¿Matar? No, Ban no había querido matarle. Sólo... quería hacerle daño.
―Tienes todo un bando de caballeros de la llave espada en nuestra contra. Reserva para ellos tus instintos homicidas. Vuelve a tu habitación, ya has escuchado a Wix.
―Vale.
Fue lo único que el chico dijo. Intentó levantarse, pero el golpe todavía era demasiado reciente y el dolor lo hizo imposible. Por lo que se quedó ahí tirado, tumbado en el frío suelo, con la vista perdida en el techo. Al igual que Ragun, guardó silencio.
―No diré lo que ha pasado aquí hoy y haré a partir de mañana como si no hubiese ocurrido nada, pero ni se te ocurra intentar algo así conmigo nunca más ―dijo finalmente el aprendiz oscuro.
No hubo respuesta por parte de Ban, que se limitó a mirar cómo se marchaba por el largo pasillo. Cuando desapareció de su vista, el incorpóreo devolvió su mirada hacia el techo. Incapaz de moverse por ahora, tendría que esperar. Afortunadamente, aquello no suponía ningún problema para él.
Incorpóreo. Corazón. Llave Espada. Perdida. Vacío. Incompleto. Maestra. Impulso. Sufrimiento. Confuso. Dolor. Muerte.
Demasiados conceptos nuevos, mucho en lo que pensar. Las palabras de Wix flotaban en la mente del inexperto incorpóreo, atormentándole desde que abandonó el vestíbulo. Una vida sin sentido, sin nada. ¿Era eso lo que le esperaba? ¿El agarrarse al deseo de recuperar el corazón perdido como único motivo para vivir...?
Sin olvidar la inesperada reacción que había tenido con Ragun, y que todavía le sorprendía. El dolor que podría haberle causado, la sola idea de volver a hacerlo encendía algo en el interior del muchacho. ¿El qué? No sabría decirlo. Pero, de alguna manera... ¿Se había sentido vivo?
No lo sabía. En aquel momento, no tenía nada claro.
«Así que, cuéntame, chico mimado. ¿Serías capaz de dominar el poder de la Llave y luchar por un mundo mejor...?».
Ban cerró los ojos, dejándose llevar por la oscuridad y el cansancio en pleno pasillo. Tenía muchas cosas en las que pensar, muchos pasos por recorrer. Pero por aquella noche, ya había sido suficiente.
Era hora de soñar. De recordar.
«No olvides que he sido yo quien te ha salvado».
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