Algún día.
tras [Trama] Las siete Maravillas.
El cuerpo adormecido de la chica cayó mecido por el viento sobre el hombro de su compañero. Sus nervios se estremecieron y un tanto asustado mordió con fuerza su labio. De reojo podía observar el cabello de la muchacha, completamente rosado bajo la luz de la luna, de un color natural y cristalino. Sentía unas ganas irrefrenables de pasar la palma de su mano sobre sus mechones.
Ella dormía plácidamente, reposaba tras el largo y duro día que había tenido que soportar. Enok suspiró, devolviendo al aire lo que le pertenecía. Transcurrían los minutos cada vez más lentamente, de forma más extasiada, un segundo sobre otro segundo. El tiempo ralentizaba sus acciones y el mundo poco a poco se convertía en dos párpados negros cerrándose. Mientras tanto, un helado de sal marina se derretía gota a gota sobre la madera del banco.
Hasta que el sueño pudo con la pareja de aprendices...
Un nuevo día comenzaba, uno de esos apagados y rancios días tras una misión. Por norma general, el ánimo de casi todos los aprendices descendía considerablemente tras una de las expediciones que los Maestros solían ordenar. Al menos así se sentía Enok aquella misma mañana, con un agrio recuerdo en la memoria y un salado sabor en su papilas.
Con una mueca de asco, el chico se incorporó y realizó el típico ritual que le llevaba desde el aseo hasta su armario. Terminó vestido con uno de sus típicos atuendos: camiseta con rayas amarillas y negras bajo una sudadera, lo suficientemente acolchada para soportar el frío que se colaba entre los resquicios del castillo.
Abandonó su habitación y emprendió la marcha con lentitud. Lo cierto es que pensar en aquel momento en cualquier tipo de bebida o de comida le producía arcadas por lo que decidió posponer el desayuno para más tarde. Tras un par de suspiros fijó su camino en dirección a los miradores del castillo.
El lugar hubiese estado desierto salvo por una figura solitaria en uno de los bancos, un contorno que miraba al horizonte en dirección a las apagadas montañas. Enok se acercó a una baranda y estuvo balanceándose un par de minutos. Corría una brisa suave que arrastraba el frío de la madrugada, seco y sin vida.
Sentía algo, una especie de recuerdo. Puede que solo fuesen imaginaciones suyas...