—¿Tengo cara de idiota? Te he dicho el mejor que tengas, no el más feo.
El dependiente se disculpó torpemente, cerrando el estuche y volviendo a toda prisa al almacén.
Ciudad de Paso, el sitio ideal para comprar cualquier cosa. Aprovechando que tenía el día libre, había decidido poner en marcha un pequeño experimento. Pero para poder empezarlo, necesitaba un nuevo violín.
Desde mi transición, había ido encontrado pequeños hobbies que me servían tanto para entretenerme como para ayudarme a comprender mejor el corazón humano (y poder sacar beneficio de ello, por supuesto). Los videojuegos fueron mi primera opción, pero ya no los encontraba tan interesantes como antaño en otra vida. Pero fue justo algo del pasado lo que encontré: música.
Junto a la lectura, la música me servía como instrumento que abría las puertas a los secretos que aguardaban los sentimientos. Tanto para entenderlos, como para interpretarlos correctamente. Las clases de música que recibió el pequeño Ban me fueron extremadamente útiles, y tras un tiempo practicando por mi cuenta en el bastión ya podía decir que dominaba la música a la perfección.
Pero una cosa era tocar las notas correctamente, y otra conseguir transmitir. ¿Podría hacerlo? Necesitaba cobayas, cobayas humanas para ser más precisos, y así lo averiguaría.
—Mucho mejor —aprobé al fin, examinando el nuevo violín que había traído el inútil—. Me lo llevo.
Pagué (gracias, dinero Oswald) y salí de la tienda a ritmo ligero. Había dado el primer paso: ahora necesitaba encontrar el mundo correcto donde llevarlo a cabo.
¿En Bastión Hueco? Ni hablar, la mayoría de aprendices eran humanamente idiotas. ¿Aquí, en Ciudad de Paso? No, había muchas posibilidades de toparme con alguien de Tierra de Pardillos.
Ninguno de los mundos que había visitado hasta el momento me servía: era hora de encontrar uno nuevo.
Subí a mi nave gumi y la puse en marcha, directo al intersticio. La música me esperaba.