La joven recorrió el camino hasta las afueras con una mezcla de impaciencia y miedo en el cuerpo. Aquél era el principio de su viaje, y todavía no sabía a dónde le iba a llevar. Escuchó atentamente a Yami y siguió con la mirada a su Llave Espada en su ascenso a los cielos, para volver a quedarse con la boca abierta al ver aquella peculiar máquina voladora.
—
Debes llamar a tu corazón para que ella apareza. Y luego liberarla hacia el cielo para que venga como un pajarito... ¡Pajaritos bonitos, itos, itos!"Llamar a mi corazón"-pensó Adelaida-
"¿Cómo hago eso?"Recordó entonces cómo aquellos poemas que había leído en su viejo libro le habían calado hasta el alma con sólo leerlos. Una de sus manos se deslizó hacia el petate y acarició la desgastada tapa de cuero. Tal vez allí estaba la llave para abrir su corazón.
Cerró los ojos y dejó que las palabras fluyeran.
Versos sin final,
os encontraré
para que podáis descansar
a la sombra del ciprésEl sonido de una rápida brisa le respondió. Abrió los ojos y encontró en su mano una llave de gran tamaño. Apenas pesaba, y su sencillo acabado se le antojó bonito a Adelaida.
Hubiera preferido que tuviera calabazas, pero eso se podía arreglar. Una imagen cruzó su mente, la de una armadura a su medida.
Tan siniestra y hermosa como la primera calabaza encendida de la noche de Halloween. Además, también le serviría para pedir caramelos.
Y ahora tenía que conseguir su propia máquina voladora. A ver que era lo que salía.
Lanzó la Llave con todas sus fuerzas hacia el cielo. Y voló tan alto, que temió haberse pasado. Poco después, la perdió de vista en la negrura del cielo. Ahora tendría que ir a buscarla a donde quiera que hubiera caído.
Con un resoplido de fastidio, se dejó caer en el suelo. Pero en vez de la tierra marrón del campo, cayó sobre una superficie negra y metálica.
Adelaida se giró y no pudo reprimir un grito de júbilo.
Tenía forma de murciélago. ¡Murciélago! Ella siempre había querido tener un murciélago de mascota. Aquella máquina voladora era perfecta para ella.
Sentada todavía en su Vampirete, (acababa de bautizarlo así), echó una última ojeada a su amada Ciudad de Halloween.
Sería la última vez que la vería en mucho tiempo, así que se tomó su tiempo para contemplarla. Intentó grabar en su memoria cada cripta, casa, tumba, árbol retorcido y reja de hierro que tenía ante ella, decidida a no olvidar nunca su ciudad natal. Recordó a su padre, bonachón pero poco hablador; cómo echaría de menos sus silencios. A sus amigos, Lock, Shock y Barrel; echaría de menos las batallas de petardos contra ellos. A cada habitante de Ciudad de Halloween. Cada festival de la Noche de Difuntos que celebraron juntos...
Ensimismada en sus recuerdos, dejó que una lágrima se escapara de sus ojos y cayera en aquella tierra marrón, fresca y sin cantos, que tanto había trabajado.
Echaría de menos su ciudad todo el tiempo que estuviera fuera.
Pero volvería.
Y cuando volviera, celebraría el mejor Halloween nunca celebrado.
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Cuando quieras que nos vayamos, Yami, estoy lista.