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¿Cree que podría decirme algo que me sirviese?El hombre contempló a Saito con ojos aletargados; le costaba concentrarse en el chico y en la gran cantidad de información que le había dado, por lo que (o "pues", quién sabe) su cabeza se balanceaba de un lado a otro y sus párpados se cerraban cada cuanto, intentando enfocar la silueta del joven que tenía al frente. Balbuceó un par de sinsentidos y alzó su bebida, moviéndola hacia los costados con poca precisión; parecía que intentaba brindar. Evidentemente, el alcohol terminó por saltar de la jarra, manchando el pecho del pobre Saito.
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¿¡Tu hermanita está... sola allá afuera y tú has venido a bbbbeber!? —cuestionó el hombre cuando finalmente pudo controlar su habla en cierta medida—.
No has de llevarte muy bien con ella... ¡Cu... cuídala mucho! —como si Saito fuese un viejo amigo, el individuo le envolvió el cuello con su brazo libre y se le acercó al rostro, como si fuese a decirle un gran secreto. Como el resto de su persona, su aliento apestaba a cerveza. Y, seguramente, aquel hedor pronto se le pegaría en las ropas al chico—.
Los pedióricos dicen que ha desaparecido muchíiiisima gente... sin rastro alguno... ¿Tal vez a tu hermanita se la llevaron tam... bién? Antes de que Saito pudiese decir algo al respecto, al hombre lo llamaron desde otra mesa. Entusiasmado por toparse con algún amigo o con un compañero de bebida, soltó una fuerte exclamación en forma de "¡¡Eeeeeeh!!", como saludando. Y trastabillando como si intentase una extraña danza, se alejó para unirse con quien fuese que requiriera su presencia.
Entonces Saito decidió que sería una buena idea hablar con el tabernero. No podría estar más equivocado, sin embargo. No podía olvidar que, al fin y al cabo, él era sólo un muchacho. Para las personas allí presentes, sólo un niño. Y al hombre no le agradaba la idea de tener que lidiar con aquella clase de situaciones que podían poner en peligro su negocio.
Cuando el chico pidió una bebida, el tabernero lo fulminó con la mirada y sirvió algo por debajo de la barra. Sin decir nada, estampó el vaso en la madera con tal fuerza que el contenido saltó un poco. Una burla al muchacho: leche caliente.
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He oído rumores señor… no intente persuadirme. Por favor, ayúdeme. El hombre detuvo la bebida que estaba preparando, molesto por la actitud del muchacho. Volvió a girarse hacia él, mostrándole una expresión tosca y malhumorada.
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Debes ser idiota para no saber sobre los demonios nocturnos que devoran personas —dijo solamente—.
Y para no haber visto el fantasma de la Torre del Reloj.El hombre luego tomó el vaso que le había dado a Saito y se lo acercó todavía más con rudeza, casi como si se lo quisiera estrellar en el pecho. El chico estuvo obligado a tomarlo.
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Cortesía de la casa. Ahora, fuera.Saito no pudo hacer nada más sino levantarse. Y no sólo porque su presencia no fuese bien recibida en aquel sitio debido a su apariencia, sino porque ya era hora de hacerlo: un fuerte sonido fuera de la taberna resonó en las paredes del callejón, para luego colarse por la puerta. Nadie le dio importancia en aquel momento, pero cuando el ruido se escuchó por segunda vez acompañado por un grito de terror, todo mundo se quedó en silencio.
Las puertas del establecimiento se abrieron de golpe, dejando a un desesperado hombre entrar en el lugar. Tenía un aspecto terrible, pero no porque se hallase ebrio, sino porque realmente algo terrible parecía haberle ocurrido. Se sujetaba el costado izquierdo con fuerza, intentando amainar el dolor y detener la sangre que se colaba por entre sus dedos.
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¡Demonios! ¡Bestias del Infierno, cazando allá afuera!Cuando Paul y Kairi arribaron a la taberna, se encontraron con lo que menos querían encontrarse. Cerca de la puerta, varias bestias se movían de un lado a otro impacientes, mientras derrumbaban todo a su alrededor: contenedores y bolsas de basura eran arrastrados por el suelo y por los charcos de agua sucia.
Sólo alcanzaron a ver cómo un hombre, aterrado, se escondía en el interior. El individuo estaría a salvo, sí, ¿pero por cuánto tiempo? Los Sincorazón que habían aparecido en el callejón lo habían visto entrar, por lo que ahora sabían donde estaba la preciada puerta que estaban buscando.
Los seres se reunieron frente a la puerta, como preparándose antes de disfrutar el festín que estaban a punto de darse. Casi relamiéndose, cinco de aquellas criaturas observaban la puerta: tres bestias de color púrpura que se mantenían en el aire con un par de alas de murciélago, y un par de espectros que flotaban en su sitio con impaciencia.
Iban a entrar a la taberna. Si Kairi y Paul no hacían nada al respecto, muchos saldrían heridos. No, peor que eso. Perderían su corazón, y ellos no habrían hecho nada.
Debían luchar, como Portadores de la Llave-Espada.