Parecía que hubiera transcurrido una eternidad desde que pisó aquel mundo, pero no habían sido más que unos meses y la situación no había cambiado a mejor.
Trató de no cambiar el peso de un pie a otro mientras el alcalde les explicaba la situación a ella y unos cuantos mercenarios más contratados para defender el pueblo del ataque de los lobos. Se decía que, con la luna llena, se volvían mucho más agresivos y además se acercaban acompañados de demonios. Era aquella noticia la que la había atraído, porque sabía por experiencia que había Sincorazón. Aquel lobo gigante que estuvo a punto de matarla a ella y a monsieur Maurice.
Se preguntó si este se encontraría bien…
El alcalde les aseguró que ya que contaban con Gastón, el gran cazador de la aldea, no deberían tener problemas para vencerlos pero que aun así no debían desviarse en las patrullas establecidas.
Fátima miró a su alrededor. Se había vestido como un hombre —empezaba a ser una costumbre francamente desagradable— consciente de que no contratarían a una mujer. Y menos ese tal Gastón, al que veía de fondo muy pagado de sí mismo, atractivo y grande como un toro. Un macho alfa completo.
Les indicaron que se pusieran por parejas. El sol estaba cayendo y pronto tendrían que ponerse a trabajar.
Fátima se ajustó mejor el sombrero para que no se distinguieran sus rasgos jóvenes y se puso a buscar a la persona de Bastión Hueco que, según le habían informado, también estaría allí acompañándola como refuerzo en la misión. Sólo esperaba que no fuera Ragun, por favor.