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—¡Estupendo, magnífico! Pues ya está. Puedes aprovechar la corriente marina para darle caza, aunque con esas pintas seguro que saldrá por patas… Si las tuviera, claro, que no hablamos de Sebastián.
Asentí con la cabeza, dejando de prestar atención al pez una vez terminara con la explicación para fijarme mejor en las corrientes marinas. A simple vista me hubiese resultado imposible averiguar dónde se encontraban, pero por mi aspecto de animal marino lograba escuchar un fuerte sonido que venía de una dirección en particular, además de que el agua en esa zona parecía más revuelta y agitada. Estaba segura de que ahí es donde debía aprovechar para lanzarme de cabeza a por el delfín.
—Si ya estás lista, permíteme que te acompañe. Ese sinvergüenza no se va a librar de un escarmiento. —Y se subió encima de mi hombro derecho, aferrado con sus delicada aletas.
—Vale, entonces sólo tengo que seguir la corriente, ¿no? —expliqué, más para mí misma que para que me respondiese él, a la vez que señalaba con mi mano derecha la dirección de la que venía la corriente—. Déjamelo a mí.
El delfín ni siquiera parecía haberse percatado de mi presencia cuando me empecé a mover. Avancé lo más rápida que pude hacia la corriente, y nada más acercarme pude sentir la presión que empezaba a ejercer el agua sobre mi cuerpo, obligándome a avanzar muy despacio aun estando quieta. Tomé unos segundos de respiro y me lancé sin pensarlo mucho.
La corriente me golpeó en la cara y me empujó con violencia hacia algún lugar que no lograba ver bien, a causa de los mechones de pelo que me tapaban la vista, y que tampoco estaba atenta a dónde me llevaba, más ocupada intentando manejarme bien en aquel entorno. Mi piel se heló de inmediato, sintiendo el frío que arrastraba la corriente consigo misma, y con el pez fuertemente agarrado a mi espalda, recuperé la compostura.
Fruncí el ceño y miré, concentrada, a todas las direcciones posibles, intentando ver algún lugar que me llevase a donde se encontraba el delfín, que ahora descansaba en el centro del arrecife, rodeado por la corriente marina.
—¡Por ahí no! ¡Gira a la izquierda!
A medida que avanzaba pude ver que la corriente se dividía en más y más rutas, todas se internaban dentro de las cuevas y las cavernas de la zona, pero asentí a sus indicaciones deseando terminar cuanto antes, y giré a la izquierda como me había dicho. La corriente me pilló desprevenida y descendí por un túnel oscuro que no tardó en llevarme a la superficie, justamente a la zona trasera del delfín.
El pez se me acercó al oído y me susurró:
—Ahora, salta sobre él.
Como había hecho hasta ese momento y sin pensarlo mucho, hice uso de todas mis fuerzas, que no eran pocas, para luchar contra la corriente e intentar salir de ella. Me impulsé golpeando el agua con la cola y salí despedida. Me precipité sin control sobre él, y con los ojos fuera de órbita, protegiendo mi cuerpo con mis brazos e intentando no darme un golpe con nada. Pude sentir cómo el pez se desprendía de mí para saltar sobre el delfín, que nos observaba atónito, y cuando me recuperé del susto, ya estaban discutiendo sobre si uno le debía al otro unos erizos de mar.
Suspiré ignorada por completo, y elevé la voz.
—Bueno, ¿y cómo abro la almeja?
El pez me miró unos segundos, con el ceño fruncido, y me respondió la cosa más absurda del mundo:
—Pues le das un par de toques y se lo pides por favor. No tiene más misterio.
Me quedé con la mirada desencajada, intentando no perder los nervios. Me hubiese esperado cualquier otro método, pero no aquello. No tardé en irme de allí, atravesando de nuevo la corriente y volviendo junto a la almeja. Invoqué mi Llave Espada, todavía escuchando sus gritos de discusión al fondo, y toqué un par de veces con el filo su superficie, sin creer lo que estaba a punto de decir:
—Por favor, ábrete. Necesito esa perla. —rogué
La almeja se abrió al instante, dejando ver la preciosa perla. No me hizo falta pensarlo dos veces, agobiada como estaba, y la agarré con mis dedos para ponerla a buen recaudo. Una cosa menos.
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