por Suzume Mizuno » Jue Abr 19, 2012 10:47 pm
Fátima atrapó el metal con torpeza y lo estudió con curiosidad. Al escuchar que se suponía que era una armadura se preguntó, extrañada, si le estaría tomando el pelo. Miró el botón con una ceja arqueada.
“De acuerdo, estoy segura de que las armaduras cubren el cuerpo entero. Estoy completamente segura. ¿En serio cree que es el momento de bromear…?”
Entonces Nanashi pulsó su coletero y una luz la envolvió. Fátima pegó un bote, con un grito ahogado, cuando vio la imponente figura de metal, que no dejaba a la vista ni un solo centímetro de piel. Antes de que pudiera asustarse de verdad, reconoció la voz de la mujer, que la animába a invocar su propia Llave espada. Acto seguido arrojó la suya al cielo y esta se convirtió en… en una cosa que Fátima no supo identificar. Con un grácil salto, como si estuviera evadiendo la gravedad, Nanashi montó sobre esa especie de transporte. Lo movió con suavidad y se elevó unos metros. Notó que los ojos de su nueva maestra la observaban a través del inquietante yelmo.
Insegura, se colocó el trozo de metal sobre la muñeca izquierda y, para su sorpresa, se adaptó a esta sin problemas, envolviéndose a ella y tomando forma de muñequera. Todavía titubeante, lanzó una mirada de reojo a Nanashi, que permanecía inmóvil, esperando, antes de pulsar con suavidad el botón, con los ojos fuertemente cerrados.
Cuando los abrió comprobó que llevaba ese extraño yelmo y que podía ver todo lo que había a su alrededor a través de una visera de cristal oscuro. Alzó las manos y se encontró con que estaban cubiertas por guanteletes y brazales de metal. Un peto encerraba su pecho y sus piernas estaban bien protegidas bajo rodilleras y grebas. Notaba la falda empapada pegada a la piel, y era una sensación un poco desagradable. Pero, al contrario de lo que podría imaginarse, la armadura no era fría. Ni tampoco pesada. Es más, dio un par de pasos, asombrada por su ligereza.
“Y ahora la Llave espada. Muy bien. ¿Cómo demonios se invoca? ¿Solo con desear que…?”
Con un fulgor, una Llave espada, bastante más simple que la de Nanashi, apareció en su mano.
− Vaya… − susurró, pasando los dedos por su hoja.
Preocupada por fallar al lanzarla, ¿y si acababa en el mar? ¿entonces qué?, Fátima se esforzó por tirarla lo más recta que pudo hacia lo alto para que, si no se transformaba en lo que fuera que se tenía que transformar, cayese sobre la cubierta.
Pero no hizo falta. La Llave espada se metamorfoseó en un extrañísimo vehículo del mismo tipo de material que la armadura. Tenía dos partes, una inferior y otra superior, más grande y compleja, que gravitaba sobre la otra aun sin tener ninguna unión. Descendió hasta su altura y permaneció, flotando, a la espera de que lo montara. Fátima buscó, emocionada, dónde poner los pies, y dónde agarrarse. Primero se cogió con fuerza a lo que parecía un manillar. Después respiró hondo y se subió. El vehículo ni siquiera se tambaleó bajo su peso.
Notó que se le erizaba el vello de la nuca. ¡Estaba flotando!
“Vale… vale…” por enésima vez en ese día, el pulso se le disparó y pensó, fugazmente, que sería un milagro si al final no sufría un ataque cardíaco. “Oh, Dios. ¿Cómo se maneja esto?”
Intentando encontrar alguna manera de desplazarse, se inclinó con su peso hacia delante y su Llave, que ya no era una llave pero bueno, se movió hacia delante, arrancándole un chillido. Se echó hacia atrás y, en cuanto se hubo tranquilizado, probó a moverse, esta vez hacia la izquierda y, con suavidad, el vehículo obedeció a su voluntad. Tuvo que contener una risa histérica. De pronto comprendió por qué Nanashi no podía aparecer tal cual delante del resto de la gente. ¡Ese aparato era lo más extraño que había visto en su vida!
Entre varios “ay”, “mierda” y “¿cómo se hace esto?”, Fátima creyó aprender lo suficiente para conducir ese monstruito de metal. Aun así, cuando lo hizo ascender un par de metros, se estremeció y mareó.
“¡No mires abajo, que ni se te pase por la cabeza mirar abajo!” se ordenó, temblando de miedo. De pronto le parecía que era un vehículo inseguro, pues no tenía nada con lo que atarse a él por si se caía o resbalaba, y sus dedos se crisparon con tal fuerza en torno al manillar que se le cortó la circulación.
− Ay, en vez de ahogarme, voy a morir de una caída. No sé qué es mejor… − gimió, empequeñeciendo por momentos. El valor que había acumulado para tocar la Llave espada de Nanashi se había esfumado.
En toda su vida nunca había escuchado nada acerca de cosas que volasen, excepto las aves. Jamás, jamás, jamás imaginó que podría hacerlo ella. Era tan antinatural que le provocaba arcadas y deseos de saltar a la cubierta, ya tan inclinada que habría caído rodando hasta el agua.
“Pero si me muero aquí…” sacudió la cabeza y se obligó a sonreír, aunque más bien le salió una mueca. “Al menos habré volado... Ay, me voy a matar seguro”.
Se desplazó hacia Nanashi, con los ojos clavados en ella, tercamente decidida a no mirar hacia abajo.
− P-por favor, no vaya muy rápido − le suplicó −. ¿Vamos a usar esto muy a menudo?
Echó una ojeada hacia el cielo, que se extendía hacia el horizonte, interminable. Abajo, el barco gemía y se hundía por momento. No podía decir que estuviera aliviada, porque lo único que deseaba era pisar tierra, pero soltó un suspiro al saber que, al menos, había conseguido escapar.
Ese viaje, que tan mal había empezado, y la angustiosa perspectiva de todo lo que le iba a caer de ahora en adelante, tenían constreñido su corazón.
Pero, en el fondo, había algo de ilusión también. Muy escondida en un recóndito lugar de su pecho, pero allí comenzaba a brillar cobrando fuerza. Empezaba a pensar que no estaba soñando. Y que de verdad estaba teniendo una oportunidad de ser algo más. Una oportunidad inesperada, desde luego, y que no habría deseado por nada del mundo. Sin embargo, parecía una señal. Habría muerto, bien ahogada, bien a manos de los sincorazón, si no hubiese sido por Nanashi (aunque le guardaba, y sabía que le guardaría por mucho tiempo, rencor por no haberle dejado otra opción). En cambio, estaba viva. Y a punto de tomar rumbo a otro mundo.
“Me encantaría ver la cara de mis padres si lo supieran" rió internamente.
Se sentía un poquito mejor.
Pero se cuidó de no mirar abajo por nada del mundo.
¡Gracias por las firmas, Sally!Awards~