Antes de que las mujeres pudieran realizar el último número, la puerta se abrió de sopetón. Via Yao, algo aturdido, aunque desapareció en seguida en el local abarrotado y repentinamente silencioso.
Los pasos de una mujer pálida entraron en la estancia. Era guapa, tenía que reconocerlo. Ojos rasgados, piel blanquecina envuelta en telas de colores pastel al igual que el cabello de Freya, llevaba joyas por doquier y una melena azabache; además iba escoltada por dos hombres forzudos. Tenía que ser alguien importante.
Me extrañé… ¿Qué hacía una mujer en este tipos de locales? Aquella no parecía una mujer con su hijo que necesitase ir al lavabo. ¿No sería que…? Y lo comprendí de golpe. No se veían muchas personas así en la Cité y mucho menos gitanas. Lo mejor que podía pasarte por eso sería ser quemado en la hoguera. No quería ni imaginármelo.
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Princesa Flor, encantado de conocerla. Es un grandísimo placer tenerla entre nosotros —Yao, que había aparecido de repente, se dirigió a ella—.
Mi empleada, la Tigresa del Oriente...del Bastión, perdón, le acompañará hasta su sala.Enok, que se encontraba taciturno y pálido como la nieve, no tuvo más remedio que acompañarla hasta la sala. Se me activaron todas, absolutamente todas las alarmas; Enok estaba metido en graves problemas. Seguramente no quería un autógrafo.
Pensé como no pensé nunca, estuve a punto de entrar en la sala y lanzarle un hechizo, largarnos de allí y rogar porque Ariasu no nos despellejase vivos o algo peor. Me obligué a tranquilizarme.
Entonces, encontré la solución. La solución en una camarera no muy lejos de allí sirviendo el sake a Brook. Le cogí del brazo y la arrastré hasta la puerta de la sala.
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¿¡Pero qué demonios te pasa?! —Me gritó, e intentó zafarse; le tapé la boca. Creí que se llamaba Wendy.
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¿Quieres hacerte un favor a ti misma y ascender en los intereses de Yao? —Le miré serio. Paró de forcejear, el odio pintaba su mirada—.
Allí dentro está la Princesa con Tigresa necesitada de una camarera para… Bueno, te lo puedes imaginar. —
No sé que tiene que ver eso conmigo—escupió con desdén en cuanto se soltó, conté hasta diez para no partirle la cara.
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Tigresa no le va a dar nada, es demasiado tímida —señalé hacia la puerta—.
Esta es tu oportunidad.La chica se quedó pálida. ¿Acaso había descubierto algo sobre ella que quería ocultar? Pues había sido un accidente, y tenía que decidirse ya. Volvió a su expresión envenenada.
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¿Y por qué no vas tú? Como no llevas ropa interior igual le facilitas el trabajo —su sarcasmo hizo que enfureciera, más porque estaba insinuando descaradamente que era la “favorita” del jefe, y quizá así fuera. Nadie lo vio, pero yo sí. Maldita arpía.
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¿Lo tomas o lo dejas? No voy a estar aquí eternamente y la Princesa tampoco.Para mi visceral alivio, su gesto se suavizó y sin decir más, se internó en la habitación; me retiré cerca de la mesa de mis últimos clientes y pasé nota a un grupo que estaba más cerca; no había que olvidar que tenía que pasar por todas las mesas. Serví las bebidas y por suerte, volví a ver a Enok, algo aturdido, pero le volví a ver.
Me apoyé en la pared, cansado y mareado. Yao me tocó el hombro un momento, para decirme algo.
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Buena maniobra —asintió complacido—.
Ahora necesito que tú y Tigresa me hagáis un favor, ¡Jujujuju!No creí poder sobrevivir a más favores. Pero antes de que pudiera replicar, se dirigió a las chicas que se hallaban bailando en el centro; casi las había olvidado. El grupo paró de actuar, y los instrumentos volvieron al fondo de la estancia, a través de una puerta. Volvió, abrió los brazos en pose melodramática y anunció nuestra peor pesadilla:
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Y ahora...¡Llegó el momento de la actuación estelar!—Gritó, casi parecía que le iba a saltar de lo rojo que estaba—.
¡La Tigresa del Bastión y Jeanne Trenè, bellezas exóticas provenientes de lejanas tierras danzarán y actuarán para todos vosotros!Un callejón sin salida, sin duda. No teníamos más remedio, si poníamos alguna excusa, seguramente sospecharían. Localicé a Enok, estaba como si le hubiera caído un balde de agua fría encima, y era de esperar. Corrí hacia él y le susurré.
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Sígueme la corriente —murmuré—.
No querrán un teatro de marionnettes pero la magia valdrá.Subí al escenario y arrastré conmigo a Enok, que el pobre, parecía querer huír del local y enfrentarse a Nanashi antes que a aquello. El público nos recibió con diversos aplausos y miradas indecentes.
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Primeramente necesitaremos música señores —como si estuviera ensayado, la chica que había conocido al principio salió de entre el público y me dirigió una media sonrisa; me acerqué a ella y le murmuré—:
Algo sencillo, pero que incite al misterio, por favor.Me guiñó un ojo (¿por qué me había guiñado un ojo?) y comenzó a tocar una canción misteriosa, suave; poco a poco, las lámparas fueron pasando de rojo oscuro a blanco desvaído, me pregunté quién se encargaba de la iluminación. Vi a la Princesa, que se había colocado en una de las mesas del fondo, quizá ya había acabado con Wendy.
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Hace mil años la Diosa Freya bajó al mundo humano —hice una pausa, y me di cuenta de que el público había captado mi atención, fui andando por el escenario, mirando a los clientes—.
Su belleza era tal, que encandilaba tanto a hombres… como a mujeres —las suaves risas ascendieron al techo—.
Pero sólo a una persona le otorgó poderes asombrosos a cambio de su voz y un beso.>>
Muchos dicen que fue alguien de la nobleza —dirigí una mirada a la princesa, que nos observaba con curiosidad—.
Otros a caballeros, a pelirrojos, a músicos o a militares.Hice otra pausa, incitando al dramatismo. Volví con Enok y le puse mis dos brazos en los hombros desde atrás.
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Todos mienten —le dirigí una mirada elocuente y disimulada al susodicho—.
Porque la verdadera heredera se encuentra entre nosotros.