Pero no pensaba ya en nada de todo aquello. Tras verme atrapado por la música que me rodeaba entré en el modo defensivo más efectivo posible que mi mente podía llegar a imaginar en aquellos momentos de crisis. Recordé por unos segundos mis entrenamientos con Ronin, las lecciones de Nanashi, incluso hechizos de Kazuki para llegar a la conclusión de que la mejor defensa posible era aquella:
Tirarme en el suelo, cogerme de las piernas y llorar en alto.
—¡¡Quiero volver a caaasaaaa!!
Ni siquiera abrí los ojos para mi alrededor. La música del ambiente me había puesto los pelos de punta y mi mente había recreado en qué clase de lugar estaría: atrapado en una fría celda de un edificio hecho con huesos de dragones, en mitad de un mar rojo como la sangre y con cabezas de bebé cercenadas flotando en él y dirigiendo sus miradas a mí.
Tardé al menos un par de minutos en darme cuenta de mi auténtica situación. Sí, la música se adecuaba al paisaje en el que me encontraba, tal y como había imaginado, pero no era tan terrorífico. Me hallaba entre árboles sin hojas que me produjeron escalofríos por la espalda, mientras que dos pequeños riachuelos corrían a mis lados.
Me llevé la mano a la nuca, avergonzado. Di una vuelta sobre mí mismo, buscando a mis compañeros, pero ninguno se encontraba allí, a lo que suspiré con tranquilidad. Hubiese muerto de vergüenza por mi pésimo comportamiento, además de quedar tachado como líder.
—Si alguna vez hago un libro de mi vida, me saltaré esta parte.
Me ajusté las gafas y levanté la mirada, esperando encontrar el sol para guiarme de algún modo. Sin embargo, no encontré fuente de luz alguna. Chasqueé la lengua y opté por algo más sencillo: observar los árboles. Si había alguna especie de fuente, tendrían que proyectar una sombra, y seguiría la dirección contraria a esta en busca de alguna salida de aquella prisión.
En caso de que no hubiese sombra alguna, me acercaría al precipicio cercano para observar qué había más abajo. Igual podía saltar de algún modo, aunque sin Planeador...
—¡Mami! ¡¡Mami!!
Mis ojos se humedecieron mientras olisqueaba el rollo de papel que se había llevado a mi mami de golpe. ¿Aquello era magia, como lo que ella hacía? ¡Pues era una magia muy mala! ¡Mala, mala!
Casi instintivamente comencé a arañar al malvado pergamino mágico, pero no sirvió de nada: mis uñitas de ratoncita era inútiles. Me di por rendida y dejé que mi culito tocase el suelo a la par que mis ojos se humedecían. Uno de los amiguitos de mami tomó el papel mientras yo seguía reteniendo las lágrimas, y al final exploté.
¡Había fallado a mami! Ya no volvería a verla. Se había llevado su cuerpo para siempre, lo había desintegrado en la nada y no sabía qué iba a ser de mí. ¿Me llevarían al servicio de adopción de animales? ¿Me abandonarían en aquel edificio extraño y alejado de mi camita? ¡O peor, me dejarían viviendo con Mordisquitos y me intentaría arrancar el ojo otra vez!
Los amiguitos de mami hablaron entre sí y finalmente optaron por subir escaleras arriba, ignorando mi presencia. Me apresuré en ir corriendo lo más rápido posible entre lágrimas a la pierna del que más cerca tenía, el chico mono de los dibujos, y me agarré con todas mis fuerzas.
—¡No te vayas! ¡Salva a mami!
Escalé la pierna intentara quitarme de ella o no y me subí hasta su brazo, decidida a no soltarle hasta que hiciese algo por lo que le suplicaba. Mi cuerpo, mientras lloraba, comenzó a expulsar algunas chispas de la rabia, pues sabía que él no me iba a ayudar. ¡A nadie le importaba mami!
—¡Por favor, salvad a mami!
No pensaba soltarle de ningún modo. Me acabarían llevando con ellos, fuera como fuese, aunque no fuera lo que yo principalmente quería.