Cuando Wendy y Peter llegaron al árbol del ahorcado al separarse de Zait, se los encontraron como el chico los había dejado: vacíos, temblando y con los ojos desenfocados. Wendy emitió un chillido de preocupación y le preguntó a su amigo qué había pasado. Le pidió detalles. Pero Peter no supo decirle nada. Se quedaba sin habla, cosa que a la que no estaba acostumbrado, al intentar explicar lo que estaba ocurriendo. La niña logró sacar en claro que los niños perdidos habían aparecido allí traídos por una sombra negra, como si alguien los hubiese dejado en aquel estado como provocación para que los viese quienquiera que entrase en el hueco del árbol.
Wendy se acercó a ellos y les habló al oído, pero ninguno respondía. Cuando se les acercaba, se estremecían y comenzaban a temblar con más ímpetu, apartándose bruscamente de su tierna mano. Sufría al verlos así. ¿Pero qué podía hacer ella para arreglarlo? Sólo podía recordar lo que le hacía su madre cuando tenía miedo, tras una pesadilla.
Le cantaba.
amor maternal.
Divino ser que sabe sufrir,
sabe rezar y prodigar
su amor y su afán,
su amor maternal.
Es ternura y abnegación.
Es la Virgen que a Dios meció.
La mujer que nos dio al nacer
todo su amor, su alma y su fe.
Bendita siempre será,
su nombre es mamá.
Los Niños Perdidos dejaban de temblar. Sus ojos volvían a la vida. Dulces sonrisas se dibujaban en sus caras. Y, tras unas cuantas estrofas, ya estaban dormidos plácidamente. Wendy no pudo ocultar su alegría al ver cómo los chicos se recuperaban de aquella terrible maldición y una lágrima recorrió su mejilla con parsimonia, dejándose caer.
Horas más tarde llegó la Maestra Nanashi para decirles que ya no había nada que temer. Que gracias a tres valientes volvían a estar a salvo de aquella negra sombra que los había atormentado aquel día. Respondió con un suave "sí" cuando Wendy preguntó por el estado de aquellos chicos, y añadió entonces que estaban descansando plácidamente, recuperándose de una dura batalla. Wendy se lo agradeció con muchas ganas, y la mujer aceptó sus palabras con gentileza. Justo cuando se disponía a irse, sin embargo, algo la hizo detenerse.
Los niños parecían haberse despertado mientras las dos hablaban, y no parecían querer que se fuese con las manos vacías. Les dio tiempo a hacer un gracioso trío de pulseras de cuentas a modo de regalo y se las pusieron en la mano con alegría a la Maestra, que las aceptó con una sonrisa maternal.
Ya no tenían miedo.
—¡¿Qué diablos ha pasado?! ¡¡Tan cerca he estado!! ¡¡Tan cerca de Peter Pan, la quintaesencia de la juventud!! ¡¡Aquella niñata del loro me dijo que nada podría salir mal!! ¡¡Que podría llegar hasta él mediante los malditos críos perdidos!!
En alguna isla remota de Nunca Jamás se encontraba Zande descargando su rabia. Golpeaba una inocente pared con su bastón una vez. Y otra. Y otra, acompañando cada una con una frase llena de ira.
—¡¡Llaves...!! ¡¡O espadas...!! ¡¡Armas del demonio!! ¡¡Estúpidos críos... con su estúpida luz!! ¡¡Quiero mi inmortali...!!
El hechicero se quedó patidifuso al ver que el último golpe no había dado en el blanco. Sus manos estaban vacías, sin el bastón. Se dio la vuelta bruscamente y se encontró con una figura indefinida, entre las sombras, portando su preciada arma.
—¡¿Habéis venido a por...?!
—...
—¿Qué? ¡¿Quién eres tú?! ¡¡Tenía la guardia baja!! ¡¿Cómo te atreves a..?!
—...
—¿Llaves Espada? ¿Así se llaman?
El bastón volvió a las manos de Zande, levitando suavemente hasta posarse en ellas.
—...
—¿Y qué gano yo a cambio? Y si es lo que yo pienso, quiero pruebas.
—...
Los ojos de Zande se entornaron, escépticos. Intentó escudriñar las facciones de su interlocutor, pero sus ojos no parecían mostrar ni un ápice de engaño. Ni de sinceridad, para ser exactos. Era inefable.
—Sin pruebas no hay trato. ¿Alguna otra oferta?
De las manos de la figura en la oscuridad surgió una extraña bruma que fue tomando forma poco a poco hasta tomar la forma de una niña de pelo oscuro y mirada perdida, vestida de sirvienta y acompañada de un ave que se posaba en su hombro.
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—... Acepto.
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