Tras visitar el Gremio y seguir charlando sobre sus opiniones de Tierra de Partida, comenzaron a comentar alguna de las excursiones que habían hecho al exterior en el panorama actual. Hana estuvo tentada a contarle el horrible día musical que había tenido con Ragun, pero era algo de lo que aún no quería dar a conocer a nadie. Tendría que pasar más tiempo para que el olvido lo hiciera menos vergonzoso.
Una cosa llevó a la otra y continuaron bebiendo en el lago, continuando la conversación.
—¡…y entonces el muy cabrón tiró a John por la torre! Salvé a John, pero el tío se me escapó por muy poco. Porque, claro, no sabía qué hacer con él. Yo no quiero matar a nadie, pero, ¿qué se supone que tenemos que hacer si pillamos a alguien de Bastión Hueco asesinando a inocentes? Aparte de darle una paliza, claro, que se la di. Es como cuando vas a un mundo y te encuentras a Bastión Hueco. Como al hijo de puta de Andrei
Mmm, Andrei, ¿dónde habría escuchado antes ese nombre…?
—Son unos mamones, siempre tan creídos y dándoselas de genios y tipos duros. Si los ves, lo mejor no es matarlos, sino darles tal paliza que no recuerden ni dónde dejaron las llaves de su casa para que no te vuelvan a molestar —y añadió—. Aquí tenemos algo peor: ¡héroes! —Fingió dramáticamente tener un escalofrío.
¡Cómo los odiaba! ¡Siempre pavoneándose de que actuaban bajo la justicia y el bien, cuando lo único que hacían era acrecentar su ego! ¿Qué era el Bien y qué el Mal, al fin y al cabo?
—Un día te invitaré a Atlántica. Allí tienen cerveza de verdad. Por cierto.—Le echó un vistazo de reojo—. ¿Cómo es que una sirena de Port Royal acabó aquí?
—Pues verás —empezó a relatar, cogiendo la botella y esperando a explicárselo para beber— toda mi vida he sido humana, hasta que en una incursión a Port Royal con Ronin y otros dos aprendices, Malik y Jess, uno de esos malditos Villanos Finales, Zande, me hirió de muerte. Una sirena me salvó convirtiéndome en una de ellas. Y gracias al susodicho capullo, murió minutos después. Pero, ¡no sufras! Lo mataré.
Recordar a Galatea siempre le hacía sentirse triste. Y cayó en que, por primera vez, sería capaz de llorar con ella sabiendo que el sentimiento procedía de su propio corazón. Le estaban empezando a escocer los ojos y no quería que Fátima le viera así. No, después de lo mucho que se había abierto ya con ella. Eso era demasiado privado, y pese a que sabía que podía confiar en que no fuera divulgando su debilidad, seguía rehusándose a la idea.
Optó por hacer algo divertido para olvidarlo rápidamente. Se puso en pie y cogió a Fátima de la muñeca, tirando de ella para ponerla en pie.
—Oye, puesto que no sabemos si nos moriremos mañana, o si tendremos que enfrentarnos, que lo dudo porque no me gusta crearme enemigos, vamos a disfrutar del momento —le propuso, sin pelos en la lengua por culpa del embotamiento cerebral.
Con mala intención y la risa floja, la tiró al lago. Si se quejaba, podía decir que era una venganza por la ola de la mañana. Saltó detrás de ella, quitándose los zapatos en el aire, para aterrizar en el agua y convertirse de nuevo en sirena. Gracias a la falda que se había puesto para ir a la Necrópolis, solo tendría que renovar de nuevo su ropa interior.
Regresó a la superficie y se estiró, completamente a gusto en el nuevo medio en el que podía vivir. Necesitaba bañarse así de vez en cuando, en espacios grandes y no en una diminuta bañera. Le hacía sentirse bien. Además, ver a Fátima mojada le hizo reír.
Había actuado impulsivamente por efecto del alcohol, pero también porque si algo sabía sobre Fátima era que se trataba de una chica muy, muy insegura. No había parado de demostrarlo durante su visita al Santuario. A Hana le irritaba un poco aquel tipo de personas, por lo que estaba a favor de arrojarlas al vacío (literalmente) para que espabilaran. Aquella podía ser la primera de muchas veces, hasta que Fátima consiguiera esa confianza en sí misma por tantos chapuzones obligados. Entonces, saldrían a flote las buenas cualidades de la chica.
A pesar de su insistencia en eliminar los recuerdos amargos, no pudo evitar tener un último al mirar el cielo.
¿Dónde estaría él…?
~Flashback~
―Adiós, entonces. Siempre te llevaré en el corazón.
Raymon sonrió, y le sacó también una sonrisa a Hana, a quien ya se le escapaban las primeras lágrimas. La figura del niño se transformó en una esfera de luz, la verdadera apariencia que tenía el corazón de su primo, tan luminosa y mágica que Hana se sentía ya derretirse de dolor por tener que dejarlo marchar. Ascendió con gracia en la oscuridad, tras las palomas, hacia quién sabía dónde.
Y Hana se quedó allí, sola.