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—Lo siento, madame, me temo que ya no nos queda más...
—¿A qué se refiere con "ya no nos queda más"? ¿¡Dónde más se supone que compre el pan!? ¡Mis muchachos lo comen cada mañana!
Light Hikari se llevó la mano a la sien, intentando amainar el dolor de cabeza que tanto alboroto le había provocado. Aquella necia mujer llevaba discutiendo ya durante un buen rato, exigiéndole al dependiente que le vendiera numerosos artículos de su tienda, inclusive cuando éste se esforzaba en explicarle que mucha de su mercancía no llegaría hasta más tarde...
—...debido a un retraso del tren proveedor. Lo lamento, madame, pero me temo que no puedo venderle más que lo que usted ve aquí.
Y no había sido la única. Varias personas de la cola habían discutido antes con el pobre dependiente, que nada podía hacer, y seguramente los que restaban pronto se unirían a la conversación. Excepto Light Hikari, por supuesto, que entendía perfectamente la situación y no culpaba al vendedor en lo más mínimo. Y que además sólo quería comprar unas cuantas bolsas de azúcar, que, como podía ver, eran de las pocas cosas que habían sobrevivido en la tienda. Sin ellas, su abuela no podría preparar más golosinas, el sustento de su bien frecuentado negocio.
Ya no podía más con la cabeza. Tenía que salir de allí, pero no podía hacerlo con las manos vacías. Seguramente podría saltarse la cola, explicando que lo que necesitaba comprar ya estaba allí y que no le tomaría mucho tiempo; además, cabía la posibilidad de que pudiera preguntarle al dependiente qué había sucedido con el tren, lo que, después de todo, también le causaba curiosidad.