—Ugh, hijo de la gran... —decía, maldiciendo al portador, quien ahora se largaba corriendo. Desde su posición, recuperándose por el golpe, percató algo extraño en el aire —¿Fuego?
Un montón de animales pequeños comenzaron a salir de entre los arbustos, totalmente asustados. Will alzó la mirada, vislumbrando a lo lejos humo.
Ying y Yang saltaron de las ropas de Will, parando a algunas ardillas y ratones que pasaban huyendo. Tras haberse informado, volvieron a los hombros del joven, susurrándole cada una a un oído.
—Ya veo... así que ese cabronazo no es el ladrón, a fin de cuentas —Will se levantó poco a poco, limpiando sus ropas y agarrando de nuevo su preciada arma. Un dato de Yang pareció sorprenderle—. ¿Nadhia? Vaya... ¿aprendiz, eh? —empezó a sonreír, mientras sacaba de uno de sus bolsillos una especie de frasco, con un líquido azul que brillaba intensamente. Abrió el frasco y el líquido flotó, como si de gelatina se tratase, hacia los huecos de la pistola. ¿Recargando quizás?—. Sin conocerte ya has perdido puntos conmigo, bonita. Pero... ¿quién ha dicho que vaya a dejar a una damisela en peligro?
Y Will salió corriendo detrás de Ragun, dispuesto a ayudar.
Tras lanzar mi hechizo, me levanté, buscando con la mirada a Xinjat.
De repente, sentí una patada en el estómago, lo que me hizo caer y retorcerme en el suelo. "¿¡C...cómo!? Pero si no le he vist...", no acababa de sorprenderme por el primer golpe, cuando sentí otra patada que me lanzó unos cuantos metros del suelo. Dolor. Era lo único que sentía. Nauseas. Contuve las ganas de vomitar e intenté levantarme, con mis piernas tambaleando. Pude ponerme de nuevo en pie, y la figura de Xinjat apareció frente a mí. Aun con poco equilibrio, alcé mi Llave-Espada y formulé otro hechizo.
—¡Hielo! —grité, y un bloque de magia blanca y azul fue disparado.
—Jejej, reflejo, jejej —el hechizo rebotó, y no me dio tiempo a esquivarlo. Fue directo a mis pies. Congeló cada uno de mis nervios. No era capaz de moverme. Me tenía atrapada—. Típico de ti, Evangeline. La magia es uno de tus fuertes, lo sigue siendo, a pesar de no ser tú misma, jejej.
¿Evangeline? ¿De quién estaba hablando? A pesar de estar dando todo de mí en la batalla, algo no encajaba. Era yo. Xinjat ya me había demostrado un potente hechizo, su rapidez, sus reflejos, su increíble fuerza en las piernas. Su sangre fría. Simplemente, estaba jugando. Podría acabar conmigo sin problemas, pero no era su cometido. ¿"Llevarme a casa"?
—Mi querida Evangeline, jejej, ya estoy cansado de jugar al pilla-pilla. Si el amo se entera de que tardamos mucho, se va a enfadar. Y a ti no te gustaría que eso pasara, ¿verdad?—dijo Xinjat, acercándose cada vez más a mí.
Alcé la Llave-Espada, interponiéndola para alejarlo de mí. Él la agarró por la punta, con una sonrisa sádica y amenazadora.
—Si no vienes conmigo, puede que ese chico lo pase mal, ¿sabes? jejej—señaló a Dan, yacido en el suelo, y no pude evitar estremecerme de puro terror —vamos, Evangeline— se acercó para rozar mi rostro con uno de sus fríos dedos.
Entonces lo recordé. La criatura que había invadido cada una de mis pesadillas. La que jugaba con mi pelo. Estaba temblando. ¿Quién era aquel hombre que me ponía la piel de gallina? ¿Qué quería de mí? ¿Quién era Evangeline?
"No tengas miedo"
"Pero es que da mucho miedo"
"Lo sé, cariño, pero ellos esperan que tengas miedo. Y no debes"
"¿Qué puedo hacer?"
"Tranquila, mi tesoro. Tienes el arma más poderosa de todas"
Inconscientemente mi brazo alzó de nuevo la Llave-Espada, apuntando con decisión a Xinjat.
"Relájate, escucha los latidos de tu corazón. Siente la luz que brilla dentro de él"
"Pum, pum"
"Pum, pum"
Una luz interior brotaba dentro de mí. Quien quiera que me hablase, estaba logrando tranquilizarme... y concentraba todo mi poder mágico.
"¡Eso es! ¡Y ahora repite conmigo!"
"¡...!"
—¡Perla! —una brillante esfera de luz chocó contra el cuerpo de Xinjat, quien cayó al suelo, sorprendido del ataque.
No sabía qué había pasado en ese instante, pero no podía pararme a pensar. Tenía que actuar.
—¡Piro! —lancé el hechizo a mis pies, esperando a que el fuego derritiese el hielo. Puede que demasiado, porque sentí un dolor agudo y desagradable en mi piel. A saber cómo habían quedado mis pies tras aquella alocada idea.