―¡Todo el mundo aquí sabe la existencia de otros mundos! ―exclamó, dando evidencia de que no debíamos temer por meter la pata con respecto a nuestro origen―. ¡Es nuestra tarea, al fin y al cabo! Y este año necesitamos vuestra ayuda por culpa de chicos malos como ése ―señaló al sincorazón que faltaba cuando, finalmente, lo rematamos entre todos. Me fijé en que Zait también había reaccionado, ayudándonos a Hiro y a mí. Me alegré sobremanera al saber que el no tan pequeño Zait había recuperado las fuerzas para luchar, al menos de momento.
El sincorazón desapareció, haciendo que yo, por lo menos, relajara la musculatura de mis brazos y dejara de tensar la cuerda invisible con la que lanzaba las Flechas de Ángel Forjado. Fue entonces cuando la joven se acercó a nosotros, pegando saltos gráciles e infantiles que eran acompañados por el ambiente festivo de la plaza.
―¡Guau, sois impresionantes! ¿Hacéis autógrafos? ―bromeó, presentándose al fin―: Mi nombre es Hime. ¡Encantada! ―la joven hizo una reverencia junto a su falda, representando a una bella princesa mostrando sus modales― ¡Bienvenidos a Ciudad de la Navidad! Creo que el recibimiento dice por sí solo cuál es nuestro problema ―comenzó a reír, y yo, estupefacta por el nombre de la ciudad, seguí escuchándola―. Venid conmigo. Os lo explicaremos todo a detalle dentro. ¡Y con un café, si queréis!
―Gracias, Hime ―dije de corazón, pues tomar algo caliente tras haber estado pasando frío era una de las invitaciones más reconfortantes que existían.
― Mmm, por cierto, ¿quién de vosotros es el Maestro?
―Oh ―musité, acordándome del pequeño demonio. Bien era cierto que, de un modo u otro, se había escaqueado del trabajo―. Sobre m-mi, nuestro Maestro... esto... ―intentando buscar algún tipo de excusa para perdonarle frente a los habitantes de aquella ciudad, me decanté por lo más sencillo, aunque Zait me ayudó con su curiosa improvisación. Reí, evitando los nervios, y proseguí― Seguramente esté vigilando las afueras, por si aparecen más Sincorazón en los alrededores. Sólo por si acaso, ya sabes.
En ese momento debería haberme crecido la nariz, igual que aquel niño de madera que aparecía en un cuento. Además, no había mentido del todo, pues si Akio no estaba en la ciudad, sus sentidos estarían en las afueras. Y bueno, no es que estuviese lo suficientemente distraído como para no avisar de un ataque enemigo, ¿no?
"¿A quién pretendo engañar? Sigo preocupada por él."
―La verdad es que es la primera vez que conozco aprendices de la Llave Espada ―dijo Hime, con un tono gracioso y despreocupado―. Seguro que tenéis una vida muy emocionante. ¡Y peligrosa! No hay mucha gente que decida arriesgarse por salvarguardar el orden mundial ―cuando usó una voz grave para decir aquello, pensé de inmediato en el Maestro Ronin, por lo que escapé una pequeña risa―. ¿Qué hizo que tomarais ese camino?
―Oh, sobre eso...
―¡Oh, no respondáis si no queréis! ¡No quiero parecer maleducada! Es sólo una pregunta que me hago muchas veces en voz alta ―en realidad, no me importaba contarle el cómo conocí a Akio, mi Maestro. Pero más que por protocolo de portadores, ella se había disculpado por no querer parecer cotilla. Aunque no me importaba, realmente conocía a los auténticos fisgones, como las viejas cotorras de Villa Crepúsculo―. Porque conozco a alguien que pasó por lo mismo y nunca se la he hecho.
―Pero, Hime, ¿no acabas de decir que...?
De repente, escuché un sonido seco y vi como la muchacha se había estampado contra una de las columnas de caramelo. Fui a socorrerla enseguida, cuando un recuerdo apareció de la nada, como una campanilla de cristal intentando darme un aviso o hacerme recordar algo importante:
"Si se da la… extraña casualidad de que allí abajo encuentras a una niña tan patosa como tú… Procura que no se haga daño."
―Hime, ¿tú...?
―¡Todo solucionado, señor! ―exclamó Hime, quien se dirigió de forma militar a un personaje que, si bien estaba soñando, sería mejor que alguien me pellizcara. Olvidé por un momento a Akio.
―Muy bien ―aquel viejo anciano, robusto y vestido de rojo se giró a nosotros, con un largo pergamino en la mano―. Imagino que sois los enviados de Tierra de Partida. ¿Cuáles son vuestros nombres?
De pronto, algunos cables se cruzaron en mi cabeza hasta que logré relacionar a aquellos divertidos duendes de la plaza con el nombre de la ciudad y... con él.
―N-No puede ser ―musité, embobada. Señalé, quizás de forma maleducada, a aquel gracioso gordinflón que había creído ser producto de mi imaginación desde que mi padre me contó "la verdad"―. ¿¡S-San... S-S-Sant-t-a... Cl-Cl-a-a-us...!?
Bajé el dedo, recordando mis modales, pero, ¿qué demonios? ¡Santa Claus existía de verdad! Mis ojos se iluminaron y una estúpida sonrisa surcó mis labios.
―¡¡¡Mi padre me engañó, eres de verdad!!! ―exclamé, quizás arrepintiéndome luego de mis palabras ante todos los presentes. A continuación, conseguí escupir mi nombre, ignorando a causa de la emoción lo que había dicho Zait— ¡N-Nadhia Hoghes!
La ilusión de mi niñez volvía a asomarse a las ventanas de mi corazón.