El joven se quedó un rato anonadado. Ya el mero hecho de la brevedad del viaje le sorprendiera. Había visto a su maestro desaparecer entre una nube azul en varias ocasiones, pero nunca había vivido aquella experiencia por si mismo. Poder viajar de forma casi instantánea a cualquier lugar del universo era maravilloso. Una vez asimiló ese hecho, contempló brevemente el paisaje ante el que se hallaba: una gran sala con preciosas vidrieras y al fondo tres tronos; en uno de ellos se encontraba una mujer con los brazos cruzados que imponía cierto respeto.
Era la primera vez que se encontraba con otro humano a parte de Merlín. Supuso inmediatamente que se trataba de un maestro y, tragándose la verguenza y haciendo acopio de valentía, dio un paso al frente y se arrodillo ante ella, creyendo que era lo más correcto.
—Mi nombre es Mickael Vavrinec y he sido hasta el día de hoy pupilo del mago Merlín. He venido hasta aquí por decisión propia con la esperanza de que se me acoja como aprendiz de la Llave Espada y se me enseñe como tal. Os pido, no, os ruego, que me permitáis tal honor.