Fátima miró con curiosidad el «carrito» de la niña. Madre mía, esa cosa ¿cómo se guardaba?
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Tiene varios botones. No sé tú, pero a mí no me apetece mucho curiosear.
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Mejor. Creo que deberíamos cubrir el teclado. No vaya Muchul a conseguir tocar algo sin que nos demos cuenta—dijo, entregándole a la niña y cerrando la tapa para que nada alcanzara los botones.
Mientras Light forcejeaba con la niña, Fátima recogió lo que creía que eran las llaves de la casa. Era una especie de chapa dura con varios botoncitos. Al final decidió que lo mejor sería cerrar la puerta sin más, aunque se guardó la «llave» y luego usar sus armas si no podían entrar.
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¿Vamos saliendo? Yo llevo el carro.—
De acuerdo, papá—bromeó ella.
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Bien, vamos allá…Fátima no necesitó ni diez minutos para reafirmar su primera impresión: no le gustaba nada aquella nave. No le gustaban esos suelos artificiales, la ausencia de luz natural, los anuncios holográficos, la música ni… Ni nada. Los alienígenas eran lo de menos. Dios, qué ganas tenía que marcharse. Además, los ascensores le revolvían el estómago.
Por suerte, Muchul sí disfrutaba del exterior, porque dejó de berrear para mirar las luces que había a su alrededor con la fascinación típica de los niños.
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Vamos mejor por ahí.
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Vale.Se preguntó si no llamarían la atención, siendo los únicos humanos de la zona. De tanto en tanto, algún niño se volvía hacia ellos y los señalaba pero, quitando a un par de guardias que los siguieron ojo avizor, los alienígenas los ignoraban como si fueran una parte más del paisaje.
Muchul luchaba con los cinturones por asomarse y Fátima pensó que, por mucho que no le gustara, era una suerte que todo estuviera tan enfermizamente limpio, o el paseo se habría complicado mucho con la niña convirtiéndolo en una carrera de obstáculos.
Al final, con resoplidos de enfado, Muchul pareció resignarse y acomodarse en el carrito. Durante un rato disfrutaron de una ligera paz, hasta que pasaron por delante de unas puertas automáticas con hologramas de alienígenas con muchas manos que les invitaban a entrar al mercado, donde podrían encontrar todo lo que quisieran. Fátima intercambió una mirada con Light.
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A lo mejor encontramos algo para comer. Se mareó casi de inmediato. El lugar era enorme, ridículamente gigantesco, con colores chillones, estanterías blancas que se movían y mostraban sus productos, neveras modernas cristalinas y tantas cosas que ni quiso intentar descifrar qué eran. Como mucho se preocupó por buscar los precios.
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No creo que pueda acostumbrarme a estos sitios —masculló cuando dejaron de largo una serie de expositores de carne vibrante y amarilla—.
¿Cómo lo aguantan? Anda, mira, esto parece comestible… ¿Cómo se baja?Se detuvo frente a un enorme expositor. En una de las partes superiores exponían algo que tenía un cartelito holográfico que aseguraba «¡Pescado fresco de Ciudad de Paso!».
Le gruñó el estómago al saber que tenían a mano comida de un mundo conocido.
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¿Puedo ayudarles en algo? ¡Oh, si han traído a su hij… una niña!—Se les había acercado una alienígena con una chapita que tenía la marca del mercado. Fátima apenas se fijó: era de color azul y parecía una especie de pulpo gigante—.
¿Tiene hambre? ¡Podemos recomendarles la mejor leche de la Federación!—
No, en realidad…—
La tenemos líquida, en polvo y también en galletitas que se disuelven cuando las echas en agua caliente. ¿Han probado a darle unas gotitas de nuestro maravilloso té de Esencia de Tranquilidad? ¡Caerá rendida en cuanto se lo mezclen con la leche!Fátima aguzó el oído e hizo un gesto a Light para que se acercara, aunque sin olvidarse de que ellos también querían comer, demonios.
Muchul, entre tanto, percibió que la atención sobre ella había disminuido. Miró las correas con irritación y entrecerró los ojos. Comenzó a tirar de ellas con la mente. Por suerte para ella, en el mercado había demasiado ruido para que Fátima o Light pudieran darse cuenta.