Días antes de los eventos de Promesas de Guerra
Ya había pasado una semana desde que Nikolai Everard se instauró en la Orden de Bastión Hueco y pasara a formar parte del elenco de caballeros que blandían la misteriosa llave espada.
Estos días resultaron ser lo que el joven se esperaba en cuanto llegó al castillo: entrenamiento, entrenamiento y más entrenamiento. Por lo visto, las dos maestras a cargo de los aprendices habían acelerado el ritmo de las sesiones de entrenamiento para los recién llegados con tal de prepararlos lo antes posible. Niko no estaba muy seguro, pero algo le decía que la intensificación de los entrenamientos tenía que ver con algunos comentarios que había oído acerca del conflicto con la Orden de Tierra de Partida. Ya sabía de la mala relación que había entre ambos bandos, pero era mucho peor de lo que se imaginaba.
A parte de algún que otro comentario despectivo sobre el bando de la luz que escuchaba entre entrenamientos, también se enteró de otros chascarrillos que circulaban por el castillo, como que, además de las maestras Nanashi y Ariasu, había otro maestro de la llave espada que parecía ser el mandamás de la Orden, pero que debido a ciertas circunstancias (las cuales le eran desconocidas, ya que a los aprendices les parecía resultar incómodo tratar sobre ese asunto), se encontraba indispuesto.
El susodicho hombre se llamaba Ryota, pero más que un Maestro de maestros, ahora parecía el fantasma de una leyenda con tanto cuchicheo sobre su persona. Por el momento, habría que esperar para conocer al afamado líder del bastión.
Pero había cierto tema que le llamó la atención, y el culpable de que ese día se encontrase en la biblioteca buscando información al respecto. Lo oyó unas cuantas veces los últimos días, pero jamás había oído algo así.
<Incorpóreo…>
Niko se encontraba sentado en una de las amplias mesas de estudio de la estancia, ojeando uno de los pocos volúmenes de los que disponía la biblioteca que trataban sobre estos “individuos”. Por como hablaban los aprendices sobre los incorpóreos, dedujo que se trataría de alguna raza, como la etnia gitana a la que pertenecía su compañero Simbad, otro recién llegado como él al que conoció los primeros días de su estancia, pero con el que no ha podido coincidir más debido a los entrenamientos.
No obstante, la idea de “raza” no le parecía tan convincente en cuanto se enteró de cierto detalle que distinguía a estos enigmáticos personajes: no tenían corazón.
¡Menuda locura! ¿Cómo podría vivir una persona (si es que se podían considerar personas) sin algo tan necesario como un corazón? A simple vista, tenía la pinta de ser alguna clase de mofa por parte de los aprendices, insinuando que cuando se referían a que alguien “no tenía corazón”, se trataba de algo tan trivial como que el mencionado era una persona cruel y sin escrúpulos.
Rumores. Como bien sabía, los rumores no tienen base alguna sobre la que sustentarse. De modo que su única opción era buscar información fiable. Al fin y al cabo, le resultaría útil conocer sobre los incorpóreos ya que, si no había escuchado mal, en Bastión Hueco se hospedaban un par de estos seres que se habían ganado ese título.
¿Cómo sería alguien que no dependiese de un corazón? ¿Qué sentiría?