No tengo mucho que decir sobre este cuento. En realidad, lo escribí a las prisas para cierto evento (consecuentemente, reduje bastante mi nivel) , y no tenía ni la menor idea sobre qué escribir. Para distraerme, me puse a jugar Minecraft un rato y, tras ser volado en pedacitos por uno de nuestros usuales amigos...
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...me llegó la lucecita de la inspiración friki.
Este cuento es bastante corto, y en resumen relata una sangrienta batalla entre los Jugadores y las criaturas hostiles de Minecraftia, desde el punto de vista de uno de nuestros explosivos amiguitos. Y sin más dila
Pólvora y Sangre
Salimos cautelosos de la extensa red de oscuras cuevas subterráneas que suponen nuestro hogar, dividiéndonos inmediatamente en organizados y compactos grupos de cinco. La noche había ya descendido sobre el diminuto mundo superficial que apenas conocíamos, más allá de las grutas de las cuales nuestros ancestros habíanse alguna vez apropiado; más allá de los fulgurantes ríos de lava, cristalinas cataratas subterráneas, diáfanos arroyos de cristal e inmensas galerías cuyo techo no podía distinguirse.
Aquello que los seres superficiales llamaban cielo nos suponía un miedo constante y asfixiante durante nuestras exploraciones a la corteza. Ciertamente todo el tiempo nos preocuaba qué pudiese caer de aquel interminable hueco invertido; qué pudiese observarnos, amenazante, desde las alturas o qué clase de ataque habrían planeado los superficiales. Y sin embargo, a algunos de nosotros, yo incluido, nos resultaba un espectáculo hermoso que no podía ser encontrado en el infinito mundo de las cavernas. Mi gente solía decir que cuando la muerte llegaba a nosotros, nos convertíamos en purísimos cristales en las partes más profundas de las cavernas, pero yo prefería pensar que cada punto en la bóveda celeste era uno de los míos, dedicándome su aprobación.
El tacto de la hierba en nuestras cortas patas asusta a los más jóvenes e inexpertos, quienes sólo han posado estas pequeñas extremidades sobre roca, cristal u hongos. Es casi tan innatural como caminar sobre el agua. Les hace cuestionarse en qué clase de realidad han terminado y si realmente supone una idea agradable aventurarnos en la superficie. En cambio yo he salido numerosas veces anteriormente y conozco la lluvia y la nieve; el lodo, la tierra y la arena; los árboles y las criaturas que los habitan, que suelen surcar los cielos cuales viajeras nubes cuando la gran estrella se alza tras una larga noche. Me he encontrado con ellos varias veces ya; conozco todo esto y por ello he sido proclamado como líder del grupo esta vez. No es que me agrade en absoluto, quiesiera aclarar antes que nada. En realidad, he visto decenas de veces a mis semejantes caer, ya sea por las afiladas puntas de las flechas, las pesadas hachas... o por su propia voluntad.
Esta última, personalmente, me parece la manera más deshonorable y patética de morir; un sacrificio, una renuncia y un abandono que no hace más que mostrar a nuestros enemigos que no somos capaces de hacerles frente: que si hay que hacerlos caer, no habrá más manera sino arrastrarlos con nosotros.
Todos queremos deshacernos de ellos. Invadieron este mundo pristino, reclamándolo como suyo por el mero hecho de su presencia. Masacraron a inocentes animales por sus pieles y su carne; hallaron sádica diversión en la muerte de los nuestros y sus crías; mutilaron el agraciado universo subterráneo para encontrar, soberbios y orgullosos, su belleza en nuestras joyas; devastaron los hermosos paisajes y despedazaron a la madre tierra para construir sus monumentos a la vanidad...
Y aun así nosotros somos los monstruos.
Antes de advertirlo siquiera, mi grupo habíame ya seguido a los bordes de la villa donde aquellos que se hacían llamar humanos esperaban, ansiosos, sedientos de nuestra sangre, preparados para recibir nuestros ataques.
Han crecido desde la última vez. Las puntas de las espadas y las lanzasse elevan, brillando a la luz de la dama lunar, a la par que las flechas alzan vuelo por primera vez en toda la noche. Inmediatamente doy la señal de retirada, pero es demasiado tarde. Mientras mi grupo corre, veo a otras brigadas caer bajo los mismos metales que alguna vez suponían nuestro lecho.
Regresamos, agitados y desesperados, rendidos, derrotados, a la entrada de las cuevas. No somos los únicos. Hay otras criaturas, pobladores de la noche, que se han refugiado en nuestra morada, apiñándose en esquinas donde esperan los hombres no puedan verlos, gritando desesperadamente por aquellos que aman, llorando desconsoladamente por los caídos.
Ellos no tardan en llegar. Una cría de baba grita de agonía cuando dos espadas de oro caen con fuerza sobre su lomo, convirtiéndola en una masa inerte de líquido verdoso; un no-muerto aúlla cuando se ve envuelto en llamas, producto de la alquimia de los hombres, y ve su putrefacta carne desprenderse, chamuscada y crepitante, de sus frágiles huesos. Más allá, una familia de esbeltos intenta escapar al teletransportarse a intervalos irregulares, pero caen en una trampa, precipitándose hacia su inevitable muerte en el abismo.
No podemos luchar. Somos diferentes a ellos, inferiores, monstruosos, incapaces de resistirnos. Reclamaron este mundo como suyo y algún día lo será, pues nuestra extinción ya se halla cerca. Caigo rendido mientras el sol se alza en el horizonte...
Despierto. Con mi mentalidad de combatiente, rápidamente tomo acciones al respecto. Me arrastro lentamente, herido en un costado, al humano que brilla con mayor intensidad. Distingo en su segunda piel el reflejo del sol en los cristales de diamante. El líder...
No me ve. Está distraído, absorto en sus acciones, intentando sanar a uno de sus caídos con un fruto superficial de color dorado. Creen que han ganado ahora que el gran astro ha conquistado la bóveda. Pero olvidan por un momento que mi gente sobrevive a esa horrible y cegadora luz diurna.
Me sigo arrastrando, mi piel verdosa perdiéndose en el color de la hierba manchada de tierra y sangre negra. La oportunidad se me presenta a mí, el último de los míos en uno de infinitos días por venir; pero a mí, al fin y al cabo.
SSSSSSSSSSSS...
No la desperdicio. Dejo que el fuego que arde en mi interior embargue todo mi cuerpo, provocando un murmullo que mis enemigos bien conocen y temen. Todo yo me convierto en hoguera, y palpito, sintiendo, sabiendo perfectamente, que estoy a punto de abandonar la existencia. No me duelen las llamas que me abrasan por dentro, sino mi miedo: el miedo a experimentar el fin.
SSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS...
¿Pero qué importa?, me digo al fin y al cabo. Tal vez así termine en un lugar mejor. Tal vez, sólo tal vez, pueda ver a mis amados una vez más...
Tal vez...
BUM.
...me voy...
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