastante tiempo que no miraba una pantalla, antes de toda aquella movida de los
herejes, yo escribía un blog, pero tras saber el desenlace del proyecto géminis (y de la humanidad,
en mi opinión) pues ya me daba igual lo que ocurriera fuera de mi ámbito vital, ya fuera en cuanto a
internet, herejes, televisión o humanidad. Compré todas las provisiones que me fueron posibles para
transportar hasta mi casa y me aislé totalmente del mundo. Si iba a morir, iba a morir en paz y
después de leer todos los libros que pudiera.
Podría contar Dios el número de seguidores que tenía en internet, miles quizás, nunca me
había parado a mirar aquello, tan sólo especiales en los que leía un par de comentarios y luego los
respondía en el blog. Memeces... Si tampoco era para tanto mi blog, un par de escritos graciosos
insultando a la raza humana y riéndome de ella. Si, total, algunos sólo me seguían porque era una
mujer A partir de aquello, R0se había dejado de existir, nunca más usaría aquel nick por internet, ni
nunca más usaría internet. Es una pérdida de tiempo, excepto para la información —que me
importaba cero— de la situación, lo demás no servía para nada.
Salí del agua y noté la brisa gélida rozando mi cuerpo, qué raro, y además en medio del
temporada de verano. Fui hasta donde estaba mi toalla para acostarme y dejar de sentir aquel
molesto viento. No había ningún alma en toda la playa, como siempre. Nadie tenía tiempo para
disfrutar de las últimas tardes de vida poniéndose moreno al sol, únicamente yo me lo permitía.
Tampoco usaba teléfono móvil, si se podía llamar así a las aparatosas máquinas que llevaba
todo el mundo por la calle, fijando su vista en ellas y hablando por ellas en redes sociales. Creaban
adicción, eso seguro, sólo había que ver a todos los que llevaban una BlackBerry en frente de los
ojos. Total, una pérdida de tiempo, nada parecido a la lectura, muchísimo más útil en la vida. Qué
les importaría a ellos lo que le ocurriera a un amigo si ni siquiera saben escribir va con uve.
Enfrascada en mis pensamientos, lo único que hacía era observar el lento oleaje hasta que
apareció algo extraño en la escena. Mi padre, el sabio, una vez me había dicho que si dejabas un
pequeño agujerito en el puño y lo ponías en la cara, la vista se centraba en aquella pequeña visión y
te permitía ver lo que en condiciones normales estaría borroso. Pero no me hizo falta, una persona
no mide dos metros treinta ni aparece andando bajo el agua, ni una ni dos, ni tres... Eran herejes.
No sabría yo definir por qué me guié luego, si mis instintos o por lo que había leído por
zombies normales de series, aunque aquellos no se parecieran en nada, algo similar tendrían, no me
dio tiempo ni a coger mis pertenencias, dejé la toalla tal y como estaba y mi ropa quedó dentro de la
bolsa, simplemente atrapé las chanclas mientras salía corriendo, por si acaso. En mi interior había
una voz que gritaba sin descanso, decía “Ojalá no me persigan” y lo repetía constantemente. Mi
cabeza se tornó para comprobar si la voz se cumplía.
No se cumplía.
Los herejes caminaban a una velocidad de vértigo, eran más rápidos que yo incluso estando
en el agua. Increíble. Razoné rápido, vi a lo lejos la torre en la que colgaban los socorristas la bandera para indicar el peligro del mar, estaba bastante alta y sólo se podía acceder por unas
pequeñas escaleras. Recé que los herejes no pudieran subir por ellas y me dirigí hasta allí.


Respuesta a Zeix:
1º Nu sé, ya veremos.
2º En efecto, se refiere a que es heterosexual, por eso después digo que le gustan las mujeres. Es más, ¿estás indicando que no ser heterosexual es odiar la homosexualidad? No quiero saber la respuesta.
3º La verdad, no todos los personajes cuentan verdades e.e Y sí, con esto digo que pienses lo que quieras.
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Re: Phoenix

Notapor GuilleOrgWbo » Mié Jul 25, 2012 2:40 pm

Sólo me he leído el prólogo y me ha encantado excelente trabajo deja ;-)
Muchas gracias Sho ^^:
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Re: Phoenix

Notapor Deja » Dom Sep 09, 2012 3:24 am

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Re: Phoenix

Notapor Sora » Sab Sep 15, 2012 4:02 pm

Sólo he podido leerme el prólogo (aunque creo que ya lo había hecho) y el capítulo 1, lo siento >:, mañana intentaré leer más :>

De todas formas, voy a hacerte una crítica:

Me gusta mucho, mucho tu forma de escribir, sin embargo, has tenido algunos fallos, como por ejemplo:
(...) Y eso que era mi madre la que no quería dormir con él Dios sabe por qué (...)


Coma antes de "Dios", si no parece que "él" (su padre) es Dios o algo así xD.

(...) y eso era lo que me interesaba buscar en aquel momento a mí(...)


Omite el "a mí"

(...) porque al pobre le importaba demasiado poco la familia como para preguntarnos que qué tal nos va la vida (...)


Sería más correcto decir: "como para preguntarnos que qué tal nos iba la vida". O, sino, poner "qué tal nos va la vida" entre comas, porque si no queda raro, todo en pasado, y esa oración en presente xD.

Y, bueno, creo que eso es todo. Básicamente pequeños fallos que no entorpecen (ni mucho menos) la lectura.

Por lo demás me ha encantado ^-^, y eso que ya me aburren un poco las historias de zombies, pero ésta no, no sé por qué xD.
A ver cuando sigo con los demás caps, y te comento más a fondo (lo siento, es que hoy no tengo mucho tiempo :cry: , y ayer al final no pude U_u).

Edit: Dos consejillos:

-Cuando copias y pegas del word, se quitan los espacios entre renglones, por lo que tienes que ponerlos manualmente, te aconsejo que lo hagas (yo lo hago xD), porque si no la lectura se vuelve un poco más pesada.

-En determinadas partes, como el diario de la madre, estaría guay que cambiases la letra a cursiva. Pero eso, claro está, ya es a gustos de cada uno xD.
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