Los rayos de sol comenzaron a atravesar mi ventana, quienes no dudaron en jugármela y atacar mis pobres ojos. Medio adormilada, di una vuelta por debajo de las sábanas para defenderme, pero mi mente ya me estaba gritando que ya era hora de levantarse.
Habían pasado diez días desde lo acontecido en Bastión Hueco... y siete desde mi encuentro con Ragun en aquel paraíso isleño. Tantas cosas que habían pasado en tan poco tiempo, pero con aquellos sucesos había aprendido una lección valiosa, y sin duda había ganado la confianza y decisión que perdí durante mi estancia en aquel mundo maldito. Me sentía más segura de mí misma, más valiente. Había entrenado durante esos días, sola, sin que ningún Maestro tuviese que avisarme con una nota o por parte de Mogara u otros moguris de Tierra de Partida: era mi deber salir de la cama para enfrentarme a un entrenamiento intensivo, y aquel día no iba a ser menos.
Desperezándome en mi habitación, algo me llamó la atención en mi escritorio: un sobre.
—
¡Qué extraño! Juraría que ayer cerré con llave —musité, preocupada. ¿Habría sido Mogara? Lo abrí, pensando que se tratara del aviso para un entrenamiento con Kazuki, con Ronin...
Sin embargo, pude reconocer aquella letra infantil y que dejaba mucho que desear para una persona de su rango.
—
¡Akio! —exclamé, sorprendida.
¿¡Una carta de Akio!?
¡Hey tú, debilucho!
¿Sabías que la mayoría de aprendices de Bastión Hueco son más fuertes que vosotros? Eso es un problema así que quiero verte en la Sala del Ordenador Principal de Tierra de Partida en una hora.
Más os vale estar preparados, no quiero cargar con unos niños llorones.
Atentamente, Rey del Paintball; Akio.
No pude evitar soltar una pequeña risa. A pesar del mensaje, tan poco apropiado para encomendarme una misión... ¡sí, sí, sí! ¡Una misión con Akio, mi maestro! ¡Por fin!
Puede que para muchos aprendices de Tierra de Partida, Akio fuese uno de los peores maestros que te podían tocar: engreído, bocazas, maleducado, travieso... un niño. Un muchacho que no se despeinaba a la hora de ser sincero y dejarte en ridículo si podía. A pesar de todo aquello... yo había visto la otra faceta de mi Maestro, cuando me dejó ser su "nueva e inútil aprendiz".
A todo correr, cogí mi ropa del armario y me despojé de mi pijama, preparándome para una ducha en el baño. Entusiasmada, fui a verme al espejo, cuando, de repente, solté un chillido.
¡Garabatos! ¡En mi cara! ¡No, por favor, que no fuese de perman...!
—
¡¡Maldito seas Akio!! —exclamé, intentando borrar con jabón los garabatos de los que, sin duda alguna, reconocía al culpable. ¿Había entrado en mi habitación, así sin más?
Sí, era permanente. Y mejor sería no seguir insistiendo con el jabón: tenía la piel muy sensible y de seguro que acababa mucho peor. Tendría que ir por los pasillos con la cara pintada, ¿no Akio?
—
Ahora entiendo a la pobre Lyn —musité, aseándome y cogiendo mis ropas. Estaba claro que el Maestro de las Travesuras, el Gran Akio, el Pequeño Demonio... se había ganado el nombre a pulso.
Si fuese como muchos otros aprendices, intentaría atacarle, pero estaba claro que él era muy listo y conocía las múltiples trampas posibles. Y yo no tenía tiempo para juegos: sólo quería aprender a portar de forma correcta mi Llave-Espada, volverme más fuerte y... ayudar a mis amigos.
—
Aunque no se va a librar de un capón en la cabeza si encuentro la ocasión —dije, aunque sin mucha esperanza de que aquellos sucediera. Que hubiese ganado confianza no significaba que hubiera conseguido también un nivel más alto de desenvoltura. Akio seguía siendo mi Maestro, alguien a quien respetar, por encima de todo.
Equipándome con todo lo necesario y cerrando la puerta de mi cuarto, me dirigí hacia la Sala de Ordenadores.
¿En qué tipo de misión o entrenamiento nos embargaríamos con Akio?
No, mejor dicho... ¿en qué clase de lío nos metería el pequeño demonio?