—
¿Por qué… con ese poder… te preocupas por alguien como ella, eh?No comprendí muy bien la cuestión que alzaba. Ladeé mi cabeza, como un animal que no entiende lo que se le presenta al frente. ¿Por qué me preocupaba por Nadhia? Bueno, si la respuesta a aquello era bastante obvia:
—
Porque ella es especial para mí. Me importa —iracundo, apreté los dedos de mi mano libre, aumentando el poder de la
AntiGravedad sobre Clara—.
Y mucho. —
¡Una simple mortal no puede ser…! —exclamó la chica, intentando usar de nuevo sus habilidades contra mí. En vano. Un cosquilleo en mi garra me hizo saber que, aunque lo intentaba con un gran afán, la magia de la Bruja era mucho más poderosa que la suya.
Aquel poder… no se comparaba con el que me había prestado en la batalla contra Wix. Ni siquiera cuando me enfrenté a Orpheus y la Reina del Crepúsculo, Dusk. Era… mucho más. La sensación que recorría mis venas era tan vigorizante, tan agradable…
—
Soy el Monarca de la Locura. Soy el Mago Eterno —murmuré, sin siquiera pensarlo, mientras una sonrisa tétrica se me dibujaba en el rostro. Y aquella sensación, de autodenominarme un título, de saberme importante y poderoso… me agradó sobremanera.
—
Detente, Clara. Una voz extraña pronunció aquellas palabras a mis espaldas. Giré mi cabeza para contemplar a quien había sentenciado aquella orden. Para mi sorpresa, era alguien que había decidido entrar por la ventana (curioso, pues estábamos varias plantas por encima de los jardines). Era un hombre, igual de elegante que Arthur y Clara, con un largo cabello recogido en una cola de caballo.
—
¡¡Tú!! ¿¡Qué haces tú aquí!? —quiso saber la joven. Aunque el hombre sí le respondió, le advertí con un empujón de mi hechizo que lo mejor que podía hacer era guardar silencio.
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Clara, escúchame. Tu hermana… ya no está entre nosotros. Tienes que asumirlo. Para mi sorpresa, aquel hombre no era el único que había arribado a la habitación. Sobre su hombro se asomó alguien más: una carita pequeña y peluda, extrañamente expresiva para un animal.
Vaan…
—
Xefil, kupó… le encontré… a Saron, tan, tan. Tragué saliva. Avergonzado, miré la garra que cubría mi antebrazo.
—
¿Es… es él? —pregunté, ocultándomela detrás de la espalda, como si quisiera convencerme a mí mismo de que Vaan, al no verla más, se olvidaría de su existencia—.
Hiciste un buen trabajo, amigo. Bajé la guardia por unos instantes y el hechizo que aprisionaba a Clara se disipó. Arrastrada por un eje de gravedad normal, la chica se deslizó por el muro hasta caer al suelo.
—
¡Mi hermana está dentro de ese broche! —apuntó, furiosa—
¡¡Ese sucio broche que le dio tu… tu…!! —
Clara, escúchame… —volvió a pedir Saron, más atento que autoritario—
Dime dónde tenéis a esa muchacha. Ella os puede ayudar, no debéis…—
¡Lárgate de aquí! —rugió la chica. Lord Saron no perdió el control pese a la actitud de la joven y una vez más, intentó aproximarse a ella:
—
No, Clara. No me iré hasta que me escuches. Por favor… sólo quiero ayudaros.
>>Él no os quiere, como yo os amé a todos.—
¡¡Ya basta!! Me di cuenta que fue un error bajar la guardia. Extrañado y curioso como me había encontrado ante la presencia de Lord Saron, me permití perder de vista a Clara. Y aquello, desgraciadamente, había sido un grave error. Aprovechando que la había liberado de mi conjuro, la joven despidió una blanca luz por cada poro de su piel. Y luego, de una manera silenciosa y elegante, simplemente desapareció.
Rugí más que enfadado al advertir que la había perdido para siempre. Sin ella y sin su hermano, no había manera de encontrar a Nadhia pronto. Furioso, rasgué el muro con mi garra, como si así fuese capaz de interceptarla. Lo único que gané, sin embargo, fueron cuatro profundas marcas en la pared.
—
Xe… Xefilón, tan… Saqué la garra del muro de un tirón al escuchar aquel estúpido sobrenombre. Me di la vuelta con un amplio giro, con el cual danzaron los cristales que colgaban de mis alas, y contemplé con mis bestiales ojos a Vaan:
—
¡¡Qué!! Me arrepentí casi al instante. La misma expresión de terror que había contemplado en el rostro de la joven Clara la exhibía el rostro del pequeño moguri. Me llevé la garra a la cabeza, despeinándome y haciéndome varios rasguños en la coronilla, intentando calmarme. Cerré los ojos y me concentré en controlar mi respiración, la cual era más acelerada de lo que recordaba. Mi brazo ardía.
De pronto, sentí el calor de alguien más en mi mano humana. El pelaje y el tamaño me revelaron que se trataba de Vaan, quien pese al miedo se había acercado a mí para intentar tranquilizarme.
—
Lord Saron quiere ayudarnos… ¿dónde… está Nadhia, tan, tan? —
Nadhia está… —musité, haciendo la cabeza a un lado para que no me mirase si llegaba a separar mis párpados—.
¡No lo sé, no lo sé, maldita sea!—
Tranquilo… —
¿¡Tranquilo!? —rugí, abriendo los ojos y clavándolos en Tandy. El moguri hizo ademán de retroceder, pero al final no lo hizo y en su lugar me apretó la mano con más fuerza.
—
Nunca dejaréis de sorprenderme, Caballeros de la Llave-Espada —halagó el presunto Lord, acercándose hacia Tandy y yo. Detrás de él se encontraba el espejo del tocador, el cual de alguna manera había terminado por agrietarse. Y entonces reparé en el par de espectros que habían brotado de mi espalda. Asustado por aquella visión, solté a Vaan en un instante y retrocedí hasta pegar la pared a mi espalda—.
Sois capaces de portar un arma que conlleva una gran responsabilidad a vuestras espaldas. Y, a pesar de ello, seguís cargando con más pesares.
>>Muchacho, ¿Xefil, no es cierto? —
N-no… No estoy seguro… ahora —confesé, contemplando con horror la garra que cubría mi antebrazo. ¿Cómo la había usado con tanta naturalidad, como si hubiese sido parte de mí? ¿Por qué no me había asustado al ver toda esa sangre…? La toqué con el índice de la otra mano. Era rígida y al tacto se sentía como un hueso.
—
Tranquilo, soy un amigo. Este pequeño, Tandy, no ha dejado de hablar de ti y de su amiga, Nadhia. —
S-sí, estoy seguro, yo… —el cuerpo me comenzó a temblar; y realmente no supe por qué. Intentando disfrazar el miedo que se asomaba en mi respiración, me llevé la mano a la boca. Evidentemente, la que moví fue la equivocada, y sólo logré hacerme un amplio corte que me recorrió toda la mejilla. Al instante aparté la garra y me quejé con grito enmudecido.
—
Relaja el cuerpo, el corazón… —indicó de pronto Lord Saron, provocando una sorpresa en mí, digna de señalar—.
Así es. Piensa en momentos felices. Deja que el odio se vaya. Al principio me mostré un poco cauteloso ante su actitud. Sin embargo, el líquido carmesí que corría por mi mejilla me recordó lo sencillo que había sido dañar. No había tardado más que unos segundos para aprisionar a Clara contra el muro, a Tandy lo había espantado como si yo fuese un monstruo, e incluso me había hecho daño a mí mismo accidentalmente. Aquel poder era peligroso, tanto para mí como para los que me rodeaban.
—
He visto tantas cosas en mis viajes… tranquilo, no es ni será la primera vez que haya visto algo como esto.
>>Sois más vulnerables, pero también tenéis una fortaleza que cualquier monarca desearía. Bien así lo fue Cédric en su vida. Saron tenía razón. Tenía que cargar con aquella responsabilidad. Siguiendo sus consejos, cerré los ojos e intenté normalizar mi respiración. Y, como él pidió, pensar en momentos felices…
Hay tantas cosas en mi vida que me hacen feliz. Cosas simples como bajar al comedor por la mañana y toparme con que han preparado mi pastelillo preferido; o cosas tan complejas cómo contemplar la sonrisa gratificante de un Maestro tras un entrenamiento. Muchas, muchísimas cosas que van desde mi infancia hasta los últimos instantes pasados en mi habitación en Tierra de Partida,
Tantas cosas y todo lo que en ese momento pude pensar fue “Nadhia”.
La determinación con la que blandía a su Llave-Espada durante su entrenamiento, la entusiasta atención que había prestado cuando le había hablado de mi mundo, la adorable vergüenza que había exhibido cuando Mogara le ofreció el vestido, los nervios que había apreciado en su rostro y en la mano que tomaba la mía mientras bajábamos las escaleras, las sonrisas que nos sacábamos el uno al otro a la par que intentábamos bailar entre aquella multitud…
Y cuando estuvo tan cerca de mí y había tenido ganas de besarla…
Cuando miré de nuevo a aquel espejo, unos ojos marrones me devolvieron la mirada. No quedaba más rastro en mí de aquel terrible episodio que la sangre que goteaba por mi frente y mi mejilla.
Se me escapó un suspiro de alivio. Aquel… aquel no había sido yo, estaba seguro.
—
Lo siento, Vaan… —me excusé, poniéndome de cuclillas a su lado y acariciándole la cabeza—.
Pero la quiero tanto como tú. Lo único que quería… era poder para protegerla.
>>Ambos somos sus guardianes, granuja, que no se te olvide. Todavía tenemos que encontrarla e ir por ella —sonreí, intentando tranquilizar al pequeño. Ya todo había pasado.
>>Tengo mi propia montura, pero no pasaría inadvertida —señalé, girándome hacia Lord Saron mientras me ponía de pie de nuevo—.
He visto establos cerca de la parte trasera de los jardines. Tomaré prestado un corcel e iré a buscarla de inmediato. Creo que está más que claro que Arthur y Clara no son tan ingenuos para mantenerla cerca del castillo. Sin más dilación, me acomodé la capa que llevaba puesta, para que me cubriera el cuerpo del frío. Acompañado por Vaan, abrí la puerta de la habitación y me apresuré a salir al pasillo, sin saber muy bien realmente por dónde comenzar a buscar.