Estuve a punto de agarrar a Hiro cuando vi que iba a salir de nuestro escondite, pero ya era demasiado tarde para cuando me di cuenta, pues habló para dirigirse al moguri.
—
¡Me quieres robar! ¡Toma!— exclamó Moguel, furioso y volviendo a sacar su shuriken de la nada.
Hiro intentó explicarse, pero de poco le sirvió su balbuceo. El pequeño ser alado le atizó con el afilado instrumento en mitad de la cabeza... no se lo clavó de milagro.
Estuve a punto de salir de un salto de mi escondite para socorrer al pobre aprendiz, pero me tranquilicé más al ver que no era nada grave para lo que habría podido llegar a ser, teniendo en cuenta el tamaño del arma. Moguel, en cambio, sacó la lengua para burlarse del joven.
Hiro se retorcía de dolor por el suelo, quejándose y echándole en cara al moguri el hecho de que le había ayudado con el bloc de notas, pero este último no hizo ni caso.
—
¡Me vuelvo a Tierra de Partida! ¡Adiós, kupó!— Se despidió, perdiéndose entre las tumbas.
El silencio regresó al cementerio, dejándonos a solas con las lápidas, el ruido del viento y... bueno. Los gritos de dolor de Hiro, que seguía lamentándose.
—
¡Bestia! — exclamó —
¡¿Porque me ha tocado el Moguri animal?! — aullaba, son levantarse del suelo.
Salí de mi escondrijo tras una gárgola para acercarme a ayudarle, pues parecía que aquel golpe le había afectado más de lo que aparentaba.
—
Hiro, ¿estás bi...?— iba a tenderla la mano cuando se puso en pie de un brinco, olvidando la herida.
Borró por completo lo sucedido hace unos segundos de su mente, y volvió a preguntar por los dulces. No tardó en preguntarme qué dirección seguir para poder continuar buscando... aunque me daba a mí que el espantapájaros no iba a estar relleno precisamente de golosinas.
Me lo había imaginado, sin duda. A lo lejos no se veían más que aquel valle de muerte, pero ningún espantapájaros a la redonda... pero no era lo único que no estaba.
La calabaza con los dulces y el cartel no se veía desde donde estábamos, o bien todas las malditas tumbas eran iguales.
—
Bah— resoplé, harto de ver cosas raras —
No parece haber ningún hueco en las paredes para poder pasar al resto del cementerio, así que mejor inspeccionemos a ver qué encontramos.— sugerí, sin más opciones.
Estuvimos un rato ojeado y palpando alguna que otra escultura sin encontrar nada aparente fuera de lugar, excepto que una gárgola era de verdad y me dio un mordisco cuando le toqué la boca, sermoneándome por mis pocos modales.
Mientras dejaba a Hiro a sus anchas, preferí centrarme en el sepulcro del fondo.
Si todo fallaba, siempre podíamos hacer un doble salto, la pared no era muy alta...
Pero algo llamó mi atención: Mientras pasaba las manos por el sepulcro, di un respingo al notar algo fuera de lugar. La tapa estaba ligeramente movida, y por el hueco salía una corriente de aire. ¿Aire fresco dentro de una tumba? Ahí pasaba algo.
—
¡Hiro!— le llamé—
Échame un cable, ¡aquí hay algo!—
La tapa resultó ser más ligera de lo que aparentaba, y la tumba escondía un pasadizo que llevaba a otra parte del camposanto. Desde luego solo los habitantes del mundo podrían saber algo tan rebuscado.
Con cuidado de no caernos y palpando el interior del corredor, acabamos ante una pequeña puerta de madera, que se abrió con un simple empujón.
Me agaché para pasar por el pequeño espacio y esperé a que mi compañero me siguiese.
Habíamos llegado hasta otra zona vallada, saliendo por una gran tumba con forma de gato. En una esquina había un pequeño cúmulo de lápidas junto al cual se alzaba un árbol seco... con un esqueleto ahorcado.
—
¡Que vienen, que vienen!—
—
Ya está... ¡a la de tres!—
—
Una, dos y...—
¡BOOM!Una explosión no demasiado fuerte nos estalló justo al lado, levantando una nube de polvo y regándonos con fragmentos de lo que parecía ser una calabaza y... ¿caramelos?
—
¡Imbécil! ¡Te dije que sacases los caramelos y pusieses más pólvora!— gritó una voz chillona.
—
¡A mi no me has dicho nada! ¡Eso es cosa de Lock!— protestó una segunda.
—
¡Y un cuerno! Si no sabes hacer tu trabajo bien, no nos eches la culpa, ¡Burra!— las siguió una última voz.
Las voces siguieron discutiendo, armando un pequeño alboroto que no se podía distinguir más allá de la humareda formada por la "bomba" que nos acababan de tirar.
—
¿Quién ha sido? ¡Dad la cara!— exclamé, quién sabe qué hubiese pasado si hubiese habido pólvora en vez de caramelos.
Las voces dejaron de discutir, y comenzaron un coro de risitas estridentes que veían de la cabeza del enorme gato de piedra. Según se aclaraba el humo, se podían distinguir las siluetas de tres niños con máscaras.
—
¿Quién es? ¡Adivina! Somos...— anunció la más aguda.
—
¡Lock!— habló el pequeño diablo, quitándose la careta.
—
¡Shock!— le siguió la bruja.
—
¡Y Barrel!— acabó su compañero, más rechoncho y con traje de esqueleto.
Los tres se agruparon y empezaron a reírse a carcajadas, mirándonos a nosotros y a los restos de su proyectil
—¡Eso os pasa por no caer en la trampa de los caramelos! ¡Aburridos!— se burlaron, al unísono.