Eché un último vistazo al mapa de El País de las Maravillas y volví a dejarlo donde estaba. Tenía unos cinco minutos para llegar al vestíbulo y acabar de informarme sobre la misión que la Maestra Ariasu me había encomendado a mí y a otra Aprendiz para aquella mañana.
Según la nota del gremio, parecía una tarea sencilla, pero con Ariasu nunca se sabía. No podía negar que estaba un poco nerviosa. Hasta ahora, y sin contar algunas clases, no había trabajado nunca con ella.
—
Buenos días, Celeste. ¿Todo bien?Una voz conocida me sorprendió de camino al vestíbulo. Saludé con una sonrisa.
—
¡Ragun, hola! ¿Vienes... a ver a la Maestra Ariasu?—
Ah, cierto. Perdona que no te avisase —dijo el chico—
. Tu compañera no pudo venir, así que estoy aquí en su lugar.Musité un leve «oh» y me llevé la mano a la nuca. Bueno, eso cambiaba las cosas. Quería pensar que, con la experiencia de Ragun, la misión acababa de volverse mucho más sencilla. «
Más que en Coliseo, seguro». Esperaba que Renata estuviera bien.
—
Me alegra colaborar contigo otra vez, entonces. Seguro que nos encargamos de esto sin problemas —comenté.
—
¡Oh, Ragun y Celeste! Bien, bien, bien~.Ariasu habló desde por encima de nuestras cabezas. Al levantar la mirada, vi cómo la Maestra saltaba graciosamente desde la lámpara que adornaba el techo del vestíbulo y caía con la suavidad de un gato. ¿Es que llevaba todo el tiempo ahí sentada? No sabía que pensar.
Parpadeé, nerviosa, tratando de aguantarle la mirada evaluadora. No debimos decepcionarla, puesto que enseguida sacó la famosa carta y se la tendió a Ragun:
—
Buscad al Gato Risón y entregadle esta cartita de parte de Ariasu —ordenó—
, él lo entenderá. ¡Pero nada de mirar dentro, cotillas!Traté de no mostrarme culpable. Lo cierto es que tenía curiosidad por ver qué escondería la Maestra bajo ese lacre verde. El resto fueron instrucciones directas: ir al bosque, evitar el territorio de la reina —cosa que no tendría que decirme dos veces—, hablar con las flores y vigilar con los Sincorazón.
Con eso dicho, Ariasu nos deseó suerte e invocó un portal que nos llevaría directos hasta El País de las Maravillas. No me entretuve a preguntarle por lo de las flores; tenía entendido y demostrado que su fuerte no eran las explicaciones.
Me volví hacia Ragun.
—
Bueno, entonces hoy somos Cartalleros de la Llave Espada. —Debí de poner una cara rara, porque enseguida rectificó:—
. Vale, lo siento. Lo mío no son los chistes.—
Tranquilo. Lo mío no es ser Caballero, así que acepto el título de Cartallera. —Reí por lo bajo, restándole importancia con un gesto—
. Por mi parte estoy lista. Cuando quieras.—
¿Te hace un viaje en glider o vamos en mi nave?—
Nunca he ido en nave —reconocí. El portal de oscuridad esperaba delante de nosotros, pero quizás nos vendría mejor hacer algo de tiempo y saber más del mundo al que íbamos. Además, tenía curiosidad—
. Cualquier cosa que no sea un glider me vale.Me despedí de Ariasu con un gesto y acompañé a Ragun fuera del castillo.
—
Una cosa más —advirtió en ese momento, parándose antes de llegar a salir—
, te lo diré por si nunca has estado allí: Pase lo que pase y veas lo que veas cuando lleguemos a ese mundo... No le busques explicación. Allí están todos locos, por tanto desde el punto de vista de los habitantes del País de las Maravillas los locos seremos nosotros. —Sonrió de lado—
. ¡Incluso las leyes de la física están mal en ese mundo!Suspiré.
—
Ah, eso no será un problema. Para mí todos los mundos son una locura. Incluso Bastión Hueco. Iba a reanudar el paso cuando me di cuenta de algo importante.
—
Pero, espera... No estaremos buscando un gato de verdad, ¿no? —inquirí, alzando la voz—
. ¡Creía que se trataba de un hombre apodado gato! Y las flores que ha mencionado Ariasu... ¿son flores? ¿Plantas?Quizás me había pasado de confiada. Después de todo, ¿no decían que ése era el mundo natal de la propia Ariasu..?
Le pregunté a Ragun qué más sabía de ese lugar.