[Bosque de los Cien Acres] El camino de la magia

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Cronologia:

Alec: Trama "La Revolución" >> Encuentro "El camino de la magia" >> Mini Evento Global: Datastream
Albert: Encuentro "A capa y espada" >> Encuentro "El camino de la magia" >> Mini Evento Global: Datastream

Coloqué un nuevo libro sobre la enorme pila de estos, ya había perdido la cuenta de cuántos libros había acumulado que fuesen de hace más de dos meses. Miré de reojo al Moguri que había entrado aquella mañana en mi habitación exigiéndome que devolviera los libros. El animalillo me miraba desafiante con los brazos cruzados y manteniéndose a mi altura en todo momento gracias a sus alitas, realmente iba a ser imposible escaquearme de él en esta ocasión.

—Creo que ya son suficientes para llevarlos a la biblioteca, Cosmog —avisé viendo la enorme pila que deseaba que no me hiciera llevar de una sola tacada.

La criaturilla miró los libros antes de volver a dirigirme la palabra.

—Sí, son bastantes, pero no los suficientes, kupó —habló con una vocecilla que haría pensar a cualquiera que era un niño pequeño con un disfraz —. Aun así me imagino que con esos bracitos que tienes no levantarías muchos más, kupó, así que vete a devolver todos esos y después vienes a por más, kupó.

Suspiré a punto de echarme a llorar por cómo iba a estar perdiendo la mañana y las agujetas que seguramente me causase llevar una decena de libros por viaje. No queriendo discutir con el animalillo, tomé la pila de doce libros que había hecho y fui hacia la puerta, aunque cuando llegué a ella me tuve que volver a donde el Moguri con una sonrisa.

—Al menos me ayudarás con la puerta ¿no?

***

—Estúpidos Moguris, quizás les devolvería antes los libros si su bibliotecario no intentara atentar contra la vida de los demás a base de mordiscos —gruñía entre dientes mientras caminaba por los pasillos del castillo en dirección a la biblioteca.

Tenía bastante suerte de que no hubiese mucha actividad a esas horas de la mañana, los libros aquellos estaban empezando a parecerme más pesados que un armario además, sin contar que eran tantos que me dificultaban un poco la vista que tenía de frente.

—Por suerte la vuelta la puedo hacer con las manos vacías.

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Los últimos días los había dedicado a entrenar con Stelios y Malik, que intentaban ayudarle a mejorar con el uso de la Llave-Espada, al menos, ya lograba sostenerla sin muchos problemas.
También estuvo practicando sin descanso bordados para saber confeccionar trajes para mujer. Poco a poco ya se manejaba con aquellos estilos de costuras, aunque necesitaba una modelo y no conocía a ninguna chica lo suficientemente para pedirle que le ayudara con ello.

—Tengo que preguntarle a Malik por su amiga. Si quiere que le haga un vestido, tendré que tomar sus medidas y podría preguntarle si quiere ayudarme haciendo de modelo —dijo en voz alta, para sí mismo.

Albert se encontraba sentado sobre su cama, rodeado de una gran variedad de telas y libros de costura. Unos pocos eran suyos, pero la mayoría eran de la biblioteca. Le había parecido increíble poder encontrar libros de ese tipo allí, en Tierra de Partida.

Miraba el vestido que había terminado. No le había costado mucho crear un patrón para confeccionarlo, pero algunos detalles no terminaban de quedar bien, necesitaba más información. Recogió su habitación y preparó varios de los manuales de diseño para devolverlos a la biblioteca. Aprovecharía el viaje para buscar libros que le permitieran perfeccionar esos defectos. También aprovecharía para encontrar manuales de magia, debía seguir estudiando.

Emprendió el camino hacía la biblioteca. Cargaba cinco libros bastante ligeros, por lo que el viaje no se hizo muy complicado.

Al torcer en un pasillo, Albert no advirtió que venía alguien y chocó con la otra persona, la cual iba cargada de muchísimos libros, provocando una lluvia de manuales y hojas.

—L-lo siento, no te había visto. De verdad que lo siento —dijo Albert, incorporándose de la caída—. ¿Estás bien?

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Aunque no veía mucho a causa de los libros, me fijé en una de las clases que había a la izquierda y la cual sirvió para avisarme de que ya no me quedaba nada para alcanzar la biblioteca. Acelerando algo el paso para poder quitarme todo aquel peso de encima, torcí la esquina para sentir al momento como una fuerza me tiraba para atrás desperdigando todos los libros que llevaba.

—¡Ay! Menudo día que llevo hoy —me quejé frotándome la parte de atrás debido al culetazo que me había llevado.

—L-lo siento, no te había visto. De verdad que lo siento —empezó a disculparse una voz de forma precipitada—. ¿Estás bien?

Alcé la vista para encontrarme con un chico bastante jovencito y de cabellos plateados. No supe ponerle ningún nombre ni me sonaba de haberlo visto con anterioridad, así que supuse que tendría que ser algún aprendiz novato y por su carita de preocupación un novato bastante reciente.

—Sí, tranquilo, ha sido culpa mía —le respondí levantándome y empezando a recoger los libros —. Llevaba tanta carga que ni veía a donde iba.

Cogí varios libros amontonándolos para después levantarlos cuando me di cuenta de que uno de ellos no me pertenecía, miré la portada para descubrir que era un libro de costura y sonriendo se lo entregué al chico.

—¿Hijo de costurero? Creo que te llevarías bien con mi madre —reí terminando de recoger los libros y tomando cualquiera que me diese el chico y los levanté en el aire para reanudar mi viaje a la biblioteca.

Aunque antes de avanzar mucho, me giré a donde el aprendiz para volver a hablar con él, tenía la sensación de que no llegaría muy lejos sin volver a chocarme contra alguien y nunca estaba de más un poco de ayuda.

—Igual es algo brusco, pero si no te importa ¿podrías echarme una mano con esto? No tengo muchas ganas de causar más lesiones.

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Albert se percató de que la persona con quien había chocado era un hombre de aspecto bastante peculiar. A primera vista pensó que vestía como un hechicero o brujo, pero no estaba del todo seguro, pues era la primera vez que veía un traje así.

—Sí, tranquilo, ha sido culpa mía. Llevaba tanta carga que ni veía a donde iba —se disculpó el chico.

Ambos se agacharon para recoger los libros con los que cargaban antes del choque. Albert solo encontró cuatro de los manuales y estuvo a punto de poner el grito en el cielo, cuando vio cómo el joven desconocido se lo entregaba.

—¿Hijo de costurero? Creo que te llevarías bien con mi madre —comentó el hombre, sonriendo.

—G-gracias —dijo mientras recogía el libro extraviado—. Mi madre es sastre, fue ella quien me enseñó a coser y me dio trabajo en su sastrería.

Albert le tendió algunos de los libros que se le habían caído al joven. Cuando éste se incorporó, vio que se trataba de un chico muy alto, tal vez demasiado, ya que no parecía muy mayor.

Antes de seguir avanzando, el joven se volvió hacia Albert:

—Igual es algo brusco, pero si no te importa, ¿podrías echarme una mano con esto? No tengo muchas ganas de causar más lesiones.

Dudó antes de responder. Él no tenía mucha resistencia para aguantar el peso de tantos libros, pero tampoco podía decirle que no, también era su culpa que se hubieran chocado antes. Le ayudaría en lo que pudiera, aunque no estaba seguro si aguantaría la carga.

—Vale… Intentaré que no se me caigan.

Esperó a que el joven desconocido le diera algunos manuales.

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—Vale… Intentaré que no se me caigan. —aceptó el chico tomando varios de los volúmenes.

Sonriendole a modo de agradecimiento, esperé a que el aprendiz estuviera listo antes de seguir el camino hacia la biblioteca. Esta ya no se encontraba muy lejos del lugar en donde habíamos chocado, aunque tampoco era el andar hasta allí en silencio.

—Supongo que debería presentarme. Soy Alec Ocus, encantado —le di mi nombre intentando librar un brazo, pero al ver que era imposible por el peso de los libros, dejé el tema de apretón de manos de lado —. Me imagino que tú serás algo nuevo por aquí, ¿no? Diría que es la primera vez que te veo en el castillo.

Dejé que el chico se presentase y respondiese a mi pregunta sin interrumpirle mucho y justo cuando tenía pensado decir algo más llegamos a la biblioteca. Viendo que habían dejado la puerta cerrada, me vi obligado a agacharme y depositar la pila de libros en el suelo para poder abrir la puerta y con un gesto, le hice saber al chico que podía pasar sin problemas. Tras esto, recogí los volúmenes para entrar yo también dentro.

—Puedes dejar los libros en la mesa, ya me ocupo yo del resto —le pedí no queriendo entretenerle mucho más tiempo —. Muchas gracias por la ayuda aun así.

Esperando a que el aprendiz novato dejara los libros en la mesa, fui directo al escritorio en donde se encontraba la terrible bestia guardiana de la biblioteca: Mogrey el moguri. Respirando e inspirando varias veces con tal de no acabar queriendo chamuscar a ese peluche diabólico, dejé caer todos los libros sobre el escritorio armando bastante ruido con ello.

—Vengo a devolver varios libros, son doce en total —informé mirando al monstruo a los ojos con fiereza, sabía lo mucho que deseaba saltar sobre mi cuello y devorarlo.

Mirándome como si se tratase del Maestro Kazuki, el animal bostezó antes de sacar un cuaderno en donde anotar los libros devueltos.

—Supongo que… eres ese que ha enviado umm… Cosmog, ¿no? —habló Mogrey en un estilo muy similar al del Maestro —. Dijo que… vendrías con varios esto… libros más. Cuando los termines de traer umm… apuntaré todos.

Sin ni una palabra más, el Moguri volvió a acomodarse en su silla a la espera de que algún iluso más le molestara durante la siesta… no sabéis cuantas ganas me estaban dando de empezar a lanzar Piros contra ese monstruito. Pero tenía que mantenerme tranquilo, no podía perder los nervios en una biblioteca como aquella y causar algún incendio.

Volviendo a inspirar y respirar, volví sobre mis pasos, aunque antes miré por si el aprendiz que me había ayudado seguía en la sala.

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Le entregó varios manuales que apiló como pudo y comenzó a caminar con paso lento. No quedaba mucho para llegar a la biblioteca, pero quería llegar de una pieza y aquellos libros pesaban bastante.

—Supongo que debería presentarme. Soy Alec Ocus, encantado —dijo mientras hacía un ademán de tenderle la mano, pero el peso de los libros se lo impidió—. Me imagino que tú serás algo nuevo por aquí, ¿no? Diría que es la primera vez que te veo en el castillo.

—C-cierto, no me he presentado, perdón. Me llamo Albert, un placer —dijo, intentando mantener el equilibrio de pila de libros que sujetaba—. Es verdad, llevo poco tiempo aquí, unas semanas. M-me cuesta adaptarme…

Apenas había terminado de presentarse ante Alec, cuando llegaron a la biblioteca. Las puertas estaban cerradas y su acompañante dejó los libros que cargaba en el suelo, abrió las puertas y le invitó a pasar. Albert agradeció el gesto y avanzó al interior de la sala, seguido de Alec.

—Puedes dejar los libros en la mesa, ya me ocupo yo del resto. Muchas gracias por la ayuda aun así.

—De nada, era lo menos que podía hacer —dijo, sonriendo.

Albert dejó los manuales de Alec sobre la mesa y esperó a que éste los devolviera. Se mantuvo detrás del chico, tenía que devolver los cinco libros que ya no necesitaba y quería buscar otros nuevos, algunos de magia y otros de costura.

Solo sabía conjurar con bastante eficacia Hielo. Su Maestra le enseñaba poco a poco, pero él quería sorprenderla y estudiar un poco por su cuenta para aprender mucho más rápido. Le tenía bastante respeto al poder de la magia de fuego y le daba miedo conjurar Piro, por ello tenía pensado comenzar por Electro, le asustaba mucho menos.

Llegó su momento de devolver los libros y vio como en aquel momento Alec retrocedia sobre sus pasos e iba en dirección a la salida de la biblioteca.

Albert le despidió con la mano.

—Tengo que devolver mis libros y buscar otros. Aún tengo un rato aquí.

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Vi que el Albert se quedaba aun en la biblioteca para devolver y recoger más libros. Por unos segundos me quedé mirando la puerta que daba a los pasillos del castillo pensativo, me tocaba volver a por el resto de volúmenes y traerlos de vuelta, pero el estar dentro de ese lugar hacía que sintiera tanta curiosidad y ganas de descubrir que había en cada página de cada libro que me costaba abandonar la sala sin ninguno en la mano.

—A la porra los Moguris, voy a mirar si hay algo nuevo —decidí finalmente dando media vuelta y acercándome a Albert —. Si buscas algo en especial puedo ayudarte, he estado más veces en esta biblioteca que en las aulas de práctica, así que podría decirse que empiezo a conocérmela bastante bien.


Dirigiéndome a algunas de las estanterías más cercanas, empecé a ojear los títulos de los volúmenes en busca de alguno que me interesada, aparte de que desde ahí podría escuchar lo que me contestaba Albert y buscarle algo.

—Si estás interesado en libros de costura, creo que había una balda bastantes manuales y guías sobre ese tipo de cosas en la parte trasera —mencioné moviéndome nuevamente en esta ocasión al fondo de la biblioteca —. No entiendo muy bien de costura y no sé si encontraré algo muy interesante, pero al menos el saber la localización estará…

Algo captó mi atención haciendo que no llegase a terminar la frase. Empotrado en una esquina se encontraba un pequeño atril con un libro cerrado encima. Había pasado varias veces por esa zona y hasta ahora ni me había fijado en aquel mueble y el volumen que tenía encima, siquiera recordaba que el librillo hubiese estado ahí.

Acercándome debido a la curiosidad, llegué hasta el atril y miré la portada del libro, la cual estaba totalmente en blanco por alguna razón. Ni titulo, ni una imagen que indicase de que iba la posible historia que pudiese contar, estaba claro que si quería saber que hacía ahí tendría que abrirlo.

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—¿Un cuento? —pregunté al aire abriendo el libro y ojeando sus páginas —. Me pregunto quién lo habrá dejado aquí, no conozco muchos aprendices que estén en edad de leer esta clase de libros.

Prácticamente solo conocía a un aprendiz que aun no hubiese llegado a la adolescencia y dudaba mucho que Fyk estuviese interesado en historias sobre animales parlantes habiendo toda clase de libros sobre viajes espaciales o aventuras en otros mundos. Aunque tenía que admitir que los dibujos que acompañaban la lectura estaban muy cuidados y eran bastante bonitos, uno de los personajes que aparecía en uno de ellos incluso se parecía a… ¿Nadhia?

—“Hemos llegado” exclamó el muchacho lleno de felicidad y señalando el lugar en donde ahora se encontraban. Nadhía miraba a uno y otro lado perpleja, incapaz de creerse que estuviesen realmente en un lugar así —leí rápidamente tan perplejo como la supuesta Nadhia cuando llegó a esa parte —. Por todos los espíritus, ¿qué clase de libro es este?

Seguí pasando las paginas encontrándome más caras conocidas por el camino, hasta que llegué finalmente a un capitulo en blanco ¿qué demonios pasaba con aquel cuento?. Ladeé la cabeza intentando centrarme, lo mejor iba a ser preguntarle al bibliotecario que pasaba con ese libro, si es que aquel perezoso sabía de algo más que de morder, por lo que agarrando el libro con las dos manos fui a levantarlo para llevarlo hasta el animalillo.

Pero algo no quiso que moviese el volumen de su sitio. Sintiendo como las manos se me pegaban al libro, una luz procedente de sus páginas empezó a cegarme. Estás se movían de un lado a otro con rapidez haciéndome sentir cada vez más liviano y… ¡¿El libro me estaba tragando?! Ah, no. No iba a dejar que un simple cuento infantil me tragase, suficientes animales parlantes tenía ya en mi vida como para preocuparme por osos y burros ¡Ese libro no iba a poder conmigo!

¿A quien intentaba engañar? El libro ya me había tragado.

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Mientras Albert esperaba a devolver sus libros, Alec se acercó hasta él.

—Si buscas algo en especial puedo ayudarte, he estado más veces en esta biblioteca que en las aulas de práctica, así que podría decirse que empiezo a conocérmela bastante bien —le comentó mientras se aproximaba a unas estanterias cercanas al mostrador.

—Muchas gracias. La verdad es que venía a por unos manuales de magia, para mejorar, que soy bastante novato aún —dijo mientras se daba media vuelta al mostrador, haciendo caso al moguri que le atendía.

—Si estás interesado en libros de costura, creo que había una balda bastantes manuales y guías sobre ese tipo de cosas en la parte trasera…

Alec avanzó perdiéndose entre montañas de libros, por algo que a lo lejos había llamado su atención.

—No te molestes, ya había encontrado lo que necesitaba en estos manuales —comentó Albert, girándose de nuevo en la dirección de Alec, el cual ya había desaparecido de su lado—. ¿Alec? —se volvió al moguri— Llevo un rato hablando solo, ¿verdad?

El simpático moguri le miró y asintió, mientras se meneaba su gracioso pompón.

«¿Se habrá ido?»

Albert estaba extrañado, pues hacía escasos minutos estaba hablando con él, era imposible que se hubiera marchado de la biblioteca, no había pasado delante suya. El joven pensó que probablemente se había perdido en el interior de las montañas de estanterías y libros. Caminó hasta el pasillo donde se encontraban los manuales de costura y siguió hasta el fondo del mismo.

Allí no había nadie, estaba él solo, sin nadie más. Lo único que había fuera de lugar era un libro tirado sobre el suelo, sin portada y con un cierre con llave, el cual estaba suelto.

—¿Alec? ¿Estás por aquí? —dijo, sin alzar mucho la voz.

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Me llevé una mano a la cabeza esperando a que el mundo dejase de dar vueltas y conseguir ver a donde me había llevado el libro. Cuando todo se detuvo, miré a mi alrededor asombrado, me encontraba sentado bajo un enorme árbol capaz de dar sombra a toda la zona. Levantándome aun algo mareado, busqué algún rastro de vida, con la altura que tenía ese árbol algún pájaro tendría que haber hecho un nido en él ¿no?

—¿Hola? ¿Hay alguien por ahí? —pregunté en alto buscando que alguien me escuchase, pero no conseguí recibir ninguna respuesta —. Vaya… siquiera una ardillita correteando por las ramas, me esperaba algo más alegre para tratarse de un cuento infantil.

Volviendo a colocarme bien el sombrero, miré nuevamente al enorme árbol por si se me había escapado algo, pero al no volver a ver nadar, empecé mi marcha para descubrir cómo salir de aquel o al menos saber si estaba habitado.

Un sonido desagradable hizo que me detuviese a medio camino. Frente a mí apareció entonces un pequeño animal de color amarillo y una camiseta de color rojo que corría de forma desesperaba con un objeto ovalado entre las manos. Tras él podía ver como una especie de nube se acercaba rápidamente con la intención de causarle daño al animal.

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—Ya os estoy devolviendo vuestra miel, no tenéis que seguirme de esta forma —le escuché quejarse al animal cuando ya estuvo a pocos metros de mi posición, momento en que pudo verme y dirigirme —. Oh, perdone, señor desconocido ¿pero podría decirles a estas amables abejas que ya voy a devolverles su casa?

Las palabras del oso hicieron que mis ojos pasaran directamente a la nube que emitía el desagradable ruido que había escuchado y es que no había sido otra cosa que el zumbido de un millar de abejas que buscaban convertirnos en coladores con sus punzantes aguijones. ¡Ese animal estaba loco! Y más loco que pensé que estaba cuando se colocó a mi lado y me pasó la colmena empujándome un poco con sus redondos brazos.

—Vamos, señor, seguro que a usted le hacen más caso —insistió el animal, el cual parecía ser un oso.

—¡¿Cómo me van a hacer caso unas abejas?! —le grité al oso sin poder apartar la vista del furioso enjambre.

Intentando hallar una solución, lancé el panal al cielo consiguiendo atraer la atención de las abejas que empezaron a volar hacia él. Visto que lo único que les interesaba era el estado de la colmena, alcé la mano apuntando hacia ella y empecé a moverlo mediante magia intentando alejarlo del lugar donde nos encontrábamos el oso y yo.

Tras unos segundos, conseguí mover la casa de las abejas (y a estas de paso) hasta unas ramas del enorme árbol en donde se pudiese aguantar. Suspiré de alivió al ver que el problema ya se había solucionado, incluso escuché como el osito me daba las gracias por haberle salvado del furioso enjambre.

—No cantes victoria tan rápido —le dije aun observando el árbol en donde se encontraban las abejas y es que estas habían dejado la colmena atrás tras ver que estaba bien y volvían a volar hacia nosotros — ¡Corre!

Ser perseguido por unas abejas asesinas era la mejor forma que existía para que te incitasen a explorar un nuevo mundo.

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—Aleeeeec… —susurró Albert.

Seguía sin recibir respuesta del chico. Resultaba demasiado extraño que hubiera desaparecido así como así, casi parecía que se lo habían comido las montañas de libros de la biblioteca. Albert estaba un poco nervioso por si le había pasado algo, pero no había ni rastro de Alec.

Se agachó a recoger el libro que estaba en el suelo y comprobó que el cierre no se quedaba fijo en el lugar que correspondía. Albert miró el lomo del mismo para colocarlo en el estante al que perteneciera, pero no había nada escrito, al igual que en la portada.

—¿Será la libreta de alguien?

Albert abrió el libro y descubrió que se trataba de un cuento infantil, de bonitas ilustraciones.

—Creo que en Tierra de Partida hay niños también, supongo que los tienen para ellos.

Los dibujos del cuento cautivaron a Albert que se animó a leer, pues no le pareció muy largo. Pasaba las páginas, leyendo las cortas frases y observado las ilustraciones, hasta que en una de ellas se paró en seco, pues había encontrado a Alec, o mejor dicho un dibujo de él.

En las aquellas páginas Albert leyó como Alec, algo aturdido, se encontraba en mitad de un bosque en el que no había ni un pequeño animal. Cuando el joven se puso en pie, vio acercarse a un adorable osito amarillo que era perseguido por una nube de abejas enfurecidas, pues resultaba que el simpático oso había robado la colmena donde vivían las irritadas abejas.
Aquel animalito pedía ayuda a Alec para calmar a sus perseguidores y el joven improvisó lanzando a lo alto de un árbol la colmena, pero lejos de estar a salvo, aún enfadadas, las abejas comenzaron a perseguirlos.

Al pasar la página, resultó estar en blanco. Y no solo la siguiente, sino el resto del libro estaba en blanco. Albert cerró el libro y lo ojeó de nuevo por fuera, pero seguía sin haber nada.

—¡Qué raro es este libro!

Volvió a abrirlo y regresó a la página en blanco, pero seguía vacía, no había nada escrito. Se le ocurrió rozar con la uña del pulgar la hoja para ver si ocultaba algo pòr debajo de la misma, pero no había nada.

Antes de que pudiera emitir un suspiro de frustración, un brillo cegador salió del interior del las páginas en blanco. Albert comenzó a sentirse ligero, como si flotara por el aire y, para cuando el brillo cesó, se encontraba tirado en una loma verde, similar a la que había ido a parar Alec en el cuento. Albert se incorporó y vio como a lo lejos Alec y aquel osito amarillo huían de una nube de abejas.

Estaba atrapado dentro del libro.

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—No te pares, Oso —le metí prisa al animal agarrándole del brazo y corriendo lo más rápido posible para no ser alcanzado por un millar de aguijones.

—Pero mi nombre no es Oso, me llamo ¡Ay! —se quejó el mamífero llevándose la mano libre atrás debido a una picadura de abeja.

Tiré con fuerza del oso sacándolo del radio de las abejas y colocándolo frente a mí para que estuviera a salvo. Este aprovechó el empuje para correr más aun y sacarles así algo de ventaja a las abejas, pero por mucho que lo intentábamos estas se encontraban cada vez más cerca y como no consiguiéramos ocultarnos en algún lado o dispersarlas de alguna forma nos sería imposible escapar de nuestro destino para convertirnos en cactus.

—Demonios, ¿Es que no van a cansarse? —gruñí por lo bajo mirando de reojo hacia atrás —. Ya les podría caer un rayo encima… o podría tirárselo yo… —frené en seco girando sobre mis talones. Levanté el brazo instintivamente apuntando hacia el enjambre y dejé fluir la magia hacia mi mano —¡Electro!

Un certero rayo cayó del cielo golpeando el centro del enjambre. Las abejas se separaron al instante revoloteando por toda la zona confundidas la gran mayoría de ellas y heridas las que habían conseguido sobrevivir al hechizo. Fue en ese momento en el que me fijé en una nueva presencia en la zona aparte del osito y yo, cuando la vi mejor descubrí que era el chico de los libros, Albert.

—¿Albert? ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté demasiado sorprendido de verle.

No pude llegar a escuchar a tiempo la respuesta del aprendiz, ya que en ese momento me vi obligado a apartarme junto al mamífero de un grupo de abejas que volaban de forma demasiado extraña. Eran todas las que habían conseguido sobrevivir, pero ahora se encontraban demasiado perdidas y heridas como para volar con facilidad y en grupo. El enjambre siguió revoloteando sin dirección alguna, pero cuando vieron a Albert empezaron a acelerar su aleteo moviéndose en zigzag hacia él.

—¡Albert, cuidado!

Aun alertándole, volví a preparar un hechizo, en esta ocasión un Piro, pero entonces me encontré con un gran problema y es que el movimiento de las abejas era tan aleatorio que iban abriendo huecos en su formación, huecos que hacían que mi esfera de fuego pudiese alcanzar al chico en vez de a ellas.

[Leechanchun]

Albert se incorporó mientras veía como Alec y el osito del cuento corrían por salvar sus vidas del ataque de unas furiosas abejas. El sastre observaba la situación, pero no sabía qué hacer para ayudarles a quitarse a los molestos insectos de encima.

Alec no perdió mucho más tiempo, agarró al osito y lo obligó a ponerse delante suya, dándole ventaja a huir de las abejas el pequeño animal. Rápidamente, se giro y conjuró un hechizo de Electro que impactó sobre la nube de abejas. El enjambre comenzó a separarse y alejarse del lugar, huyendo heridas.

Albert fue acercándose poco a poco, cuando Alec reparó en su presencia.

—¿Albert? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Alec, sorprendido, seguramente no espera verle allí, pero qué era allí… ¿Realmente estaban dentro de un libro de cuentos?

Antes de que pudiera responderle, Albert vio como las abejas que no había huido se abalazaban de nuevo sobre Alec y el osito amarillo.

—¡Cuidado! —exclamó Albert, señalando el enjambre.

En el último segundo, consiguieron esquivarlas gracias a la agilidad del chico de Ciudad Halloween. El movimiento de las abejas era extraño, parecían confusas, pero en cuanto se fijaron el Albert, comenzaron a acelerar el ritmo. Iban a por él.

—¡Albert, cuidado! —gritó Alec.

—¡Socorro! ¡No me gustan las abejas!

Albert comenzó a correr por el llano verde donde había aparecido, intentado evitar que le picasen los molestos bichos. Se fijó en Alec que se preparaba en lanzar un conjuro, pero al verle vacilar en lanzarlo, Albert pensó en imitarle, como había hecho hacía unos minutos, e intentar pararlas con un hechizo. Invocó su Llave Espada y se giró lo más rápido que pudo para conjurar Hielo sobre el enjambre. El cristal de hielo impacto sobre el la nube de insectos, pero solo alcanzó a unas pocas debido a su extraño movimiento. Albert siguió corriendo por el llano, huyendo nuevamente, tras comprobar que su intento de espantar a las abejas había sido inútil.

—¡Aleeeec! ¡Ayudame! ¡Lanzales un hechizo de fuego! —gritó desesperado, esprintando todo lo que pudo para poner suficiente distancia entre las abejas y él para que Alec pudiera atacarlas.

[LightHelco]

—¡Aleeeec! ¡Ayúdame! ¡Lánzales un hechizo de fuego! —imploró Albert corriendo de forma desesperada para que las abejas no le alcanzaran.

El chico había intentado detenerlas usando su magia, pero debía ser bastante novicio ya que ninguna llegó a dar en el enjambre. Materializando una bola de fuego en mi mano, esperé a que el aprendiz se alejara de las abejas y no darle por equivocación, mas estas insistían en seguirle a todas partes complicando las cosas.

—Oso, ¿no podrías intentar llamarlas? No puedo salvar a mi compañero si le siguen de esa forma —me dirigí al animal aun con la esfera en la mano.

—Ya le he dicho que no me llamo “Oso”, señor —volvió a quejarse el mamífero, aunque nuevamente no llegó a decir su nombre gracias a la mirada que le lancé —. No sé si podría, las abejas están muy enfadadas y podrían hacerme mucha pupa…

Suspiré viendo que el osito iba a ponerme mil y una excusas antes que volver a lanzarse contra el enjambre. En parte lo entendía, no era muy agradable que te acribillasen a aguijones, pero él nos había metido en este lío lo mínimo que podía era intentar a ayudarnos a solucionarlo.

—Llámalas sin separarte de mí —le pedí en un tono que casi podía interpretarse como una orden —. Solo necesito que vengan, el resto será coser y cantar.

El animalillo asintió algo inseguro antes de empezar a gritarle al enjambre sobre cómo iba a llevarse toda la miel en la que habían trabajado. Al escuchar aquella ofensa, toda la zumbante nube se lanzó a por nosotros dejando a Albert tranquilo. Rápidamente eché el brazo donde tenía el hechizo de fuego hacia atrás y les sonreí a las abejas.

—¡Piro! —exclamé lanzando la bola de fuego que impactó de lleno en el enjambre quemándolo.

Las pocas abejas que sobrevivieron se dispersaron y escondieron entre los árboles o en el panal, por lo que frotándome las manos di por terminada aquella batallita. Lo primero que hice tras eso fue ir a donde el aprendiz para ver si se encontraba herido o en perfectas condiciones.

—Hey, Alber ¿te encuentras bien? Ya se han ido las abejas, así que puedes tranquilizarte.

[Leechanchun]

Albert corría sin rumbo por el llano verde, esperando a que Alec hiciera algo con las molestas abejas que le perseguían. Había dado un gran esprint, con la intención de poner mucha distancia entre los insectos y él, pero eso le había agotado bastante y, poco a poco, iba aminorando su carrera, quedándose cada vez más cerca de sus furiosas atacantes.

—¡Aleeec! —gritó de nuevo.

Huyendo como podía de las abejas, giró bruscamente en otra dirección y miró en la dirección donde se encontraba su compañero y aquel adorable osito amarillo. Parecía que discutían sobre algo y antes de que le diera tiempo a volver a gritar, el pequeño animalito se puso a llamar la atención de los insectos hasta su posición.

Las abejas dejaron de perseguirlo y se lanzaron a bastante velocidad sobre el osito, pero Alec se interpuso y las atacó con un hechizo de Piro. Albert se dejó caer, de rodillas sobre el suelo, estaba cansado de tanto correr y Alec se acercó hasta él.

—Hey, Albert ¿te encuentras bien? Ya se han ido las abejas, así que puedes tranquilizarte.

Respiró con calma, hasta que pudo volver a hablar.

—Sí, estoy bien, muchas gracias. Nunca había visto a una abejas tan furiosas —siguió cogiendo aire—. Pero lo que me preocupa es el dónde estamos… ¿Qué es este lugar? ¿Estamos dentro del libro que había en la biblioteca?

Esperó a que Alec le diera diera respuestas a sus dudas. Estaba bastante preocupado por la situación, no había oído nunca que un libro se tragase a la gente y no sabía si había salida.

—Debemos buscar una salida. No sabemos qué nos pasará si nos quedamos aquí.

Albert comenzó a caminar en una dirección cualquiera, pues toda la loma verde parecía exactamente igual en cualquier punto. Mientras marchaba a un incierto rumbo no pudo evitar comentar el espectáculo mágico que había presenciado escasos momentos.

—De verdad, muchas gracias por ayudarme antes. Realizas muy bien los conjuros, ese último Piro ha sido impresionante. Yo todavía sólo sé conjurar Hielo, espero aprender pronto más hechizos nuevos.

[LightHelco]

—Hasta donde yo llego, diría que sí estamos dentro del libro —le respondí igual de confuso a su primera pregunta —. Yo tampoco entiendo muy bien que está pasando, pero había varias páginas en las que salía una compañera y relataba bastante bien sus aventuras aquí —mencioné recordando el pasarte en el que salía Nadhia —. Es una teoría algo loca, pero quizás el libro sea un mundo, he leído sobre mundos que son el pasado de otros no veo raro que existan mundos en miniatura como este.

Mi respuesta no pareció tranquilizar del todo al chico, ya tras dejar claro que quería buscar una salida, empezó a andar a ciegas por todo el bosque mirando en cada uno de los arboles por si había alguna especie de puerta que dijera “Biblioteca de Tierra de Partida, gracias por su visita”.

—Si tanta prisa tienes por salir de aquí —no le culpaba, yo también quería salir —. Que mejor que preguntarle al oso, seguramente conozca el bosque mejor que nosotros.

Mientras Albert continuaba con su búsqueda, me volví hacia el mamífero para ver si aún seguía allí. Para mi fortuna el osito seguía en la zona, pero parecía estar dispuesto a marcharse, por lo que tendría que ir hacia él rápidamente. Lo habría hecho si no me hubiesen llegado las palabras del aprendiz en ese momento:

—De verdad, muchas gracias por ayudarme antes —volvió a agradecerme el chico —. Realizas muy bien los conjuros, ese último Piro ha sido impresionante. Yo todavía sólo sé conjurar Hielo, espero aprender pronto más hechizos nuevos.

Entendía muy bien como se sentía Albert al ver a alguien usar magia superior a la suya, ya que yo había pasado por eso toda mi vida viendo al resto de los míos realizar espectáculos pirotécnicos con sus propias manos o congelar el acido de la fuente con un solo chasquido de dedos. Era algo que siempre me había fascinado, pero a la vez me había hecho tener una gran envidia hacia ellos, porque ellos podían hacer lo que yo solo podía llegar a soñar.

Es por ello que me costaba encajar el halago del muchacho, nunca me habían dicho que la magia se me daba bien ¿Cómo tenía que reaccionar? ¿Agradecérselo simplemente? ¿Decirle que yo también había empezado al mismo nivel que él y que pronto podría llegar a más que yo incluso? O simplemente podría quitarle merito a la cosa, después de todo solo había hecho uso de hechizos menores.

—No creo que haya sido para tanto, simplemente he ayudado a un compañero de mi misma Orden, no tiene más merito. Pero vaya, yo también era un enclenque con la magia hace dos años, no es algo que solo te haya pasado a ti —añadí a modo de ánimo —. Creo que el oso ha tenido que irse ya, así que tardaremos un rato más en volver ¿Qué te parece si aprovechamos a que aquí no parece haber nadie para practicar magia? —le sugerí tras volverme y no ver al animal en el claro —. Quizás este sea el día en el que aprendas a usar un nuevo hechizo.

Al menos con eso pasaríamos el tiempo hasta que alguien se enterase de que estábamos atrapados en el libro de la biblioteca.