[Reino Encantado] Promesas de guerra

Ronda 12 - Límite, miércoles 26 de noviembre

La aparente traición de Tierra de Partida en un acuerdo de paz provocó el anuncio de la guerra por parte de Bastión Hueco. Los aprendices deben enfrentarse entre sí, entre antiguos amigos y compañeros. ¿Cómo lograrán sobrevivir cuando otras amenazas acechan?

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro, Sombra

[Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Suzume Mizuno » Vie Ago 29, 2014 1:21 am

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¡Bienvenidos a la primera trama de Reino Encantado!


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Xefil y Aleyn


Con un destello que los cegó por un momento y una ráfaga de viento que les azotó el rostro, los tres miembros de Tierra de Partida entraron al fin al mundo del Reino Encantado. Los recibió un cielo triste, encapotado, y una larga explanada de color verde opaco por el que corrían sinuosamente unos estrechos caminos pálidos. Hacia el noreste vieron la sombra de un castillo rodeado por altos muros, mientras que hacia noroeste, el este y el sur se extendía un inmenso y tupido bosque que se perdía en la distancia y que, claramente, Aleyn tuvo que reconocer.

¡El castillo del rey Huberto! —Señaló Rebecca, apuntando con un dedo. Se volvió hacia ellos en pleno aire y les hizo un gesto para que redujeran la velocidad. Les gritó entonces por encima del silbante viento—: ¡Vamos a encontrarnos con un antiguo miembro de Tierra de Partida allí! Recordad: ¡no hay que llamar la atención ni separarse! ¡Es muy importante que ese chico no escape con los objetos que tiene! —Una vez se aseguró de que habían escuchado bien su mensaje, giró su transporte—.¡Vamos a aterrizar cerca!

La Maestra comenzó a hacer descender suavemente su glider para dirigirse hacia la explanada que se abría entre el inmenso bosque y el castillo.

Rebecca los había reclamado aquella mañana en el vestíbulo del castillo para explicarles, tímida como de costumbre aunque con una expresión extrañamente grave, que debían ir al mundo del que ambos eran nativos:

«—El número de Sincorazón está creciendo en gran número. Antes de… B-bueno, de lo que ocurrió en La Red, estábamos en contacto con Bastión Hueco y… Nanashi me confirmó que los ciudadanos están convencidos de que… provienen de la Montaña Prohibida. Nuestro deber es comprobarlo y asegurarnos de que se restablece el equilibrio—La Maestra les había mirado en silencio—. P-pero además debemos recuperar un objeto muy importante. De él… dependen muchas cosas. Y las tiene un joven al que debemos encontrar… A cualquier precio».

Rebecca no había dicho mucho más, porque tampoco había más que decir. La situación estaba clara: debían averiguar si los Sincorazón realmente procedían de un único punto y recuperar un objeto. De modo que la Maestra esperó el tiempo imprescindible para que se hicieran con ropa apropiada para el mundo al que iban a ir, los sacó al jardín y echó a volar en su glider, sumida en sus propios pensamientos.

Sin embargo, si ahora tenían alguna pregunta, era el momento de hacerla. Y rápido, porque…

De pronto les llegaron los gritos.

A unos doscientos metros del linde del bosque había una compañía de unos veinte caballos. Pronto les llegó el clangor de las estocadas y vieron que, alrededor de los hombres, revoloteaba una gran cantidad de Sincorazón:

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Rebecca miró rápidamente hacia abajo y luego hacia el Castillo. Se llevó una mano al casco, angustiada, como si no supiera qué hacer. Al final exclamó:

¡Yo voy al castillo! ¡Vosotros acabad con los Sincorazón! ¡Nos reunimos en la plaza mayor!

Parecía que, para la Maestra, era prioritario conseguir el objeto de aquel muchacho que salvar a aquellos ciudadanos. Xefil y Aleyn podían decidir, por supuesto, qué hacer, si obedecerla o seguirla. Incluso tomar otro rumbo distinto, si lo deseaban.

****


Enok, Nikolai y Ban


Cuando los aprendices de Bastión Hueco llegaron al mundo del Reino Encantado se encontraron bajando en picado, siguiendo a Nanashi hacia una larga y oscura explanada.

Para aquellos que no hubieran visitado antes Reino Encantado, el lugar les tuvo que parecer triste. Con el cielo nublado por el que apenas sí se filtraban rayos de luz, los pastos sin vida y el oscuro bosque extendiéndose en todas direcciones al oeste, daba la impresión de que se hubieran sumergido en un mundo pintado en acuarela.

Cuando llegaron a una altura media, la Maestra viró en el aire y enfiló su glider hacia el noroeste. Si miraban en esa dirección les asaltaría una sensación desagradable: se podía adivinar una sierra a lo lejos, pero era como si aquella zona hubiera sido absorbida por la oscuridad. Como si una nube permanente flotara sobre las montañas, ocultándolas —o protegiéndolas— del sol…

Ese era su destino.

La «Montaña Prohibida».

La noche anterior, Nanashi había llamado a su despacho a los tres aprendices. Desde lo ocurrido en La Red, la Maestra había tomado las riendas de la Orden y era ella quien dominaba Bastión Hueco en lugar de Ryota. Al menos, mientras este se recuperaba.

Y aunque siempre había sido una mujer severa, en ella parecía haberse efectuado un profundo cambio. Si era posible haberse vuelto más taciturna, más callada y cerrada, Nanashi había acusado todos estos cambios. Pero, además, se percibía… fiereza en su mirada.

Así fue como los miró cuando les anunció su misión:

Mañana viajaremos a un mundo conocido como Reino Encantado, aunque en realidad solía haber tres en él y no uno…—La mujer había entrelazado los dedos delante de su boca, pero no pudo evitar que se le escapara un timbre de fría ira. Aun así, se recompuso rápidamente y continuó—: Nuestro objetivo es averiguar cómo es que el líder de los Villanos Finales continúa vivo, cuando la vieja Orden se supone que le ejecutó en este mundo hace muchos años. Además, de un día para otro han comenzado a surgir numerosos Sincorazón que parecen gobernados por una voluntad superior, ya que atacan sistemáticamente y con una eficacia anormal a los ciudadanos de este mundo.

»Para resolver nuestras incógnitas nos dirigiremos a la Montaña Prohibida. Os advierto que debéis tener mucho cuidado: la Montaña es en realidad un viejo castillo fortificado habitado por una poderosa hada y sus globins. Y esa mujer nunca ha tenido una buena relación con la Orden. Debemos ser discretos. ¡Estad mañana preparados, con las ropas adecuadas, en el vestíbulo! Eso es todo, marchaos a descansar
.

Y no, no aceptó preguntas. La Maestra estaba bastante irritable, desde luego.

Nanashi se giró un momento para ver si todos la seguían cuando frenó suavemente en el aire. Si todos seguían su mirada, descubrirían un glider solitario volando hacia una aldea.

Nadie más de Bastión Hueco debería estar aquí. Eso significa… Que es de Tierra de Partida.—Dejó caer un silencio. Luego dijo con frialdad—: Deben estar intentando averiguar qué ocurre con los Sincorazón. Serán un problema. Que uno o dos de vosotros se encarguen de seguirlo, sin llamar la atención. Averiguad cuántos son. Y si sólo es uno… Matadlo.—Les dio la espalda—. Si ellos nos vieran, también intentarían acabar con nosotros.

»Reuníos con nosotros frente a la Montaña Prohibida en cuanto podáis. Si no estamos… Ni se os ocurra entrar por vuestra cuenta. Moriríais.


Dicho esto, la Maestra aceleró y salió disparada hacia su destino.

Los aprendices podían discutir, mientras ella los dejaba atrás, quién iba y quién no. Podían arriesgarse, si lo deseaban, a no obedecer sus órdenes, claro. Pero probablemente lo pagarían caro.

Al fin y al cabo, estaban en guerra.

****


Cool Wind


La nota que le había entregado el moguri indicaba que la Maestra Rebecca quería encontrarse con él en la plaza mayor del castillo del rey Huberto, en el Reino Encantado. Por lo que Cool Wind sabía, era un mundo en el que la Orden no tenía apenas influencia —o no había oído hablar mucho de él mientras estuvo en Tierra de Partida— y en la carta, Rebecca aseguraba que el encuentro sería en un lugar público donde podrían negociar.

Estaba claro: le habían enviado a encontrarse con la Maestra más apocada de todos para que no se sintiera presionado. Rebecca no haría daño a una mosca. ¿Podía ser una trampa? Sí, por supuesto. Pero al menos la nota había ido directa al grano: querían hablar sobre las perlas que había obtenido en Atlántica. Era necesario que llegaran a un acuerdo, pues de lo contrario tendrían que entender que Ivan Kit había decidido darle la espalda a Tierra de Partida y unirse a Bastión Hueco.

La amenaza estaba clara.

Eso y que Tierra de Partida parecía saber bien su localización, como le dejó caer el moguri. Parecía que no le habían quitado el ojo de encima después de sus aventuras en la Federación.

Eso es lo que podía estar pensando Cool Wind mientras sobrevolaba con su glider el triste paisaje del mundo en el que debía darse la reunión. Al sur se elevaba el castillo en el que debía reunirse con Rebecca. Si miraba por encima del hombro, hacia el norte, vería una zona… oscura. Literalmente, como si la luz del día no llegara a aquel lugar, a los pies de unas lejanas montañas.

Bajo él discurría un camino estrecho que llevaba hasta una aldea. Si algo le llamó la atención fue que varias casas humeaban, recién quemadas, y que parecía haber alboroto en la plaza. De la aldea partía otro camino que se dirigía hacia el castillo del rey Huberto.

En ese momento, si seguía mirando hacia atrás, percibiría un movimiento extraño. Del cielo, a mucha altura y a bastante distancia, descendían rápidamente cuatro glider. No se dirigieron hacia el castillo de Huberto, sino… Hacia el norte. Hacia la zona oscura. O al menos eso pareció porque, de pronto, se quedaron suspendidos en el aire.

Cool Wind tenía varias opciones: podía ir directamente al castillo, pasar por la aldea para recabar información… O lo que quisiera. Hacia su derecha se extendía un largo y profundo bosque que parecía devorar el mundo… Pero, probablemente, si se encontraba con que lo perseguían uno o dos de esos glider que había avistado, debería considerar que la aldea estaba mucho más cerca, mientras que el castillo quedaba lejos. Y aunque en este podría ocultarse mejor que en el pueblo, ¡y estaría Tierra de Partida!, se arriesgaba a que lo atraparan por el camino.

También podía considerar que todo era cosa de Tierra de Partida —si decidían perseguirle— y que había sido una trampa desde el principio.

En cualquier caso, todavía le quedaba una hora y media para la cita; a las doce.

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Fecha límite: Martes 2 de septiembre
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Suzume Mizuno
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[Reino Encantado] Promesas de guerra #1

Notapor Sheldon » Sab Ago 30, 2014 12:17 am

Mañana viajaremos a un mundo conocido como Reino Encantado, aunque en realidad solía haber tres en él y no uno…—comenzó Nanashi con aire casi dictatorial y tras detenerse en una expresión truncada continuó—: Nuestro objetivo es averiguar cómo es que el líder de los Villanos Finales continúa vivo, cuando la vieja Orden se supone que le ejecutó en este mundo hace muchos años. Además, de un día para otro han comenzado a surgir numerosos Sincorazón que parecen gobernados por una voluntad superior, ya que atacan sistemáticamente y con una eficacia anormal a los ciudadanos de este mundo.

»Para resolver nuestras incógnitas nos dirigiremos a la Montaña Prohibida. Os advierto que debéis tener mucho cuidado: la Montaña es en realidad un viejo castillo fortificado habitado por una poderosa hada y sus globins. Y esa mujer nunca ha tenido una buena relación con la Orden. Debemos ser discretos. ¡Estad mañana preparados, con las ropas adecuadas, en el vestíbulo! Eso es todo, marchaos a descansar
.

Enok carraspeó justo antes de ser expulsado de la presencia de su Maestra y aquellos dos chicos. Les miró superficialmente. Ambos de cabello rubio, uno con tonalidades castañas y el otro de un color opaco. Con pieles pálidas y edades cercanas, el trio podría haberse tratado de una sola persona en una escala gradual de existencias.

Al más joven lo recordaba, participante de la lucha contra el virus y una especie de compañero en la oscuridad. Desconocía su nombre y sus intenciones, y a decir verdad, todo lo relacionado con él.

Pero poco importaba en aquellas horas de la noche. Enok estaba cansado, agotado del entrenamiento del día y de la misión que había regresado días antes. Debía procesar sus recuerdos, el shock generado por la tensión y exigencias vitales que empezaban a serle impuestas. Los ideales de la oscuridad eran mucho más radicales que los de la luz. Podía ser cuestión de la situación, de la precaria situación en la que se encontraban aquellas personas del bastión. Se volvió y dejó que la pareja hablase lo que tuviese que hablar.

Dudar entre aceptar o no había sido una constante desde que los dilemas morales le habían sido presentados al muchacho de Villa Crepúsculo y aún aquel día, aquella noche y aquel mismo momento sus pensamientos volaban a favor de la completa y absoluta libertad, lograda a través de la huida, negando u ocultando todo lo que era por si mismo.

Podría haberse negado, rehusar de los mandatos o enfermar a conciencia pero tan solo hubiese demostrado su ineptitud psicológica. Así que asintió al cabo de unos minutos de silencio, mientras bordeaba la última esquina que comunicaba con su habitación. Todo era mucho más difícil de lo que había imaginado.

<<Mañana viajaremos a un mundo conocido como Reino Encantado...>>


Reino Encantado.

Con excesivo nerviosismo, Enok tomó entre sus brazos un pequeño libro que guardaba bajo el colchón. Se podía leer en unas letras desgastadas por los años “Mundos”. En la biblioteca de Bastión Hueco podían encontrarse un par de aquellos tomos, los cuales resumían muy a grosso modo las características de algunos mundos. Al parecer había sido redactado por antiguos aprendices.

Pasando un puñado de hojas ilustradas por finas plumas y extrañas marcas alcanzó la letra “M”. Pero...nada. No había rastro alguno de ese Reino Encantado. Enarcando las cejas a más no poder, Enok suspiró finalmente abatido y devolvió el tomo a su lugar. Si no aparecía en aquellas páginas no lo haría en otras, al menos no en la biblioteca del Bastión.

<<¡Estad mañana preparados, con las ropas adecuadas, en el vestíbulo!>>


Así pues habría que elegir ropa nueva. Teniendo en cuenta que lo que conocía del mundo al que iban a ir era tan solo el nombre sería complicado acertar en la elección.

Abandonó su habitación. Los rayos de luna caían como nubes de plomo a través de los ventanales y zonas desprotegidas en los paneles metálicos de los pasillos. Anduvo durante unos minutos, descalzo y haciendo el menor ruido, hasta una puerta aislada del resto. Sin más dilación, entró.

De la oscuridad emergieron unos destellos de luz que tras moverse lentamente empezaron a apagarse hasta permanecer en una fina capa de luz. Perfecta para poder ver. Estanterías y más estanterías, muchas de ellas carcomidas por el paso del tiempo, se extendían en una hilera de sombras por toda la sala. Olía a podredumbre, a madera mojada y a tinieblas embotadas por la dejadez. Un lugar casi olvidado del castillo, descubierto por Enok el día que huía de un moguri cabreado por un pequeño desliz que le había echo sufrir al pequeño ser, nada del otro mundo.

Se acercó sin perder más tiempo en sus recuerdos y abrió un par de armarios de los que salieron disparados decenas de insectos, atraídos por la luz que emitía la llave-espada. Había bolsas de ropa envueltas por capas de polvo y varios trajes dispuestos sobre barras y perchas, muchos de ellos destrozados y con numerosas roturas.

Pero al menos uno de ellos se encontraba en buenas condiciones o al menos eso aparentaba a simple vista. No había nada que perder ni que ganar así que lo tomó. Con un paso aún más apresurado que antes y temiendo ser descubierto volvió a sus aposentos.

Cerró la puerta con delicadeza y se apoyó sobre la pared, mirando hacia el techo pensativo y con los ropajes entre sus brazos. Puede que ni sirviesen o que le estuviesen grandes pero importaba poco en aquel momento. Midiendo la distancia, lanzó hacia su cama el contenido de sus manos, el cual aterrizó meciéndose en el aire, y se acercó a la ventana. El viento mecía los minutos en la noche, agotando el tiempo y las fuerzas de Enok. Sin quererlo, cayó en los brazos de Morfeo, acurrucado en su propia regazo.

<<Eso es todo, marchaos a descansar>>


No hubo diálogo, ni buenos días, ni tan siquiera una mirada que demostrase algo más allá del trabajo metódico. Los cuatro despegaron en sus Gliders de Bastión Hueco y atravesaron un espacio vacío y oscuro hasta su destino.

Un lugar de ensueño se extendía kilómetros a la deriva y desaparecía en el horizonte en forma de bosque. Aunque apagado y oscuro contenía una esencia distinta a cualquier otro lugar, una especie de sino. La extensión, por otra parte, era enorme incluso desde el ángulo desde el que estaba observando el mundo, desde metros y metros de distancia sobre el suelo. Nanashi no se detuvo ni un segundo en admirar el espacio a su alrededor. Con una rapidez maestra, descendió con su vehículo rasgando el cielo hasta una especie de explanada.

Los verdes y marrones de aquel espacio eran apagados y tristes. Unos grises oscuros coloreaban la bóveda sobre sus ojos con un misterio sin desvelar. Rayos de luces eran bloqueados por las nubes dando lugar a intermedios lumínicos que dibujaban colores modulados y anormales.

La Maestra Nanashi parecía tener claro su destino por lo que sin esperar a ninguno de sus aprendices avanzó en línea recta hacía un grupo de montañas. A juzgar por los tonos que reflejaban se diría que la oscuridad engullía lentamente aquella parte. Finalmente la imponente mujer se detuvo y dirigió una mirada hacia los chicos.

Nadie más de Bastión Hueco debería estar aquí. Eso significa… Que es de Tierra de Partida.—dijo la Maestra con suspicacia para continuar con una especie de mandato. Al parecer y a juzgar por un glider en la lejanía, había otros aprendices más en aquel mundo aparte de ellos—: Deben estar intentando averiguar qué ocurre con los Sincorazón. Serán un problema. Que uno o dos de vosotros se encarguen de seguirlo, sin llamar la atención. Averiguad cuántos son. Y si sólo es uno… Matadlo. Si ellos nos vieran, también intentarían acabar con nosotros.

»Reuníos con nosotros frente a la Montaña Prohibida en cuanto podáis. Si no estamos… Ni se os ocurra entrar por vuestra cuenta. Moriríais.


Tras dictaminar la sentencia, Nanashi continuó su camino como una exhalación. Había muchas puntos flacos en su discurso. Ella no podría saber si uno de los aprendices que supuestamente era de Tierra de Partida le mataría. No se imaginaba a la gente que había conocido en el castillo de la luz como asesinos despiadados por lo que no creyó sus palabras.

Dando la espalda a sus compañeros enfocó su glider en dirección al desconocido solitario y se dispuso a seguir sus pasos. Quería descubrir quién o qué era.

Yo-Yo voy tras el otro Glider...—les comunicó antes de partir.

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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Drazham » Sab Ago 30, 2014 7:24 pm

Aquella mañana, Nikolai se despertó bien temprano, tenía que prepararse lo antes posible para partir. Echándole un rápido vistazo a su armario, eligió una camisa negra de manga corta. A donde iba, la vestimenta podría ser un problema, y un estilo tan urbano como el que solía vestir no era el más apropiado para este caso. Sus pantalones marrones y botas no llamarían mucho la atención, pero prefirió sustituir la camisa negra y la chaqueta de azul marino por una prenda más simplona.

Una vez vestido y con todos los bártulos preparados, salió de su cuarto como un rayo para encontrarse con sus compañeros. Al fin podría poner a prueba las continuas sesiones de entrenamiento a las que le habían sometido.

Ese día participaría en su primera misión como caballero de la llave espada.

Todo se remonta a la noche anterior: la Maestra Nanashi, su tutora, les había convocado a él y a otros dos aprendices a su despacho. La notaba extremadamente fría. Cuando la conoció en Ciudad de Paso le pareció muy retirada y estricta, pero no había punto de comparación entre la maestra que le ofreció entrar en la Orden y la mujer que tenía justo en frente. Ahora mismo, estaba haciendo todo lo posible para controlar la situación de la Orden al estar indispuesto el mandamás del bastión, el Maestro Ryota, de quien aun no sabía apenas nada.

Hace poco que se enteró de que el responsable de que el maestro no estuviese en condiciones fue nada menos que Tierra de Partida. Desconocía los detalles de cómo ocurrió, ya que nadie se atrevía a mencionarlo, ya fuese por temor o por respeto al maestro, pero no tardó en enlazarlo con el repentino odio a la otra Orden que se respiraba en el castillo.

En cuanto llegó al despacho, se llevó una sorpresa al ver que Ban Oswald, el peculiar aprendiz que afirmaba ser un incorpóreo con el que se topó el otro día, participaría en la misión también. Al otro aprendiz era la primera vez que lo veía, un tal Enok Zohar, rubio, alto y bastante escuálido. Curioso que hubiesen elegido a tres rubiales para esta misión.

Una vez que se reunieron los tres, la maestra procedió a informarles acerca de la misión:

Mañana viajaremos a un mundo conocido como Reino Encantado, aunque en realidad solía haber tres en él y no uno…—Nanashi interrumpió la explicación, intentando reprimir un esbozo de enfado. No tardó mucho en recuperar la compostura y proseguir—: Nuestro objetivo es averiguar cómo es que el líder de los Villanos Finales continúa vivo, cuando la vieja Orden se supone que le ejecutó en este mundo hace muchos años.

Villanos Finales, el grupo terrorista que estaba sembrando el caos en su mundo de origen, Ciudad de Paso. Recordaba como uno de ellos manipuló a un vecino de su distrito para engañar a la buena gente del lugar y usarlos para engrosar las filas del ejército de sincorazón que estaban creando, y él estuvo a punto de correr la misma suerte de no ser por la Orden.

Gente despiadada y sin escrúpulos. Visto así se les consideraría una panda de monstruos, sobretodo con un “muerto viviente” por líder.

Además, de un día para otro han comenzado a surgir numerosos Sincorazón que parecen gobernados por una voluntad superior, ya que atacan sistemáticamente y con una eficacia anormal a los ciudadanos de este mundo.

»Para resolver nuestras incógnitas nos dirigiremos a la Montaña Prohibida. Os advierto que debéis tener mucho cuidado: la Montaña es en realidad un viejo castillo fortificado habitado por una poderosa hada y sus globins. Y esa mujer nunca ha tenido una buena relación con la Orden. Debemos ser discretos. ¡Estad mañana preparados, con las ropas adecuadas, en el vestíbulo! Eso es todo, marchaos a descansar.

Y tras eso, los aprendices se marcharon del despacho sin ocasión de hacer preguntas.

Un criminal al que se le creía muerto, un hada que vive en un tenebroso castillo y la típica plaga de sincorazón. Iba a ser un día muy entretenido.

Una vez que el grupo llego al mundo denominado Reino Encantado, sobrevolaron con sus gliders los sombríos y estériles páramos en los que apenas la luz del sol llegaba que indicaban que se encontraban cerca de su destino: una enorme agrupación montañosa de aspecto tétrico cubierta por unos oscuros nubarrones que ya frenaban de por si la débil luz solar que llegaba a los yermos de alrededor.

La llamaban la “Montaña Prohibida”. Si ya de por si el paisaje no incitaba a adentrarse en el territorio, el nombre ya lo dejaba totalmente claro.

Antes de proseguir hacia la montaña, la Maestra Nanashi se detuvo y se giró. En cuanto Niko hizo lo mismo, vislumbró en la lejanía lo que parecía ser otro glider desconocido que volaba en solitario. Al parecer, no eran los únicos caballeros que andaban por ese mundo.

Nadie más de Bastión Hueco debería estar aquí. Eso significa… Que es de Tierra de Partida.

Una sensación incómoda le recorrió por la espalda cuando su Maestra pronunció con tono gélido aquel nombre.

Deben estar intentando averiguar qué ocurre con los Sincorazón. Serán un problema. Que uno o dos de vosotros se encarguen de seguirlo, sin llamar la atención. Averiguad cuántos son. Y si sólo es uno… Matadlo.—Niko esbozo una mueca de desaprobación al escuchar eso, aprovechando que Nanashi les dio la espalda—. Si ellos nos vieran, también intentarían acabar con nosotros.

¿Matar? No entraba dentro de sus planes. Había acordado ponerse al servicio de la Orden de Bastión Hueco para mantener el equilibrio de los mundos y luchar contra la amenaza de los sincorazón, no para convertirse en un asesino.

Pero claro, tampoco se quedaría sin hacer nada en caso de que el bando defensor de la luz intentase… matarle. Si no le quedaba mas remedio que defenderse, que así fuese, pero no sería él el que iniciase una trifulca. Tenía demasiados asuntos por resolver como para tirar su vida.

¿Qué demonios le hizo Tierra de Partida al Maestro Ryota para que sus compañeros los quisiesen a todos muertos?

»Reuníos con nosotros frente a la Montaña Prohibida en cuanto podáis. Si no estamos… Ni se os ocurra entrar por vuestra cuenta. Moriríais.

Tras la advertencia, la maestra puso rumbo hacia las oscuras cumbres en las que habitaba el hada.

Yo-Yo voy tras el otro Glider...—les dijo Enok a sus dos compañeros.

Yo también iré —sentenció Niko— Con toda esta plaga de sincorazón, dudo que los de Tierra de Partida hubiesen mandado solo a una persona.

Podrían haber más de uno que viniese de parte de la otra Orden, pero esa no era exactamente por la que Nikolai prefirió seguir al otro glider.

Quería comprobar con sus propios ojos cual era el motivo por el que sus camaradas de Bastión Hueco consideraban a los de Tierra de Partida tan despreciables.
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Re: Ronda #1 - Promesas de guerra

Notapor Astro » Lun Sep 01, 2014 5:57 pm

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Bonito paisaje.

Reino Encantado. Nubes, tierras sin vida y bosques tenebrosos se extendían a lo largo de mi vista, por no mencionar aquellas montañas a las que no dirigíamos. Parecían el mismísimo epicentro de la oscuridad de aquel mundo, donde la luz del sol no encontraría su lugar.

La «Montaña Prohibida», la había llamado Nanashi. El destino de nuestra misión.

Misión, curiosa palabra. No tenía claro del todo qué hacía allí, con la Maestra (quien, por cierto, se había convertido en la nueva líder del bastión ahora que Ryota estaba indispuesto) y dos aprendices de la Llave Espada (Nikolai, el cotilla del otro día, y otro rubio que me sonaba vagamente del incidente de la Red). Podría haber sido un encargo como otro cualquiera, pero no. Algo... No, alguien, había sido mencionado durante la explicación que lo cambiaba todo.

Alguien que me visitaba en pesadillas todas las noches.

Mañana viajaremos a un mundo conocido como Reino Encantado, aunque en realidad solía haber tres en él y no uno…

Fue la noche anterior cuando Nanashi nos reunió en su despacho, como ya hizo tiempo atrás cuando me envió a París por primera vez.

Nuestro objetivo es averiguar cómo es que el líder de los Villanos Finales continúa vivo, cuando la vieja Orden se supone que le ejecutó en este mundo hace muchos años.

Él. Mateus Palamecia, o el mismísimo Diablo. Aquel ser que arrancó el corazón de este pecho y me concedió una nueva vida...

Además, de un día para otro han comenzado a surgir numerosos Sincorazón que parecen gobernados por una voluntad superior, ya que atacan sistemáticamente y con una eficacia anormal a los ciudadanos de este mundo.

¿Qué importaban los sincorazón? Él tenía prioridad, era más importante. Sólo recordarle me producía el mismo efecto que pensar en Saavedra: responsables de mi situación actual, pero a los cuales no había visto desde que trastocaron mi vida para siempre.

»Para resolver nuestras incógnitas nos dirigiremos a la Montaña Prohibida. Os advierto que debéis tener mucho cuidado: la Montaña es en realidad un viejo castillo fortificado habitado por una poderosa hada y sus globins. Y esa mujer nunca ha tenido una buena relación con la Orden. Debemos ser discretos. ¡Estad mañana preparados, con las ropas adecuadas, en el vestíbulo! Eso es todo, marchaos a descansar.

Giré la tabla de golpe, siguiendo a Nanashi lo más rápido que pude. La mujer, que parecía especialmente tensa aquel día, no había parado ni un segundo una vez habíamos llegado al mundo.

El rumbo, por supuesto, estaba claro: la famosa montaña y su malvada gobernante: una hada. ¿En serio? Sospechaba que me llevaría una sorpresa al conocerla, pero en aquel momento no podía parecerme más inofensiva tal cual la planteaba.

Descubrir que Nanashi frenaba hizo que yo también lo hiciera. Y siguiendo la dirección en la que miraba, encontré lo que había llamado su atención: un glider que volaba a lo lejos hacia lo que parecía ser una aldea.

¿Has invitado a alguien más?

Nadie más de Bastión Hueco debería estar aquí. Eso significa… Que es de Tierra de Partida.—solté una pequeña maldición. Normalmente me alegraría de que pudiese haber un choque entre los bandos, pero no ahora—: Deben estar intentando averiguar qué ocurre con los Sincorazón. Serán un problema. Que uno o dos de vosotros se encarguen de seguirlo, sin llamar la atención. Averiguad cuántos son. Y si sólo es uno… Matadlo. Si ellos nos vieran, también intentarían acabar con nosotros.

Sonreí tras el casco de mi armadura, complaciente con la orden que había dado. Cierto era que desde el inicio de la guerra Nanashi se había vuelto más belicosa que nadie, y su actitud era más firme y dura que nunca. Pensar que tiempo atrás ella misma me había dicho que no iniciaría una guerra contra Tierra de Partida me daba ganas de reír.

»Reuníos con nosotros frente a la Montaña Prohibida en cuanto podáis. Si no estamos… Ni se os ocurra entrar por vuestra cuenta. Moriríais.

Por mucho que me tentara la idea, no pensaba separarme de Nanashi hasta descubrir todo lo que pudiese sobre Palamecia. Me giré hacia mis otros dos compañeros, dispuesto a dejarlo claro, pero ellos hablaron antes:

Yo-Yo voy tras el otro Glider... —dijo el rubio cuyo nombre ignoraba. Un momento, ¿había tartamudeado?

Yo también iré —anunció el segundo, Nikolai. Siendo tan novato, me sorprendió bastante que se quisiese separar de una Maestra— Con toda esta plaga de sincorazón, dudo que los de Tierra de Partida hubiesen mandado solo a una persona.

Nunca lo hacen —fue lo único que dije, antes de girar mi tabla y salir disparado tras la Maestra.

Ellos se iban, yo me quedaba. Lo que significaba que estaría a solas con Nanashi y podría preguntarle lo que llevaba desde ayer rondándome la cabeza. Aceleré mi vehículo todo lo que pude hasta conseguir llegar a la altura de la mujer, dispuesto a conseguir respuestas.

¿Por qué estoy aquí?

Algunos me habrían llamado loco por osar preguntar algo así a Nanashi, sobre todo en su estado actual. Yo prefería la palabra incorpóreo. Un incorpóreo al que le gustaban las cosas claras y odiaba los secretos. Y estaba convencido de que ella me ocultaba algo.

Estuviste allí, en Villain's Vale. Sabes lo que Mateus Palamecia me... le hizo a Ban Oswald. Él es el responsable de que yo exista, me salvó —tuve que hacer esfuerzos para que los recuerdos que retumban en mi cabeza no me hicieran perder el control de la tabla—. Y aún así, me llevas contigo para que investigue sobre él. No lo entiendo.

»¿Por qué me has traído?
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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Sally » Mar Sep 02, 2014 1:48 am

Incluso el aire sabía a nostalgia.

Aunque sus ojos hubieran visto innumerables días mejores, en los que el Sol brillaba radiante en el cielo, no pudo dejar de admirar la vista. Había vuelto a casa, por más que el bosque no fuera en principio su destino, y ni siquiera sobrevolaban el reino de Stéfano.

Y por más que el haber regresado en una misión significara que su mundo estaba en peligro.

Recordaba cómo casi se le había salido el corazón del pecho cuando la Maestra Rebecca les había convocado, a él y a otro aprendiz, aquella mañana, para explicarles la situación. Por un lado podía suponer un avance en cuanto a acabar con la presencia de los Sincorazón si se comprobaba que procedían de la Montaña Prohibida. O, lo que venía a significar lo mismo en su mente, Maléfica era de alguna forma su origen. Sin embargo, un mayor número implicaba que cubrirían más terreno y que, por lo tanto, tendrían más oportunidad de dar con Rosa. Y de atacar a los habitantes del reino de Huberto, sobre cuyas cabezas no posaba ningún hechizo que les protegiera de alguna forma. Además, todo aquel asunto del objeto a recuperar no era demasiado tranquilizador. ¿Cómo podía depender tanto de una sola cosa? ¿Qué sería de su mundo, de su bosque, de Rosa, si jamás lograban recuperarlo? Rebecca no había querido explicar las consecuencias, ni muchos más detalles, en realidad, pero el mensaje había quedado claro.

Era mejor no saberlo.

Será un honor —y una gran responsabilidad, aunque aquellas palabras jamás salieron de su boca— participar en la misión, Maestra. Intentaré cumplir sus expectativas —había dicho antes de que la mujer se fuera para que pudieran pertrecharse.

El agridulce resultado de su visita a La Red aún seguía dando vueltas en su mente, y probablemente siempre lo haría. Ni una docena de éxitos podría calmar su conciencia cuando pensaba en lo que habían liberado de aquella esfera. A veces se preguntaba si era sólo cosa suya, que su orgullo se sintiera herido por haberse visto engañado y temiera que sus errores le costaran la vida a muchas personas, o si Light también se sentía así. Nunca le había preguntado, de todas formas.

Espero resultar serun buen compañero —se había dirigido entonces al otro aprendiz. No había esbozado una sonrisa amistosa, la preocupación se lo había impedido—. Mi nombre es Aleyn.

Una leve inclinación de la cabeza, dado que aún le resultaban extraños los apretones de manos. Había esperado a que el otro se presentara, o no, antes de dirigirse hacia su cuarto sin mucha más ceremonia. No había tiempo que perder y aquella vez había decidido llevar a Ygraine consigo.

¡El castillo del rey Huberto! —la voz de Rebecca le trajo de nuevo al presente— ¡Vamos a encontrarnos con un antiguo miembro de Tierra de Partida allí! Recordad: ¡no hay que llamar la atención ni separarse! ¡Es muy importante que ese chico no escape con los objetos que tiene! ¡Vamos a aterrizar cerca!

Asintiendo a pesar de que la mujer le hubiera dado ya la espalda, procedió a seguirla, hasta que finalmente el glider se posó cerca del de ella, y sus pies tocaron el suelo. Tuvo que reprimirse para no hundir sus dedos en la tierra. Le habría dado apariencia de lunático, seguramente, y no era la mejor manera de ganarse la confianza de nadie. Ygraine, por su parte, no dejó de olisquear todo lo que encontró a su alrededor. Parecía contento.

Maestra, si esa persona fue miembro de Tierra de Partida, ¿por qué debería preocuparnos que escapara? Se supone nuestro aliado… ¿verdad? —preguntó, en referencia a las palabras que había dicho antes.

De alguna forma aquel “que ese chico no escape” le incitaba a pensar que igual había que acabar negociando con él de alguna forma o, peor aún, utilizando la fuerza. No era algo que llamara a la calma.

Aunque algo que llamaba a la calma incluso menos fueron los gritos que empezaron a escucharse entonces. Rápidamente se giró para comprobar que un grupo de Sincorazón, cuyo aspecto resultaba mucho más feroz que aquellos que le habían atacado en su día, estaba acosando sin descanso a un grupo de personas. El ceño se le frunció de forma inconsciente. No llevaban allí apenas ni un suspiro, pero la escena que se alzaba ante sus ojos mostraba a la perfección en qué estado se encontraba el mundo.

¡Yo voy al castillo! ¡Vosotros acabad con los Sincorazón! ¡Nos reunimos en la plaza mayor!

Aquellas palabras le sorprendieron. Lo lógico habría sido ayudar a los necesitados, pero Rebecca estaba delegando en ellos dicha tarea. Claramente aquel objeto u objetos eran de suma importancia, porque su Maestra no era una persona cruel ni mucho menos.

Los latidos del corazón resonaban en sus oídos, aún protegidos del exterior por la armadura.

<<Ahora soy más fuerte que entonces>> se decía <<Ahora sé lo que son. Tengo una misión que cumplir. No estoy solo >> a menos que su compañero decidiera desobedecer a Rebecca e ir con ella, claro.

¿Vamos? —le dijo a su compañero, más una invitación apremiante que una verdadera pregunta.

Hiciera lo que hiciese el otro, para Aleyn estaba más claro que el agua. Tenía que proteger a aquellas personas. Así que se dirigiría hacia el grupo atacado y lanzaría un Electro al primer Sincorazón que se encontrase una vez que estuviera lo bastante cerca. Ygraine, que correría a su lado, se arrojaría a atacar al mismo enemigo.

Igual estaba loco por meterse de cabeza en una lucha de la que nadie le aseguraba salir victorioso, pero no iba a contemplar cómo inocentes morían cuando él podía intentar hacer algo para evitarlo.

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▪ Electro (HM) [Nivel 2] [Requiere Poder Mágico: 3] Ataque básico de elemento Rayo. Pequeño relámpago lineal, con muy pocas posibilidades de paralizar al enemigo.
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“Love is the greatest of dreams, yet the worst of nightmares.”
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Ronda # 1 - Xefil

Notapor Zee » Mar Sep 02, 2014 4:35 pm

Cargaba conmigo un constante nudo en el estómago. Era como dar un primer paso y empezar todo de nuevo, otra vez.

Sentía que mi Armadura suponía un escondite, como si el metal y el cristal pulido pudiesen refugiarme de la atmósfera de mi viejo hogar. El primer contacto con el aire del mundo provocó que se me encogiera el corazón, fue como recibir la puñalada de una daga gélida en el pecho. Sentir la luz del nublado día, la verdadera confirmación de que realmente estaba allí, fue despertar de un sueño para caer en una pesadilla.

No quería estar allí. Pero... es que era mi casa.


El día había llegado. Había tomado un largo tiempo en hacerlo, pero finalmente estaba allí. Los Maestros habían convocado una misión en mi mundo natal, en el Reino Encantado. El mundo dormido. Después de tantos años en los que sólo mis superiores se encargasen de la investigación, habían decidido reclutar a algunos Aprendices para la causa. Dos, concretamente.

No estaba listo. Y sé que parecería inconstante, porque hablo de mi mundo todo el tiempo. De cuánto quiero recuperar todo lo que dejé allí, de salvarlos de la magia que los ha rodeado por años, de regresar y encontrar una manera, de volverme más fuerte y saber protegerlos. Pero supongo que, muy en el fondo, siempre hubo una razón por la cual no había vuelto a pisar mi mundo en años.

Tenía tanto miedo. Y si realmente había una parte de mí que quería volver o si sólo la había creado para no sentirme mal conmigo mismo, ya no me quedaba claro. Comenzaba a dudar incluso de mis propios pensamientos.

Tuve ganas de vomitar cuando la Maestra Rebecca nos explicó la situación a mí y al otro Aprendiz. No era asco; ni disgusto. Fue una contracción refleja, instantánea, en mi estómago. Producto de los nervios. Y la presión imaginaria que había ascendido por mi garganta empeoró las cosas todavía más. Quería que la ayudáramos en Reino Encantado. Si me había tenido especialmente a mí en consideración para la misión... no quería saberlo.

Así que sólo me esforcé por mantener la compostura y escuchar el mensaje. Había más Sincorazón que antes, como si se estuvieran reproduciendo de alguna manera; y si aquellas bestias de oscuridad tenían nidos o colmenas, parecía ser que la que amenazaba a los reinos era una que se encontraba en la Montaña Prohibida.

Como si no la recordara. No me había acercado en toda mi vida a ella más que una vez, por accidente, pero haber vivido diecisiete años allí me había empapado de historias sobre ella. Historias de verdad, no mitos que la gente se había inventado para explicarse las cosas, ni anécdotas que habían pasado de boca en boca. No, se sabía claramente lo que vivía allí y las consecuencias que tenía poner un pie en ella.

La Bruja Maléfica, el hada malvada que había maldito a nuestro reino años atrás. Los Sincorazón salían de su castillo.

Nuestro deber era comprobar los testimonios. Y, por supuesto, encontrar la manera de detenerlos. Después de todo, éramos Aprendices de la Orden de Caballeros de la Llave Espada, y era nuestra responsabilidad mantener el equilibro en los mundos.

Además, estaba la otra cuestión... amenazaban los demás reinos. Reinos vecinos, como los del rey Huberto, que no habían sido afectados por el hechizo del sueño eterno. Desprotegidos. Inocentes.

Así que tuve que comprimir todo mi miedo en algún sitio recóndito de mi pecho y aceptar. Porque después de todo, ¿si no iba entonces, cuándo?

No. Ya era hora de volver a casa y poner las cosas en orden.


Y no obstante, no importaba qué tanto hubiera pensado en ello durante el viaje: a mi inconsciente, a mi emocionalidad, le parecía imposible mantenerse tranquilo. Mis músculos temblaban en el interior de mi armadura y sentía que mi estómago había sido llenado con plomo. Además, no dejaba de morderme los carrillos y de intentar rascarme el costado de la cabeza —algo que el casco me impedía una y otra vez.

No sólo me refugiaba del exterior, mi traje protector, sino que además me escondía de mi compañero y la Maestra. Era una vergüenza sentirse así.

El césped era rico en su color; vivo. El cielo, empero, estaba tapizado de nubes grises, por lo que la luz que caía sobre la explanada era plomiza y apagada, lo que terminaba por ensombrecer el suelo a nuestros pies. Parecía también que se acercaba la lluvia, porque el viento soplaba con fuerza; podía sentirlo incluso tras el metal.

La silueta de un castillo y sus murallas se recortaba en la lejanía. No era el mío, pero quería pensar en que podía reconocerlo por los conocimientos que tenía sobre geografía e historia. Estábamos en el reino del rey Huberto, tal y como la Maestra nos había señalado antes de partir. A un costado se extendía también un amplio y espeso bosque. Creí reconocerlo... pero parecía que me encontraba del otro lado, uno desconocido.

Hice ademán de aterrizar y descansar un poco. Hubo momentos durante el viaje en los que sentí que, si continuaba montado en aquella infernal tabla, sin ningún sitio de dónde sujetarme y dando volteretas de un lado a otro, me iba a vomitar dentro del casco. Estirar las piernas y respirar un poco de aire fresco tendría que hacerme bien. Desafortunadamente, tuve que detenerme tras descender unas cuantas pulgadas, porque la Maestra Rebecca se apresuró a darnos órdenes:

¡El castillo del rey Huberto! —Me confirmó que había estado en lo correcto, a la par que lo señalaba con el dedo. Nunca había estado allí en persona, pero sabía en teoría cómo debía lucir y dónde debía estar.— ¡Vamos a encontrarnos con un antiguo miembro de Tierra de Partida allí! Recordad: ¡no hay que llamar la atención ni separarse! ¡Es muy importante que ese chico no escape con los objetos que tiene!

¿Un antiguo miembro de Tierra de Partida...? No sería un ex-Maestro o algo así, ¿verdad? ¿O era uno de los cuantos Aprendices que habían dejado el castillo sin decir nada?

Aunque, por lo que decía la Maestra, sonaba más como un ladrón.

¡Vamos a aterrizar cerca!

Se me escapó un suspiro de alivio. Prácticamente bajé de un salto en cuanto nos encontrábamos a dos metros sobre el suelo, ya desesperado por bajar de la tabla. El Glider desapareció en un destello, al igual que mi armadura. Los músculos de mi cuello y hombros chasquearon cuando me estiré, finalmente libre de aquel ambiente encerrado.

Me encantaba volar en mi Glider y armadura. Pero la situación me había puesto los nervios a flor de piel y, de pronto, surcar el Intersticio ya no me había parecido tan agradable.

Me aseguré de que mis ropas estuvieran en su sitio. Una túnica de lino de mangas cortas —de color verde oscuro y costuras doradas, claro—, de las que tenían cuello alto y se abotonaban hasta el abdomen, encima de una sencilla camisa blanca, también de lino, cuyas anchas mangas había atado a mis muñecas con cordones de cuero. El pantalón negro lo había metido dentro de las botas, de cuero y altas hasta la pantorrilla, para lucirlas como era debido. El cinturón, que iba por encima de la túnica, sujetaba mis dos dagas, mi cable, y las dos bolsitas donde llevaba mis platines y algunas Pociones y Éteres.

Y me había puesto, por supuesto, los guantes de mi padre.

Cuando estuve seguro de que todo estuvo en orden, volví a dirigir mi atención hacia la Maestra y el otro Aprendiz.

Maestra, si esa persona fue miembro de Tierra de Partida, ¿por qué debería preocuparnos que escapara? Se supone nuestro aliado… ¿verdad?

Suena más como si fuera un criminal —señalé sin más reparos—. ¿Lo que tenemos que recuperar, él lo robó?

Me giré rápidamente. No sabía si me lo estaba imaginando, pero justo después se escucharon gritos a unas cuantas yardas de nosotros. Un grupo de hombres, armados y con caballos, parecía haber sido sorprendido por un grupo de Sincorazón. Miré a mi compañero, como para confirmar que él veía lo mismo que yo, y me encontré que había fruncido el ceño y tenía los ojos posados en el mismo sitio.

Fue suficiente. No había más tiempo que perder.

¡Yo voy al castillo! ¡Vosotros acabad con los Sincorazón! ¡Nos reunimos en la plaza mayor! —ordenó apresuradamente la Maestra, partiendo de inmediato hacia la fortaleza.

¡Entendido!

No tenía siquiera que pensar en que no quería desobedecerla. De cualquier manera mi prioridad habría sido proteger a aquellos hombres inocentes. Sentí cómo de pronto todos mis nervios desaparecían... o eso quisiera decir, porque la verdad es que ni siquiera noté en qué momento se fueron. Sólo supe que la posibilidad de la batalla activó por completo todos mis sentidos, como si un instinto primitivo de cacería hubiera salido a flote. Ni siquiera había comenzado a correr y la adrenalina ya fluía por mis vasos.

¿Vamos? —me apremió mi compañero.

Aleyn... No se me iba a olvidar su nombre nunca.

<<—Espero resultar ser un buen compañero —me había dicho cortésmente antes de iniciar la misión, puesto que no nos conocíamos de antes—. Mi nombre es Aleyn.

Y yo soy Xefil —le había respondido yo, respetando su decisión de no saludarnos con la mano—. Igualmente. Espero que podamos ayudarnos.>>

Primero eché a correr y luego le respondí a Aleyn, pese a que mi intención era hacerlo al revés:

¡Ya estoy en ello!

Me metí los dedos a la boca para silbar con fuerza, intentando llamar la atención de alguno de los Sincorazón, con la esperanza de que alguno de los hombres aprovechara la oportunidad y se quitara a una de las bestias de encima —si es que no llegaban a girarse ellos también.

En cuanto estuve lo suficientemente cerca, saqué mi cuerda de fibra y di un amplio salto, intentando atrapar la pierna —¿o pata?— de uno de los Sincorazón voladores con un rápido giro de ésta, para azotarlo contra el suelo usando nuestros propios pesos. Si logré llevármelo conmigo, entonces me apresuré a tomar mi daga de metal y a clavársela en la espalda, arrastrándola en un largo corte.

No quería demostrar mis habilidades mágicas todavía. No hasta que las cosas se pusieran muy feas.

De vuelta a casa y ya me había metido en problemas...
—You're like that coffee machine: from bean to cup, you fuck up—

~Dondequiera que el arte de la medicina es amado,
también hay un amor a la humanidad~


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[IK] Ronda #1 - Promesas de guerra

Notapor Soul Artist » Mié Sep 03, 2014 10:53 am

Reino Encantado.

¿Por qué ese nombre? No podía dejar de pensar en ello mientras entraba en el mundo. Tampoco entendía por qué aquel lugar, en vez de un sitio más conocido para ambas facciones; entendía que Ciudad de Paso era algo complicado después de toda la mierda que había pasado, pero había muchas otras elecciones. Y no me gustaba nada de todo aquello.

En realidad, nada me gustaba desde que abandoné Tierra de Partida, dos años atrás. Durante una misión en Atlántica una bruja me maldijo de por vida, engañándome para que además le llevase el mismo objeto a por el que Ronin me había buscado. Uno que también buscaba Ryota, casi a la desesperada por lo que me dijo mi ex Maestro. El precio que acabé pagando por ello fue uno demasiado alto: mi físico, mi belleza, mi confianza.

Descubrí, para mi asombro, que se trataba de dos objetos y no uno: las Perlas. Con el terrible precio que pagué, el desentendimiento de mi Maestro y el descubrimiento de que más gente quería aquellos artefactos no me vi en más remedio que huir con ellas y ocultarlas. Dos años escapando de la Orden mientras intentaba averiguar qué eran aquellos objetos, para qué servían...

Y recientemente Kazuki me encontró en Espacio Profundo como un prisionero. Me ayudó a salir impune de allí y me aconsejó tomarme unos días más de descanso y volver a Tierra de Partida, donde Ronin aún me esperaba con los objetos. Parecía tan amable y comunicativo que tuve mis dudas, y aún seguía teniéndolas. Temía que quisieran usar las Perlas como armas en su estúpida guerra, pero... ¿Se preocupaban por mí? ¿Podía tratar con ellos con normalidad?

Por ello, tras una charla con Ragun al respecto, decidí que era hora de dejar de huir. Entregaría una de las Perlas a Tierra de Partida y me guardaría la otra para después pensarme si regresar a la Orden o mantenerme al margen. Sin embargo, mi paranoia me tenía precavido: había contactado ya con Ragun y, en caso de que desapareciese del mapa, la otra Perla acabaría en manos de Bastión Hueco. La había guardado en un lugar especial, y en caso de pasar el suficiente tiempo sin dar ninguna señal, mi amigo lo encontraría junto con una nota que explicaba qué estaba sucediendo.

¿Te aburres ahí, Pikachu?

Mi mascota no dejaba de quejarse y devolverse en su cápsula, y más cuando vio tierra bajo nosotros. Había llegado demasiado temprano al mundo: en cuanto aterrizase la dejaría suelta para que estirase las patas y jugara a cazar mariposas. El objetivo era un castillo de un tal Huberto, pero la verdad era que estaba más perdido que una cuba.

Tras un rato intentando aclararme, vi unos gliders a lo lejos, cerca de un castillo de aspecto abandonado. Primero eran cuatro, luego bajaron a dos: se comenzaron a aproximar hacia mi posición. No tardé nada en comprender la situación en la que estaba:

¡Mira, Pikachu, llegan temprano como nosotros!

Hice señales a los dos gliders con los brazos para que me vieran claramente y apunté con el brazo en dirección a la aldea más cercana. Tener una reunión con Rebecca no iba a ser nada sencillo en el aire, así que lo mejor sería tener una charla en un lugar con gente donde todo el mundo nos viese.

Me dirigí con mi vehículo hacia el exterior el poblado, donde ojos extraños no se fijaran en un cacharro volador, y liberé a Pikachu de su cápsula, la cual corrió en dirección a la entrada del pueblo para espantar unas palomas. Sonreí al ver a la pequeña divertirse y desinvoqué el arma, dirigiéndome hacia la entrada del pueblo con ella y asegurándome de que mi máscara estaba bien ajustada.

En nada llegarían los amables representantes de Tierra de Partida.
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Ronda 2

Notapor Suzume Mizuno » Jue Sep 04, 2014 4:06 pm

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Ban


¿Por qué estoy aquí?

Ban se adelantó hasta quedar a la altura del glider de la Maestra.

Porque eres un aprendiz de Bastión Hueco.

Estuviste allí, en Villain's Vale. Sabes lo que Mateus Palamecia me... le hizo a Ban Oswald. Él es el responsable de que yo exista, me salvó. —Nanashi no mostró ninguna reacción—. Y aún así, me llevas contigo para que investigue sobre él. No lo entiendo.

»¿Por qué me has traído?

Tras un silencio, ella respondió:

La gente tiene derecho a decidir si lo que les hicieron fue bueno o malo. Si tú consideras que ese hombre te salvó, no hagas nada si así lo quieres. Pero…—Nanashi se volvió ligeramente hacia él y pudo sentir cómo le traspasaba su mirada, a pesar de que ambos cascos estaban de por medio—. A mí me da igual que tú lo consideres tu salvador. Me ha arrebatado demasiado para que desee otra cosa que su muerte.

»Además, él devoró tu corazón. Por tanto, es posible que hayas desarrollado alguna conexión con él. Independientemente de si deseas llevarme hasta Palamecia o no, puede que él venga a buscarte.


El resto del camino la Maestra lo realizó sumida en el silencio. Se aproximaban más y más a la oscuridad. En cierto momento tuvieron que virar hacia el oeste y sobrevolar el espeso bosque.

De pronto, Nanashi levantó una mano, indicándole que redujera el ritmo mientras miraba a su alrededor. A continuación escucharon un rugido. La Maestra gritó:

¡Aparta, Oswald!

El incorpóreo vería de súbito cómo una roca del tamaño de una persona se precipitaba hacia ellos. Nanashi embistió a Ban, apartándolo de la trayectoria del inmenso proyectil. Pero, aun así, les golpeó de refilón, en especial a Nanashi, cuyo glider se partió en uno de los extremos. Girando a toda velocidad sobre sí misma en una caída vertiginosa, la Maestra se precipitó hacia el suelo. Poco antes de llegar a la altura de los árboles deshizo su glider y hubo un resplandor: Garuda se materializó sobre ella y la aferró en el último instante. Ban, cuyo glider también estaba tocado, se vio obligado a descender, aunque no con tanta brusquedad.

Entonces fue cuando las flechas llovieron sobre ellos. Nanashi rechazó las primeras con una barrera. Pero luego —Ban no pudo determinar si fue porque la habían acertado o si se debió a otro motivo— desapareció entre las copas de los árboles y no volvió a salir.

Una de las saetas se incrustó en el hombro de Ban y sintió su punta rasgándole la piel. Otra le rozó el casco y una más estuvo a punto de atravesarle un costado. No le quedó otro remedio que refugiarse bajo los árboles.

Una vez allí comprobaría que su herida era insignificante, por suerte, apenas un rasguño.

El bosque era oscuro y los altos y espigados troncos de los árboles estaban muy juntos entre sí, dificultando el avance. Las hierbas y arbustos crecían salvajes, sin control, hasta su rodilla y pecho respectivamente, lo cual le concedía muchos lugares tras los cuales esconderse.

En ese momento escuchó un aullido que le pondría la piel de gallina. No muy lejos se oía el jadeo de un animal enorme.

¡Encontradlos! —rugió una voz reverberante.

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Quien daba órdenes era un hombre… No, no un hombre. Una criatura humanoide, con la piel gruesa y blanca, colmillos que sobresalían sobre sus labios, ojos hundidos en el cráneo y que vestía una extraña armadura. Pero quizás lo que más impresionara a Ban no fuera el hombre en sí, sino el inmenso lobo que montaba como si se tratara de un caballo. El huargo gruñó y sus fríos ojos examinaron el bosque, en busca de Ban, mientras olfateaba con ansiedad.

Se acercaban pisadas, se escuchaba el clangor de las armaduras y las voces de más personas. Todavía estaban lejos, quizás a unos doscientos metros, pero se aproximaban .

¿Qué haría Ban?

****

Cool Wind


Cool Wind consiguió llegar, incluso a pie, antes que sus perseguidores a la aldea. Ésta estaba protegida por una muralla de madera alta y recia, aunque por las puntas de flecha partidas, las quemaduras y algún que otro destrozo, parecía que les hubieran atacado hacía poco.

Protegiendo la entrada había dos soldados armados con lanzas que miraban a Cool Wind de bastante mal humor. Quizás el joven se percataría en ese momento de que su máscara, más que disimular su aspecto, lo volvía extremadamente llamativo. Uno de ellos pegó un respingo y enarboló la lanza cuando Pikachu correteó cerca de ellos. Pero al ver que era una criatura tranquila, decidieron dejarla en paz, aunque sin quitarle el ojo de encima. Luego le dieron el alto al aprendiz antes de que pudiera poner un pie en la aldea.

¿Qué es lo que quieres? —gruñó el más mayor de los dos—. ¿Y por qué llevas eso? ¿Acaso eres un orco de esa maldita hada?

Seguro que lo es. ¿Por qué iba a ocultar su rostro, si no? —El joven se adelantó y acercó peligrosamente el filo de su arma al cuello de Cool Wind.

Este no tenía tiempo que perder; los otros Caballeros se acercaban y no tardarían más que un par de minutos en alcanzarlo. Pero no parecía que fuera a ser fácil vencer la resistencia de esos hombres y refugiarse en el interior de los muros.

O eso parecía porque, de repente, un anciano llegó corriendo, apretándose un costado con una mano, y cayó de rodillas, sin aliento.

Eh, eh, tranquilo, abuelo. ¿Qué ocurre?—preguntó el soldado, dándose la vuelta.

—¡Un siervo de Maléfica! ¡El hijo del posadero lo ha descubierto! ¡Hemos intentado capturarlo pero se nos ha escapado! ¡Venid a ayudarnos!

¡Maldita sea! ¡Chico, encierra a ese hombre! ¡Lo interrogaré cuando regrese!—Y el hombre se apresuró a marchar hacia el centro de la aldea, con el viejo resoplando agónicamente detrás.

El joven y Cool Wind se quedaron cara a cara. El primero, con el ceño fruncido, le indicó con un gesto que caminara delante de él y le dejó atravesar la puerta. Así, Cool Wind pudo ver que el pueblo era muy simple, con casas de madera y piedra de una planta, tejados a dos aguas y camino apisonado de tierra. Parecía haber conocido tiempos mejores, eso sí.

Se daría cuenta de que el joven soldado miraba con suspicacia a Pikachu.

Nunca había pensado que una de estas criaturas saldría del bosque. ¿Es tuya?—preguntó, agresivo, aunque curioso. Bajó levemente la lanza, aunque siguió obligándolo a caminar hacia el interior del pueblo y luego le hizo doblar por una calle.

Ésta era larga, aunque tenía varios desvíos a izquierda y derecha. No había ni un alma. Quizás todos estaban ocupados persiguiendo a ese tal siervo de Maléfica… Mientras tanto, el chico miraba con las cejas arqueadas a Pikachu, hipnotizado por su color y su extraña forma.

¿Sería su oportunidad?

****
Enok y Nikolai


Los otros aprendices rubios dejaron atrás a Nanashi y Ban, decididos a capturar, o al menos comprobar, con sus propios ojos quién era el dueño de glider. Resultó que este no tenía intención de huir. Pudieron ver desde lejos cómo aterrizaba y encaminaba sus pasos hacia una aldea. Como su decisión había sido ir en pos del glider, ellos tendrían que hacer lo mismo y posarse en el suelo. Desde ahí les tocaría apretar el paso si no querían perder de vista a su objetivo.

Les daría tiempo a intercambiar unas palabras, si así lo deseaban, antes de que avistaran algo extraño.

Desde el bosque, les llegó un extraño rumor. Si miraban en esa dirección se darían cuenta de que algo se movía rápidamente hacia la aldea. Al cabo de un rato resultó ser un pequeño grupo de jinetes que montaban… No podían ser caballos. Se movían demasiado rápidos. Poco después pudieron ver que se trataban de lobos. Lobos gigantescos. Quien guiaba la comitiva hizo un gesto hacia los aprendices y los animales cambiaron de rumbo inmediatamente.

No pudieron escapar. Los cinco lobos los rodearon en cuestión de segundos. Los cabalgaban hombres de piel blanquecina, sin apenas cabello, y con rasgos deformes, en parte bestiales, armados hasta los dientes.

Pero quien más destacaba, sin duda, era su líder. Un hombre tex grisácea, grande, fuerte, con una melena pelirroja… Y el único del grupo, sin duda, que desprendía dignidad. Llevaba una espada recta desenvainada y jugaba hábilmente con ella mientras con la mano libre y las rodillas guiaba a su huargo para que diera vueltas alrededor de Enok y Nikolai. El animal les mostraba los colmillos, clavándoles una mirada hambrienta, y tuvieron claro que si no fuera por su dueño, ya se habría abalanzado a desgarrar sus gargantas.

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Vosotros sois los que estabais volando antes. —El hombre los examinó con unos ojos rojos como el fuego y esbozó una sonrisa escalofriante—. Sois los tan afamados Caballeros, ¿verdad?—Aguardó un segundo antes de continuar, mirando a su alrededor—. Pero falta uno de vosotros.—Con una sorprendente habilidad, como si la espada no pesara nada, la enarboló y esta quedó suspendida a unos centímetros del cuello de Nikolai—. Decidme dónde está y qué hacéis aquí.

No era una petición.

****
Xefil y Aleyn


Maestra, si esa persona fue miembro de Tierra de Partida, ¿por qué debería preocuparnos que escapara? Se supone nuestro aliado… ¿verdad? —había preguntado Aleyn en su momento.

Suena más como si fuera un criminal —señaló Xefil—. ¿Lo que tenemos que recuperar, él lo robó?

Tras un momento de indecisión, Rebecca había contestado, a gritos para que se la escuchara por encima del viento:

¡N-no sabemos si es nuestro aliado! ¡Huyó con los objetos…! ¡A pesar de que su misión era entregarlos a los Maestros! ¡Y de eso hace dos años! ¡Tampoco ha mostrado intención alguna de regresar a nuestro lado! ¡No…! ¡No podemos arriesgarnos a que caigan en manos de Bastión Hueco!

*


El silbido de Xefil atrajo la atención de varios de los Sincorazón voladores y, justo como había pretendido, los hombres se abatieron con todas sus fuerzas contra ellos. Al mismo tiempo, Aleyn descargó un Electro, haciendo desaparecer a uno de los monstruos más pequeños. Su mascota, Ygraine, saltó sobre un volador que había descendido sobre un soldado que, aplastado por el peso de su propia armadura, se debatía en el suelo, tan indefenso como un bebé recién nacido.

Xefil atrapó a otro de sus enemigos, que estaba atacando a un gigantesco hombre por la espalda, arrojándolo al suelo y haciéndolo desaparecer con sus dagas.

Entonces el muchacho sintió una violenta ráfaga de viento sobre su cabeza y, cuando levantó la cabeza, vio que el soldado al que acaba de salvar había barrido a varios Sincorazón de una estocada con su gigantesca espada.

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¡No te distraigas! —gritó, con un vozarrón que superó sin problemas el estruendo de las armaduras, los relinchos de los aterrorizados caballos, los alaridos de dolor y de miedo—. ¡Espalda contra espalda!

Dicho esto, el hombre le ofreció su espalda mientras, con una estocada impresionante, atravesaba a varios Sincorazón por la mitad.

Xefil podía ignorarle, por supuesto. Ambos se habían salvado mutuamente la vida y ya no se debían nada. Pero en medio de una batalla, y sobre todo si no quería hacer uso de sus habilidades mágicas, contar con un aliado tan potente tal vez le sería de mucha ayuda.

Aleyn, entre tanto, se había quedado solo, armado únicamente con su Llave Espada. Los Sincorazón se arremolinaron a su alrededor, hambrientos y atraídos por su corazón. De pronto, un caballo blanco se interpuso entre él y varias de las criaturas. Vio una capa roja ondear al aire y una espada cortar a diestro y siniestro. El jinete, jadeando, se volvió hacia él:

¡¿Os encontráis bien?!

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Era bastante joven y apuesto, y el único que no vestía en sí una armadura. ¿Por qué? ¿Quizás no se había esperado un ataque? En cualquier caso, no era porque no tuviera dotes para la batalla, pues no daba tregua a los Sincorazón. Si Aleyn se fijaba, vería que, cruzado sobre el pecho, llevaba un extraño cuerno…

De pronto, una bola de fuego se precipitó sobre Aleyn. Pero, una vez más, el joven lo protegió, esta vez interponiendo un escudo.

¡Moveos, señor! ¡Subid a un caballo! —Señaló con brusquedad uno de los que habían quedado libres—. ¡Estos monstruos van a…! ¡Ah!

Uno de los Sincorazón volador dio un tajo al caballo en los cuartos traseros. El animal relinchó, con los ojos desorbitados por el dolor, y corcoveó. El joven luchó por no caer, descuidando la defensa. Como resultado, recibió un tremendo golpe en la cabeza por parte de una de las bestias. Perdió el control de las riendas justo cuando su caballo se lanzó al galope, atravesando como una flecha la turba y alejándose hacia el bosque. Sin perder tiempo, un buen grupo de Sincorazón se arrojaron tras él.

¡¡Alteza!!—rugió el gigante. Trató de ir tras el muchacho, pero se interpusieron ante él los Sincorazón restantes—. ¡¡Apartad de mi camino!!

Aquel miembro de la realeza se alejaba cada vez más y más, rumbo al bosque, perseguido por una turba de Sincorazón.

Pronto lo perderían de vista.



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Aleyn

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[Reino Encantado] Promesas de guerra #1.5

Notapor Sheldon » Vie Sep 05, 2014 10:42 pm

Averiguad cuántos son. Y si sólo es uno… Matadlo


Aquellas palabras resonaban en su cabeza, como cristales rotos en el mortero de la memoria.

Yo también iré.—dijo una remota voz tras el muchacho a una distancia media, mientras Enok se volvía—. Con toda esta plaga de sincorazón, dudo que los de Tierra de Partida hubiesen mandado solo a una persona.

Instintivamente Enok se giró, un tanto azorado. Su tono no era demasiado grave y tampoco agudo en exceso. Neutral aunque un tanto juguetón, quizás abierto o entusiasta y con modulaciones constantes, como si de un instrumento musical hubiese estado haciendo uso.

Se trataba del mayor, de quien desconocía cualquier dato que trascendiese más allá de su físico, único elemento que Enok podía juzgar. Fuese como fuese al menos tendría una ayuda, un compañero que de alguna u otra forma velase por el fin común al que se les había encomendado. Ahora tan solo restaba saber si la intención de aquel chico era la obediencia exacta a la Maestra Nanashi o si, por el contrario, gozaba de uno de esos ideales inquebrantables que impedían a las personas obrar de determinadas formas.

Ya se vería en su momento.

Antes de que Enok pudiese darse cuenta estaba más bien siguiendo a su compañero que al objetivo en el Glider. Desde su posición podía observar toda la parte trasera de la armadura de su compañera. Las piezas que la conformaban se dibujaban en negros chillones delineados por decoraciones en mate hasta alcanzar un casco que terminaba en dos puntas arqueadas. A costa de fijarse en aquellos detalles olvidaba lo que le rodeaba, las personas a su alrededor.

Nunca le había asaltado aquel sentimiento o más bien pensamiento: ¿Respondía el poder de los Portadores a su naturaleza interior así como los accesorios y armas que utilizaban? Quizás aventuraba demasiado al pensar que existían fuerzas o potencias que hacían corresponder el exterior con el interior del ser humano. Oscuridad, Aire, Nada o Hielo. De este modo, aquellos elementos no eran más que exteriorizaciones de la psique.

Aunque la importancia de todo aquello era nula, bien podría tratarse de un ejercicio para despejar lo que verdaderamente apenaba a Enok, algo que desde hacia mucho tiempo no acertaba a categorizar o que simplemente había olvidado. El cosmos de pensamientos del chico escondía en su epicentro una rosa herida y sangrante pero orgullosa y en busca de su huida.

Un par de pasos en la fértil tierra de aquellos mundos calmó los espíritus del mundo. No eran enemigos aquellos quienes dejaban las huellas sobre el barro, lanzando al suelo gotas de sudor. Solo eran ajenos, personas extrañas que se hacían pasar por visitantes. La pareja de aprendices de la llave-espada se había posado en tierra más bien por la iniciativa inconsciente del compañero de Enok que por este último, quien se limitaba a seguir el camino que le daban. Los minutos para el tímido chico se habían sucedido en elaboradas y pesadas horas.

El polvo, los marrones del suelo, las hojas deslizándose muertas, los gigantescos pinos y el cielo apagado sobre su cabeza creaban una peculiar atmósfera que había calado desde el primer momento en las entrañas del jóven.

Aún seguían al misterioso conductor del Glider que esta vez se había posado en suelo firme siguiendo una especie de precauciones ya que su destino era un pequeño pueblo, una villa en un claro del bosque con casas achatadas y de colores apagados. Era natural que no quisiese ser visto utilizando magia en un sitio como aquel, posiblemente poco acostumbrado a los alardes de poder mágico.

Mientras caminaba, hizo que su armadura desapareciese de su cuerpo mostrando su verdadero cuerpo. No necesitaría aquel tipo de protección por el momento. Con un vistazo rápido comprobó la ropa que vestía. Se trataba justamente del traje que había tomado prestado del cuarto de Bastión Hueco. A decir verdad, le quedaba un tanto grande y holgado. Todas las partes del modelo estaban realizadas en cuero y daban gran sensación de comodidad y protección por no decir que se encontraba en perfectas condiciones.

Una camisa azulada con motivos medievales surcada por lineas en los extremos, con anchas mangas semi-abiertas y cuello en punta, unas mallas cubiertas casi en su totalidad por unos grandes botines decorados pulcramente por remaches y partes añadidas y finalmente una capa algo de un color algo más claro que, sin embargo, había decidido no ponerse, eran los conformantes del atuendo de Enok.

Y, al parecer, había acertado al escoger aleatoriamente aquel modelo teniendo en cuenta las características del mundo. Por lo pronto se podría sentir como un héroe o un aventurero de novela, surcando los bosques y praderas a lomos de su caballo, a pie por los senderos más escabrosos.

Pero aquello no era un cuento, no había caballos, ni aventuras, ni héroes y ni tan siquiera un verdadero sentimiento de heroicidad. Más bien se encontraba extraño en aquella ropa, creyendo en todo momento que a ojos del mundo lo que hacía no era más que una ridiculez. No, él no podía llevar aquello y menos delante de otras personas. Pensarían cualquier cosa sobre sus movimientos recatados o sobre su retraimiento excesivo por no nombrar esa inquisidora mirada que mantenía cuando reflexionaba, degustando con el pensamiento toda la información que llegaba a sus ojos.

Creo que no nos hemos presentado antes como corresponde con las prisas, ¿no? —dijo el compañero de Enok en el momento que sus pies pisaron el terreno mientras hacia desaparecer su oscura armadura—. Aunque ya sabemos el nombre de cada uno, pero…¡Que no se pierdan las buenas formas! Soy Nikolai Everard, un placer.

Enok volvió a oír aquella voz y confirmó definitivamente sus sospechas. Una persona bastante normal sin ningún exceso en ningún aspecto. Tenía que responder algo, lo que fuese, así que dijo su nombre, tal cual, mientras levantaba el rostro del suelo unos centímetros:

Enok.

Aquella maniobra puede que no hubiese resultado vencedora a juzgar por el ímpetu que ahora volvía a tomar su compañero:

Por cierto, me gustaría tratar en un momento contigo el “pequeño” tema de ir por ahí… —añadió el aprendiz llamado Nikolai—. Matando a los del otro bando como nos ha pedido la Maestra.

>>Voy a serte sincero: ahora mismo no tengo ningún motivo para mancharme las manos de sangre. No tengo ni idea de que hizo Tierra de Partida para que Nanashi y gran parte de los aprendices del castillo los quieran ver a todos muertos, pero no entra en mis planes ejecutar a nadie —argumentó acompañándose de lenguaje no-verbal—. Esa es mi opinión, aunque también me vendría bien conocer tu punto de vista si vamos a trabajar juntos.

Enok dejó escapar un suspiro que más bien se antojó a una llamada de auxilio. Dejó pasar unos segundos mientras buscaba las palabras con las que expresarse:

Bu-Bueno. Yo... Sí, puede que Na-Na-Nanashi ten-tenga razón... o sus mo-motivos... Pe-pero esto ya no se solucionará ma-matando a na-nadie. —divagó sin dar una respuesta concisa.—N-No. Na-Na-Nadie morirá bajo mis ma-manos.

>>Niko...Nikolai...—añadió tras unos segundos de silencio—.¿Qué es eso de los-los vi-villanos finales?—preguntó como fin de su intervención Enok al encontrarse bastante perdido en los objetivos de la misión.

¿La banda criminal de la que nos habló la Maestra?—respondió con una pregunta retórica el aprendiz—.Da la casualidad de que en mi mundo natal me topé con uno de ellos, aunque bien es cierto que ni le llegué a ver la cara —dijo Nikolai con una actitud dudosa—. El caso es que se dedicó a engañar a la gente del mundo con amenazas para… —sin previo aviso el chico se detuvo.

Y finalmente todo fue sustituido por un progresivo sonido, un ruido de pisadas de animal, apresuradas y nerviosas pero con seguridad. Enok dio un respingo al que le siguió una sensación de malestar por todo su cuerpo. Las buenas noticias acababan en aquel momento.

Justo detrás de la pareja de aprendices, de entre las raíces y troncos de los árboles una imagen aterradora fue haciéndose más y más nítida, dispersándose y volviéndose a juntar. Se movían con presteza y pronto alcanzarían los pasos de los chicos. Enok miró por última vez a su compañero con desconfianza y tragó saliva.

No había otra que parar y esperar. Podrían haberse ocultado pero dudaba de que aquello sirviese de algo. Cinco jinetes montados en una especie de lobos gigantescos rodearon al dúo. Los seres sobre los lomos de las bestias eran salvajes. Su cabellera había sido desgastada por el esfuerzo sobrehumano que parecían ejercer y sus pieles, de un blanco nevado reflejaban rasguños ensangrentados y manchas de tierra. La vida bajo los árboles parecía haberles robado los rayos de sol de los que disfrutaba aquel mundo. Rostros deformados completaban la parte superior de sus cuerpos. Aquella descripción mental que elaboró el chico no hizo sino más que aumentar su miedo.

De entre todos destacaba uno en especial que a juzgar por su porte parecía gobernar sobre todos los otros. El color de su piel era radicalmente opuesto al de sus súbditos, similar a la ceniza, que contrastaba con el fogoso color de sus cabellos. Portentoso y poderoso, blandía en una de sus manos una alargada e imponente espada.

Vosotros sois los que estabais volando antes. —comenzó su discurso el jefe, con una voz profunda acompañada por una sonrisa desgarradora—. Sois los tan afamados Caballeros, ¿verdad?—se detuvo en un dramático silencio—. Pero falta uno de vosotros.—añadió en una tercera frase esta vez extendiendo su arma en dirección al cuello del compañero de Enok—. Decidme dónde está y qué hacéis aquí.

Enok enmudeció durante unos instantes. Sus vidas pendían de un fino hilo, un hilo en manos de aquellos salvajes. Parpadeó tres veces seguidas y intentó buscar la mirada de Nikolai, pero no la encontró. Hubiese sido demasiado ególatra intentar cruzar una última mirada con su compañero.

No...no.—comenzó Enok esgrimiendo alguna respuesta, por falsa o verdadera que fuese. —El otro está... Bu-bueno. Pa-pa-parece que nos ha adelantado...pe-pero—se detuvo y respiró hondo—.Iba ha-hacia allí—terminó señalando y mirando con un dedo tembloroso hacia el poblado.

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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Drazham » Lun Sep 08, 2014 1:13 am

Nunca lo hacen.

Aquello fue lo último que se dijo antes de que los aprendices tomasen caminos distintos. Oswald se fue en dirección a la Montaña Prohibida junto con Nanashi, mientras que Nikolai y Enok pusieron rumbo hacia los bosques en los que el glider desconocido se había adentrado.

Desde la lejanía, Niko pudo vislumbrar que el misterioso caballero ya había aterrizado por las cercanías de la aldea, aunque resultó un tanto extraño que una vez que pisó tierra, se quedase allí plantado durante un buen rato. Desde la lejanía no se le podía distinguir, pero por un momento, Nikolai juraría haberle visto encarándose hacia ellos y agitarles el brazo. Al rato, su “presa” se fue alejando del lugar de aterrizaje y se dirigió tranquilamente hacia el poblado.

<Para ser considerados unos asesinos, se toman las cosas con bastante calma.>

Tenía toda la pinta de que les había visto de sobra, pero ni siquiera pareció preocupado por el hecho de que dos caballeros desconocidos montados en sus gliders se aproximasen hacia él. De todas formas, ya les había tomado la delantera, y para tener una posibilidad de poder alcanzarlo no les quedó mas remedio que bajar al bosque y seguirle el rastro a pié.

El bosque en el que habían aterrizado denotaba no estar dentro de los dominios del hada, siendo abundante en vegetación y opuesto a los yermos que hace unos minutos estaban sobrevolando. El compañero de Niko que lo había estado acompañando todo este rato desde atrás, Enok, fue el primero en desmaterializar su armadura, mostrando las vestimentas que había elegido para no desentonar en el mundo.

Nikolai prefirió llevarse aquella camiseta negra para no llamar la atención entre los habitantes de este mundo, siendo una prenda bastante común en casi cualquier parte. Pero el joven de la coleta había demostrado ser muy detallista con el conjunto medieval que había escogido para la ocasión.

A primera vista, parecía ser un joven bastante tranquilo, pero él bien sabía que las apariencias engañan, y si iba a ser su compañero de misión, tendría que averiguar que clase de persona era en realidad para tener en cuenta posibles conflictos de ideales. Lo mismo tenía delante a uno de esos aprendices que no hacían más que pensar en la dichosa guerra entre las dos Órdenes y que no les importaría en absoluto obrar como les había pedido Nanashi.

Creo que no nos hemos presentado antes como corresponde con las prisas, ¿no? —comenzó Niko una vez puso pié en tierra y desmaterializó su armadura—. Aunque ya sabemos el nombre de cada uno, pero… —se pasó la mano por la nuca—. ¡Que no se pierdan las buenas formas! Soy Nikolai Everard, un placer.

Su compañero le dirigió la mirada y se tomó un par de segundos para darle una respuesta:

Enok.

El joven se limitó a pronunciar su nombre. Bastante escueto, lo que indicaba que no sería alguien muy hablador y que tendría que tirarle un poco más de la lengua si quería sonsacarle algo más.

Por cierto, me gustaría tratar en un momento contigo el “pequeño” tema de ir por ahí… —titubeó durante un momento—. Matando a los del otro bando como nos ha pedido la Maestra.

>>Voy a serte sincero: ahora mismo no tengo ningún motivo para mancharme las manos de sangre —declaró—. No tengo ni idea de que hizo Tierra de Partida para que Nanashi y gran parte de los aprendices del castillo los quieran ver a todos muertos, pero no entra en mis planes ejecutar a nadie —justificó, negando con la cabeza—. Esa es mi opinión, aunque también me vendría bien conocer tu punto de vista si vamos a trabajar juntos.

El aprendiz delgaducho se puso un poco nervioso por el tema de conversación que había escogido el otro rubio y suspiró. Parecía costarle buscar las palabras.

Bu-Bueno. Yo... Sí, puede que Na-Na-Nanashi ten-tenga razón... o sus mo-motivos... Pe-pero esto ya no se solucionará ma-matando a na-nadie. —argumentó como pudo.— N-No. Na-Na-Nadie morirá bajo mis ma-manos.

Niko comprendió enseguida que Enok no querría hacer un uso prolongado de la palabra debido a su problema de tartamudez, pero era un consuelo que por su mente no rondasen los ideales de odio y desprecio de algunos de sus compañeros del castillo.

Niko...Nikolai...—articuló. El otro joven le asintió con la cabeza para hacer ademán de que le estaba escuchando—.¿Qué es eso de los-los vi-villanos finales?

¿La banda criminal de la que nos habló la Maestra? —inquirió, llevándose la mano al mentón—. Da la casualidad de que en mi mundo natal me topé con uno de ellos, aunque bien es cierto que ni le llegué a ver la cara —se encogió de hombros—. El caso es que se dedicó a engañar a la gente del mundo con amenazas para…

Pero Nikolai dejó de hablar inmediatamente. Hace un par de segundos que había escuchado en la lejanía múltiples pisadas de animales grandes que se aproximaban hacia su posición, y no sonaban para nada como el galopar de los caballos.

Y entonces salieron de entre los árboles: cinco lobos de enormes proporciones con sus correspondientes jinetes que rodearon al dúo de aprendices en cuanto se percataron de sus presencias. Si los lobos ya parecían monstruosos, los que los cabalgaban tampoco eran tan diferentes: humanoides de piel pálida, escaso cabello y con hoscos semblantes.

Pelear no era una opción valida. No solo tendrían que luchar contra los cinco jinetes, se le añadía también el librarse de los gigantescos canes que les mostraban sus afilados colmillos.

De los cinco, se les acercó montado sobre su bestia el que debía ser el líder. A diferencia de los otros, tenía más de humano que de monstruo. No resultaba tan grotesco como sus compañeros, si no que infundía respeto. Su piel era cenicienta, y tanto su cabello como sus ojos eran de un tono rojizo muy intenso que simulaba el de las llamas. Mientras comandaba al lobo con una mano, con la otra blandía una portentosa espada con gran maestría.

Vosotros sois los que estabais volando antes. —pronunció mientras les observaba desde lo alto de su montura y esbozaba una siniestra sonrisa—. Sois los tan afamados Caballeros, ¿verdad?

A estas alturas no les serviría mentir sobre su procedencia. El humanoide conocía de la existencia de los caballeros y encima los habían visto volando sobre sus gliders.

Pero falta uno de vosotros.—con un simple gesto, alzó su espada y la acercó peligrosamente al cuello de Nikolai, quien lo extendió por puro acto reflejo—. Decidme dónde está y qué hacéis aquí.

La situación había empeorado demasiado. Niko se quedó totalmente inmóvil, mostrando una expresión seria y fijando su mirada en los llameantes ojos del hombre que le amenazaba con su arma. Buscaba en su subconsciente alguna posibilidad de que los dos saliesen ilesos de allí sin dejarse llevar por el miedo.

No...no.—balbuceó Enok, siendo presa del pánico. —El otro está... Bu-bueno. Pa-pa-parece que nos ha adelantado...pe-pero—paró para tomar aire—.Iba ha-hacia allí—apuntó temeroso con el dedo hacia la aldea.

Los nervios no le dejaban articular bien, pero Niko sabía que era lo que su compañero pretendía. El líder de los humanoides los había avistado en el cielo, pero solo a tres de ellos. No sabía si con el tercero se estaba refiriendo a Oswald antes de que se separasen o al otro caballero que estaban persiguiendo, pero Enok intentaba que creyesen que se trataba del segundo con el fin de mantener en secreto la misión de buscar al hada de la montaña.

Había tomado la delantera para comprobar que había mas adelante y se ha ido justo por donde indica mi compañero —intervino Niko para relevar a Enok—. Si andabais por aquí, deberíais haberlo visto pasar por este camino.

>>Respecto a lo que nos ha traído aquí… —se detuvo para echarle un rápido vistazo a la espada que tenía a escasos centímetros del cuello y volvió a mirar al líder de la banda—. Supongo que sabréis de las criaturas oscuras conocidas como Sincorazón que han invadido el lugar. Nuestro trabajo consiste en eliminarlas. Para eso hemos venido.

No estaba muy seguro de que la excusa de los sincorazón le fuese a valer al hombre de tez grisácea. Niko no era muy buen mentiroso, ya que lo suyo eran las “medias” verdades. Tan solo había que contarles la verdad, pero solo lo que querían escuchar y obviando cualquier otro detalle.

Por otra parte, con el encontronazo con los deformes seres le vino a la mente el detalle de que su Maestra les había informado de que el hada tenía en su poder un ejército de unas criaturas denominadas “goblins”, y quizás se tratasen de los monstruitos que tenían justo delante.

Por lo visto, parece saber bastante acerca de nosotros —dijo Niko sin apartar la vista del líder—. ¿Puedo preguntar por su nombre y que asuntos le han llevado hasta nosotros?
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[IK] Ronda #2 - Promesas de guerra

Notapor Soul Artist » Mar Sep 09, 2014 3:36 pm

¿Qué es lo que quieres?

Entrar al poblado no iba a resultarme tan fácil como pensé en un principio. Fueron dos los guardias que me cortaron el paso con dos lanzas, observándome con fiereza y de todo menos buenos modales. ¿Por qué iban a poner guardias en un pueblucho de mierda, teniendo un castillo cerca? ¡Ni que la labor de los reyes fuese proteger a su pueblo de los posibles peligros!

Entrar —contesté tras detenerme y señalar al interior del pueblo.

¿Y por qué llevas eso? —me siguió interrogando el guardia, señalando hacia mi cara. No supe si ofenderme o no hasta que continuó preguntando—. ¿Acaso eres un orco de esa maldita hada?

¡Eh! —protesté al ver que me dedicaban de todo menos palabras de amor—. Orca será tu madre, no te...

Error. Debía aprender a no meterme con las madres de los demás, pues la gente no reaccionaba de manera agradable y educada. Ambos guardias se abalanzaron sobre mí, siendo su compañero el que colocó el filo de su arma en mi cuello. Di un paso atrás y, asustado, levanté las manos por encima de mis hombros.

Seguro que lo es. ¿Por qué iba a ocultar su rostro, si no?

Eh, eh, vamos a calmarnos todos —intenté dialogar, con la voz ligeramente temblorosa por el temor de verme bebiendo con una pajita en el cuello de por vida—. Sólo han sido un par de insultos de nada, entre amigos. Dejémoslo en que nadie es un orco, ¿vale?

No, el diálogo no me iba a ayudar, y menos con aquellas maneras. ¡Yo no les había hecho nada! Sólo había intentado entrar en un pueblo pseudomedieval con una máscara y gafas protectoras, pelo poco cuidado como el de una bestia y un ratón eléctrico amarillo del tamaño de un gato. ¿Era para tanto como para recibir aquel trato? Pues ya verían cuando llegasen los de Tierra de Partida...

Pero dejé de concetrarme en ello cuando llegó un anciano corriendo, histérico y agotado. Se tiró al suelo de rodillas y fue socorrido por uno de los soldados, intentando calmarle. No me enteré de mucho de la conversación que mantuvieron: sólo algo de un maleficio, o alguien maléfico que pululaba por allí.

¡Maldita sea! ¡Chico, encierra a ese hombre! ¡Lo interrogaré cuando regrese!

Y el de la madre orca se fue. Me concentré en mirar al soldado que había dejado solo, aún con las manos levantadas. Intenté bajarlas, pero con un empujón de su arma me indicó que comenzara a caminar por delante de él; suspiré y obedecí.

No quería meterme en líos bajo ningún concepto. Las últimas veces que escapé de algún sitio donde se me retenía en contra de mi voluntad resultó que, si hubiese esperado un poco más, me habrían dado la libertad que me merecía. Además: Rebecca estaba buscándome, y me había asegurado de que los miembros de la Orden me viesen. En cuanto entrasen en la aldea sabrían dónde estaba y podríamos comenzar las debidas negociaciones.

Nunca había pensado que una de estas criaturas saldría del bosque. ¿Es tuya? —preguntó el guardia curioso con la vista clavada en Pikachu. Mi ratoncita movió las orejas y se pegó a mí, temerosa por lo que aquel hombre podía hacerle.

No es de este bosque. Es de un reino muuuy lejano —contesté con toda la buena educación que podía. Aunque fuese desconfiado, aquel hombre no me había insultado, al menos por ahora—. ¿Qué ha pasado en este pueblo? Parece un poco... Machacado. ¿Los Sincorazón, quizás? —pensé mejor la última palabra. Si no podían reconocer una simple máscara como la mía, quizás a aquellas criaturas tampoco con aquel nombre—. Las bestias de la oscuridad con ojos amarillos. Ya sabes, esos que bailan tan mal.
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Ronda #2 - Promesas de guerra

Notapor Astro » Mar Sep 09, 2014 6:53 pm

La gente tiene derecho a decidir si lo que les hicieron fue bueno o malo. Si tú consideras que ese hombre te salvó, no hagas nada si así lo quieres. Pero…

Nanashi había tardado en responder a mi pregunta. Pero al hacerlo me había mirado directamente a la cara, como si ninguno de los dos llevásemos casco, clavando sus ojos en los míos.

A mí me da igual que tú lo consideres tu salvador. Me ha arrebatado demasiado para que desee otra cosa que su muerte.

No dije nada. Ya había pasado por esto antes: Wix, Nanashi, todos los demás veían horrible lo que me había pasado. Como si perder el corazón fuese lo peor que a uno le podía pasar. Sin embargo, yo sólo podía entenderlo como la mayor de las liberaciones. Ser libre de sentimientos era una bendición, no una maldición.

Además, y aunque ya lo sospechaba de antes, acababa de confirmar que Nanashi y Mateus cruzaron sus caminos en el pasado por el rencor que escapaba de ella cada vez que le nombraba. Lo dicho, los sentimientos sólo te hacían mostrar debilidad.

»Además, él devoró tu corazón. Por tanto, es posible que hayas desarrollado alguna conexión con él. Independientemente de si deseas llevarme hasta Palamecia o no, puede que él venga a buscarte.

Eso podría hasta haberme hecho gracia. ¿Conexión con el Diablo? Lo dudaba mucho. Aunque si así fuera, la única señal que había recibido era unas constantes pesadillas que se repetían casi todas las noches. Si me estaba mandando un mensaje, no conseguía descifrarlo.

Es decir, me usas como cebo. Entiendo.

Fue lo único que dije en el resto del camino, al igual que ella. En otras situaciones tendría que haberme preocupado por la situación del mundo o qué demonios íbamos a buscar exactamente en la Montaña, pero estaba demasiado ocupado perdido en mis pensamientos como para darle prioridad la misión.

La posibilidad de que Mateus Palamecia quisiera algo de mí nunca se me había pasado por la cabeza. Desde mi transición no había vuelto a tener contacto con los Villanos Finales, ya fuese por casualidad o porque los Maestros intentaban mantenerme apartado de ellos. Tampoco le había dado importancia, la verdad, estaba demasiado ocupado descubriendo una nueva visión del mundo y adaptándome a mis nuevas circunstancias, pero ahora que lo consideraba...

«No olvides que he sido yo quien te ha salvado».

¡Aparta, Oswald!

Tan perdido en mi mundo, no me di cuenta de lo que ocurría. Cuando quise reaccionar, una roca enorme estaba apunto de aplastarme. Fue Nanashi quien me apartó, aunque no a tiempo. Su glider acabó partido por el impacto, obligando a la mujer a invocar a su pájaro para no caer al vacío. Por mi parte, mi tabla también acabó dañada, y no tuve otra opción que ir descendiendo poco a poco.

Todo fue muy rápido. Intenté mirar a mi alrededor para ver qué o quién nos estaba atacando, pero una lluvia de flechas me lo puso bastante difícil. Me pareció ver por el rabillo del ojo que Nanashi conseguía rechazar una primera oleada con una barrera mágica, pero pronto la perdí de vista.

Una flecha clavándose en mi hombro fue la señal definitiva de que debía llegar a tierra, sobre todo con la tabla en ese estado. Esquivando más proyectiles por los pelos, conseguí tocar suelo y desmaterializar tanto el vehículo como la armadura. Y por una vez la suerte me sonreía: la flecha no había llegado a clavarse, tan solo le había hecho un arañazo.

Ya sin armadura, las ropas que había elegido para aquel mundo quedaban a la vista. Camisa blanca, chaleco, pantalones y una elegante capa azul. Todo muy acorde a las costumbres de Reino Encantado, más o menos.

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¿Y ahora qué...? —susurré para mí mismo, girando sobre los talones para examinar la zona donde había aterrizado.

Un bosque, lúgubre y frondoso, me rodeaba. Los árboles eran altos y estaban muy juntos los unos de los otros, y no había manera alguna de orientarse con facilidad. ¿Dónde se habría metido Nanashi?

No tuve tiempo para pensar en ello: un rugido a mi espalda llamó toda mi atención.

¡Encontradlos!

Una voz atronadora, acompañada de todo tipo de ruidos propios de un ejército cuyas intenciones eran bastante evidentes. No tenía tiempo que perder, y menos si el jadeo que escuchaba era el de un animal. Pronto llegarían hasta mí si me quedaba quieto, pero...

Hoy no es el mejor día para llevar capa —musité, dándome prisa en quitármela.

Si quería huir o esconderme, aquello sólo me haría perder tiempo cuando se quedara enganchada en cualquier rama suelta. Además, con un poco de suerte me haría ganar tiempo: colgué la capa en una rama cercana, casi al lado de donde había caído.

Y eché a correr lo más rápido que pude en dirección opuesta a los ruidos, como alma que lleva el diablo. Pero tras una buena carrera, cambié de opinión: estaba en su terreno, avanzando con dificultad por el bosque. Huir así no acabaría bien. Pero, ¿y esconderse?

Busqué a toda prisa el árbol más alto y resistente que pude encontrar y, aprovechándome de que los troncos de unos y otros estaban cercanos, me puse a escalarlo lo mejor que supe.
Cuando llegué a la rama más alta que mi condición de escalador inexperto me permitió, me acomodé lo máximo posible y forcé a mi cuerpo a que se relajara: respiraba despacio, procurando no hacer ni un ruido. Estaría atento a cualquier sonido, calculando la distancia que me separaba de aquellos que me perseguían, y en cuanto viera que cualquier cosa se acercaba al árbol donde estaba usaría Tenue para que me ayudara a ocultarme mejor.

¿Siervos de aquella hada malvada, tal vez? ¿Serían goblins? Pronto lo descubriría.
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57. Ferrocustodio I
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Re: Ronda 2

Notapor Sally » Mar Sep 09, 2014 10:11 pm

El corazón le latía desaforado, marcando un ritmo semejante al de un tambor de guerra. Como la guerra que amenazaba con devorar al Reino Encantado, la guerra en la que se había sumergido hasta el cuello.

Aunque no estaba solo; Xefil había acatado también las órdenes de la Maestra, y los dos se abalanzaron sobre los Sincorazón. Probablemente si hubieran sido más Aprendices o si hubieran tenido más tiempo para prepararse, habrían podido establecer alguna clase de plan. Pero Aleyn pensaba que si se detenían en semejantes preparaciones, aquello se convertiría en una escabechina. Y de nada servirían los planes si las personas a las que pretendían salvar estaban ya muertas.

Su Electro acertó en el objetivo, acabando con él. Aunque fuera uno de los enemigos de menor tamaño, no dejaba de ser uno menos y no pudo sino sentir una leve satisfacción en su interior. Había estado tanto tiempo sin realizar magia que, ahora, cada vez que conjuraba algo, por nimio que fuera, le resultaba maravilloso. Y aun más si con ello había logrado hacer desaparecer a un Sincorazón. Ygraine quizás no podía acabar con ellos pero sí distraerlos y evitar que siguieran masacrando a los soldados.

Xefil parecía no querer hacer uso de ninguna habilidad mágica, quizás para seguir la orden de Rebecca de no llamar la atención, pero a Aleyn no le quedaba otro remedio. Era más ducho en ellas que en el manejo de la Llave Espada, o eso pensaba. De cualquier forma, tampoco podía prestar demasiada atención a su compañero, puesto que pronto se vio rodeado de Sincorazón.

Empuñó su arma con fuerza, intentando que los nervios o el miedo no le hicieran temblar y errar un golpe. Podía intentar lanzar otro conjuro, pero eran demasiadas criaturas, y sabía que no tenía ni de lejos el suficiente poder para acabar con todas ellas de aquella manera.

Antes de que se arrojaran sobre él, sin embargo, un jinete se interpuso entre el enemigo y él, blandiendo una espada con la que le mantuvo de momento a raya.

¡¿Os encontráis bien?!

¡No os preocupéis por mí! —exclamó mientras asentía— ¡No desviéis la vista del enemigo!

Se ahorró la gratitud para más tarde. Si es que había un más tarde, claro. Porque por mucho que pudiera agradecer el seguir respirando, seguían estando en mitad de una batalla campal. Cualquier distracción podía ser fatal, y más aún para alguien como su salvador, que ni siquiera llevaba armadura. Lo cual le llevaba a pensar que era poco probable que hubieran estado esperando aquel ataque. O, simplemente, había decidido no cargar con peso extra para poder moverse más rápido y llegar al castillo o hacia donde hubieran estado dirigidos.

De pronto, una bola de fuego cuyo origen era totalmente desconocido, se precipitó sobre él. Sus piernas se tensaron, preparadas para poder esquivarla, pero una vez más, el jinete se interpuso, parando el proyectil con el escudo. Definitivamente, aquel joven no era un cualquiera.

¡Moveos, señor! ¡Subid a un caballo¡ Estos monstruos van a…! ¡Ah!

¡Cuidado!

El aviso de Aleyn llegó, sin embargo, demasiado tarde; un Sincorazón volador atacó al caballo, y antes de que ninguno de los dos pudiera hacer nada para tratar de calmarlo, éste se encabritó. Lo demás pasó tan rápido que apenas si tuvo tiempo para procesarlo todo. Cuando quiso darse cuenta, el caballo había salido disparado hacia el bosque, totalmente descontrolado, y su jinete apenas si podía mantenerse sobre la silla, mientras un numeroso grupo de Sincorazón abandonaba la batalla para poder ir tras él.

¡¡Alteza!!

Aquel grito le hizo girarse para descubrir a un soldado gigantesco de cuya presencia, increíblemente, no se había percatado hasta ese momento por culpa del combate. Su mente unió los puntos y dedujo que el joven que acababa de ser atacado era la persona a la que todos aquellos guardias debían proteger. El gigante intentó dirigirse hacia el bosque, mas aún seguían quedando enemigos, y éstos le impedían el paso.

¡¡Apartad de mi camino!!

Aleyn se mordió el labio, intentando pensar sin dejar de atender a la batalla. La Maestra Rebecca les estaba esperando en la plaza del castillo, pero ella misma les había dicho que tenían que acabar con los Sincorazón… Aunque también les había dicho que recuperar los objetos que tenía aquel supuesto ladrón.

Una vez más, deseó poder tener el tiempo suficiente para tomar una decisión apropiada y evitar equivocarse… No obstante, los segundos se le escapaban, y él no podía quedarse quieto sin hacer nada.

¡Xefil! —alzó la voz lo más que pudo, para hacerse oír por encima del fragor de la batalla— ¡Perseguiré a los Sincorazón que han entrado en el bosque!

No podía ordenarle que le acompañara, pero lo mínimo que debía hacer era avisarle. Igual su compañero prefería quedarse peleando con los enemigos que aún quedaban en la linde del bosque, o regresar con la Maestra. E igual él mismo debería quedarse allí. Sin embargo, dejar al joven que le había salvado dos veces en semejante estado de desventaja le parecía inhumano. Más si, como había oído bien, era un miembro de la realeza. Y, desgraciadamente, no podía dividirse.

Intentaría subir a uno de los caballos que estuvieran sin jinete para poder perseguir al enemigo con más rapidez, e intentar abrirse camino entre las criaturas que se interponían entre él y su objetivo. Si no conseguía calmar lo bastante a uno para poder hacerlo, ya que supondría que estarían nerviosos por culpa de los Sincorazón, no le quedaría más remedio que ir a pie. Tendría que desinvocar su armadura para poder correr con más ligereza.

Esperaba que el paso de las criaturas fuera lo bastante claro para poder seguirlas entre la espesura. De lo contrario tal vez tuviera que dejar que Ygraine rastreara el camino.
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Ronda #2 - Xefil

Notapor Zee » Mié Sep 10, 2014 5:40 pm

¡Con cuidadito! —me agaché por reflejo cuando sentí una corriente de viento levantarme el cabello. Pensando que alguno de los Sincorazón había intentado volarme el cráneo de un tajo, giré sobre mis talones y alcé la mirada, levantando también la daga para responderle a mi atacante—. ¡Uy!

Afortunadamente no se trataba de ningún Sincorazón. Y no había intentado volarme la cabeza; de hecho, el muy amable humano me había protegido de algunas de aquellas bestias con un poderoso tajo de su espada. Una espada, tengo que mencionarlo, demasiado ancha como para que cualquier hombre normal pudiese levantarla. ¡Era enorme! Si no me lo estaba imaginando por el fragor de la batalla y estaba exagerando, aquella cosa era casi tan alta como su dueño.

Miré mi daga plateada, sintiéndome algo avergonzado.

¿Compensando? —señalé travieso, mientras me ponía de pie de un salto.

¡No te distraigas! —me reprochó, gritando con tremenda fuerza, tanta que superó todo el desmadre que nos rodeaba. Con esa voz, seguro que era capitán o algo así—. ¡Espalda contra espalda!

Asentí con la cabeza y me coloqué como el lo había sugerido. No pude evitar sentirme apenado cuando sentí su ancha espalda prácticamente envolviendo la mía. Parecía que comparado con los hombres de mi mundo, seguía siendo un fideo. Un fideo en forma y muy saludable, pero un fideo al fin y al cabo.

Invoqué mi Llave-Espada en mi mano izquierda, mientras que con la diestra me guardaba la daga en el cinturón. Enrollé mi cuerda en la empuñadura con un rápido movimiento, por si necesitaba usarla de nuevo. Apareció con un destello rojizo y una salpicadura de sangre etérea, lo cual en retrospectiva pudo haber sido espeluznante para cualquiera que estuviese allí que no fuera un mago. Pero como parecían estar más ocupados en salvar sus posteriores y no le habían prestado mucha atención a Aleyn, me arriesgué a mostrar mis propias habilidades.

La Llave-Espada era más larga que una daga. Con la retaguardia cubierta y con un alcance más amplio, sería más sencillo acabar con aquellos demonios.

'Demonios'. Ya estaba pensando como nativo de nuevo.

Adopté una guardia defensiva. Tenía suficientes reflejos como para rechazar los ataques y devolverlos con mi Llave, a menos que se me echaran un montón de Sincorazón encima. Y podía concentrarme sólo en el frente, por lo que no tendría más distracciones. Ni siquiera Aleyn, por el que, estaba seguro, no tendría por qué preocuparme. Parecía saber defenderse solo.

¡¡Alteza!!—escuché de pronto a mis espaldas. El grito hizo retumbar mis oídos y me sacudió por la sorpresa, ante lo cual giré la cabeza. Supuse que había sido el hombre con el cual me había pegado el que había exclamado aquel llamado de alarma, indicando que alguien se encontraba en peligro. Paseé mi mirada por todos lados, buscando al noble al cual se refería—. ¡¡Apartad de mi camino!!

El Capitán, como pasé a referirlo mientras no conocía su nombre, se lanzó al frente como si algo hubiese llamado su atención. Un grupo de Sincorazón le cortó el paso, sin embargo. Aproveché para mirar por un costado suyo, distinguiendo la figura de un jinete y su caballo siendo perseguida por un montón de enemigos voladores. No supe si estaba huyendo o si el corcel había entrado en pánico, pero de cualquier manera seguía estando en peligro.

Y, por lo que había gritado el capitán, era un hombre importante.

Estuve a punto de echarme a correr detrás del caballo...

¡Deja qu-!

¡Xefil! ¡Perseguiré a los Sincorazón que han entrado en el bosque!

...pero Aleyn se me adelantó.

No podíamos ir los dos a ayudarle; lo cual era una lástima, porque estaba seguro de que yo era más rápido que mi compañero (no pretendo ofenderte, si es que llegas a leer esto) y hubiera preferido ir en su lugar. Aunque suponía que, si realmente lograba calmar un caballo como le vi intentar, no habría diferencia. De cualquier manera, era innegable que al menos uno de los dos tenía que quedarse con los hombres de la compañía, ayudándolos a deshacerse de los Sincorazón.

¡Muéstrales tu Llave! ¡Eso los atraerá hacia ti! —le grité mi sugerencia, esperando que así pudiera quitarle a las bestias de encima al noble y a su caballo. Luego puse mi atención de nuevo hacia lo que era importante y disparé un Magnetar en dirección al muro de Sincorazón que le habían cortado el paso al Capitán.

El hechizo los disiparía. O al menos los atontaría un poco. Y entonces el Capitán podría aprovechar la oportunidad para seguir a Aleyn.

¡Id con vuestro señor! ¡Ya!

Yo me quedaría con los hombres, intentando deshacerme de los Sincorazón más descuidados con veloces y certeros golpes de la Llave-Espada. Supuse que ir de un lado a otro golpeando a los demonios sería más productivo que quedarme de pie en un sitio recibiendo una lluvia de azotes.

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Pues me voy despidiendo de mis PHs y tal xD

▪ Magnetar (HM) [Nivel 15] [Requiere Afinidad a Espacio, Poder Mágico: 16] Ataque medio de elemento Espacio. Crea una distorsión hacia delante que empuja a varios enemigos, les hace perder el equilibrio y les provoca daños leves. Con probabilidad de 1/8 de producir Aturdimiento. Se materializa como una onda, no como un proyectil.
—You're like that coffee machine: from bean to cup, you fuck up—

~Dondequiera que el arte de la medicina es amado,
también hay un amor a la humanidad~


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Ronda 3

Notapor Suzume Mizuno » Vie Sep 12, 2014 2:34 am

Enok y Nikolai


No...no.—balbuceó Enok, claramente aterrorizado—El otro está... Bu-bueno. Pa-pa-parece que nos ha adelantado...pe-pero. —Los orcos emitieron sonidos guturales, claqueantes. Eran risas—.Iba ha-hacia allí.

El hombre que lideraba a los orcos giró la cabeza hacia la aldea con expresión meditabunda y después clavó los ojos en Nikolai.

Esperemos que tú sepas hablar con algo más de garbo que tu compañero. ¿O debo asumir que ninguno de los dos necesita la lengua? Los mentirosos suelen perderla.—Sonrió con crueldad.

Había tomado la delantera para comprobar que había mas adelante y se ha ido justo por donde indica mi compañero. Si andabais por aquí, deberíais haberlo visto pasar por este camino.Respecto a lo que nos ha traído aquí…Supongo que sabréis de las criaturas oscuras conocidas como Sincorazón que han invadido el lugar. Nuestro trabajo consiste en eliminarlas. Para eso hemos venido.

El hombre lo estudió en silencio, arqueando una de las pobladas cejas. Retiró la espada lentamente y soltó una grave carcajada.

Ya veo que sois ese tipo de compañeros leales en los que se puede confiar.—Posó la espada sobre sus piernas y tamborileó los dedos sobre su superficie. El huargo se movió bajo sus piernas con nerviosismo y dio un par de pasos hacia Enok. De entre sus mandíbulas se escurrían hilos de saliva y lo miraba con intensidad: olía el miedo. Olía a presa. Su amo, sin embargo, el dio un tirón en la cabeza y lo puso bajo control sin problemas—. Os diré lo que vamos a hacer, Caballeros. Vamos a ir a buscar a vuestro compañero—Los huangos y los orcos cerraron el cerco a los aprendices, amenazantes, por si pensaban en escapar—. Uno de vosotros entrará en la ciudad. El otro se quedará e intimará un poco conmigo. Os permito decidir el papel de cada cual. El que entre a la ciudad lo hará para sacar a su compañero… y a un hombre que responde al nombre de Diablo. Es fácil de reconocer: nariz picuda, pelo negro y tipo espigado, con una mirada maliciosa. Básicamente, como un cuervo. Sólo tenéis que decir que su ama le reclama y vendrá.

»Si hacéis esto, me pensaré si no cortaros la lengua por haber amenazado al ejército de mi Señora.


Sonrió a los aprendices, como si estuviera siendo increíblemente magnánimo, y después gruñó a uno de sus compañeros:

Ve a la Montaña y advierte a la Señora de que vamos a llevarle invitados. Tres Caballeros y a su maldito cuervo.—Miró a los chicos—. Porque no vais a dar problemas, ¿verdad?—inquirió con una sonrisa tan cortante como su propia espada.

Tampoco es que tuvieran otro remedio. Podían sentir el cálido aliento de los cuatro huangos restantes en la piel. Estaba claro que no conseguirían escapar de ellos.

*


Caminaron campo a través hasta que llegaron a la aldea. De camino pudieron ver que había varias calzadas; una se dirigía hacia el este, otra hacia el sur, hacia el castillo del rey Huberto. Además, un río cruzaba la aldea… Y se perdía hacia el bosque. Tenía bastante caudal y resonaba en la distancia. Lo que había cerca de la ciudad quizás fue un viejo embarcadero y, a lo lejos, había un puente en malas condiciones.

Tanto Enok como Nikolai pudieron escuchar que sonaban toques de advertencia y cuando estuvieron a menos de veinte metros de distancia, sobre los adarves se asomaban al menos quince arqueros que les apuntaban con flechas. Las puertas estaban cerradas.

Asustados como alimañas.—Sonrió su captor.

¡Melkor! —bramó una voz desde lo alto de la muralla de Madera—.¡Qué buscas aquí, desgraciado! ¡Da un paso más y os ensartaremos a todos!

A pesar de ser una voz ronca y ruda, claramente se trataba de una mujer. La sonrisa de Melkor se acentuó.

Vengo en son de paz, capitana.

¡Esa no es la política de los de tu especie, mestizo!

Lo reconozco. Entonces, hablaré en un idioma que los dos podamos entender: hay dos personas ahí dentro a las que quiero. Un hombre venido de tierras lejanas. Otro hombre de mi Señora. Mandaré a uno de los míos para que los recoja. Si no están aquí en una hora, mandaré un mensaje a mi Señora y le informaré de que hay otra aldea que destrozar. Y no creo, capitana, que con tu escaso ejército puedas detenernos.

Se hizo el silencio. Los minutos se arrastraron unos sobre otros con insoportable lentitud. Entonces, las puertas se abrieron. Melkor se volvió hacia los aprendices e hizo un amago de reverencia, empleando su espada, para incitarlos a moverse.

Recordad. Sólo uno. Tenéis una hora.

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Drazham, antes no estabais en el bosque, sino en medio de la llanura. Siento no haberme explicado bien: para evitar problemas así, si tenéis alguna duda sobre el terreno, no dudéis en mandarme un mensaje
.

****
Cool Wind


No es de este bosque. Es de un reino muuuy lejano.—El joven le miró con hosquedad. Hubo algo en ese «muuuy» que no le hizo demasiada gracia. Pero Cool Wind se apresuró a cambiar de tema—. ¿Qué ha pasado en este pueblo? Parece un poco... Machacado. ¿Los Sincorazón, quizás?

¿Los qué?—gruñó.

Las bestias de la oscuridad con ojos amarillos. Ya sabes, esos que bailan tan mal.[/quote]

El soldado crispó los labios y entrecerró los ojos.

¡No finjas que no sabes nada! ¡Esas… bestias vienen siempre con los orcos y los goblins! ¡Son todos los malditos siervos de Maléfica! —Llegaron entonces a un edificio un piso más alto que los demás, con verjas en las escasas ventanas que había. El joven, sin quitarle el ojo de encima, golpeó varias veces la puerta. Nadie abrió. Maldiciendo entre dientes, forcejeó con un brazo mientras que con el otro no apartaba la lanza de Cool Wind. Por suerte para él, el joven no parecía tener ganas de escapar. Esperó mansamente a que se abriera la puerta—. ¡Adentro!—farfulló el soldado, algo enrojecido por el esfuerzo y el bochorno cuando logró su objetivo.

Y así Cool Wind entró al cuartel de los soldados. O de lo que antes había sido una taberna y habían acomodado para que se convirtiera en uno. Las mesas habían sido empujadas contra las paredes y, al fondo se había incrustado en las escaleras que llevaban al sótano una reja donde, seguramente encerrarían a los presos. No debían ser muchos, por el tamaño del lugar.

Estaba completamente vacío.

Camina hacia la celda. Sin movimientos raros. Y coge a tu… bicho contigo. Eso es…—De pronto escucharon un gemido. Claramente con los nervios a flor de piel, se volvió con brusquedad y exclamó—: ¡¿Quién anda ahí?!

Tras una de las tantas mesas había una figura acurrucada. Maldiciendo con todas sus fuerzas, el joven avanzó hacia allí y apartó la mesa de un golpe.

Apoyado contra la pared había un hombre pálido, con mechones de cabello negro manchados de sangre fresca. Levantó unos profundos ojos oscuros, que miraron al soldado con una mezcla de miedo y desafío, mientras apretaba una de sus manos contra el hombro derecho, donde le habían infligido una herida. Tenía la piel blanca, casi enfermiza, dolorosas cicatrices en las sienes y el cuello, y una nariz afilada como un pico.

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El soldado lanzó una exclamación ahogada y se fijó con intensidad en las heridas. Su gesto se ensombreció al comprender.

¡Eres tú!

¡No me toques!—exclamó el otro, intentando ponerse en pie, y extendiendo la mano para mantenerlo a distancia—. Suficiente daño me habéis hecho ya. ¿Creéis que esto no tendrá repercusiones? ¡Mi ama se vengará!

El muchacho pareció dudar. Lanzó una mirada de angustia hacia Cool Wind, claramente sin saber cómo manejar la situación. Entonces fue cuando los tres pegarían un brinco, al tiempo que toques de atención sonaban por toda la ciudad. Cuando superó la sorpresa, el desconocido sonrió con crueldad.

¿Ves? Ya vienen a por mí.

¡Cierra el pico!—bramó el chico, golpeando al hombre con la contera en un pómulo y derribándolo—. ¡T-te entregaré a la capitana! Ella sabrá qué hacer.

Obligó a los tres a introducirse tras la reja, que cerró con candado. Después salió escopetado del desastroso cuartel.

Con un resoplido de cansancio, el hombre se dejó caer contra la pared y resbaló hasta los escalones. No había mucho espacio, pero Cool Wind podía sentarse un poco más arriba o bajar al sótano, si lo deseaba. Su compañero de celda los examinó a él y a Pikachu con una mirada de curiosidad.

¿De dónde habéis salido? Jamás había visto una máscara como la tuya, y mucho menos a una criatura amarilla como esta, y eso que he visto todas las que se pueden ver en este mundo.—Cambió de postura, gimió, y se obligó a incorporarse—. Aparta, voy a intentar abrir esa puerta.—Sacó una ganzúa de un bolsillo de su largo abrigo—. No sé tú, pero yo no esperaría piedad de la capitana. Esa mujer es capaz de colgar a cualquiera que le parezca sospechoso. Y no es que tú tengas aire de ser un campesino del pueblo de al lado.

****
Ban


Ban cometió un pequeño error. Y fue dejar una capa atrás. Seguramente si hubiera salido despavorido el huargo le habría seguido el rastro de una forma u otra. Lo único que consiguió fue ganar unos segundos de más, porque el lobo se acercó a su capa, la olfateó, y soltó un aullido que le congeló la sangre. Entonces, se lanzó a perseguir el olor que acababa de memorizar.

El muchacho trepó como pudo a uno de los árboles, dañándose las manos y desgarrándose la pernera del pantalón hasta que creyó sentirse a salvo. Entonces, invocó un Tenue sobre su cuerpo y se quedó agazapado sobre una rama, esperando, rezando porque no lo descubrieran.

Escuchó la carrera del huargo acercándose a toda velocidad. Luego, los pasos del animal se volvieron más lentos. Haciendo crujir las hojas bajo sus patas, olfateando suavemente el aire, se fue aproximando poco a poco.

¿Dónde estás? —gruñó la criatura con voz retumbante—. Déjate ver. Nadie entra en los dominios del Hada Oscura sin pagar por ello. —El orco dejó caer un silencio; en ese momento, la sombra del huargo apareció pocos árboles por detrás de Ban, a quien no se veía gracias a las hojas—¬. Entrégate. Entonces puede que si cantas lo suficiente, el Hada Oscura te perdone la vida.

El huargo jadeó y alzó las orejas.

Volvió a aullar y se precipitó contra el árbol de Ban. El orco lanzó una carcajada que prometía sangre, muchísima sangre.

Pero, entonces, dobló el cuello y no vio nada. El huargo clavó sus inmensas garras en la corteza del árbol y lo arañó con saña, convencido de que ahí estaba su presa. Sin embargo, su amo no veía a nadie. Furioso, tiró de la melena del animal, obligándolo a poner las patas delanteras en el suelo, y arrancándole un gañido de dolor.

El orco registró los alrededores durante unos minutos que debieron volverse interminables para Ban. Hasta que se escucharon unas pisadas al aproximarse y apareció una nueva criatura rechoncha, de andares torpes, porcina, y armada con una maza.

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—¡Grishnak! ¡Una mujer, una mujer humana! ¡Ha acabado con…!—Levantó un dedo y trató de contar, pero desistió en seguida y exclamó—:¡Con muchos, muchos de nosotros!

El tal Grishnak se giró con ferocidad.

¿Ha pasado la Fortaleza Negra?

—¡Se dirigía hacia ella, señor!

¡Inútiles! ¡El Hada os matará a todos si no sois capaces ni de detener a una condenada humana!

Escuchando atentamente, Ban pudo hacerse una idea general de los alrededores: desde donde Grishnak y su porcino amigo habían venido había una fortaleza, un bastión de los orcos y goblins, armados sin duda con catapultas ya que les habían podido atacar en pleno vuelo. Protegían los terrenos del Hada Oscura. Más allá se encontraba la Montaña Prohibida.

Poco antes de que se le acabara el efecto de Tenue, Grishnak y el goblin se marcharon por donde habían venido, no sin que antes el huargo del primero lanzara una mirada rencorosa hacia atrás.

Ban podía bajar.

Cuando lo hiciera, podría pensar en sus opciones. Y, mientras meditaba, en medio de un siniestro silencio, vio algo por el rabillo del ojo. En dirección contraria a la Fortaleza, había un resplandor diminuto que se perdía entre los árboles. Un parpadeo azul, insistente, constante. Casi como si… Como si le estuviera llamando.

En cualquier caso, hiciera lo que hiciera, si trataba de volver a por su capa, no la encontraría: sólo quedaba un trozo donde la había dejado. Parecía que alguien se la había llevado consigo.

****
Xefil


¡Id con vuestro señor! ¡Ya!

Los Sincorazón que había frente al hombretón fueron apartados bruscamente de su camino. Dirigió una mirada a Xefil y, en cuanto comprendió que él era el responsable, gritó un:

¡Gracias! ¡No lo olvidaré!

Atrapó un caballo desbocado, lo montó sin esfuerzo y, tras forcejear un poco con él, consiguió ponerlo al galope para partir detrás de Aleyn y el joven.

Xefil se quedó entre los demás hombres. Ya cada vez quedaban menos Sincorazón, pero también eran muchos los que habían caído heridos y que trataban desesperadamente de sobrevivir a aquellos demonios.

Los Sincorazón, además, al percibir un corazón fuerte como el de Xefil, centraron su atención en él. Un disparo de una bola de fuego. Un corte allí y otro allá. Gracias a su rapidez pudo esquivar la mayor parte de los ataques, si bien se llevó un buen tajo en una mejilla y en el brazo izquierdo, a la altura del hombro.

De pronto, un hombre salió disparado por los aires y aterrizó de espaldas a los pies de Xefil, sin aliento. El aprendiz pudo ver cómo otro soldado era bruscamente levantado del suelo y daba dos vueltas de campana antes de caer sobre la hierba, partiéndose el cuello. Se escuchó una risita aguda, infantil, divertida.

Y, entre unos caballos y un par de cadáveres, apareció una figura pequeña, de largos cabellos plateados y ojos rojos como la sangre.

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¡Es curioso, todos los demonios se ven atraídos por ti!—Comentó, risueño, casi con una sonrisa maliciosa, apuntándole con un dedo—. ¡Y has permitido escapar al guardián del príncipe! ¡Tendré que castigarte!

El niño aparecido de la nada hizo un gesto de mano y cuatro cuchillas de viento volaron en su dirección. Si Xefil se movía a tiempo, podría esquivarlas todas menos la última, que le cortó en el gemelo, provocándole un leve cojeo. El niño rió suavemente. Un soldado apuntó con un dedo y exclamó:

—¡El hechicero de la Bruja!

El niño frunció el ceño y esbozando una mueca de desagrado, se volvió hacia el hombre y bramó:

¡Mi señora Maléfica es un Hada, imbécil!—Arrojó con un brusco gesto un potente chorro de viento contra el hombre, derribándolo, y se protegió de otro soldado con un golpe de aire que le arrebató la espada de la mano. Acabado con estos dos, soltó un resoplido y se giró de un salto hacia Xefil—. ¡Bueno! ¿Crees que podrás aguantar cinco minutos antes de que te mande a volar como a ellos?

****
Aleyn


Aleyn consiguió subirse a lomos del caballo, aunque otro tema distinto fue conseguir dominarlo. El pobre animal estaba aterrorizado y Aleyn tuvo que poner todo su empeño para obligarlo a ir detrás de su salvador.

Cuando lo consiguió, el joven había desaparecido más allá del linde del bosque. Pero un par de Sincorazón se habían quedado a la retaguardia, atraídos por el corazón de Aleyn. Uno de ellos voló hacia él y lo golpeó en el pecho, amenazando con derribarlo. Era lo que pasaba por no prepararse bien para una persecución.

Casi de inmediato, Aleyn escuchó el galope de un caballo que se aproximaba a toda velocidad y pudo ver al hombretón de la espada gigante. A pesar de su tamaño, que volvía a su montura más lenta, se movía con mucha más rapidez y eficacia que él. Con un rugido de esfuerzo, levantó su espada y partió a la pareja de criaturas por la mitad de un único mandoble.

¡Sabes cómo hacer magia, ¿no?! ¡Entonces no te separes de mí! ¡Y como le hagas daño a su Alteza, te arranco la cabeza!

Cuando llegaron al límite del bosque, el hombre bajó de un ágil salto y enarboló su espada. Desde no muy lejos, algo ahogado por culpa de los árboles, les llegó el relincho de un caballo, así como los toques de una espada.

Vamos—indicó el hombre a Aleyn, que parecía lo suficiente preocupado por su protegido como para preguntar por su identidad, a pesar de que claramente su armadura le resultaba desconocida.

Para ser un hombre tan grande, se desplazaba con sorprendente sigilo entre los árboles y la maleza. Rápidamente, guiándose por el oído, los llevó hacia el lugar de donde provenían los ruidos de la batalla y así llegaron a un pequeño riachuelo. Delante de su caballo, el muchacho luchaba protegiéndose de los Sincorazón tras su escudo. Justo al llegar ellos se deshizo de uno. Otro lo acertó con una bola de fuego por la espalda, haciéndolo caer de rodillas. Soltó el escudo y se encogió sobre sí mismo, intentando proteger el cuerno que llevaba con el brazo libre.

Quedaban siete Sincorazón.

¡Protégeme la retaguardia! —exclamó.

Y, sin más, se precipitó hacia delante.

¡Abel!

¡Apartad, Alteza!

El muchacho obedeció y dio una voltereta por el riachuelo para alejarse de los Sincorazón, dirigiéndose hacia Aleyn. Pero estaba herido y perdió el equilibrio. Mientras Abel arremetía contra cuatro Sincorazón y los mantenía alejados, tres rodearon al chico. Quizás a Aleyn le llamaría la atención que, a pesar de estar él cerca, no se centraran en su presencia. Era como si quisieran algo.

Entonces uno de los voladores trató de agarrar el cuerno. El joven respondió ensartándolo con su espada, pero sin conseguir acabar con él. Necesitaba ayuda desesperadamente, pues a su espalda un Sincorazón de fuego cargaba un nuevo ataque.

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Ban

VIT: 22
PH: 13/20

Xefil

VIT: 31/36
PH: 19/34

Aleyn
VIT: 29/32
PH: 8/10


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Fecha límite: miércoles 17 de septiembre
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Suzume Mizuno
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