—Siempre tengo que encargarme del trabajo sucio —murmuró. A pesar de que eran las cuerdas vocales de un demonio, arrogante... para mí, en aquel momento, fue como escuchar la voz de un ángel.
Me esperaba una buena reprimenda, o bien, varios gestos de burla por parte de Akio. Tosí, agarrándome la herida del costado con esfuerzo, sin hacer desaparecer a Ángel de mi diestra.
—A-Akio...
Sin embargo, el pequeño Maestro no mostró superioridad. Ni una sonrisa burlona surcó su rostro. Serio, alzó el brazo en dirección a Ragun, o quien quiera que fuese aquel monstruo que había intentado matarme. "Mutis". Había leído sobre aquel conjuro en los libros de Tierra de Partida. El ser de oscuridad no podría lanzar ningún ataque mágico. En ese momento, me di cuenta de lo fuerte que era mi Maestro. Sin ni siquiera haber invocado su arma, tal poder que emanaba de él... era admirable.
Akio no se quedó observando los resultados de aquel hechizo. Para mi sorpresa, agarró mi mano y me arrastró consigo. Al principio me quedé quieta, sin saber qué hacer. ¿Nos íbamos? ¿No lucharía contra él? ¿Dejaríamos a Ragun allí a su suerte?
Pero una voz en mi interior me dijo que era lo mejor. Akio me acababa de salvar la vida, y debía agradecerlo haciéndole caso. Sería una tontería resistirme, y, además, ¿cómo podría hacer frente a su poder, cuando me encontraba respirando con dificultad debido a la herida?
"Es lo mejor, Nadhia. Ve con él"
Giré mi rostro para observar lo que quedaba de Ragun. Una lágrima surcó mi mejilla izquierda, mientras Ángel desaparecía en un intenso destello de luz.
—Adiós, Ragun.
¿Volvería a verle? ¿Ragun había desaparecido para siempre? No me quedé para averiguarlo. Tenía que admitirlo.
Y seguí a Akio, surcando la playa. Parecía querer llevarnos al otro lado de la isla, por lo que no me resistí.
Su mano seguía aferrada a la mía: cálida y reconfortante. Algo que, sin duda, muchos aprendices de Tierra de Partida desconocían del pequeño demonio. Me sentía afortunada de ser de las pocas personas que sabían apreciar esos pequeños detalles. ¿La Maestra Lyn también lo sabría?
Era una escena un tanto curiosa y poco usual. A mis veinte años, siendo arrastrada por la mano de un niño, con la cabeza gacha... sin mencionar una sola palabra. Lo único que se escuchaba era el sonido de la marea. El viento marino jugaba con mis cabellos, hechos un desastre por la batalla.
¿Qué estaría pensando Akio en aquel momento?
—Akio, e-espera, agh —me quejé, soltando su mano y sentándome en un rincón de aquella playa trasera a la que habíamos llegado—. P-perdona, yo... lo siento.
Sin saber qué decir, me aparté un poco la camisa quemada en el costado, dejando ver la fea herida que aún no había cicatrizado. Invoqué de nuevo a Ángel, ejerciendo un Cura para intentar aliviar las quemaduras. Algunos brotes de oscuridad, como sanguijuelas, seguían atravesando algunos poros de mi piel.
—N-no quiero que cargues conmigo así —le expliqué, aún con vergüenza de mirarle a sus ojos cristalinos—. Akio... gracias, por salvarme la vida.
>> Lo siento. He sido una estúpida. Siento haber dudado de todo... he dudado de ti, de Mogara, de todos, incluso estuve a punto de rechazar el poder que me otorgaste. Lo siento mucho.
Agaché la cabeza, avergonzada. Realmente me sentía fatal por haber desconfiado del pacto que hice con mi Maestro tiempo atrás. Recordé la sonrisa de Akio cuando me ofreció el mango de su Llave-Espada; cuando le regalé aquel juguete en las alturas de Villa Crepúsculo; cuando me enfrenté a Lyn para que él pudiese escapar.
Quería llorar, pero no podía. Delante de Akio, no.