Por un momento, no supe qué estaba ocurriendo a mi alrededor. Súbitamente aquella caverna se convirtió en un campo de batalla real, en el momento en el que un gigantesco can de tres cabezas decidió atacarnos sin razón aparente. Y mientras algunos de mis compañeros se preparaban para luchar contra la bestia y otros se aseguraban de que el prisionero no escapara, yo me encontré siguiendo a Diana por un camino totalmente diferente (y sorprrendentemente, aprobado por la Maestra Lyn).
Aferraba mi mano con fuerza y aquello me bastaba para olvidarme de todo por un momento. Y aunque ella sólo lo hacía para asegurarse que yo iba detrás, para mí era suficiente. Nos deslizamos al interior de uno de los túneles y en cuanto nos alejamos de la batalla que estaba ocurriendo detrás, finalmente me dejó ir. Y aunque me decepcionó romper el contacto con ella, supe mantener la cabeza fría en cierta medida y saber que aquello era estrictamente necesario.
Frente a mí iba una sirena, lo sabía, que nublaba mis sentidos. Pero igual que los alquimistas en mi reino, cuya sangre poco a poco se acostumbra a las toxinas y los venenos, mi mente comenzaba a utilizar la información recibida en el pasado, en la villa de Bella, para combatir contra los poderes de Diana. Y aunque era casi imposible hacerlo inconscientemente, lograba concentrarme si me esforzaba en ello.
—Es increíble que me haya abandonado… ¡por un chucho! —se quejó Diana en un momento dado, hablando sobre Ragun. Hice una mueca, evidentemente celoso por la atención que la chica le prestaba a su compañero—. Y no me refiero precisamente a Cerbero…
Pero sin previo aviso, Diana se acercó hasta mí y deslizó sus labios hasta mi mejilla, haciéndome estremecer. Aprovechando que se encontraba cerca de mi oído, murmuró:
—¿Tú no me dejarás, verdad?
Tragué saliva. Mi conciencia y corazón volvieron a confundirse terriblemente. Y aunque sabía, en el fondo, que la especialidad de Diana era provocar esos sentimientos, aun así respondí:
—No, ¿cómo podría...?
Cuando la chica se separó de mí, una parte de mi persona sintió un alivio incomparable, aunque mi mente no logró asociar claramente aquel sentimiento, hipnotizada por la joven. Pensando que me tenía en sus redes y me había convertido en un muñeco viviente, comenzó a hablar para sí misma.
—Hubiese sido mejor tener con nosotros al chico emo, pero bueno —aquella frase me hizo apretar los dientes, con el estómago ardiendo de ira. ¿O sea que prefería estar con él? ¿Confiaba más en sus habilidades que en las mías...?—. Tú me valdrás, mi caballero. Por ahora.
>> Sígueme. Como dijo esa chucha, no hay tiempo que perder.
Continuamos caminando, aunque yo preferí permanecer en silencio durante gran parte del tiempo. En el interior de mi cabeza, mi sentido común se esforzaba por salir a la superficie. Suponía que, mientras más me expusiera a la habilidad de Diana e intentase mantenerme consciente, más inmune a ella me volvería. Tal vez no funcionara de esa manera, pero no tenía ideas mejores.
No sucedió nada interesante, salvo por la aparición de unos cuantos Sincorazón pequeños de los cuales Diana se encargó sin mucho esfuerzo.
—¿Sabes? —comenzó entonces la chica, sin realmente mirar hacia mí, que todavía caminaba a sus espaldas—. En otras circunstancias, te habría llevado conmigo aquel día... Me intrigas. Y no he dejado de pensar en ti desde que me rechazaste —aquello me hizo sonrojarme. ¿Estaba Diana hablando en serio? Agradecí que no pudiese verme, pues aquello me tomó por sorpresa y me había dejado evidentemente vulnerable—. Es… curioso. El verse rechazada… es nuevo para mí. Y aunque debería fastidiar mis planes… me fascina igualmente.
No tenía idea de que lo que había pasado en el bosque la había afectado tanto...
—Y me hace pensar que, quizás, alguien se pueda enamorar de mí… de verdad. Es divertido saber que todo hombre está dispuesto a dar su vida por mí, darlo todo y obsequiarme con riquezas o mínimos regalos, pero… no distingo la adoración verdadera. Y a veces, me siento sola.
De pronto, Diana Thorn se giró hacia mí y, por por primera vez, no me sentí irremediablemente atraído hacia ella. Sus ojos grises me miraban fijamente, pero no me hipnotizaban ni siquiera un poco.
Y supe que aquello no era gracias a mis esfuerzos.
—No pretendo jugar contigo, ¿o sí? —se cuestionó a sí misma, sin apartar la mirada. Incluso sin su poder, sus ojos me parecían bastante bonitos, y lo eran mucho más incluso en ese momento—. Jugar no es la palabra adecuada. Quizás, experimento. Pero también suena algo… brusco. El caso es que me gustaría… verte más.
Instantáneamente aparté la mirada, sin saber cómo reaccionar. ¿Estaba... hablando en serio?
—Tengo mis motivos para estar en Bastión Hueco. Y tú los tendrás en Tierra de Partida. Créeme, si me mandan matar a los tuyos, no tendría reparo alguno en hacerlo, pues son órdenes al fin y al cabo. Y, por supuesto, tú tendrás tus motivos para atacarme.
Diana extendió su mano hacia mí, pero no me vi obligado a tomarla. No me estaba manipulando, me estaba... invitando.
—¿Pero no podríamos… divertirnos? Dejar atrás todo lo referente a los bandos, citarnos de vez en cuando. Sin trampas, ni juegos sucios.
>> Ahora no es momento. Pero tras acabar con Garland… ¿te gustaría verme?
Todo el mundo pareció congelarse en ese momento. Sólo estábamos... pues, ella y yo. Ella, haciendo una proposición que nunca me hubiera imaginado, y yo, sin saber cómo responderla.
¿Salir con el enemigo? Jamás se me habría pasado por la cabeza antes, pero... mentiría si dijera que Diana no me interesaba. Como ella había dicho... 'me intrigaba'. Quería saber más sobre ella; comprender su poder, entender sus razones, contemplar su fuerza y fragilidad... Incluso lejos de ella y de su habilidad, aquellos sentimientos eran míos.
¿Pero era sensato? ¿Y si era una trampa? Y no sólo eso...
¿No me había convencido de que me interesaba alguien más con tal de escapar de ella? Después de todo, recordar a Nadhia había funcionado para romper el poder de Diana. E incluso ella se había aprovechado de esos recuerdos para manipularme. ¿No era aquello una confirmación de que Nadhia me gustaba, aunque fuese un poco?
—Te lo… he dicho… sin trampas.
Diana se encontraba pálida como el mármol y sus músculos temblaban, como si algo en su interior le estuviese haciendo daño...
No... ¿lo estaba? ¿Mantener su poder a raya la lastimaba? Si no lo hacía, al menos parecía ser un esfuerzo inhumano... ¿Y lo estaba soportando por mí?
Un Sincorazón apareció detrás de la chica de pronto, dispuesto a atacar. Mis ojos se entornaron al contemplar aquella oportunidad; era mi enemigo, después de todo...
—No hay tiempo. Decídete.
Hice una mueca... Tenía que pensarlo. Y mucho. Diana parecía que había estado contemplando aquella posibilidad durante un buen tiempo, y sus palabras de alguna manera me lo confirmaban. ¿Pero yo... tenía que determinarme en ese preciso instante? ¡No podía! ¡Aquello me confundía como nada nunca lo había hecho!
Pero no podía pensar: no había tiempo. Y muy literalmente, no quedaba nada de tiempo antes del que el Sincorazón decidiera atacar a Diana.
Y... los asuntos del corazón no se piensan...
Materialicé mi Llave-Espada con su usual salpicadura de sangre y me lancé al frente en un sprint inmediato. Con mi velocidad, supuse, salí disparado como una bala; e incluso así, me aseguré de iniciar mi carrera con un Impulso Gravitacional para ser incluso más rápido. Llevé mi arma tan atrás como mi brazo pudo, para darle la fuerza necesaria al primer golpe.
Pasé a un lado de Diana cortando el viento como una flecha, para luego dirigirme al Sincorazón que la amenazaba. Me dispuse a golpearle directamente en el cráneo, esperando que con mi Impulso el golpe tuviera la fuerza suficiente para atontarlo.
—¡Sí! —exclamé, comenzando después una secuencia básica de tres golpes, según lo instruido por el Maestro Ronin. Tomé medio segundo para recuperar el aliento—. Sí, Diana, sí...
Cuando hubiese derrotado, atontado o inmovilizado al Sincorazón (porque, seguramente, conmigo y con Diana sería suficiente), respondería a la invitación de la chica como era debido.
—Diana Thorn, permita a este humilde caballero acompañarla entonces en una cita —hice una leve reverencia, con una sonrisa tonta en el rostro—. Pero cuando terminemos con esta tediosa misión, por supuesto. Luego nos divertiremos, lo prometo...
Me sonrojé. Qué estúpido y forzado había quedado aquello.
Oh, bueno, no había vuelta atrás.