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El olor de la carne asada con verduras que se elevaba hasta el rostro de Gray parecía ser de lo más exquisito y delicioso que hubiese olido jamás. Se dice a veces que la comida resulta más deleitable cuando es el propio comensal quien obtiene los ingredientes de la misma tierra y los cocina por su cuenta; en caso de Gray, solamente había comprado un guiso ya preparado en un restaurante de la villa, pero la sensación que experimentaba después de usar el propio presupuesto obtenido al colgar carteles era, de cierto modo, comparable. Después de todo, aquélla era una de las pocas veces en las que podía permitirse algo que superara el precio del ramen instantáneo o las salchichas frías.
Estaba orgulloso de los logros que había obtenido tras abandonar el orfanato. Incluso si parecían tan pequeños, para él suponían ya un atisbo de independencia. De libertad. De fortaleza.
Tenía que serlo: independiente, libre y fuerte. Tenía que serlo si realmente quería verse capaz de contestar aquellas preguntas que lo acosaban desde hacía bastante tiempo.
¿Por qué se fue sin decir? ¿Dónde estaba en aquel momento? ¿Volverá alguna vez?