Las murallas del castillo del rey Estefano parecían nuevas excepto en aquellos puntos donde el ataque de los goblins los había afectado directamente. El tiempo continuaba detenido en pleno ataque, con algunas rocas volando por los aires y la gente escapando de las puertas abiertas.
Abel miró en derredor con aire severo e incómodo. Posó una de sus grandes manazas sobre el hombro de Aurora. La princesa había recogido a Ygraine del suelo y lo apretaba contra su pecho.
El cielo clareaba.
El silencio era tan intenso que ensordecía. Sus pasos eran lo único que rompía la quietud de la ciudad muerta.
Recorrieron el camino hasta el castillo sin que nadie se interpusiera en su camino pero, allí, se encontraron con su primer problema: las puertas estaban cerradas a cal y canto. Incluso había una barrera de soldados que habían quedado paralizados luchando contra los goblins y orcos.
Abel chasqueó la lengua.
—¿Buscamos una entrada secundaria o intentamos subir por una de las ventanas?
Aurora meneó la cabeza, indecisa. Parecía encontrarse mal, bastante sonrojada, como si tuviera fiebre, y respiraba muy rápido. Aleyn, sin duda, no habría olvidado la sensación de que alguien lo estaba observando.
¿Qué opción sería más prudente?
Nikolai
Nikolai despertó por culpa del frío. Olía mal. Estaba sobre paja —muy sucia— y un catre de madera. No había ninguna ventana, de modo que no veía nada. Al moverse escucharía un tintineo y le pesarían las muñecas y los tobillos. Alguien lo había atado a la pared. No podía alejarse de la misma más que unos cuantos pasos antes de que las cadenas le restringieran el movimiento.
Eso no era lo peor. Si Nikolai intentaba invocar su Llave Espada, sentiría un dolor intenso en el pecho y nada acudiría a sus manos.
Alguien le había sellado la Llave Espada. Recordaría sin problemas la terrible figura de Maléfica a sus espaldas y lo demás, bueno, resultaría bastante evidente.
Podía levantar la voz para intentar comunicarse. Parecía que no había nadie en su celda ni tampoco en las cercanas aunque, con las paredes de piedra, también era posible que no lo escucharan y…
—¡Silencio, inmundo humano! —espetaría una voz gutural bastante tamizada gracias a la puerta. Parecía que le habían puesto un perro guardián—.El señor Ahren pronto vendrá a jugar contigo y te dejará como a esa mujer de blanco.
Y soltó una risa aguda.
Nikolai estaba en un grave apuro. No tenía Llave Espada ni, de momento, tampoco magia y estaba atado. Alguien se había ocupado de dejarlo completamente inútil. Tendría que recurrir a su astucia y a sus palabras antes de que llegara el tal Ahren… Quizás podría sacarle información interesante al goblin.
¿O sería mejor esperar a Ahren? Si lo habían mantenido vivo era que pretendían sacarle información o usarlo para algo. Ahren no iba a matarlo pero, probablemente, sí a hacerle daño.
Por suerte, Nikolai tenía un punto a favor. Una mascotita capaz de moverse libremente. También algo que Maléfica no sabía bien qué era y por eso no se lo había quitado.
Mejor que aprovechara el tiempo lo más rápido que pudiera, a menos que prefiriera esperar y encontrarse sin más con Ahren.
Saito
Lo estaban buscando. Todos los goblins que quedaban en la maldita guarida de Maléfica lo estaban buscando.
Se había quedado a mitad del camino hacia los aposentos de Maléfica porque el hechizo de invisibilidad desapareció. Y la ropa de Primavera no era precisamente poco llamativa. Así que se tuvo que esconder en un recoveco, entre las sombras, mientras un grupo de goblins pasaba a escasos metros de él.
—¡Encontradlo o el señor Ahren nos despellejará la piel!
—¡Encontradlo, encontradlo!
—¡Ya tenemos a uno, coged al otro humano!
Suerte que las catacumbas habían ocultado su rastro, porque los goblins no dejaban de olfatear con sus enormes fosas nasales.
Primavera gruñó y empezó a despertarse. Miró en derredor con unas ojeras bastante terribles y se quedó muy confusa.
—¿Dónde estamos?
Saito tendría que explicarle lo que había sucedido. Cuando terminara, Primavera se llevaría las manos a la cara y respiraría hondo.
—Estamos en problemas, muchacho. No podemos usar magia o Maléfica nos descubrirá ahora que nos está buscando su perrito Ahren. La magia deja un rastro. No podemos arriesgarnos, ni tú ni yo.
Esa sí que era una mala noticia… Además, Primavera seguía débil. Saito tendría que cargar con ella. Eso o arriesgarse a que hiciera algo de magia y se volviera pequeñita. Eso la dejaría fuera de combate un tiempo pero a cambio podría moverse mucho más rápido y puede que, en uno de sus bolsillos, Primavera se recuperara antes y no dejara un rastro mágico tan grande.
Pero, de nuevo, se quedaría sin la poca magia que había recuperado. Quizás fuera para mejor.
—Tenemos que encontrar a tu maestra y a tu amigo y salir de aquí. Es demasiado peligroso. Lo lamento por Rosa pero…—Primavera respiró hondo una vez más—. Ella no querría que nadie muriera en su lugar.
Si se asomaba por el pasillo, Saito encontraría dos opciones. Un pasillo recto enfrente y, a la izquierda, unas escaleras que subían. Por arriba habían subido los goblins pero quién sabía si había más caminos, puede que no se los encontrara. En cuanto al pasillo, no se veía un final porque torcía a la derecha en algún punto.
¿Pasillo o escaleras?
Victoria
—Es una verdadera lástima que tengamos que encontrarnos en estas circunstancias. Había pensado en algo mucho más personal y agradable. En fin. Mi ejército ha sido muy rudo, permitid que me disculpe en su nombre; no tienen idea alguna de la delicadeza o la negociación.
»Por eso yo os dejaré las cosas claras: Nanashi no os ayudará más, pero podemos hablar sobre ella y sus niños más tarde. Ahora lo importante es este reino. Sabed que esta noche seré la criatura más poderosa de este reino y vosotros podéis estar en dos condiciones: o en paz conmigo o destruidos, reducidos a cenizas… Como la princesa Aurora, que va a provocar la caída del reino de Estefano.
»Pero como soy generosa os daré dos horas. Dos horas para que el príncipe Felipe se entregue como rehén. Dos horas para que se me entreguen ciertos objetos. Si en dos horas no habéis enviado a nadie, atacaremos.
La voz de Maléfica, que hasta entonces había resonado por todo el castillo, se apagó, y el hada se abrió paso elegantemente entre sus hombres rumbo a la tienda de Melkor. La cabellera rojiza del orco destacó en medio del barro mientras la acompañaba.
El ejército de orcos y goblins retrocedió para no ser víctima de las flechas de los defensores, pero no se alejó demasiado.
Nithael, que se había quedado pálido, miró a Victoria y respiró hondo. Luego le posó una mano en el hombro.
—Buen trabajo el de antes.—El ángel vaciló. Muchísimos ojos se habían fijado en él.
Entonces llegó a todo correr Heike, jadeante y también lívida. Miró hacia el ejército y se pasó una mano por el corto pelo. Parecía estar al borde de la desesperación. Todos los humanos lo estaban desde el momento en que había aparecido Maléfica. Toda la euforia por la victoria anterior se había desvanecido.
—Debo hablar con el rey. Maldita sea. T-tengo que hablar con el rey.
Se dio la vuelta y se marchó, medio tambaleándose. Nithael cerró los ojos y apretó los labios.
—Nosotros deberíamos ir también. Si es cierto que tiene a Nanashi y a los niños…
No parecía que pudieran hacer otra cosa. Claro que Victoria quizá tuviera una idea mejor, ya que ella estaba más acostumbrada a la tecnología que Nithael.
También había algo que debería contarle y una niña de la que ocuparse, ¿no es así?
Celeste
—¿Grishnak ha muerto?—exclamó Felipe con los ojos muy abierto a la vez que su padre se erguía en el trono—. ¡Al fin una buena noticia!
Bien, porque las demás no podían ser peores. Celeste, el príncipe y el rey habían escuchado desde la sala del trono, junto a varios nobles y caballeros, el discurso de Maléfica en un silencio sepulcral. Ahora la noticia de Grishnak fue recibida más con murmullos de temor. ¿Qué les haría Maléfica cuando se enterara de que habían matado al orco? Las miradas de terror y suspicacia llenaban la sala.
El rey se pasó una mano por la regordeta cara y respiró hondo, con los robustos hombros hundidos, derrotados. Un caballero se acercó para hablarle al oído y Huberto apenas sí le hizo caso.
Desde que oyeron el nombre de Maléfica, todas las esperanzas de triunfo se habían evaporado.
—Maléfica nos matará a todos—susurró alguien.
Un sollozo y un hipido. Alguien se desmayó.
—¿D-deberíamos rendirnos?
Uno habría esperado que se elevaran furiosas protestas, pero solo hubo alguna débil queja y miradas furtivas.
Entonces el rey se incorporó, entornando los ojillos.
—¿Alguien se atreve a sugerir que entregue mi hijo a esa bruja?—Silencio—. Bien.
El rey se desplomó de nuevo en el asiento, exhausto. Los murmullos empezaron de nuevo.
—Es normal que no lo quiera entregar, es el príncipe.
—¡Pero el príncipe debe protegernos! ¡Solo lo han pedido como rehén, no para matarlo…!
—¡No seas idiota, claro que lo matarán! ¿Ya has olvidado a la princesa Aurora?
Y más y más murmullos. Celeste podría moverse entre la gente y escuchar más si quería; sin embargo, Heike le había dicho que fuera a hablar con el rey, que sabría cómo recompensarla. Ya que había ido hasta allí, no tenía sentido regresar a la muralla… Claro que tendría que ser delicada si quería hablar con el rey. Quién sabe. Puede que Celeste pudiera hacer algo.
También… ¿Dónde estaba el príncipe?
Captó su capa roja ondeando mientras el muchacho desaparecía por una de las salidas.
¿A dónde se suponía que iba? ¿Acaso estaba escapando?
Tristan
Tristan escuchó el discurso de Maléfica sin problemas desde detrás de una de las casas de la ciudad. Garuda lo había obligado a acercarse después de volar a baja altura por la zona y asegurarse de que no había enemigos cercanos, ya que se habían acumulado sobre todo en campo abierto y no por la ciudad.
Aun así, había orcos y huargos más adelante, así que lo mejor que podía hacer era moverse con cuidado. Desde lejos podía comprobar que los puentes levadizos estaban levantados y que no había forma de acceder al castillo. No sin volar y arriesgarse a que lo mataran, bien de una pedrada, bien porque Maléfica podía alcanzarlo.
Garuda, acomodado en su hombro, se rascaba un ala y aguardaba a que el muchacho decidiera hacer algo. Estaba claro que el ave lo había llevado hasta allí por un motivo: probablemente quisiera que hablara con Nithael. Si era para curarse el brazo o para que le avisara de lo que había sucedido, eso quedaba a la elección de Tristan.
El problema era que no podía entrar. Iba a tener que hacer algo pero ¿qué? ¿Reconocer la ciudad a la espera de encontrar alguna pista o algo que pudiera ayudarle? ¿Intentar acercarse a la retaguardia del ejército? Maléfica estaba allí. No había conseguido su espada de las narices pero quizá, sólo quizá, le diera otra oportunidad… Por otra parte, puede que Garuda se mostrara dispuesto a volar hacia la ciudad, por peligroso que fuera. Claro que eso significaría quedarse sin su protección.
También había otra opción. De momento no había perdido su móvil. Quizá fuera hora de darle un buen uso.
Fecha límite: jueves 7 de abril.