Tras firmar con el sello mi tarjetita (que resultaba ser un precioso corazón), silbé un poco y extendí la mano hacia el marcasellos. Lo tomé, me di media vuelta mientras tatareaba Patoaventuras y di unos pasos largos y decididos hacia el portal de vuelta, como indicaban las instrucciones, mientras el siguiente esperaba a pasar para encontrarse que no tendría instrumentos para poner ningún sello. No quería participar, pero tampoco iba a perder fácilmente y si podía hacer que la gente se enfrentara entre sí, mejor.
Eso pensaba, y era un plan perfecto en mi cabeza. Sin embargo, una descarga eléctrica me hizo dar un gritillo, a la par que me encontraba que no podía alejarme mucho más de la mesa. Gruñí y tiré con fuerza, recibiendo una descarga más fuerte todavía.
—¡Eh! ¡Que quiero robarte, ven aq-- AUUCH!
Lancé el marcasellos y volvió mágicamente a la mesa, mientras la persona detrás de mí me miraba probablemente con desprecio por intentar una estrategia tan rastrera. Agité la mano mientras gruñía camino de vuelta, intentando ocultar mi cara de la vergüenza por intentar robar un marcasellos y hacía ruido a cada paso con la armadura.
Me seguía doliendo mientras volvía a la playa. Me chupé un dedo y me encontré una situación nueva e inesperada: la gente contaba chistes a la Maestra Ariasu, que se deleitaba medio desnuda de tanta atención.
Fui a colocarme al lado del chico que había pasado su sello justo antes de mí, y que por tanto no me habría visto hacer el ridículo. Le había visto alguna vez por Bastión Hueco, y de verdad que parecía un chico realmente majo; parecía una especie de gitano de la Ciudad de las Campanas, aunque nunca había pillado su nombre. Me llevé las manos a la nuca y esperé a escuchar los primeros chistes para saber la competencia.
—¡¡¡...aala!!! ¡¡¡Y tú ja te mates con la fragoneta!!!
Cogí un ajo de la mochila y se lo lancé a la cara, a falta de tomates.
—Perdona, en serio. No he podido evitarlo —me disculpé a él sonrojada mientras recogía el ajo y lo volvía a meter en la mochila. Tras mi desventura en Mundo Inexistente ningún vampiro iba a volver a pillarme desprevenida, eso seguro.
Un chiste. Di una patada a la arena mientras pensaba en qué decir. No era por ser competitiva, pero de verdad que los últimos que había oído no me habían arrancado ni una sonrisa. Algo seguro, lo habían intentado, y eso merecía su reconocimiento. Aunque no es que yo fuera la mejor contando aquellas cosas...
—¿Cuántos aprendices de Tierra de Partida hacen falta para cambiar una bombilla? —me planteé a mí misma en voz alta—. Cuatro: uno para ponerla, otro para defender la oscuridad y el otro para escuchar las voces de su cabeza. El cuarto está de extra.