Cuando me dirigía a la estación, el sol ya estaba ocultándose haciendo que el cielo tomara un tono anaranjado y toque rojizo. La verdad, es que cada atardecer hacía que la ciudad parecia un cuadro.
Aunque no tenía tiempo para pensar en pinturas, pues tenía un sitio al que ir. Por el camino observaba como la gente volvía a sus casas, seguramente para pasar el resto del tiempo en ellas haciendo lo que fuera. Quizás mi madre ya estaría preparando la cena, ¿qué habría para cenar? Bueno, ya lo averiguaría cuando volviera de la estación, pero primero me pasé por la heladería y compré uno de los famosos helados. Había una leyenda urbana que decía que uno de los tantos polos llevaba premio. Pero obviamente, nadie hasta ahora había logrado conseguirlo. Una vez pagado el helado, me lo metí en la boca y lo saboreé. Me fijé al salir de la heladería que algunas tiendas estaban cerrando, entre ellas una orfebrería regentada por una extraña criatura llamada moguri. Entonces, ya me dirigí hacia la estación pero me choqué contra alguien sin darme cuenta.
La persona en cuestión era un hombre obeso que parecía un macarra. Llevaba puesta una chaqueta de cuero de color negro, la tenía abierta dejándose ver una camiseta blanca. Y llevaba unos pantalones vaqueros negros los cuales eran sostenidos por una cuerda, que puede que hiciera de cinturón. Llevaba además un gorro extraño que no había visto en ninguna tienda de la ciudad. En dicho gorro había un interrogante dentro de una plaquita o algo parecido. Para acabar, su pelo era negro y revuelto además llevaba unas gafas discretas, cosa un poco chocante. Aquel desconocido me habló.
—¡Oye! Ten cuidado. ¿Es que tus padres no te enseñaron modales? —se quejó aquel tipo. Iba a abrir la boca para responderle, pero el fue más rápido que yo—. Bah, da igual. Tengo que darme prisa e ir con ella.
Dicho esto, el extraño se dirigió calle arriba, en dirección a la estación. ¿Quién podría ser ella? ¿Quizás acaso...? Para averiguarlo, yo me dirigí también a la estación.