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Por alguna extraña razón, Enok e Ike se habían quedado quietos en el sitio. Podrían haber seguido al elefante y a su curioso compañero, pero sus mentes parecían estar en otra parte. Ni se molestaron en espiarlos, o pensar en buscar más información para su Maestra.
De repente, Enok pudo sentir un ligero cosquilleo en sus axilas. El susto fue tremendo, pero si se daba la vuelta vería una cara risueña y alocada, un kimono algo grande para su cuerpo y unas hojas en sus manos.
—¡Así que os traigo de excursión y os quedáis dormidos, no! ¡No, no, no! —exclamó Yami, bastante enfadada con sus pupilos— ¡Sois igual que el Maestro Kazuki! ¡Qué pena de niños! —la joven Maestra parecía decepcionada con su comportamiento— Si no vais a ayudarme a explorar este mundo bonito, bonito, será mejor que volvamos, sí...
Con un rostro sumido en la tristeza, Yami no aceptaría ningún tipo de excusa, ni siquiera Ike y Enok tendrían oportunidad de explicarle lo acontecido con los sincorazón.
Siguiendo a su mentora, los tres regresaron a la playa. ¿Se estaba haciendo de noche? ¿Tanto tiempo había pasado desde que decidieron seguir a aquel elefante?
Fuera lo que fuera, la Maestra Yami lanzó su Llave-Espada al cielo, convirtiéndola en Glider: era hora de volver a casa. Ike y Enok la imitarían sin rechistar.
Antes de abandonar aquel mundo reinado por abundante flora y fauna, pudieron escuchar en la lejanía de la selva el feroz rugido de un animal salvaje.
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