EDIT: Oh my goodness me. He escrito un montón... Perdona las molestias :_D
Atravesé el castillo sin detenerme, rápido como un rayo. Apenas me permití bajar el ritmo de mi carrera para intentar escuchar los pasos del desconocido individuo, cuyo rastro era cada vez más difícil de seguir. El sonido que producían sus botas había ido transformándose, gradualmente, en un ruido apenas perceptible, el cual se veía fácilmente ahogado por mis propios pies. Y sin embargo, siempre me las arreglaba para escucharle en una habitación distinta, para después salir corriendo en esa dirección y encontrarme con que ésta se hallaba vacía. Y el ciclo se repetía. Una, dos, tres... Decenas de veces. No importaba qué tan rápido me lanzara hacia las puertas ni qué tanto estudiase su posición, siempre estaba una habitación delante de mí. Era como una pesadilla. Contemplaba las estancias en su totalidad, esperando ver un trozo de tela deslizándose tras la puerta, unos ojos posándose sobre los míos, una sombra de cabello... ¡Lo que fuera! Pero no, siempre estaba adelante. ¿Cómo era posible?
Pero toda pesadilla tiene que terminar. Finalmente, tras una persecución que me pareció eterna, dejé de escuchar a mi objetivo. Aquella vez, en todo el sentido de la palabra. Silencio; silencio absoluto, tal y como cuando me había despertado de mi poco natural sueño. Pero por primera vez en el día, no me preocupé por ello; una sonrisa recorrió mi rostro cuando me hallé en un lugar que, si bien no había visitado frecuentemente, conocía con profundidad: el pasillo que llevaba a uno de los aposentos reales.
—Por favor, disculpe mi intromisión, Su Alteza Aurora... —murmuré, haciendo una reverencia, como me habían enseñado desde niño, a la silenciosa habitación donde, si no me equivocaba, encontraría otra escalofriante escena.
Abrí la puerta con delicadeza, como si acariciara el rostro de la mismísima princesa, y asomé mi cabeza al interior. Mis sospechas eran ciertas: era alguien que jamás había pisado aquellos pasillos. Una pervertida, seguramente, a juzgar por cómo se arrodillaba frente a la cama de Su Alteza. Sus vestimentas la señalaban como alguien perteneciente a la nobleza, pero eran muy distintas a lo que usábamos los nobles en el castillo. Un ligero y largo vestido blanco, con detalles en dorado cuidadosamente dibujados, y adornado con listones; al menos, eso era lo que podía ver si me daba la espalda.
Advertí que la mujer no había notado mi presencia. Seguía allí, frente a la cama de la princesa, arrodillada y sin hacer nada. Miré la daga que llevaba en la mano. Yo tenía la delantera. Me deslicé al interior de la habitación.
No obstante, siempre me había a mí mismo dicho que actuar impulsivamente era algo que sólo haría un animal. No atacaría como un bárbaro, sino que haría unas cuantas preguntas, mostrando sincera amabilidad, y esperaría que aquella mujer desconocida supiera qué estaba pasando en el castillo y si había solución alguna.
—Una bella durmiente... Posiblemente el cuadro más triste en todo este congelado reino, ¿no lo creería usted, exótica dama? —expresé, lo suficientemente alto para que la mujer del vestido blanco me escuchara, a la par que me recargaba en el marco de la puerta y comenzaba a juguetear con la daga. Estaba dispuesto a escuchar la historia de la extraña visitante, y dispuesto también a contar la mía.