—Así que te enfrentaste al Emperador…
Fátima había escuchado en silencio su historia, sin saber bien qué pensar. Llevarse a un sacerdote para luchar cuando dudaba mucho que tuvieran la más mínima capacidad de combate era una decisión extraña y plantarle cara a Palamecia, todavía más. Pero no era el primer aprendiz que conocía que era tan arrojado e inconsciente. Sobre todo si hablaban de hombres. Además, por lo que recordaba de Saito en Agrabah, no era una persona que se callara lo que pensara. Al menos no con Saeko. Se sintió algo incómoda por saber cosas que no debería haber escuchado, pero si las iban gritando por ahí…
Saito se sentó a su lado y aprovechó para estudiarlo de reojo. Era muy delgado y atractivo, pero sus ojos no le terminaban de gustar. Muy oscuros. Muy radicales. ¿Los de Tierra de Partida tendrían ese mismo tipo de mirada?
—¿Qué hay de ti? Eres Maestra, seguro que has conocido a mucha gente importante en tus viajes. Y seguro que la mayoría de ellos no acabó agujereado, ¿me equivoco?
Fátima sonrió de lado.
—Creo que me sobrevaloras demasiado, sólo soy Maestra desde hace unos meses y todavía no he hecho nada importante. Y la verdad es que no he conocido a demasiada gente importante, como mucho el general de China… Que murió en parte por nuestra culpa, aunque el responsable fue Andrei—no pudo evitar pronunciar su nombre con veneno en los labios—. Creo que las personas más importante que he conocido son Kamra y a Yasmín, porque creo que los reyes pirata de Port Royal no se pueden considerar verdaderos «reyes»—rió por lo bajo.
En cuanto a lo de «agujereado», intentó no pensar en lo que le había hecho a aquel huno. Con todas las cosas que habían sucedido a veces era fácil olvidarlo, pero cuando lo recordaba, sus gritos y la sangre regresaban con toda su crudeza. Entrelazó los dedos para que no le temblaran.
—Oh, bueno. He conocido a un par de dioses en Tebas—recordó de pronto—. Hasta uno me maldijo, gracias a Ragun—añadió mirándole con algo de malicia—. Si alguna vez vas al Coliseo del Olimpo, no firmes nada.
Sin saber si lo habría ofendido o no por sus referencias a Bastión Hueco, decidió callar. Saito, sin embargo, parecía estar por la labor de hablar:
—Esa criatura tuya de agua, Ondina, ¿qué es? ¿Cómo funciona? ¿Tiene alguna limitación mágica o física? No la he visto hablar…
Cerró la boca bruscamente, como si acabara de recordar que estaba hablando con alguien de Tierra de Partida. Pero Fátima se aferró a esas palabras. Quizás y todo, si superaban aquella conversación sin demasiados silencios incómodos, podrían cumplir la misión con algo de más comodidad.
—Es una esencia de agua, la creé cuando me di cuenta de que a menudo no podía apoyar a todos mis compañeros y que algunos hechizos me dejan en posición de desventaja. Fui muy idiota, no me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que era demasiado tarde…
—¿Qué tiene de malo haberla creado? —preguntó Saito—. Quiero decir, es como si fuese una compañera más.
Fátima trató de disimular su sorpresa. Había esperado incluso que la mirara mal.
—Pues… Precisamente. Ondina es como un bebé de verdad. Tiene sentimientos, sufre y se divierte. —Se retorció un mechón de pelo—. Es una responsabilidad muy grande. ¿Y si ella no quería nacer así, qué derecho tengo a obligarla a luchar conmigo? Es un poco jugar a ser dios y… Cuando me di cuenta no me hizo nada de gracia. —Guardó un silencio. Quién sabía. Puede que un día le echara en cara haberla creado—. Supongo que podrías compararla con un eidolón, porque tiene sentimientos y es muy inteligente, aunque todavía no sabe hablar y solo se comunica conmigo por conexión mental—dijo con cariño.
Le mostró el anillo.
—Se llama Ondina y vive en otro plano, pero puedo invocarla mediante este anillo. Quizás en unos años sea capaz incluso sin él. Y… sus limitaciones mágicas son las mías, mi cantidad de energía para mantenerla presente en este mundo. De momento es poca, aunque si entro en modo estilo puedo hacer que se quede durante más tiempo y sea más fuerte. Eso sí, si la dañas, se reconstruye sola. Como es de agua…—Se dio cuenta de que estaba hablando mucho y se cubrió la boca con una mano—. Perdón, debo parecer una cotorra.—Le sonrió—.¿Y tú estás especializado en ilusiones y oscuridad?
Escuchó lo que tuviera que decir y al final preguntó:
—¿Cómo acabaste uniéndote a la Orden?—No mencionó nada de Saeko, aunque era evidente que habían sido amigos—. ¿De qué mundo vienes?
Tenía la esperanza de que siguiera queriendo hablar. Quizás así, entonces, le comprendiera un poquito mejor. Además, había visto lo protector que era con Celeste, como si fuera su hermano mayor. No podía ser tan mala persona como se le había dado a entender. Sólo tenía una inmensa colleja por su radicalidad. Suponía.