Cuando Fátima llegó al inmenso comedor, se olvidó por un momento de todo: de las extrañas medusas, del picor de las piernas, del agua, de todo. Jamás había visto nada así. Acostumbrada a vivir en ambientes humildes, siempre supo que los ricos vivían prácticamente en el paraíso. Pero nunca pudo imaginar tal fastuosidad.
Tan ensimismada estaba que tardó en percatarse de que el hermoso comedor estaba medio destrozado. Iba a dar un paso al frente cuando escuchó que pisaba algo líquido. Bajó la cabeza y se quedó atónita al encontrarse con un charco de sangre. Su cerebro procesó la imagen al cabo de unos segundos y retrocedió con atropello sacudiendo el pie. Cuando volvió a mirar a su alrededor fue consciente de la lámpara de cristal destruida en medio de la sala, de las espadas que yacían abandonadas en el suelo, de los rastros de sangre, de la vajilla rota, de los zarpazos en la madera, en las paredes o las mesas volcadas.
− ¿Qué ha ocurrido…? − musitó, sin aliento.
Sin saber muy bien qué hacer, echó a andar hacia la gran escalera del fondo, que suponía que sería la salida, girando repetidamente sobre sí misma buscando alguna sombra, alguna figura. Cualquier cosa. Pero no encontró nada. Solo estaba ella, y el solitario salón.
Caminaba con los puños apretados contra el pecho, rebosante de un negro presentimiento. Había numerosos charcos de sangre, pero ningún rastro. Era como si algo los hubiese dejado caer desde el techo…
Los fragmentos de cristal de la lámpara, esparcidos por doquier, gimieron bajo sus botas. La inquietud de Fátima iba en aumento.
− ¿Qué ha pasado con toda la gente?
Desde luego, allí tenía la prueba de que había habido una pelea. Es decir, algo sucedió mientras dormía. No había encontrado más evidencias por ningún otro sitio, pero estaba claro que tenía que haber afectado, por fuerza, a los demás pasajeros. ¿Es que habían evacuado y ella no se había enterado? Un súbito terror la congeló por dentro. ¿Sería eso? Su mente comenzó a elaborar toda clase de teorías. ¿Es que habían atacado unos piratas? ¿Había sido por que se hundía el barco y se habían peleado entre ellos para escapar?
− No − se dijo. Se sintió algo reconfortada al escuchar su propia voz y, para darse más ánimos, elevó el tono −. No puede ser. Este barco no se puede hundir… Pero… ¡Me tendría que haber despertado! ¡No es posible que me haya dormido tan profundamente!
Echó a correr hacia delante. La cubierta. Todavía no había mirado en la cubierta. ¡Allí tenía que haber alguien!
De pronto una luz cegadora atravesó la habitación. Fátima tropezó y cayó de boca al suelo. Y, entonces, sonaron esos monstruosos alaridos, que le helaron la sangre. Se asustó tanto que también ella gritó, tapándose la cabeza con los brazos, encogida sobre sí misma.
− ¿¡Qué está pasando!? − sollozó.