por Mickael » Mié Dic 28, 2011 3:19 pm
Mickael aceptó con alegría el permiso del mago. Se disponía a marcharse cuando recordó que se olvidaba de algo. Rápidamente se dirigió a la despensa y se hizo con varios trozos de queso, no hizo falta pedir permiso, estaban allí precisamente para él, pero hoy no pensaba alimentarse con ellos, sino agasajar con un regalo de despedida a sus queridas compañeras.
Así pues, partió a su encuentro, abandonando el estudio y dirigiéndose al canal oculto. Nada más llegar las llamó con el sonido habitual, era como una señal para hacerles saber que no había peligro, que podían salir de los escondrijos en los que se ocultaban cuando tenían visita, que era él quien interrumpía su actividad diaria. Como era costumbre, siguiendo el sonido, se reunieron a su alrededor, dándole una especie de bienvenida, pues para ellas, era uno más.
—¡Hola chicas! —las saludó para posteriormente sentarse y empezarles a repartir el queso en pequeños trocitos, asegurándose de que, a pesar de que eran bastantes, todas tuvieran su parte y no tuvieran que pelearse entre ellas por la comida—. Tranquilas, hay para todas —las tranquilizó al ver sus ansias por comer.
No sabía por qué, pero de repente se sentía nostálgico y apenado, la seguridad que le había aflorado antes en el corazón se derrumbó repentinamente. Quizás era el ámbito familiar en el que se encontraba.
—Veréis chicas —comenzó a hablar una vez terminaron de zamparse el queso—, ya os he comentado alguna cosa sobre mis ganas de salir afuera y de qué algún día saldría a vivir mil y una experiencias y volvería para contároslas —las ratas lo observaron como si estuvieran escuchándolo, como si pudieran comprenderle o al menos hicieran el esfuerzo de intentar comprenderle—. El caso es que ese día ha llegado, y no sólo es que vaya a salir al exterior, sino que me voy a convertir en un portador de la Llave Espada, y... no sé si volveré.
>>Si os soy sincero, tengo algo de miedo —comentó cabizbajo. Ellas comenzaron a acercarse más, incluso algunas intentaron subirse a él, buscando la forma de animarle, sólo una lo consiguió, él sabía perfectamente quién era esa traviesa rata—. Oh, ¡Modo! —no pudo evitar soltar una sonrisa cuando consiguió escalar su cabeza y coronarla, algo que acostumbraba a hacer. Esos gestos le dieron fuerzas renovadas—. ¿Sabéis qué, chicas? Puede que tenga algo de miedo, pero sólo tengo dos opciones: o quedarme aquí esperando que esos sincorazón destruyan todo lo que quiero o plantarles cara, y ya es hora de que me haga un poco el valiente. Además, viviré un montón de aventuras y volveré para contároslas cuando todo esté bien —agarró a Modo y lo dejó junto al resto—. Muchas gracias chicas. Vosotras habéis sido como una familia para mí —no pudo evitar que una lagrimilla le recorriera el rostro.
Antes de que se marchara, notó unas cosquillas por los pies; miró hacia abajo: el travieso Modo parecía no querer dejarlo marchar. Mickael rió y se agachó para acariciarlo.
—Gracias Modo, pero he de irme. Por favor, pórtate bien y no les des demasiado trabajo al resto —quizás sólo fueran imaginaciones suyas fruto del momento, pero el muchacho creyó ver a la pequeña rata asentir, como prometiéndole que haría lo que le decía.
Se incorporó y hecho un último vistazo al lugar, a las ratas, y en especial a aquel extraño muro que representaba lo que Merlín le había dicho que era una "luna", una pintura que siempre le había producido gran curiosidad y que desconocía totalmente qué hacía allí y quién sería el autor. No queriéndole dar muchas vueltas al asunto, regresó a junto su maestro.
—Ya he vuelto —lo saludó mientras Merlín regañaba al azucarero, seguramente por haber vuelto a esparcir el azúcar por todo el suelo.
Sin añadir nada más, se dirigió al armario y sacó las ropas que su maestro le confeccionara hacía ya algún tiempo. Se colocó las botas, los guantes, el chaleco y se puso las gafas. El pantalón ya lo solía llevar encima por simple cortesía cando estaba delante del mago, aunque por las alcantarillas se sentía más cómodo no llevando nada. Dirigió una mirada al mago y con voz firme y decidida dijo:
—Estoy listo.
Evangelio según San Mickael 3, 9-11
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