Siempre te llevaré en mi corazón. En mi recuerdo, vivirás para siempre.
La soledad es poco recomendable, pues ya que la alegría se encuentra cuando unes tu corazón con el de más personas. Sin embargo, no siempre es así, por mucha verdad que contenga en la frase. ¿Cuánta gente le ha otorgado su felicidad al dinero? ¿O a una causa perdida? El rumbo de cada uno siempre estará condicionado. Sin embargo, el destino de un joven de cabellos castaños y oscuros, sentado en la esquina de un famoso puente, no estaba del todo claro.
Sus ojos desorientados no inspiraban más que dudas. El silencio de su voz lo decía todo, y la expresión de su cara hablaba por sí sola. Con un pequeño carboncillo que encontró en el suelo, dibujaba un conjunto de letras en el frío asfalto que, sin saber exactamente cómo, le había criado. A él y a alguien que poco podía recordar. Repasando varias veces los trazos y con todos los símbolos en mayúsculas, en el escrito se podía leer “Fate”. Que para él, al igual que para todas las demás personas de aquella gran ciudad, tenía un significado peculiar: Destino.
Alzó la vista para contemplar el enorme reloj que se alzaba sobre los edificios colindantes. Eran escasamente las siete de la mañana, pero para aquel chaval, ese reloj no dejaba de marcar las doce.
Suspiró, intentando liberar el demasiado agobio que descansaba sobre él, por más que lo pensase, la enorme confusión que le oprimía, persistía constante.
Dicen que destino y casualidad van cogidos de la mano. Cierto es que fue casualidad que dos hermanos mellizos pasasen por aquel puente, en aquel día, en aquella hora… Sin embargo, la diferencia entre ambos, consiste en que cualquiera puede elegir su propio destino, algo que tanto hermana como hermano tenían muy claro.
Llevaban ropas demasiado extrañas para la realidad que era la ciudad de Londres. Lo único corriente de su vestimenta era el color negro, que dominaba en la mayoría de sus prendas. Sin embargo, era perfectamente combinado por diversos adornos de un color dorado, suave y amarillento para ella, y azul suave pero enérgico para él.
Conforme pasaron al lado del chaval, la joven y animada mujer se acercó hacia él con una sonrisa en la cara. Se agachó para mostrarse a su altura y le preguntó amablemente.
—¿Un mal día? —preguntó con una suave y dulce voz. El chico no respondió, y fue su hermano el que habló en esta ocasión.
—¡Umbreon! —le dijo a modo de reprimenda—. Ya te lo he dicho, no podemos recoger a cualquier cachorro que veamos desamparado.
—¡No lo entiendes, Shadow! —se levantó y se acercó a su hermano, mostrando un enojo más que infantil—. No todos saben que tienen la oportunidad de cambiar su destino…
—Más que un mal día… —comenzó el chico, sorprendiendo a ambos hermanos—. Un mal comienzo.
El chico se levantó y miró el agua fluir desde el puente. Contemplaba su vago reflejo, lo miraba una y otra vez, todavía sin comprender. Sabía que era su imagen la del reflejo, pero… ¿Era realmente él?
—¿Podemos quedárnoslo? —dijo Umbreon a sus espaldas, con la sonrisa de una niña—. ¡Prometo cuidarlo!
—Al final harás lo que te plazca, así que… Yo no diré nada. Tú sabrás donde te metes —comentó sin decir nada más, dando la espalda y metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
Umbreon se acercó al joven y lo llamó con dos toques en su espalda, haciendo que éste se girase sorprendido.
—¡Felicidades! Hoy vendrás con nosotros. ¿Tienes un nombre o puedo ponerte yo uno?
El joven se mostró pensativo durante un instante y, tras mirar al suelo con tristeza, contestó.
—Yo… Yo me llamo…
Nate… La única razón por la que el pequeño Zait viajó hasta llegada la noche. Revivió una y otra vez aquel día, que marcó su vida, que cambió al completo su destino. El destino es algo curioso. ¿Es acaso destino a lo que nos enfrentamos? Un futuro incierto, que tú también puedes escribir. Ese día, Zait estaba cambiando su destino. Estaba eligiendo el suyo propio.
Aterrizó en un oscuro callejón, abandonado de la sociedad y cernido por la noche. El mismo callejón donde todo aquello empezó. Después de tanto tiempo, seguía sin saber leer. Aún no estaba preparado. Hizo desaparecer su armadura y ocultó su Llave Espada. Comenzó a andar con paso decidido, recorriendo el trayecto que una vez recorrió, reviviendo los recuerdos que una vez vivió. Cargado de tristeza, se plantó frente al enorme reloj y gritó. Las lágrimas resbalaban por su faz, caían al suelo, se precipitaban. Los gritos llegaban a oídos de nadie, y la tristeza se expandía sin rumbo.
Venía dispuesto a acabar con su tormento. Alzó su Héroe del Tiempo al cielo, clamó su nombre al cielo, pero él… Él no vendría. Él… No podía.
Cayó de rodillas al suelo, agachó su cabeza y lloró. Lloró por sentirse impotente, lloró por sentirse débil. Lloró por sentirse solo.
Una figura se acercó a él entre la noche, posó su mano en su hombro y le llamó por su nombre. Zait, asustado, retrocedió. El miedo invadió su cuerpo y la locura su mente. Con una mueca de terror, contempló la silueta, únicamente iluminada por la luna, de algo que creyó un fantasma.
—¿¡Nate!? ¿Eres tú? —sollozó entrecortado, levantándose del suelo y agarrando a su amigo de los brazos, buscando verle mejor.
—Zait… Tienes que irte
La dulce cara de Umbreon expresó una gran sorpresa al instante. Observó las marcas bajo los ojos del confuso joven, al igual que un símbolo de mayor tamaño en su pecho.
Entonces, la joven comprendió al instante qué le ocurría al joven y el por qué de su profunda confusión. Sin embargo, había una incógnita que Umbreon seguía sin entender. Miró al joven y le dedicó una sonrisa.
—Me temo… Que ése ya no es tu nombre. Pero… ¡Tengo uno que te va a encantar! —Umbreon alzó las manos y sonrió—. A partir de ahora, Nate, te llamarás Fate.
Fate dudó durante escasos segundo y asintió, dejando la cabeza gacha. Sin embargo, sonreía.
—Dime, Fate, ¿recuerdas algo? Ya sabes, antes de que todo sucediese.
—Zait… No encuentro a Zait.
La joven le dio la mano al triste Fate y comenzaron a andar, siguiendo a Shadow, que dirigía al grupo.
—Fate. Nosotros le encontraremos. Todos juntos
Sus manos se separaron y Umbreon se acercó a hablar con su hermano.
—El chico es un incorpóreo —dijo él, sin detenerse ni mirar a su hermana—. Puede que nos venga bien.
—Shadow… Hay algo que no consigo comprender. Ese chico tiene un corazón roto. Y… No hablo metafóricamente. Su corazón... está roto. Es… Como si sólo tuviese una mitad. Y encima, fragmentada.
—Es imposible. Lo sabes de sobra. Los incorpóreos no tienen corazón. ¿Acaso insunúas…?
—¡Sí! Dirás que estoy loca pero… Puede que haya alguien por ahí… Con un corazón vacío e incompleto.
—¡No! ¡No pienso irme sin ti! —gritó Zait entre lágrimas—. Yo... Ahora puedo... Debo... Recuperarte.
Fate se apartó de él, yendo lentamente hacia atrás, sumiéndose en la oscuridad de la noche, desapareciendo de la vista de Zait.
—Zait… Tan solo…. Tienes que irte —Fate se disipó entre la oscuridad y desapareció.
Zait corrió, corrió lo que pudo y pataleó entre las sombras. Buscó, pero cuanto más lo hacía, menos encontraba, aparte de sombras.
Cansado de buscar sin sentido, Zait volvió a caer al suelo sumido en la tristeza. Rodeado de sombras, de la oscuridad de la noche, contempló una fuerte luz en el cielo. Se trataba de una gran estrella que brillaba en el firmamento, iluminando junto a la luna las últimas lágrimas que persistían en sus mejillas. Aquella estrella era su siguiente destino.