La respuesta de Akio no se hizo esperar. El pequeñajo avanzó tres pasos con su Llave-Espada, realizando el mismo número de toques al filo de la espada de Paul. Sin embargo, no atacó ni desarmó al joven, aunque con su fuerza era muy probable. Entonces, ¿por qué no lo hacía?
Entre el bullicio de aprendices asomó una persona alta, corpulenta. Sus ropas rojizas y el parche en el ojo eran inconfundibles para Paul. El Maestro de Maestros, Ronin, quién silbó y se interesó por el follón montado en la entrada a la biblioteca.
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Vaya, Akio, ¿esas son formas de combatir en un duelo de insultos? ―Akio miraría confuso al maestro, cuando éste señaló con el dedo su zurda. El pequeño demonio se dio cuenta entonces y, manteniendo los modales de aquel inusual duelo de espadas, escondió su brazo izquierdo a la espalda―
Así está mejor, y además, ya que soy yo quien lo introdujo en Tierra de Partida, no estaría de más que vigilara que no haces trampas. ¿Le has explicado por lo pronto a este aprendiz las normas?El rostro de Paul respondería a su pregunta.
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Vale, ya veo que no ―dijo Ronin soltando una carcajada―.
Muchacho, en este duelo habrás visto que a tu cabeza surgen tres respuestas bastante... estúpidas, para qué engañarnos. No me preguntes de donde proceden, ni yo mismo lo sé. ¡Pero seguro que tienes potencial! >>
Debes tener cuidado, estás ahora mismo en la cuerda floja. Tres pasos más hacia atrás y Akio vencerá el duelo. Pero si consigues pensar en un buen insulto, quizás Akio tenga problemas para responder. ¡Adelante, usa tu imaginación!Como sucedió antes, en la cabeza de Paul surgieron tres insultos más que... tontos, muy tontos. Pero quizás pudiera contraatacar. ¿Pero cuál sería el más apropiado para que Akio no supiera contestar?
Tenía que ser alguna que le despistara, de alguna forma.
- Mi lengua es más hábil que cualquier espada.
- Mi nombre es reconocido en cada sucio rincón de esta isla.
- ¿Has dejado ya de usar pañales?
* * *Edge siguió de cerca a la Maestra Yami, quizás intrigado por saber si aquellas criaturas llamadas chocobos existían de verdad... o quizás, una pequeña llama se había encendido en su corazón ante semejante y curiosa belleza como lo era Yami.
Pero una vez que cruzó la esquina para encontrarse con ella, una pequeña y pomposa figura se chocó contra él, tapándole la visión por un momento.
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¡L-Lo siento, kupó! ―exclamó el pequeño moguri, realmente arrepentido. Para cuando Edge se quiso dar cuenta, había perdido el rastro de la Maestra―
¡De verdad, perdóname! Yo no quería... ¡oh!La pequeña criatura, adorable sin duda, se acercó a Edge. Parecía conocerle de algo.
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¿Tú eres el aprendiz Lemmons, kupó? ―al asentir, el moguri movió su pompón―
Me llamo Mogara. Soy quien puso el anuncio en el tablón para buscar la Flor Dorada. Muchas gracias por seguir con la búsqueda, kupó.>>
Yo he estado peinando el jardín y nada, kupó. Pero quizás, usted tenga mejor vista que yo para encontrar alguna pista. Veo por su inquietud que está buscando a alguien en concreto, kupó. ¡¡Oh!! ¡Y quizás yo le esté entreteniendo, y usted tuviera una pista! ¡Lo siento, kupó, kupó, kupó!Sin duda, aquella pequeñaja era adorable. Revoloteando alrededor del aprendiz, con su graciosa nariz y su vocecilla llena de angustia por interrumpir al muchacho en su investigación, esperó a lo que éste tuviera que decir.
Edge podía intentar encontrar a Yami, si acaso Mogara le ayudaría a encontrarla, o quizás separarse fuera buena idea para hallar alguna pista. La Maestra Yami había mencionado a las flores doradas. Si acaso no se acordaba, fuera por lo que fuera, Edge podía volver a intentarlo.
Por un lado se encontraban los jardines más cercanos al castillo, donde el Maestro Kazuki descansaba pacíficamente bajo la sombra de un árbol. Y por otro, la Maestra Lyn instruía a sus pupilos en la altura de las grandes colinas.
Era hora de volver al trabajo.