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Apenas hacía unos días que los tres aprendices habían llegado a Tierra de Partida. Sin embargo, la monotonía diaria de raciones de entrenamiento, práctica con su nueva arma y leves dosis de conocimiento se hizo palpable casi enseguida. Eran los novatos, al fin y al cabo. Nadie esperaba que hicieran algo espectacular o demostraran unas dotes nunca vistas. Y el inicio del aprendizaje no había hecho más que comenzar.
Por eso, quizá, fuera una sorpresa el momento en el que les llegó la primera citación para un entrenamiento supervisado, por parte de Kazuki, a quien alguno conocería, y otros no, aunque por los pasillos se decía que era el Maestro que mayor dominio tenía de la magia, cosa que compensaba con su horrible tartamudez e indecisión, impropias de alguien de su categoría. ¿Es que era nuevo o algo?
En cualquier caso, tenían que reunirse con él pasada la hora de la comida, en la sala del ordenador, una pequeña habitación de Tierra de Partida que nadie solía utilizar porque, según se rumoreaba, dicho aparato (además de muy raro para los que hubiesen vivido siempre en la prehistoria o mundos más arcaicos) resultaba peligroso, de modo que los aprendices tenían prohibido manejarlo. Lo cual daba un poco igual, porque siempre estaba apagado.
Una vez llegaran, verían la habitación vacía (salvo por el ordenador, claro). Y un tanto tétrica, ya que parecía más abandonada que el resto del castillo. Igualmente, Kazuki no estaba allí. Y, quince minutos después, tampoco. Esperando otros 5... otros 10... 15...
Kazuki no llegaba. Como tampoco tenían otra opción, no les quedaba más remedio que continuar aguardando.
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